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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para el XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 11-19) - Ciclo C
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sábado, 9 de octubre de 2010

Homilías y Reflexiones para el XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 17, 11-19) - Ciclo C


“TAPONADO EL CORAZÓN”
Publicado por Iglesia que Camina

Siendo todavía Cardenal, Ratzinger escribía: “El que pierde el sentido del agradecimiento tiene taponado el corazón.” Santiago García Lomas, jesuita, comentando precisamente el Evangelio de hoy decía: “Vivimos en un mundo en que la gratitud no es moneda corriente. Creemos que todo se nos debe; tenemos derecho a todo y ningún deber.”

Bellas reflexiones para entender este Evangelio de la curación de los diez leprosos. Los diez son curados generosa y gratuitamente por Jesús, pero sólo uno sintió la alegría de verse limpio, y sólo uno se dio vuelta en el camino para “dar gracias por su curación”.

El sentido del agradecimiento es una actitud que manifiesta la nobleza del corazón y el sentido de reconocimiento de los dones recibidos. Tratándose de Dios es más importante de lo que, con frecuencia pensamos porque la mayoría de nosotros siente que Dios tiene la obligación de dárnoslo todo, como si Dios fuese nuestro deudor y nosotros sus acreedores. Por eso somos tan poco agradecidos a Dios. Es más, hasta me atrevería a decir, que muchos se imaginan que nada de lo que recibimos es un don sino algo que nosotros mismos hacemos o nos merecemos. No encontramos de qué agradecer a Dios. ¿Cuántos sabemos por cuántas cosas que tendríamos que dar gracias a Dios cada día?

¿Acaso le agradecemos el don de un nuevo día? ¿O es que pensamos que tenemos derecho a amanecer todos los días por nuestra cuenta?
¿Acaso le agradecemos por los seres queridos que cada día nos arropan con su comprensión, con su amor y su bondad y nos aguantan a pesar de nuestras manías tontas?
¿Acaso le agradecemos el que podamos comer cada día lo suficiente cuando tantos no pueden comer nunca hasta saciar su estómago?

¿Le has agradecido alguna vez a Dios por la esposa que aguanta tus caprichos y tus orgullos y fastidios y a pesar de todo sigue contigo?
¿Le has agradecido alguna vez a Dios por los hijos que te ha regalado y que son como la prolongación de tu vida en la historia?
¿Le has agradecido nos haya dejado el Sacramento de la Penitencia donde cada día podemos limpiar la lepra de nuestras almas con el don del perdón o más bien has visto la confesión como un sacrificio o penitencia que tienes que hacer?
¿Alguien le da gracias cada día de habernos regalado el don de la comunidad que se llama Iglesia, y que a pesar de sus debilidades es para nosotros como nuestro hogar de la fe?

¿No tendremos también nosotros el “corazón taponado”, incapaz de dejar saltar la espuma del champagne de nuestros sentimientos de gratitud?

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PEDIGÜEÑOS MALAGRADECIDOS

Así pudiéramos titular el Evangelio de hoy. Diez leprosos suplican a “gritos” para que Jesús los sane, pero una vez lograda la salud se olvidan de Él y cada uno sigue su camino. Sólo uno regresa para dar las gracias y alabar a Dios por el regalo que ha recibido.

Cuando nos aprieta el zapato todos estamos listos para pedirle a Dios. Pero, luego, cuando nuestros problemas se han solucionado, nos volvemos a olvidar de Él. A nuestra oración le falta la continuidad. Es oración de pedigüeños, no es oración de acción de gracias. Es oración para solucionar nuestros conflictos, nuestra oración tiene luego muy poco de alabanza, reconocimiento.

Sobre todo, pudiéramos decir que nuestra oración tiene poco de continuación de vida. Oramos a Dios, hacemos infinidad de oraciones, pero nuestra vida sigue siendo la misma. Como si a Dios sólo le interesasen nuestras palabras y no nuestra vida. Cristianos que pedimos, pero que no vivimos. Cristianos que pedimos que Dios cambie nuestras condiciones de vida, pero sin que nosotros decidamos luego cambiar nuestra vida.

La oración que no se hace vida es una oración vacía. La oración que no cambia nuestra vida, nuestra fe, nuestra conducta, es una oración manca. Oramos más con nuestra vida que con nuestras palabras. Oramos más con la conversión de nuestro corazón que con los gritos de nuestras palabras que reclaman la salud de nuestros cuerpos.

Con frecuencia, Jesús luego que ha sanado y curado a alguien le dice: “Vete y no peques más.” Porque Dios no es de los que nos quiere sanar a medias. Dios sana nuestros cuerpos, pero quiere que sanemos también en nuestras almas. ¿Qué hacemos con un cuerpo sano y un alma enferma? ¿De qué vale tener buena salud en el cuerpo si luego llevamos dentro un corazón enfermo?

Por eso Jesús se extraña cuando ve regresar a este samaritano curado de su lepra. “¿No eran diez los curados?” ¿Sólo uno es capaz de regresar y dar gracias alabando a Dios? La oración no puede ir por un camino y la vida por otro. Oración y vida tienen el mismo camino de ida y vuelta. Por eso oración y vida caminan juntos. Orar viviendo y vivir orando. Esa es la verdadera oración y la verdadera vida.

Cuando nosotros nos quejamos de que “Dios no me ha escuchado”, es posible que ahí mismo Dios no esté preguntando “tampoco tú has cambiado, sigues siendo el mismo”. No es que Dios nos cobre y ponga precio al don de la sanación, es que Dios nos sana enteros o no nos sana. Sana nuestros cuerpos, pero sanando también nuestras almas.

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CURADOS DE LA LEPRA PERO…

De los diez curados de la lepra, de nueve regresaron a su estatus religioso de antes. Regresaron al régimen de la Ley, no descubrieron la novedad de Jesús y del Reino. Volvieron de nuevo a la Ley que hasta ahora los excluía. Sólo uno, que vivía sin la Ley, sin la religión de la Ley, reconoció el camino de Jesús como camino de liberación, como camino del amor y de la comunión.

¿No es también esta la gran tentación de cada uno de nosotros?
Nos cuesta dejar la religión que nos esclaviza y no reconocemos la religión del amor que nos libera y nos hace libres.

Nos cuesta dejar nuestra vida de pecado, y por más que nos confesemos, regresamos a lo de antes. Tampoco nosotros hemos descubierto que el camino que nos ofrece la conversión es un camino con mayores posibilidades y con mayores esperanzas.

Nos salimos por unos momentos de nuestras esclavitudes, lo justo como para comulgar. ¿Y luego? Luego volvemos a lo de antes. Y así nos pasamos la vida saliendo y entrando y volviendo a salir y entrar.

Como los nueve preferimos la esclavitud a nuestra verdadera libertad. Jesús le dice a este que regresa agradecido: “Levántate, vete, tu fe te ha salvado.” Vete, no solo libre de la lepra que te excluía de la comunidad, sino que ahora eres libre y has encontrado el camino de la salvación.

Todos reclamamos libertad, pero a la vez todos lo pasamos mejor esclavos de nosotros mismos, esclavos de nuestras pasiones e instintos, esclavos de los demás y de lo que hacen los demás. Seguimos prefiriendo la religión de los Diez Mandamientos que la religión de las Ocho Bienaventuranzas.

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SER AGRADECIDOS

El corazón agradecido todo lo ve don y gracia. Somos agradecidos, al menos de palabra, cuando hemos recibido un gran favor. A diario hay tantas cosas que se nos pasan desapercibidas y que sin embargo son sumamente importantes.

Ser agradecidos por el nuevo día que amanece.
Ser agradecidos por poder encontrarnos de nuevo con nuestros.
Ser agradecidos porque hoy puedo respirar y seguir viviendo.
Ser agradecidos porque hoy puedo sentir calor de los míos.
Ser agradecidos porque hoy puedo expresar mi amor a los demás.
Ser agradecidos porque hoy puedo hacer felices a los demás.
Ser agradecidos porque hoy puedo volver a sonreír.
Ser agradecidos porque hoy tengo pan para comer.
Ser agradecidos porque hoy tengo donde trabajar.
Ser agradecidos porque hoy puedo ganar el pan para mis hijos.
Ser agradecidos porque hoy puedo ver el color las flores.
Ser agradecidos porque hoy puedo caminar.
Ser agradecidos porque hoy mi hijito me ha sonreído.
Ser agradecidos porque hoy puedo cantar.
Ser agradecidos porque hoy puedo orar.
Ser agradecidos porque hoy Dios me vuelve a hablar.

Como ves hay infinidad de cosas muy simples, muy sencillas, y que son verdaderos dones y regalos. Sin embargo, ¿sabemos agradecerlas? La vida está llena de pequeños detalles que son los que nos hacen vivir con gozo y con alegría. ¿Verdad que se nos pasan desapercibidas?

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LA FE EN TIEMPOS DIFÍCILES

La fe no es sólo tiempos fáciles, también es para tiempos difíciles como los que nos toca vivir. La Iglesia está atravesando situaciones que le cuestionan, la oscurecen y le crean grandes anticuerpos.

La Iglesia es un misterio de fe, de la presencia de Jesús y del Espíritu santo. Pero la Iglesia tiene un rostro humano, el de cada uno de nosotros. Vemos a la Iglesia a través de las actitudes y comportamientos de los cristianos. Mi santidad da brillo y color a la Iglesia, pero mi pecado oscurece y empobrece y envejece el rostro de la Iglesia. Todos estos problemas que han salido a la luz, de infidelidades sacerdotales que incluso han pasado a los tribunales civiles, han creado una crisis interna dentro de la Iglesia. Esto es doloroso. Tanto más que el pecado de la Iglesia tiene más prensa que la santidad de la Iglesia.

La Iglesia no gana nada escondiendo y ocultando el pecado de sus hijos. El tiempo los va descubriendo y aireando. Esto duele, porque es mi madre. Pero a la vez, es un momento de fe y de esperanza. De fe, para que a pesar de todo yo siga creyendo en ella, y de esperanza, porque esto también ayuda a purificar a la Iglesia. No limpiamos las habitaciones metiendo las basuras bajo la alfombra. Tampoco purificamos a las Iglesia escondiendo sus debilidades humanas. ¡”Oh feliz culpa”, cantamos en la Vigila Pascual! ¿No tendríamos que cantar también hoy, en medio de nuestro dolor, “oh feliz culpa” que obligará a la Iglesia a vivir en una mayor tensión de fidelidad al Evangelio y a Jesús?

La muerte de Jesús parecía su final y terminó siendo el gran comienzo pascual. Tengo fe que de toda esta crisis, la Iglesia salga golpeada sí, posiblemente con grandes moretones, pero también renovada. Todo dependerá de nosotros. No son momentos de abandonar la fe, sino fortalecerla, avivarla y vivirla.

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LO BUENO NO HACE RUIDO

Hay un proverbio que dicen que es chino: “Miles de árboles creciendo sacan menos ruido que un árbol podrido que se cae.” Una gran verdad. De miles que se portan bien nadie se entera porque no sacan ruido. Pero uno que mete la pata y se hace tanto ruido que se publicita en todo el mundo.

Hablar bien de los demás no hace ruido, se queda en el grupo.
La murmuración hace demasiado ruido, inmediatamente se enteran todos.
Miles que viven fieles en su matrimonio, no hacen ruido.
Uno que es infiel se entera todo el mundo.
Miles de sacerdotes que viven con gozo su vocación y su celibato, no sacan ruido alguno. Casi nadie se da por enterado.
Pero uno que haga un disparate y sea infiel a su compromiso celibatario, sale en todos los periódicos y radios y TV y corrillos de gente. Además, lo proclamamos en voz alta para que todos se enteren.
Por eso también las malas noticias salen en primera página, mientras que las buenas noticias se publican en letra pequeña.

¿Cuándo será que lo bueno tenga mejor prensa? ¿Cuándo será que la bondad de la gente tenga más comentarios y admiración en las reuniones de amigos?

Personalmente tengo por principio que “es preferible equivocarse hablando bien que acertar hablando mal”. Porque el que habla bien demuestra la bondad de su corazón, en tanto que hablar mal, aun teniendo razón, siempre pone de manifiesto la pobreza de nuestro corazón.

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WebJCP | Abril 2007