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MISIONEROS EN CAMINO: Evangelio Misionero del Dia: 25 de Otubre de 2010 - SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
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domingo, 24 de octubre de 2010

Evangelio Misionero del Dia: 25 de Otubre de 2010 - SEMANA XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 13, 10-17

Un sábado, Jesús enseñaba en una sinagoga. Había allí una mujer poseída de un espíritu, que la tenía enferma desde hacía dieciocho años. Estaba completamente encorvada y no podía enderezarse de ninguna manera. Jesús, al ver la, la llamó y le dijo: «Mujer, estás sanada de tu enfermedad», y le impuso las manos.
Ella se enderezó en seguida y glorificaba a Dios. Pero el jefe de la sinagoga, indignado porque Jesús había sanado en sábado, dijo a la multitud: «Los días de trabajo son seis; vengan durante esos días para hacerse sanar, y no el sábado».
El Señor le respondió: «¡Hipócritas! Cualquiera de ustedes, aunque sea sábado, ¿no desata del pesebre a su buey o a su asno para llevarlo a beber? Y esta hija de Abraham, a la que Satanás tuvo aprisionada durante dieciocho años, ¿no podía ser liberada de sus cadenas el día sábado?»
Al oír estas palabras, todos sus adversarios se llenaban de confusión, pero la multitud se alegraba de las maravillas que Él hacía.

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

La historia de la mujer encorvada
“Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años”

Lucas, el evangelista de la misericordia, no regala hoy la espléndida página de “la curación de la mujer encorvada”.

¿Qué es lo propio de esta página del evangelio de Lucas? Hay personas que están fuertemente en desventaja, personas a las cuales se les presta poca atención y que son abandonadas cruelmente a su destino. Mientras enseña en la sinagoga, un sábado, Jesús es el único que se fija en aquella señora a la que ya todos estaban habituados a ver con su defecto físico y es el único que le expresa su interés por su bienestar.

El relato, después de una introducción (13,10-11), expone el milagro (13,12-13) y luego las reacciones frente a él (14,14-17). Vamos a detenernos hoy en las primeras dos partes.


1. El defecto de la señora (14,11)

“Había una mujer a la que un espíritu tenía enferma hacía dieciocho años; estaba encorvada y no podía en modo alguno enderezarse”.

Lo que la mayor parte de la gente considera normal y que difícilmente alcanza a apreciar, le fue negado a esta mujer: el caminar erguida. Dondequiera que vaya, ella lleva consigo su propio sufrimiento. No puede liberarse, debe resignarse. Con estas características, esta mujer representa la multitud de personas que tienen algún defecto físico permanente.

A una persona con un defecto físico le son negadas muchas ventajas de las gozan los sanos. Experimentan discriminación de diverso tipo: no siempre pueden casarse, no son acogidas como miembros con pleno derecho en la comunidad, son vistas como disminuidas.

Y a este daño social se le agrega el peso sicológico; ellas se preguntan: ¿Por qué me pasó a mí? ¿Por qué tengo que cargar con este mal toda la vida? Además, mientras los demás le dan gracias a Dios por estar bien, por no tener defectos físicos, ¿qué le puede decir a Dios una persona de éstas al lado de uno en la Iglesia?

2. La misericordia de Jesús (12,13ª)

Siguiendo el hilo del texto veamos el comportamiento de Jesús:
(1) Jesús la “ve” (14,12a).
(2) Jesús actúa frente a ella espontáneamente, no se hace rogar, y entra en contacto con ella llamándola donde él (14,12b): “Y la llamó”.
(3) Jesús la “libera” (14,12c) de su enfermedad. Lo hace (a) con la Palabra y (b) con la imposición de manos.

Jesús obra no solamente con la palabra (“estaba enseñando en la sinagoga”, 14,10), sino también con la acción. Y sus acciones son liberadoras no solamente en aquellas grandes situaciones en la que todos están de acuerdo que las cosas no andan bien, sino también en los pequeños detalles de los cuales la mayoría no se percata, sino únicamente quien lo sufre.

Pues bien, a la mujer encorvada, quien llevaba dieciocho años en esa posición, más bajita que los demás, quien debía mirar a los demás siempre de abajo hacia arriba y de reojo, a ella Jesús la sanó reinsertándola completamente en la vida normal.


3. La alabanza festiva de la mujer (14,13b)

“Y al instante se enderezó, y glorificaba a Dios”.

Erguida, la doña comienza a alabar a Dios. Con una festiva acción de gracias y alabanzas, ella proclama que en ella obró la mano de Dios. ¡Qué manera tan bella de acoger la curación!

El sábado era un día de alabanza por las acciones liberadoras de Dios con su pueblo, y para esto se reunían en la sinagoga. La mujer sanada ahora puede participar completamente en el culto sinagogal y con motivos propios: ha sido liberada de su esclavitud (“un espíritu la tenía sometida”, v.11).

Hay un dicho de san Agustín que dice que una persona “recta” es solamente aquella que dirige la mirada hacia Dios y se orienta según su voluntad. Quien se orienta hacia el propio egoísmo, está replegado sobre sí mismo y es una persona encorvada. Probablemente esta mujer ya debía ser “recta” en la presencia de Dios, pero por medio de la ayuda que recibió de Jesús ahora lo será mucho más (sugiero conectar con la parábola sobre la mujer en los versículos 20-21).

En fin, estamos ante un relato que merece ser leído muchas veces. Jesús hizo con prontitud y benevolencia lo que ningún otro podría haber hecho por una mujer doblemente discriminada. Claro que nosotros podemos continuar las actitudes y la obra de Jesús, nosotros podemos “enderezar” a quienes están curvados y sacarlos de su sufrimiento, si permitimos que ellos encuentren en nosotros una benevolencia sincera y cordial como la de Jesús y si les abrimos todos los espacios para insertarlos de la mejor manera posible en la vida ordinaria. ¿No le parece?


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Qué pasos da Jesús en la curación de la mujer encorvada?

2. ¿Cómo aparece el problema del “mal” en este relato?

3. ¿Qué nos sugiere este pasaje para nuestro ejercicio cotidiano de la misericordia?

“Ámala cual merece bondad inmensa;
pero no hay amor fino sin la paciencia”
(Santa Teresa de Jesús)

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WebJCP | Abril 2007