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MISIONEROS EN CAMINO: Materiales liturgicos y catequeticos: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 11-19) - Ciclo C
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viernes, 8 de octubre de 2010

Materiales liturgicos y catequeticos: XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 11-19) - Ciclo C



Monición de entrada

(A)
Normalmente nos acercamos más a Dios para pedirle favores que para darle gracias por sus dones. Cuando nos llegan desgracias, acudimos a Él para pedirle ayuda y, también, para echarle en cara que nos tengan que suceder esas desgracias a nosotros.
En el Evangelio de hoy veremos cómo Jesús curó a diez leprosos, y sólo uno se acordó de volver dónde él a darle las gracias. Además era un extraño, poco amigo de los judíos, un samaritano.
A pesar de los sinsabores de la vida, tenemos mil motivos para ser agradecidos. Con Dios, con el vecino, con el amigo y con todo el mundo. Que nuestra Eucaristía de hoy sea una auténtica acción de gracias.


(B)

En muchas ocasiones los cristianos vivimos dentro de nosotros un conflicto entre lo que debemos hacer y lo que en realidad hacemos. Nos cuesta vivir con auténtica libertad, y nos ahogan los preceptos, el culto y lo cristiano, tal vez porque hemos perdido el norte, porque no descubrimos que todo nuestro vivir está orientado no a un mero cumplimiento, sino a mucho más: a la respuesta generosa del Amor del Padre, que es más que toda ley y que toda norma.
Que Dios Padre nos ayude a descubrir cómo hemos de vivir y nos ayude en el seguimiento de Jesús.


(C)

Hermanos, seguramente nos suena este refrán: Es de bien nacidos ser agradecidos. Pero probablemente hemos oído también este otro: El mundo está lleno de desagradecidos. Hoy vamos a resaltar el valor del agradecimiento por su calidad humana y evangélica.


Pedimos perdón

(A)

A ti, Señor, origen de todo lo noble, te pedimos que nos envíes tu perdón:

Porque eres capaz de darnos una vida nueva, pero nos sentimos seguros en la rutina. SEÑOR, TEN PIEDAD.
Porque el Espíritu habita en nosotros, pero no sabemos llevarlo a los demás. CRISTO, TEN PIEDAD.
Porque nos anuncias un Dios de vida, pero sólo nos acordamos de El cuando las cosas van mal. SEÑOR, TEN PIEDAD.

(B)

Porque eres bueno y nos perdonas siempre. SEÑOR, TEN PIEDAD...
Porque no te respondemos con elegancia de espíritu. CRISTO TEN PIEDAD...
Porque te expresamos poco el agradecimiento. SEÑOR, TEN PIEDAD...

(C)

Y como el ser agradecidos es un don escaso entre nosotros y lo que abunda es ser tacaños y rencorosos, vamos a dedicar unos momentos a pedir perdón a Dios y a nuestros hermanos.

Por todas las veces que no hemos sabido dar las gracias a Dios por los favores recibidos SEÑOR, TEN PIEDAD
Por todas las veces que no hemos sabido corresponder con nuestros amigos y vecinos por la ayuda prestada, CRISTO, TEN PIEDAD...
Por todas las veces que nos consideramos con derecho a la ayuda de Dios y de los hombres, y sin embargo no somos capaces de decir “gracias”. SEÑOR, TEN PIEDAD...


Escuchamos la Palabra

Monición a las lecturas

(A)

Tanto la primera lectura como el evangelio ponen de relieve la grandeza de alma de dos extranjeros: un sirio y un samaritano que padecieron la lepra. En ambos casos el relato hace notar la calidad de su fe, dando a entender que la llamada de Dios resuena en todos los corazones mucho más allá de las fronteras de Israel: todos los hombres son llamados. En la epístola, escrita desde la prisión, San Pablo se presenta a sí mismo como testigo de Cristo resucitado, seguro de tener parte en su triunfo pues ha compartido su pasión, y orgulloso de sufrir por causa del Evangelio.
(B)

Naamán cumple lo mandado por Eliseo, el hombre de Dios, mostrando así que Dios escoge lo débil para confundir lo poderoso. Sólo cuando Naamán recibe al mensajero y su palabra podrá obtener la salud y darse cuenta de que no hay en la tierra Dios mayor que el de Israel.

(C)

El mensaje que nos trae hoy, la Palabra de Dios, nos abre los ojos para saber a quien podemos acudir y confiar, siempre, pero especialmente cuando estemos enfermos o pasemos por dificultades. Dios no deja de intervenir en la historia humana. Nuestra respuesta debe de ser el agradecimiento y de alabanza a Dios, precisamente porque somos creyentes, según nos enseña Jesús.


Lectura del segundo libro de los Reyes

En aquellos días, Naamán el sirio bajó y se bañó siete veces en el Jordán, como se lo había mandado Eliseo, el hombre de Dios, y su carne quedó limpia de la lepra, como la de un niño. Volvió con su comitiva al hombre de Dios y se le presentó diciendo: «Ahora reconozco que no hay dios en toda la tierra más que el de Israel. Y tú acepta un presente de tu servidor". Contestó Eliseo «Juro por Dios, a quien sirvo, que no aceptaré nada.» Y aunque le insistía, lo rehusó. Naamán dijo: «Entonces, que entreguen a tu servidor una carga de tierra, que pueda llevar un par de mulas; porque en adelante tu servidor no ofrecerá holocaustos ni sacrificios de comunión a otro dios que no sea el Señor.»

Palabra de Dios

SALMO RESPONSORIAL 97
R/ El Señor revela a las naciones su justicia.

+ Lectura del Santo Evangelio según San Lucas

Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y mientras iban de camino quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se echó por tierra a los pies de Jesús, dándole gracias. Este era un samaritano Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que un extranjero para dar gloria a Dios?» Y le dijo: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado.»

Palabra del Señor


Evangelio dialogado (Niños)
Jesús quiere que seamos agradecidos con Dios (Lc 17,11-19)

Narrador: Mientras Jesús iba hacia Jerusalén, al llegar a una aldea le salieron al encuentro diez leprosos. Según las leyes judías, los leprosos no podían acercarse a la gente. Tenían que vivir a las afueras del pueblo. Por eso, al ver a Jesús, le gritaron desde lejos:

Leproso: - Jesús, Señor, ten piedad de nosotros.

Narrador: Jesús al verlos y al oír lo que le pedían les dijo:

Jesús: - Id a presentaros donde los sacerdotes del Templo.

Narrador: Mientras iban al Templo los leprosos se curaron. Uno de ellos, al darse cuenta que estaba curado, comenzó a alabar a Dios y se volvió donde Jesús para darle las gracias. Entonces Jesús le dijo:

Jesús: - Pero, ¿no habéis sido diez los curados? ¿Dónde están los otros nueve? ¿ Es que sólo tú estás dispuesto a dar gracias a Dios? Vete a tu casa, tu fe te ha salvado.

Palabra de Dios


Homilías

(A)

Todos recordamos que de niños nuestros padres nos enseñaron a pedir las cosas por favor y a que nos acostumbráramos a dar las gracias cuando alguien nos daba algo o cuando alguien nos hacía algún servicio. Y me parece importante que también entre nosotros: entre hermanos, vecinos, amigos y compañeros, nos salga fácilmente de la boca - y del corazón- la palabra "gracias".
A todos -de cualquier edad y condición- nos debería salir fácilmente del corazón y de la boca la palabra "gracias". En casa, en la familia, en el trabajo o en la escuela: en todos los mil lugares y circunstancias de nuestra vida de cada día tendríamos que ser más agradecidos.
Y no sólo como un palabra y una costumbre de buena educación, de buena convivencia, sino como algo más importante, más hondo.
Porque tener en nosotros un sentimiento -una actitud- habitual de gratitud hacia los demás es uno de los aspectos importantes de aquel amor que Jesús nos dijo que nos hemos de tener los unos a los otros. Porque la gratitud significa valoración del otro, significa tratarle con respeto y consideración, estimarle. En cambio, cuando nos domina el egoísmo, el considerarnos el centro del mundo, cuando actuamos con exigencia o imposición, cuando pensamos que todas las relaciones humanas se reducen a una trama de derechos y deberes, sin gratitud: entonces nos alejamos de aquel amor que Jesús nos encomendó.
El evangelio de hoy nos ha hablado de un samaritano -de un extranjero que supo volver para dar gracias por su curación. ¿Por qué volvió éste y no los otros nueve? Probablemente, creo, porque éste estaba acostumbrado a dar gracias -de corazón y de palabra- en su vida normal. Y los otros nueve, no.
Por eso, el que estaba acostumbrado a ser agradecido a los hombres, supo serlo ante Jesucristo, y así halló la gracia del Señor, encontró la fe y la salvación. Jesús aprecia al hombre que manifiesta gratitud. Que no da nada por descontado. Que sabe abrirse al estupor, a la sorpresa y por tanto a la gratitud.
Puede ser fácil dar gracias a Dios cuando obtenemos una gracia excepcional. Sin embargo, la gratitud -que alguien ha definido como la memoria del corazón- no se hace tan manifiesta por las cosas que tenemos ante los ojos cada día. Los consideramos derechos adquiridos.
Chesterton observaba con ironía, cómo nosotros, una vez al año, agradecemos a los Reyes Magos los regalos que nos encontramos en los zapatos que hemos puesto en el balcón. Pero nos olvidamos de dar las gracias a aquel que todas las mañanas nos da dos pies para meterlos en los zapatos.
Es una afirmación aguda y profunda y que refleja una actitud humana muy frecuente entre nosotros.
Porque vivimos en una sociedad en la que dar gracias se ha convertido en un tópico: en los tickets de compra de los grandes almacenes se nos dice: "gracias por su visita"...Y sin embargo nos falta muchas veces el agradecimiento profundo y verdadero en nuestro corazón.
Tenemos que convencernos que todo es gracia. Nada se nos debe y nada merecemos.
Si todo nos viene de Dios gratuitamente, todo debe volver a él a través de la alabanza y la gratitud.
Cristiano no es el que pide gracias o recibe gracias. Es fundamentalmente quien da gracias. Por eso, la Eucaristía, que representa el acto más importante del culto cristiano, significa literalmente, "acción de gracias".
Recordemos una cosa muy importante: cuando venimos, aunque a veces nos cueste, a misa, recordad que lo más importante aquí no es, escuchar o pedir esto o aquello. Lo más importante aquí es saber decirle a Dios: GRACIAS, gracias por todo, pero gracias sobre todo porque nos has hecho conocer, querer y seguir a Jesús...
Queridos hermanos, no andemos distraídos frente al milagro de la vida. No seamos descuidados ante las sorpresas de los acontecimientos de la vida ordinaria. Busquemos las huellas de Dios en los acontecimientos de cada día, y permanezcamos siempre en actitud de agradecimiento.

(B)

Es frecuente que en momentos de crisis y de cambios, las personas tendemos a subrayar lo negativo y nefasto, al mismo tiempo que olvidamos lo que de positivo y bueno hay en la vida de los pueblos.
Las nuevas generaciones no creen en el pasado. Los valores del pasado sufren un derrumbamiento espectacular. Parece que nuestros padres y abuelos no han sabido hacer casi nada realmente constructivo y válido.
Pero, al mismo tiempo, no pocos adultos sufren y se angustian ante el momento presente, porque están plenamente convencidos de que «su» época fue la mejor. Se diría que para ellos no hay nada positivo y bueno en el momento actual.
De esta manera, y por razones diversas, podemos estar creando entre todos una sociedad de personas descontentas y amargadas, incapaces de valorar, agradecer y disfrutar lo bueno, grande y positivo que hay también en nuestras vidas.
Esta sociedad nuestra necesita escuchar la llamada de Jesús al agradecimiento. Los hombres y las mujeres de hoy necesitamos recordar que el hombre no puede ser humano sin ser agradecido. No posee otra posibilidad de afirmarse como hombre sino la de saber acoger con agradecimiento todo lo que va recibiendo en la vida.
Y la razón es sencilla. El hombre no puede darse nada a sí mismo sí no es a partir de lo que recibe de los demás.
No nos damos la vida a nosotros mismos, ni la inteligencia, ni las fuerzas, ni la salud, ni el vivir diario. La persona sólo es capaz de aprender a hablar, desarrollarse, trabajar, relacionarse y construir su propia personalidad a partir de lo que recibe de los demás.
Por eso estamos llamados a ser agradecidos.
Es bueno pararse a reconocer todo lo bueno que vamos recibiendo en la vida, y ser agradecidos con el pasado y el presente. Saber agradecer los esfuerzos y trabajos de las generaciones pasadas, y las inquietudes y luchas de las presentes. Agradecer la historia que desde atrás nos sostiene y nos impulsa hacia un futuro mejor.
Agradecer la naturaleza, los acontecimientos que tejen nuestra vida, las personas que nos acompañan, nos quieren y nos hacen más humanos. La queja dolorida de Jesús ante los nueve leprosos que se apropian de la salud sin que se despierte en su vida el agradecimiento y la alabanza entusiasta, nos tiene que interpelar.
¿No ha vuelto nadie sino este extranjero para dar gloria a Dios? Cuando únicamente se vive con la obsesión de lo útil y lo práctico, ordenándolo todo al mejor provecho y rendimiento, no se llega nunca a descubrir la vida como regalo.
Cuando reducimos nuestra vida a ir «consumiendo» diversas dosis de objetos, bienestar, noticias, sensaciones, no es posible percibir a Dios como fuente de una vida más intensa y gozosa.
Cuando nos pasamos la vida dominando a las personas, estrujando las cosas y manipulándolo todo, nos hacemos incapaces de contemplar la existencia como un don del Creador.
Pero hay otro modo de vivir distinto. Vivir como personas agradecidas.

(C)

Se volvió alabando a Dios Lc 17, 11-19

Es una contradicción. Enseñamos a los niños a decir «gracias», al tiempo que les fabricamos un mundo donde apenas cabe esta palabra. Un mundo que funciona movido por el dinero, la obligación o el interés. Y es claro que, cuando todo se vende y se compra, queda poco sitio para la gratitud.
El mismo regalo se ha convertido muchas veces en «gesto social programado por los grandes almacenes donde se vende de todo menos gratuidad» (J.A. García-Monge). Los verdaderos regalos, pequeños o grandes, nacen siempre allí donde hay amor sincero entre las personas, más allá de lo establecido y de lo obligatorio.
No es extraño que en un mundo así «dar gracias» se haya convertido para bastantes en un mero signo de educación. Nunca dicen gracias de verdad. No saben agradecer la vida ni el amor y la bondad de las personas. No saben agradecer a Dios. Para sentir agradecimiento, la persona tiene que superar ese egocentrismo infantil de quien se cree que todo le es debido. Hay que reconocer lo gratuito, lo que estamos recibiendo como puro regalo, lo que no es fruto de nuestros méritos.
En realidad, sólo agradece de verdad quien sabe captar en su vida el amor, no en abstracto, sino encarnado en pequeñas experiencias de cada día. Ese amor que se esconde en el interés que alguien se toma por nosotros, en la amistad sincera de quienes nos quieren bien, en el apoyo y la ayuda desinteresada que se nos ofrece.
Sin duda, es mucho lo que debemos a muchas personas; pero, ¿a quién agradecer el amanecer de cada mañana o la respiración que nos mantiene vivos?, ¿a quién dar gracias por el ser, el bienestar interior o la alegría de vivir? Al creyente no le basta dirigir su acción de gracias a «la vida» en abstracto. Su agradecimiento se eleva hasta su Creador y Padre, fuente y origen de todo bien. Se ha dicho con razón que para el ateo auténtico es un problema sentir la necesidad de dar gracias y no saber a quién.
Según el relato evangélico (Lucas 17, 11-19), sólo uno de los leprosos curados vuelve a Jesús dándole gracias y alabando a Dios. Es conocida la queja de Jesús: «¿No ha vuelto más que este extranjero para alabar a Dios ?» ¿Serán siempre tan pocos los que vivan dando gracias por el regalo de la vida?
Al creyente que no le nace nunca de dentro la alabanza y el agradecimiento a Dios le falta algo esencial. Su fe necesita descubrir que la primera actitud ante la bondad y la grandeza de Dios se encierra en esa sencilla palabra: «Gracias.» Lo mismo que a los niños, ante el regalo de la vida alguien nos tendría que advertir: «¿Qué se dice?»

(D)

Sólo quien está enfermo sabe lo que es sentir la necesidad de ser curados. Sólo quien sufre el mal de la lepra sabe lo que es querer verse limpio.
Estos diez leprosos conocían lo que era sentirse marginados de todos y tener que vivir fuera de todo poblado y alejados de todos los caminos.

Cuando sienten que es Jesús el que pasa por el camino se ponen a gritar. Digamos que su grito es una oración. O si prefieres, su oración se hace grito. Con frecuencia nos quejamos de que Dios no escucha nuestra oración. ¿No será que nuestra oración es tan bajita que ni nosotros mismos la escuchamos?

El grito es el desgarro del corazón.
El grito es la desesperación en la esperanza.
El grito expresa la profundidad de su esperanza.
El grito expresa la confianza en alguien que puede sanarlos.
El grito expresa la última esperanza.

Hay oraciones muy silenciosas.
Tan silenciosas como la rutina con que las decimos.
Y hay oraciones que van más allá de todos nuestros respetos humanos.
Porque la verdad de la oración no está tanto en lo que decimos, sino en el sentimiento que brota del fondo del corazón.

Es cierto que Dios escucha las oraciones del silencio.
Es cierto que Dios escucha las oraciones que nadie más escucha.
Es cierto que Dios escucha incluso las oraciones que no tienen voz.

Es que el grito no es tanto el volumen de la voz.
El grito es la expresión del ansia y de la fe del corazón.

Y Dios nunca es insensible a esa oración que brota de las entrañas del corazón.
Dios nunca se queda impasible ante nuestros gritos de dolor, de angustia, de sufrimiento.
Es posible que no siempre nosotros percibamos la respuesta de Dios.
Y hasta es posible que con frecuencia sintamos más su silencio que su respuesta.
Sin embargo, hasta el silencio de Dios es respuesta a nuestra llamada.

Nos fijamos mucho en el corazón desagradecido de los nueve. Y no reparamos que todos se hicieron grito de oración o de oración a gritos. Y sin embargo, es oración que por encima de los respetos humanos, y por encima de lo que los demás pudieran pensar, ponen toda su confianza en Jesús. La oración jamás queda vacía de respuesta. La verdadera oración que sale y brota del corazón siempre encontraré eco en el corazón de Dios. Por eso, Señor:
Aunque sienta que no me escuchas. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que estoy perdiendo el tiempo. Yo seguiré orando.
Aunque no me des lo que te pido. Yo seguiré orando.
Aunque no me abras la puerta cuando yo quiero. Yo seguiré orando.
Aunque no encuentre cuando yo deseo. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que tú no me amas. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que tú no me haces caso. Yo seguiré orando.
Aunque me grites desde dentro que estas dormido. Yo seguiré orando.
Aunque me digas desde dentro que no es hora de levantarte. Yo seguiré orando.
Aunque me digas desde dentro que no te fastidie. Yo seguiré orando.
Aunque sienta que nadie responde desde dentro. Yo seguiré orando.
Aunque no sienta nada cuando estoy hablando contigo. Yo seguiré orando.
Aunque mi fe se tambalee. Yo seguiré orando.
Aunque mi confianza en ti se debilite. Yo seguiré orando.
Aunque no vea nada. Yo seguiré orando.
Aunque no entienda nada. Yo seguiré orando.

Porque sé que orando, ya estoy cambiando.
Porque sé que orando, siempre me quedará la esperanza.
Porque sé que orando, tú terminarás por hablar.
Porque sé que orando, tú siempre estarás a mi lado aunque no te vea.
Porque sé que orando, aunque mis problemas sigan siendo los mismos, yo seré distinto.
Porque sé que orando, interiormente mi corazón se irá sanando


Oración de los Fieles

(A)

Como decía Jesús, aunque sea por aburrimiento, atiendes nuestras súplicas, haces caso de nuestras peticiones y acudes a auxiliarnos. A cada plegaria decimos: Cambia, Señor, nuestro corazón...

Aquí nos tienes hoy, como hijos suplicantes, para pedirte que no te apartes de nuestro lado, que atiendas a tus hijos más desfavorecidos, que despiertes a los que la vida les ha ido muy bien, para que intercambien y compartan, para que se amen como hermanos. OREMOS...
Queremos pedirte por todos tus hijos que no te conocen, porque nadie te ha presentado, por tantos que viven adorando a otros dioses y por eso tienen una vida mediocre y sin sentido. OREMOS...
Te pedimos por los que te utilizan para oprimir, para hacer guerras en tu nombre, para dividir a las gentes y enfrentarlas. OREMOS...

Tú que eres liberación y entendimiento, tú que haces brotar de nosotros la misericordia, envuélvenos a todos en tu Amor y no nos dejes. Por JNS...

(B)

Discípulos de un Dios que vive entre nosotros, le hacemos presentes estas necesidades: Ayúdanos, Señor.

Para que la Iglesia muestre siempre el rostro de Dios en su actuar concreto en favor de los más necesitados. Oremos.
Para que la paz en el mundo sea una realidad que nazca de nuestra certeza de haber nacido para la felicidad y la concordia. Oremos.
Por todos los gobernantes, para que descubran su misión de servidores, garantizando los derechos de las personas. Oremos.
Para que nuestra comunidad (parroquial) descubra su misión de trabajar entre la gente más sencilla. Oremos.

Oración: Atiende, Señor, nuestra oración y concédenos lo que ahora te pedimos llenos de confianza. Por Jesucristo.


(C)

Agraciados por la misma fe, dirijamos nuestra plegaria a Dios y pidamos que inspire nuestra oración y llene nuestro corazón de agradecimiento.

Todos: Señor, danos tu salvación

Te pedimos que la Iglesia muestre siempre tu rostro misericordioso y sepa defender la causa de la vida allí donde está amenazada de muerte. Oremos...
Te pedimos por los gobernantes, para que descubran el alcance de su función como servicio que garantice el derecho de las personas. Oremos...
Te pedimos por los extranjeros y excluidos; concédeles encontrar hermanos y hermanas que sepan acogerles generosamente y manifestar así que tu amor no conoce fronteras. Oremos...
Te pedimos por todos nosotros para que sepamos agradecer tu amor gratuito amando gratis al prójimo. Oremos...
Te pedimos por nuestra comunidad cristiana, para que sea espacio de salvación y acción de gracias. Oremos...

Bendice con tu gracia los trabajos de los hombres y mujeres de buena voluntad. Por JNS. Amén.

(D)

Llenos de confianza en el Señor, oremos, hermanos y hermanas, por todas las personas y por sus necesidades: Respondemos: Padre, escúchanos.

Para que Dios conceda el espíritu de paciencia y caridad a los cristianos perseguidos por su nombre, y los ayude a ser testigos fieles y verídicos de su Evangelio, roguemos al Señor.
Para que Dios conceda prudencia a los gobernantes y honradez a todos los súbditos, a fin de que se mantengan la armonía y la justicia en la sociedad, roguemos al Señor.
Para que el Señor, el único que puede hacer prosperar el trabajo humano, bendiga los esfuerzos de los trabajadores y haga que la tierra dé frutos abundantes para todos, roguemos al Señor.
Para que Dios no permita que en la hora de nuestra muerte, desesperados y sin acordarnos de él, nos sintamos como arrancados de este mundo; sino que, confiados y con una gran paz, lleguemos a la vida feliz y eterna, roguemos al Señor.

Dios nuestro, fuente y origen de la vida temporal y eterna: escucha las oraciones de tu Iglesia y haz que no busquemos únicamente la salud del cuerpo; que los que nos hemos reunido este domingo volvamos a alabarte por el don de la fe, y que toda la Iglesia sea testigo de la salvación que tú obras continuamente en Cristo, tu Hijo, que vive y reina por los siglos de los siglos.
Amén.


Prefacio...

En verdad es necesario darte gracias,
Señor, por cuantas muestras de amor recibimos de ti.
Esta es una actitud que quieres que cuidemos,
porque en ella se encierra la delicadeza,
el sentirse apoyados;
y como nos gusta funcionar «por libre»
y pensamos que eres un Dios que controla los pasos,
se nos olvida darte gracias
y creemos que eso no va con nosotros.
Pero Tú eres, Señor, el Dios de la vida,
el Salvador, que caminas codo a codo con los hombres, respetando la libertad y sufriendo cuando
andamos por caminos equivocados.
Ayúdanos, Señor, a vivir unidos
y a juntar nuestras voces
a las de todos los grandes de la historia
que te glorifican diciendo:

Santo, Santo, Santo...


Padrenuestro

Lo tremendo de nuestro encuentro contigo es que estamos ya acostumbrados a llamarte Padre, estamos acostumbrados a considerarnos creyentes y la costumbre se convierte en rutina.
Danos fe y sensibilidad y penétranos con tu Espíritu.
Porque eres bueno y salvador, te decimos: Padre nuestro...

Compartimos el pan

Tenemos muchos motivos para ser agradecidos: la vida, la salud, la fe, el Evangelio... Cada comunión es una oportunidad para agradecer. Dichosos los invitados...

Oración

Cristo, he escuchado predicar tu Evangelio
a un sacerdote que vivía el evangelio.
Los pequeños, los pobres,
quedaron entusiasmados.
Los grandes, los ricos,
salieron escandalizados.
Y yo pensé que bastaría con predicar
sólo un poco del Evangelio
para que los que frecuentan las iglesias,
se alejaran de ellas;
y para que los que no las conocen,
las llenaran..
Yo pensé que era una mala señal para el cristiano
el ser apreciado por la “gente de bien”.
Haría falta, creo yo,
que nos señalaran con el dedo,
tratándonos de locos y revolucionarios.
Haría falta, creo yo,
que firmasen denuncias contra nosotros;
que intentaran quitarnos de en medio.
Esta tarde, Señor, tengo miedo.
Tengo miedo porque sé
que tu Evangelio es terrible.
Es fácil, muy fácil
predicarlo,
oírlo predicar.
Es todavía relativamente fácil
no escandalizarse de él.
Pero, vivirlo...
Vivirlo es difícil... Muy difícil


Bendición final

“El agradecimiento es la memoria del corazón”. Una memoria que hemos de intensificar y cultivar como el mejor compromiso de esta Eucaristía con todos los que están a nuestro lado, para hacer nuestra convivencia más feliz. Para ello que la Bendición de Dios Todopoderoso...

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WebJCP | Abril 2007