Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio
Un restaurante de Chicago, años atrás, tenía en las mesas unos mantelitos de papel diseñados exclusivamente para él.
El texto decía: “En 1923 tuvo lugar una importante reunión en el Edgewater Beach hotel.
Los asistentes fueron:
Presidente de la mayor compañía de acero.
Presidente de la mayor compañía de servicios públicos.
Presidente de la mayor compañía de gas.
Presidente de la Bolsa de Nueva York.
Presidente del Banco Internacional.
El mayor especulador del trigo.
El inversor más grande en la bolsa.
El presidente del mayor monopolio
Un secretario del Presidente de USA, Mr. Harding.
¿Dónde están estos gigantes de los negocios 25 años más tarde?
Charles Schaw murió en la bancarrota.
Samuel Insull murió arruinado.
Howard Hobson terminó loco.
Richard Whitney acaba de salir de la cárcel.
Leon Fraser se suicidó.
Arthur Cutten murió arruinado.
Jesse Livermore se suicidó.
Ivar Kruegar se suicidó.
Albert Fall salió de la cárcel para morir en casa.
Ironías de la vida, muchos epulones no tienen que esperar a la muerte para encontrarse, por la mala gestión de sus negocios, con la cara oculta de su destino trágico.
La parábola del rico epulón de este domingo, historia que Jesús tomó del folclore popular, cierra el círculo de parábolas del evangelio social.
Frente al individualismo religioso, fe como propiedad privada, mi cuenta secreta en el banco del cielo, Jesús nos recuerda que la preocupación y el amor al prójimo y su liberación de todas las esclavitudes es lo esencial de su evangelio.
Como los domingos anteriores Lucas, el evangelista de la misericordia de Dios y de los pobres, nos retrata a un Jesús que denuncia con la fuerza de los profetas el pecado de los poderosos.
Dice Madre Teresa de Calcuta que el mayor pecado de nuestro tiempo es la indiferencia.
Nosotros vemos todos los pobres del mundo en la televisión, el show nos estremece pero no nos compromete de verdad porque no vemos al pobre que tenemos a la puerta de casa.
Tanta información termina por anestesiarnos. Ya no queremos ver más. El rico epulón no era malo, nosotros no somos malos, somos simplemente indiferentes.
La historia de Lázaro y del hombre rico es la historia de una inmensa distancia y de una íntima cercanía.
Cercanía física, sólo una puerta los separa, y sin embargo la distancia de la clase social les hace vivir en universos separados.
Las riquezas, ni buenas ni malas, producen unos efectos secundarios mortales. El gen de la avaricia nos hace creer que sólo el dinero nos ayuda a vivir y a sobrevivir.
El profeta Amós los describe fantásticamente en la primera lectura. Y termina diciendo: “Y no os doléis del desastre de José”.
Los ricos y los menos ricos no se duelen de los millones de Lázaros que pueblan nuestro mundo.
Distancia y cercanía en el aquí y ahora, juzgada severamente por el Dios de la historia.
La distancia en el más allá se describe como “un abismo inmenso para que no puedan cruzar aunque quieran”.
El rico condenado al hades, la soledad y las sombras, Lázaro vive una nueva intimidad en el seno de Abrahán.
La fe es una tremenda complicación personal y social.
La fe es oscura y no necesita milagros.
Tenemos la Palabra de Dios, la comunidad, los amigos…para aprender a vivir humanamente, conectados, socialmente, comprometidos, y cristianamente, agradecidos.
Todos quisiéramos tener sueños y visiones y recibir mensajes del más allá para creer más, tener certeza y aceptar el mensaje sin peros.
Los cristianos tenemos a Moisés y los profetas, tenemos la Palabra.
Hoy, una vez más, se nos recuerda una obligación, la de abrir la Biblia para conocerla y amarla y encontrar respuestas y caminos para vivir nuestra vida personal y social comprometidamente con Dios y con los hermanos.
El texto decía: “En 1923 tuvo lugar una importante reunión en el Edgewater Beach hotel.
Los asistentes fueron:
Presidente de la mayor compañía de acero.
Presidente de la mayor compañía de servicios públicos.
Presidente de la mayor compañía de gas.
Presidente de la Bolsa de Nueva York.
Presidente del Banco Internacional.
El mayor especulador del trigo.
El inversor más grande en la bolsa.
El presidente del mayor monopolio
Un secretario del Presidente de USA, Mr. Harding.
¿Dónde están estos gigantes de los negocios 25 años más tarde?
Charles Schaw murió en la bancarrota.
Samuel Insull murió arruinado.
Howard Hobson terminó loco.
Richard Whitney acaba de salir de la cárcel.
Leon Fraser se suicidó.
Arthur Cutten murió arruinado.
Jesse Livermore se suicidó.
Ivar Kruegar se suicidó.
Albert Fall salió de la cárcel para morir en casa.
Ironías de la vida, muchos epulones no tienen que esperar a la muerte para encontrarse, por la mala gestión de sus negocios, con la cara oculta de su destino trágico.
La parábola del rico epulón de este domingo, historia que Jesús tomó del folclore popular, cierra el círculo de parábolas del evangelio social.
Frente al individualismo religioso, fe como propiedad privada, mi cuenta secreta en el banco del cielo, Jesús nos recuerda que la preocupación y el amor al prójimo y su liberación de todas las esclavitudes es lo esencial de su evangelio.
Como los domingos anteriores Lucas, el evangelista de la misericordia de Dios y de los pobres, nos retrata a un Jesús que denuncia con la fuerza de los profetas el pecado de los poderosos.
Dice Madre Teresa de Calcuta que el mayor pecado de nuestro tiempo es la indiferencia.
Nosotros vemos todos los pobres del mundo en la televisión, el show nos estremece pero no nos compromete de verdad porque no vemos al pobre que tenemos a la puerta de casa.
Tanta información termina por anestesiarnos. Ya no queremos ver más. El rico epulón no era malo, nosotros no somos malos, somos simplemente indiferentes.
La historia de Lázaro y del hombre rico es la historia de una inmensa distancia y de una íntima cercanía.
Cercanía física, sólo una puerta los separa, y sin embargo la distancia de la clase social les hace vivir en universos separados.
Las riquezas, ni buenas ni malas, producen unos efectos secundarios mortales. El gen de la avaricia nos hace creer que sólo el dinero nos ayuda a vivir y a sobrevivir.
El profeta Amós los describe fantásticamente en la primera lectura. Y termina diciendo: “Y no os doléis del desastre de José”.
Los ricos y los menos ricos no se duelen de los millones de Lázaros que pueblan nuestro mundo.
Distancia y cercanía en el aquí y ahora, juzgada severamente por el Dios de la historia.
La distancia en el más allá se describe como “un abismo inmenso para que no puedan cruzar aunque quieran”.
El rico condenado al hades, la soledad y las sombras, Lázaro vive una nueva intimidad en el seno de Abrahán.
La fe es una tremenda complicación personal y social.
La fe es oscura y no necesita milagros.
Tenemos la Palabra de Dios, la comunidad, los amigos…para aprender a vivir humanamente, conectados, socialmente, comprometidos, y cristianamente, agradecidos.
Todos quisiéramos tener sueños y visiones y recibir mensajes del más allá para creer más, tener certeza y aceptar el mensaje sin peros.
Los cristianos tenemos a Moisés y los profetas, tenemos la Palabra.
Hoy, una vez más, se nos recuerda una obligación, la de abrir la Biblia para conocerla y amarla y encontrar respuestas y caminos para vivir nuestra vida personal y social comprometidamente con Dios y con los hermanos.
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