LUGAR DE ENCUENTRO DE LOS MISIONEROS DE TODO EL MUNDO
MISIONEROS EN CAMINO: Estuve preso y me visitaste
NO DEJES DE VISITAR
www.caminomisionero.blogspot.com
El blog donde encontrarás abundante material para orar y meditar sobre la liturgia del Domingo. Reflexiones teológicas y filosóficas. Videos y música para meditar. Artículos y pensamientos de los grandes guías de nuestra Iglesia y Noticias sobre todo lo que acontece en toda la vida eclesial
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

domingo, 24 de octubre de 2010

Estuve preso y me visitaste


Publicado por Esquila Misional

Hoy en día, hablar de la atención pastoral en las cárceles es una forma de sensibilizar a los lectores sobre la magnitud de esta tarea y una obligación de informar, contra todo prejuicio, sobre la nobleza y desafíos de esta actividad. Soy misionero y sacerdote, y mi experiencia de algunos años como capellán de una prisión me motiva a escribir sobre la importancia de mantener viva la pastoral penitenciaria.
Atender a los presos no es labor sencilla. Cuando digo a la gente que trabajo en la prisión, algunos se muestran interesados, otros, más escépticos, me preguntan «si vale la pena trabajar por alguien que probablemente “no tenga remedio”», algunos más, incluso, se ponen a criticar a la Iglesia, diciendo que «con esta labor se apoya a delincuentes».
La pastoral penitenciaria es una llamado al anuncio del Reino de Dios en medio de aquellos grupos marginados de la sociedad que han ido perdiendo la esperanza, pues, en su mayoría, los presos son personas que provienen de estratos sociales pobres, y muchos de sus «crímenes» fueron cometidos en el mismo contexto de exclusión social y económica. Así, este ministerio es y seguirá siendo parte fundamental en el servicio misionero de la Iglesia.


Pastoral penitenciaria, misión de la Iglesia

En esta época violenta en donde la criminalidad crece, se abren debates sobre la necesidad de reforzar el sistema carcelario, de recrudecer las penas, incluso, de considerar la aplicación de la pena capital para delitos como el asesinato con violencia y el secuestro. Más allá de discutir sólo sobre derechos humanos, es necesario reflexionar sobre la forma como percibimos a quien ha delinquido; todo es cuestión de enfoque. Por ejemplo, la apreciación sobre alguien que afectó a mi familia o a mí, muy probablemente será de rechazo; en tanto que, la concepción cambiará si el acusado es un familiar mío. Mientras los familiares de los presos tratan de justificarlos y apoyarlos, las familias de las víctimas piden un castigo ejemplar y nada de compasión para los mismos.

Medir la culpa de una persona es sumamente difícil, por eso, algunos procesos penales tardan años en resolverse. Para la pastoral penitenciaria es esencial trabajar en la experiencia de culpa de quien ha cometido un error grave en su vida, pero también tratar de concientizar a los demás sobre el contexto de los reclusos. En este sentido, se ofrece una meditación en torno a la cárcel: «La realidad de los presos, es decir, de aquellos que cometieron “un error” en su vida, puede ser la realidad de cualquiera de nosotros». Más, si se proviene de un historia familiar difícil, como es el 90 por ciento de los casos. Con esta dinámica comenzamos a entender mejor cada una de las historias de los encarcelados.

Tres casos
1. Una joven mujer acusada de homicidio. El crimen fue cometido contra su propio bebé de 9 meses... Hasta hace poco, «Alina» era una joven madre que cumplía sus deberes, trataba de mantener bien su hogar, etcétera. Su esposo la acusaba falsamente de infidelidad y comenzaba a aterrorizarla con mayor frecuencia. Ella decidió dejarlo y se fue con su pequeño hijo a vivir sola. El esposo empezó a presionarla y amenazarla, incluso con quitarle al bebé si no regresaba. Fue tanta la presión, que una noche, bajo una crisis de nervios, ella asfixió al bebé con una almohada... Ahora, su vida quedó destrozada.

2. Un joven padre de familia encontrado culpable y sentenciado a cinco años de prisión por robo a mano armada. Él relata cómo fue empeorando su situación económica. A sus muchas deudas, se acumularon problemas laborales, pues debido a sus distracciones y retardos, la empresa empezó a reducirle horas de trabajo ocasionándole un gran recorte salarial. Por miedo a «caer» en la escala social, y a «hacer el ridículo» en una sociedad donde el éxito personal va de la mano con el laboral, decidió poner fin a sus presiones. Un día compró una pistola en el mercado negro para asaltar una gasolinera. La noche del asalto cometió muchos errores; por lo que no fue difícil arrestarlo. Detrás quedó su mujer y tres hijos, mientras él purga su condena. En su conmovedor relato, lo primero que lamentó fue haber causado miedo a las personas que asaltó, incluso me pidió que llevara sus disculpas.

3. Amed, un joven inmigrante de 17 años preso por tráfico de drogas. Salió de su patria a los 15. Allá, en la miseria de su país, dejó a sus padres enfermos y a cinco hermanos menores. El «sueño» empezó bien al entrar sin problemas a un país de Primer Mundo. Intentó enrolarse en algún trabajo, pero sin documentos no lo consiguió. Un día, alguien le ofreció cerca de cien dólares a la semana por transportar pequeñas cantidades de droga de un lugar a otro. Él aceptó. Todo «iba bien» hasta que cayó en una redada policial junto con otros seis compañeros. Él me dijo que quería salir y regresar a casa a ver a sus padres, con quienes no tenía contacto, pues al encontrarse en proceso de investigación no podía enviar o recibir cartas; temía que sus familiares pensaran que había muerto. Me ofrecí a escribir a su familia para tranquilizarla, y un mes después, recibí la respuesta con la petición encarecida de no dejar a su hijo solo. El abogado que hasta ahora ha llevado su caso dice que él purgará por lo menos dos años más en prisión.



¿Todos somos culpables?
Si reflexionamos estos casos, nos damos cuenta que es difícil hablar de «culpa total» en una persona. Existen muchos factores para que alguien delinca. En realidad casi todos los presos que conocí no sólo eran culpables, sino en gran parte víctimas.

El sistema de justicia y penitenciario que tiene como base la rehabilitación en un Centro de Readaptación Social (CERESO), es cuestionado al constatar que, en realidad, gran parte de los ingresados no se rehabilitan, incluso, hay quienes comentan con malicia: «En la cárcel, si no eres delincuente, te hacen». Nos preguntamos también si el hecho de penalizar más que de prevenir el delito en la mayoría de los Estados modernos sea lo mejor, pues claramente vemos que cuanto más destruido está el tejido social y familiar, el número de crímenes es mucho mayor. Por ejemplo en México, donde últimamente muchos jóvenes se enrolan en organizaciones delictivas simplemente porque, para la gran mayoría de ellos, no hay otra opción. Olvidados, sin escuela (sólo cinco por ciento de los hijos de la clase obrera accede a la educación universitaria) y sin trabajo, merodeando por las calles, muchos no encuentran otra alternativa que meterse a la dinámica del «dinero fácil» a través del crimen.

Por otra parte, no es lo mismo estar preso en alguna cárcel del Primer Mundo que en un país pobre. Por ejemplo, si alguien está preso en Austria (donde viví algunos años) tendrá acceso a una alimentación que incluye hasta tres tipos de menú: uno basado en vegetales y cereales, si se es vegetariano; aquel que no incluye carne de cerdo, si por motivos religiosos no se puede comer; y el menú estándar, que incluye de todo... En cambio, en cárceles de otros países no sólo se sirve comida de muy mala calidad, sino que incluso a veces es tan escasa y deplorable, que no hay otra opción para los presos que comprar su comida en el «mercado negro de la prisión».

Otro problema en las cárceles del Tercer Mundo es el hacinamiento. Por ejemplo, en la Ciudad de México hay prisiones construidas para 4 mil 800 reclusos, sin embargo están habitadas por 12 mil de ellos, por tanto, celdas con capacidad para cuatro personas están ocupadas hasta por 30. Es común e irónico escuchar que las condiciones de vida en penales de países subdesarrollados forman parte de la condena, además de su función «correctiva».



Reencuentro consigo mismo, con Dios y con los demás
El equipo de pastoral penitenciaria es considerado uno de los muchos agentes que atienden a los presos en su proceso de reintegración a la sociedad. En los reclusorios hay médicos, psicólogos, abogados, trabajadores sociales y, desde luego, guardias de seguridad. Para nosotros está claro que debemos construir nuestra identidad: ¿Quiénes somos?, ¿cuál es nuestra oferta?, ¿cómo debemos trabajar? Es importante distinguir nuestras tareas de otras realizadas en prisión, por eso, para establecer nuestra «carta de identidad» primero estableceremos lo que no somos para definir después lo que sí somos.

No somos psicólogos porque no ofrecemos una terapia a los presos ni establecemos su perfil criminal para determinar si al delinquir estaban en sus cinco sentidos o no; no somos trabajadores sociales, pues no podemos permitir llamar la atención de los presos sólo por el aspecto material, mucho menos queremos comprar su participación en los servicios religiosos por medio de dinero o regalos; tampoco somos abogados porque no resolvemos cuestiones legales, tarea de por sí muy técnica y complicada.

En cambio, somos personas que creemos en la infinita misericordia de Dios y queremos hacer sentir esa compasión en aquellos que la necesitan; somos acompañantes en el camino de reconciliación entre la persona presa y Dios, por eso el sacramento de la confesión es tan importante; somos personas que se han sentido llamadas por el amor de Dios y que, aún a pesar de nuestros errores, queremos compartir esa alegría que sólo viene del encuentro con Cristo Resucitado; somos gente que queremos ver más allá de la simple realidad de «estar encerrado» como una carga imposible de llevar, pues pensamos que el concepto de libertad de la persona es muy amplio y no se agota con el simple hecho de andar libre por la calle, sino que significa aceptar la verdad de sí mismo y vivir en ella; ser libre es aceptar las heridas propias, el mal causado a los demás, arrepentirnos y pedir la gracia de conocernos, pues como dice Jesús: «conocerán la verdad y la verdad los hará libres» (Jn 8, 32).

Para lograr esto, trabajamos mucho en la aceptación de sí mismo. Se hace una evaluación de la propia historia, se intenta reconstruir la dignidad, y si es posible, la de aquellos a quienes lastimaron, pues el proceso de recuperación de una preso inicia con aceptar lo que en realidad ocurrió y qué fue lo que lo llevó a cometer ese error. Por último, creemos que la vida de un ser humano nunca está perdida, y que hasta el momento final de la existencia en este mundo podemos volver al camino del bien. Si no creyéramos que los presos son personas con dignidad, nuestro trabajo no tendría sentido.

La pastoral penitenciaria tiene un gran papel en la reintegración de la persona a la sociedad, y ésta última debe ayudar para que esta readaptación se dé con mayor facilidad. Trabajamos en la sociedad para sensibilizar a las personas sobre la importancia de aceptar a quienes alguna vez fallaron en la vida, para que, después de haber pagado su condena, se reintegren.

Es un hecho, cuando una persona deja la cárcel es muy difícil que sea aceptada en un trabajo o grupo, ya que por muy pequeño que haya sido el crimen cometido, el haber pisado la cárcel la descalifica de facto ante los demás y automáticamente se le considera sospechosa. Aún recuerdo una de las eucaristías dominicales en la prisión, en donde hablando sobre el «miedo», preguntaba a los reclusos cuál era su temor más grande. Sin titubear, uno de ellos respondió que su mayor miedo era que al estar fuera no encontrara trabajo ni la aceptación social, lo cual, según mi experiencia, es tan triste como real.



Comenzar de nuevo
Recuperar la confianza es la primicia de la pastoral penitenciaria. Una vez que la persona vuelve a sentir que los demás creen en ella, aún sin ser perfecta, es posible comenzar de nuevo. De hecho, poder acercarse nuevamente a Dios, hacer oración, encender una vela (incluso por las víctimas) no se convierte en un acto de ironía, sino en arrepentimiento sincero por lo que se hizo y deseo de reparar, en la medida de lo posible, el daño cometido.

Es preciso actuar en todos los ámbitos: social, familiar y parroquial, para sensibilizar a la gente sobre el valor de la libertad, y recordarles que quien comete crímenes, se llena de bienes materiales de manera ilícita, pero nunca podrá ser y vivir libre. Pensemos en tantos enrolados en los cárteles de la droga, quienes quizá ostentan lujo y poder, pero que todos los días viven con «miedo en la nuca», sabiendo que cualquier minuto puede ser el último. Por eso, la libertad es un don precioso que proviene de vivir en el bien y la verdad.

El trabajo de prevención del delito también es una tarea de la pastoral penitenciaria, esto se logra al visitar escuelas, hablando en barrios conflictivos, invitando a las personas a alejarse del mal y acercarse a Dios. Así estaremos dando buen servicio a la sociedad y haremos ver que es posible vivir los valores del Reino de Dios, como la paz, el amor, la libertad, el respeto, la buena convivencia y el interés por los más débiles, ya desde la Tierra.

Asimismo, esta pastoral debe recuperar espacios poco atendidos o descuidados dentro de la prisión, como el acompañamiento espiritual del personal que la atiende, llámese administrativo o de seguridad. Especialmente con este último, para que intenten «suavizar» el trato con los presos y convenzan a otros custodios de creer en la posibilidad de recuperación de una persona. No es tarea fácil, ya que debemos comprender la desesperación y reciedumbre que experimentan los custodios, debidas a la gran tensión a la que son sometidos constantemente, pues, además de ser vistos con «ojos de odio» por los presos, algunas veces se convierten en los portadores directos de sistemas carcelarios injustos. El trabajo con personal de la prisión es un aspecto que debe cultivarse, ya que de una buena colaboración entre guardias y presos también dependerá, en parte, el proceso de reintegración de un recluso a la sociedad.

Algunos modelos a seguir
Por último, quiero manifestar mi agradecimiento a aquellos que han dado su vida al servicio de los presos, algunos incluso, viviendo por años con ellos. Por ejemplo, en México recordemos al famoso jesuita «Padre Trampitas», quien trabajó por mucho tiempo en las Islas Marías y vivió ahí prácticamente «preso con los presos». Y qué decir del padre Manuelito en la diócesis de Torreón, Coahuila, quien hasta ahora es profundamente recordado con cariño no sólo por los presos, sino por el personal del Centro de Readaptación Social (CERESO) de dicha ciudad, y cuyas obras de caridad, como el apoyo económico a los hijos de los presos, daba fuerza para vivir a muchos de ellos. Todos los que han desgastado su vida en este ministerio nos recuerdan que la pastoral penitenciaria es parte esencial del servicio de la Iglesia y, sobre todo, nos manifiesta, con su testimonio, la alegría de recibir algún día el premio del Señor reservado a los que hacen su voluntad: «estaba preso y me visitaste».

0 comentarios:


WebJCP | Abril 2007