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domingo, 10 de octubre de 2010

Evangelio Misionero del Dia: 11 de Octubre de 2010 - SEMANA XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 11, 29-32

Al ver Jesús que la multitud se apretujaba, comenzó a decir: «Ésta es una generación malvada. Pide un signo y no le será dado otro que el de Jonás. Así como Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo será para esta generación.
El día del Juicio, la Reina del Sur se levantará contra los hombres de esta generación y los condenará, porque ella vino de los confines de la tierra para escuchar la sabiduría de Salomón y aquí hay Alguien que es más que Salomón.
El día del Juicio, los hombres de Nínive se levantarán contra esta generación y la condenarán, porque ellos se convirtieron por la predicación de Jonás y aquí hay Alguien que es más que Jonás».

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Escuchar la palabra profética y sabia de Jesús
“Aquí hay algo más que Jonás… y que Salomón”

Quienes pretenden que Jesús haga un signo especial, con la garantía del cielo, como confirmación de su misión mesiánica son llamados el Señor “generación malvada” (11,29ª), porque con esa afrenta declaran abiertamente su incredulidad.

A estos Jesús les responde con el “signo de Jonás”: “No se dará otra señal que la señal de Jonás” (11,19b).

Con ésta frase Jesús está queriendo decir que en su regreso para el juicio final, él aparecerá en su calidad de resucitado de la muerte, así como el profeta Jonás –después de ser expulsado del estómago de la ballena- a los ninivitas; pero entonces será demasiado tarde.

Es así como la predicación de Jesús supera notablemente la de Jonás. Con todo, entre los dos permanece en común el hecho de que no hay otra vía para comprender la grandeza de Jesús sino el poder de su Palabra: ésta permanece como el signo esencial.

Para mostrar la grandeza de su Palabra, Jesús alude además de la historia de la eficacia de la predicación de Jonás a los ninivitas, a la antigua historia de reina negra de Saba y su largo viaje para conocer personalmente al rey Salomón:

1. El episodio del rey Salomón

Este rey fue considerado el gran sabio de Israel, sin embargo quien más lo valoró como tal fue una extranjera, la reina de Saba (la “malkat sheba” de 1 Reyes 10,1, cuyo reino se hallaba probablemente en la región en que hoy se encuentra Yemen). Salomón era tan grande como sabio que su fama a nivel internacional atrajo a esta peregrina.

2. El episodio de Jonás en Nínive

Este profeta, el profeta rebelde, evangelizó la ciudad pagana de Nínive y, contra sus pronósticos, se encontró con que la ciudad pagana le creyó inmediatamente y dio pruebas de conversión. El mismo Jonás se queda sorprendido no sólo con la gente sino con la magnificencia de Dios que quiere salvar y extender su misericordia a los paganos (Jonás 4,1-2).



3. La aplicación didáctica de las dos historias

Con estas comparaciones Jesús interpela a su auditorio para que:

(1) Descubra su grandeza

Jesús dice:
- “Aquí hay algo más que Salomón” (11,31c). La sabiduría de Jesús no tiene comparación (ver Lc 7,35).
- “Aquí hay algo más que Jonás” (11,32c). Ciertamente es un profeta como nunca antes visto (ver Lc 7,16; 24,19).

(2) En consecuencia, escuche con atención su Palabra.

Si la reina del sur, aún sin ser hebrea, tuvo el coraje de ponerse a la “escucha” de Salomón, cuánto más habrá que hacerlo con Jesús. ¡Jesús es el mayor de todos los predicadores! (ver las multitudes que atraía en Lc 4,42; 5,1; 6,17; 8,4; 9,37; 12,1; 14,25; 18,36; 19,48).

(3) Y la escucha de la Palabra los lleve a la conversión

Si el pueblo ninivita no tuvo reparo en escuchar al profeta tembloroso Jonás y, sobre todo le hizo caso, llegando a convertirse (11,32b), cuánto más habrá que tomar en serio la palabra de Jesús y convertirse.

Entonces tres pasos son claros en la experiencia de la Palabra que el Señor propone: (1) reconocer la grandeza de Jesús, (2) escucharlo y (3) convertirse.

Con estos dos casos concretos, Jesús anuncia un juicio: “La reina del sur se levantará en juicio con los hombres de esta generación” (11,31a), “los ninivitas se levantarán en juicio con esta generación y la condenarán” (11,32b). En este contexto se entiende la respuesta de Jesús a aquellos que lo desafían pidiéndole una señal: cuando Jesús aparezca en el Juicio final como el Hijo del hombre (ver 11,30b), entonces esta generación incrédula tendrá que reconocer su error por no haber escuchado a Jesús, un predicador incomparablemente superior a Jonás. Entonces, será muy tarde.


Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón

1. ¿Cómo se relaciona la historia de Jonás con el misterio pascual de Jesús? ¿Qué implicación tiene para los que –en este tiempo post-pascual escuchamos la predicación del Señor?

2. ¿Qué caracterizó el comportamiento de los ninivitas y el de la reina de Saba?

3. ¿Cuál es itinerario interno de una experiencia de la Palabra –en la Lectio Divina- según este pasaje?

Recorriendo un día el interior de la basílica de San Pedro me topé con la imagen de Santa Teresa y me llamó la atención la frase que está escrita al pie de la estatua: “Mater Spiritualium”. Con ello se indica que es “Madre” de las Carmelitas y de los Carmelitas descalzos. Pero la frase me hizo sentir –aún sin ser carmelita- parte de la gran familia, porque sus intuiciones espirituales no son solamente de los carmelitas sino de toda la Iglesia, de todos los que buscan a Dios por los caminos de la oración y de la Palabra. No fue por casualidad que al morir su alegría fue la de poder decir: “Muero como hija de la Iglesia”.

Hoy les pido permiso para hacer un paréntesis en el ejercicio de la Lectio Divina, de manera que podamos asomarnos un poco dentro del mundo oracional de aquella que una vez dijo de Jesús: “¡Bendito sea el que nos convida para que vayamos a beber en su Evangelio!”. En diálogo con un gran conocedor de la espiritualidad carmelitana, me atrevo a proponer las líneas siguientes.

El mundo la conoció como Teresa de Cepeda y Ahumada, ella asumió luego el nombre religioso de Teresa de Jesús. Nació en Ávila en 1515 y murió en Alba de Tormes en 1582 y en 1622 ya había sido canonizada. Es la patrona de los escritores católicos (1965) y Doctora de la Iglesia (1970): la primera mujer, que junto a Santa Catalina de Sena obtuvo este título.

La vida de Teresa –sobre todo su itinerario espiritual- tiene la capacidad de ayudarnos a comprender mejor nuestra aventura espiritual en cuanto “buscadores del Señor”. Lo que ella vivió no lo guardó para sí misma sino que lo compartió en sus iniciativas y escritos, y hoy podemos enriquecernos con ellos.

1. Buscando a Dios

Un hambre muy profunda en el corazón humano

Cuando abrimos la autobiografía de santa Teresa lo primero que nos encontramos es la frase: “Deseaba vivir y no había quien me diese vida...”.

Otro grande, San Agustín, había dicho “Mi corazón está inquieto”; esta verdad permanece como válida: pareciera que el deseo humano será final y completamente satisfecho. Y esto es cierto, nosotros nunca sentiremos que tenemos suficiente porque al igual que Santa Teresa de Lisieux “lo queremos todo”. Y no descansaremos hasta conseguirlo.

Tal como nos hacen caer en cuenta los místicos, estamos hechos para buscar y explorar, anhelar y sufrir hasta que el corazón finalmente encuentre algo o alguien que pueda armonizar o estar a tono con la profundidad de su deseo, hasta que el corazón pueda encontrar suficiente alimento para satisfacer su hambre. Llamamos a este alimento, a esta realización, a esta meta del deseo humano, Dios.

Todos los seres humanos andamos en esta búsqueda. A lo mejor por algún tiempo podríamos negar el deseo o satisfacerlo temporalmente, pero bien sabemos que sigue ahí y que de un momento volverá a surgir.

Darle espacio al fuego interior

Es importante interpretar el deseo ardiente que nos quema por dentro. Eso fue lo que hizo Teresa de Jesús. Para ella era como el agua que Jesús le ofreció a la samaritana. En realidad es más fuego que agua. Este fuego no hace sino acrecentar el deseo. “Mas ¡con qué sed se desea tener esta sed!” (Camino de perfección 19,2).

Si Teresa fundó comunidades de clausura fue para que las monjas pudieran abrirse completamente a la fuerza de sus deseos en una amistad afectuosa con el Señor y entre ellas.

¡Qué gran animadora de la vida espiritual de sus hermanas que era ella! No hacia sino animarlas para que se dejaran seducir por la atracción de sus profundidades, en cuanto sus deseos fragmentados iban encontrando una nueva orientación. No faltaban las escrupulosas, a ellas Teresa le decía que fue Dios mismo quien les puso en el corazón esos deseos profundos y que él mismo los llevaría a su plenitud.

Remontarse hasta la fuente

Teresa fue descubriendo poco a poco que esa corriente profunda de deseo que todos llevamos por dentro es el resultado de que Dios nos ha deseado primero. La Biblia nos enseña que Dios es el primer contemplativo (ver Génesis 1,10.25.31), que nos miró y nos hizo encantadores y atractivos para él.

Entonces, si este deseo proviene de Dios no hay que acabar con él, sino de “transformar todos los deseos para que más y más deseemos lo que Dios desea en esa consonancia del deseo”. Teresa de Jesús consiguió expresarlo en términos simples: “Yo quiero lo que Tú quieres”.

2. La maravilla de comprender que Dios nos amó primero y anda en nuestra búsqueda

Teresa fue comprendiendo poco a poco que Dios siempre había estado presente en su vida. Que uno busca a Dios, pero al final resulta dándose cuenta que a lo largo de todo el camino de la búsqueda es él quien nos ha estado buscando: la presencia de Dios es la gran constante de la vida de uno.

Resultamos ser entonces dos caminantes, Dios y uno, y juntos construimos un único camino de amor. La comunicación se vuelve profunda que llegamos a tener un mismo deseo: nuestro deseo humano participando plenamente del querer de Dios.

Ocurrió en una ocasión que Teresa escuchó interiormente mientras oraba estas palabras: “Búscate en mi”. Ella le preguntó a muchos de sus amigos y directores en Ávila el significado de esas palabras, pero ninguna de sus respuestas le satisfizo. Entonces se a fue a buscar en los evangelios y se dio cuenta que Jesús había aceptado a la Samaritana tal como era. Entonces entendió que Dios viene a nuestro encuentro, que nos acepta tal como somos y que nos acoge en el lugar en que estamos en nuestras vidas.

Esto es genial: ¡Hemos sido aceptados a todo lo largo del camino! El reto que nos queda entonces es que aceptemos la aceptación y permitamos a esa Presencia que nos acepta que nos cambie. Se da así entre Dios y el orante un abrazo mutuo que es el fundamento de la oración. Orar es entrar en esa relación, sin sentir vergüenza, con la confianza propia de los amigos y sintiéndola como el fundamento de nuestras vidas. Bueno es relativamente fácil hablar sobre esto, lo difícil es vivirlo día a día porque generalmente nos cuesta aceptar el abrazo (si bien, lo deseamos).

3. En camino hacia el “centro”

La vida de Teresa no fue fácil. No es que viviera en una burbuja de cristal como para no darse cuenta de todos los obstáculos que le aguardaban en la reforma del Carmelo, los opositores que quisieron llevarla a la Inquisición, el recaudo de fondos para sus conventos y el contrato de obreros, la pastoral vocacional, las relaciones con sacerdotes y obispos (algunos no la apoyaban), los malos caminos de la España de esa época, tener que enfrentar algún litigio en la corte, y así en adelante…

¿Cómo hacía una mujer contemplativa en medio de toda esta barahúnda? Teresa siempre tuvo la convicción de que Dios estaba siempre ahí. Por eso:
“Nada turbe, Nada te espante,
todo se pasa, Dios no se muda;
la paciencia todo lo alcanza;
quien a Dios tiene nada le falta:
Sólo Dios basta”

Sin embargo, captó rápidamente que todos los combates que tenía que vivir diariamente no tenían comparación con las batallas libradas en su vida interior a la hora de la oración: “Escuchar su voz es más trabajo que no escucharla” (Segunda Morada 1,2).

Un camino doloroso pero liberador

Este “entrar en uno mismo”, que no es nada fácil, a Teresa se le parece al entrar en una casa. A veces se cree que las batallas suceden fuera y que dentro todo es armonía. Pero, ¡vaya sorpresa! se da cuenta que su interior está en guerra consigo misma.

Esto no es de extrañar. La oración arroja luz sobre aspectos de nuestra que anteriormente no habíamos examinado. Como lo hace notar Teresa, en la media en que va explorando el interior, las compulsiones, las adicciones, las maneras inauténticas de vivir, el falso yo, y los falsos dioses todos salen a la luz mientras el orante se va afianzando más en la verdad.

Y aunque se puede sentir miedo hasta el punto de querer abandonar el itinerario, Teresa insiste en que “Lo que necesita el alma es conocimiento de sí misma”. Y la puerta a ese conocimiento de sí misma, la puerta al interior del castillo es la oración y la reflexión. Por lo tanto, hay que tener determinación y seguir adelante.

El camino de la oración nos arranca de la superficialidad en que generalmente vivimos. Pasamos buena parte de nuestra vida paseando fuera de casa y en medio de muchos “centros”, fragmentados y dispersos, que esperamos satisfagan los deseos de nuestro corazón. Peso no es más que prologar la sed. La dolorosa batalla que supone entrar en uno mismo a través de la oración es el único camino de darle un giro significativo a la existencia.

El paso más difícil

Hay un momento muy difícil en el itinerario personal de Teresa, que le llega justo cuando su relación con el Señor era más íntima. De repente comenzó a cuestionar todo su itinerario y se preguntaba si todo estaba fundamentado en su imaginación o en la realidad de la presencia de Dios en su vida: será que verdaderamente “¿Hay alguien en casa, en el centro?”.

La cosa se complica cuando se aproxima el final. Equivale a preguntarse: ¿El inmenso deseo de nuestro corazón, el hambre del alma, se verán frustrados al final de todo?

Teresa poco a poco encuentra la respuesta y va resolviendo sus dudas. Su corazón se fortalece en la seguridad de una relación profunda; la consolación la alcanza en lo que identifica como el “desposorio espiritual”. Si bien, Teresa confía más en los signos que provienen del sufrimiento; al fin y al cabo sabe que el auténtico discípulo de Jesús es el que lleva la Cruz y que es a través de ella que surge la vida. Por eso ni construye cruces artificiales ni evade las que le aparecen en el camino. Así aprende a confiar en el, a veces, “oscuro amor de Dios”. Todo camino espiritual es pascual.

4. La meta de nuestra vida es la unión con Dios

Comunión de amor

Una imagen de Teresa bastante difundida es la de la llamada “Transverberación”: cae desmayada en éxtasis cuando un dardo de oro –por mano del ángel- le traviesa el corazón. Esto corresponde a la historia, pero lo importante es que nos recuerda hacia dónde conduce finalmente el camino espiritual: la comunión con Dios en la cual la vida del buscador se hace una sola con la del Amado. Como bien dice: “Hirióme con una flecha / enherbolada de amor, / y mi alma quedo hecha / una con su Criador”.

Comunión de querer

Esta comunión no es solo afectiva sino también de voluntades. De ahí que Teresa diga que el propósito de la oración es conformar la vida con la voluntad de Dios.

El orante está cada vez más en unión con Dios y en él vive su cotidianidad: cada vez más y más se desea lo que Dios desea.


Comunión de acción

Finalmente Teresa nos enseña que el orante llega a un punto en el que ya no está continuamente consciente de su vida espiritual. La interioridad se convierte cada vez menos en un punto de enfoque. Ni Dios le preocupa, porque su modo de vivir expresa su relación con Dios.

La misma Teresa que nos ayuda a descubrir las alturas también nos “aterriza”: si la vida del orante no concuerda con una búsqueda sincera de un obrar en sintonía con Dios, entonces esta es falsa.

Digámoslo de otra manera: si decimos que la meta del amor de Dios es el bienestar de la humanidad, entonces el discípulo de Jesús –en unión transformante con su Señor- vivirá de manera tal que espontáneamente cooperará con el Reino de Dios y prolongará el actuar de Jesús en todo lo que hace en cada jornada de la vida.

Buscando a Dios

“Alma, buscarte has en Mí,
Y a Mí buscarte has en ti.

De tal suerte pudo el amor,
Alma, en mí te retratar,
que ningún sabio pintor
supiera con tal primor
tal imagen estampar.
(…)
Y si acaso no supieres
donde me hallarás a Mí,
no andes de aquí para allí,
sino, si hallarme quisieres
a mí buscarme has en ti.

Porque tú eres mi aposento,
eres mi casa y morada,
y así llamo en cualquier tiempo,
si hallo en tu pensamiento
estar la puerta cerrada.

Fuera de ti no hay buscarme,
porque para hallarme a Mí,
bastará con sólo llamarme,
que a ti iré sin tardarme
y a mí, buscarme has en ti”
Amén

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WebJCP | Abril 2007