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sábado, 9 de octubre de 2010

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: MUCHAS GRACIAS


XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 11-19) - Ciclo C
Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Me contaba un día una amiga, de profesión médico y misionera de vocación y compromiso, que al llegar al país donde había sido destinada, cuando ni lengua ni costumbres le eran todavía conocidas, se dio el caso de una enferma, a punto de morir, que precisaba una transfusión de sangre. Pensó ella que era una magnífica ocasión de ser fiel a la llamada de Dios y se ofreció de inmediato. Se salvó la paciente y a los pocos días fue a visitarla, esperaba algún gesto de correspondencia, lo deseaba incluso, para sentir el valor de su fidelidad, pero no recibió ninguna palabra ni gesto de agradecimiento. Se atrevió a comentarlo con una compañera que le explico que, en aquella cultura, no existía la costumbre de dar las gracias. Fue la primera enseñanza que recibió y se dio cuenta de una de las riquezas de nuestra Fe.

Hay sentimientos o costumbres, tan arraigados entre nosotros, que no nos damos cuenta de que son consecuencia de la influencia cristiana que tanto tiempo ha sido la educadora de la población. Hoy en día que se ha puesto de moda denostar al catolicismo, recordando antiguas inquisiciones, olvidando tribunales paralelos en otras confesiones o depravaciones clericales, delitos sin duda, queriendo olvidar que han abundado con más intensidad en otros gremios, será bueno que nos demos cuenta de que el agradecimiento, es un sentimiento humano sembrado, germinado y madurado en sociedades que tal vez no han llegado a ser cristianas totalmente, pero que mediante sus instituciones, sean colegios, orfanatos u hospitales, han recibido su influencia. Reconocerlo nos hace sentirnos ufanos de nuestra Fe, que es saludable y procura “anticuerpos espirituales”, ahora que se ha levantado la veda de caza de católicos.

2.- Observo satisfecho que a los niños, entre nosotros, se les enseña a dar las gracias. Compruebo que pronto aprenden por su cuenta, a decir mío, mío, o para mí. No obstante, sea por convencimiento o por costumbre, todavía se estila entre nosotros el dar las gracias. Casi siempre, hay que reconocerlo, sinceramente: no siempre. Entre los capitostes, de uno u otro gremio, empieza a olvidarse. Si observa uno atentamente nuestra actualidad, no dudará que el cristianismo condena el aborto, las relaciones deshonestas de uno u otro género, la indisolubilidad matrimonial, etc. Y estoy totalmente de acuerdo en ello. Pero me gustaría que también se hablase del agradecimiento, esencial en nuestra religión. Y lo digo porque es el tema de la primera y la tercera lectura de la misa de hoy.

Voy a hacer un paréntesis para comentaros detalles, tal vez anecdóticos, como me gusta dedicaros cada semana. El contexto de la primera narración es la curación de Naamán un ministro sirio, al bañarse repetidamente en aguas del Jordán. Tal vez la inmersión fue un poco más al sur, en aguas del Mar Muerto, que goza de poderes terapéuticos, para enfermedades de la piel, como la soriasis.

3.- Quisiera comentaros dos aspectos. En primer lugar que en aquel tiempo la lepra era muy temida y cualquier alteración de la piel, era interpretada como inicio de la terrible enfermedad. Pero la evolución posterior, podía evidenciar que no lo era. La norma establecida es que, para tener una especie de certificado de buena salud, debían presentarse en el templo de Jerusalén, en un recinto destinado a este respecto, para ser examinados por sacerdotes expertos en la materia. Si habéis visto alguna maqueta o dibujo de cómo era el santuario, el área propiamente sagrada, allí donde solo podían acercarse los judíos, observaréis una plazoleta llamada atrio de las mujeres, en sus ángulos estaban situados unos recintos. Se guardaba en ellos el dinero procedente de las limosnas, la leña para los sacrificios, el aceite para las lámparas o el cuchitril donde eran examinados los que se habían creído contaminados por la lepra, pero que a la postre, no la habían sufrido.

4.- Allí envió el Señor a los diez leprosos por Él curados. El lugar, frontera entre la alta Galilea y Samaria, podría ser la actual Jenín, según antiguas creencias. He estado en ella en dos ocasiones y no recuerdo ningún indicio que lo perpetúe. Observad como Jesús se queja de que los nueve judíos no hayan vuelto a agradecer el favor. Examinaos ahora por si vuestro comportamiento es semejante y deberéis corregiros.

He interrumpido la narración primera y vuelvo con ella. El buen Naamán, al verse curado, como no era judío, no estaba obligado a presentarse a los sacerdotes, pero, hombre de fe y agradecido, quiere obsequiar al profeta Eliseo. Al no aceptar el regalo y referir su agradecimiento al Dios de Israel, le comunica el sirio que va a llevarse a su país unas cargas de tierra, para sobre ellas ofrecer sacrificios. Las nociones religiosas del momento, vinculaban a cada dios con un territorio. Eran monólatras (adoradores de un dios) pero no monoteístas (adoradores de un solo y único Dios). A aquella cultura le faltaba progreso teológico y la enseñanza del pasaje se limita a ensalzar los sentimientos del ministro, como Jesús lo hizo del único leproso que al sentirse curado retrocedió para dar gracias.

No os creáis, mis queridos jóvenes lectores, que es este el único pasaje que reclama la Palabra de Dios este deber. Recuerdo ahora el mandamiento de San Pablo: sed agradecidos, que lo repite por duplicado en su carta a los colosenses.

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WebJCP | Abril 2007