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MISIONEROS EN CAMINO: XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14. 25-33) - Ciclo C: FANS DE JESÚS
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jueves, 2 de septiembre de 2010

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14. 25-33) - Ciclo C: FANS DE JESÚS


Por P. Félix Jiménez Tutor, escolapio

En el verano de 1998 un hombre que vivía en Amsterdam fue a confesarse con su párroco.
“Padre, este es mi pecado. Durante la segunda guerra mundial di refugio a un judío muy rico para salvarle la vida de los Nazis.
El cura le dijo que había hecho una acción que exigía mucha generosidad y valentía y le preguntó: ¿por qué cree que ha cometido un pecado?
“Padre, le exigí que tenía que pagarme 20 gulden por cada semana que estuviera en mi casa”.
La verdad es que no debería sentirse muy orgulloso, pero lo hizo por una buena causa, le dijo el cura.
“Gracias, Padre, por su comprensión, pero tengo una pregunta más que hacerle.
¿Tengo que decirle al judío que la guerra ya ha terminado?

Ser cristiano tiene un precio.

Nuestro hombre quiso hacer el bien pero no al estilo de Jesús sino al estilo de los hombres, es decir, sin renunciar a la avaricia, sin sacrificar nada, haciéndose unas rebajas, queriendo servir a dos señores.

Cuando llega el tiempo de las rebajas los grandes almacenes se llenan de gentes que compran lo que no necesitan simplemente porque está de rebajas.

El evangelio de este domingo comienza así: “En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús”.

La gente de ayer y la de hoy en este aburrimiento vital necesita descubrir una celebridad, alguien a quien admirar y de quien poder hablar.

Muchos seguían a Jesús, la celebridad del momento, por razones equivocadas.

Jesús obraba signos maravillosos, era irreverente en su lenguaje, se acercaba peligrosamente a los marginados, se reía de la ley…y mucha gente le seguía buscando su propio interés.

Jesús tenía todos los ingredientes de una celebridad y los que sólo veían su lado humano terminaron admirando una mera celebridad durante un tiempo y luego se olvidaron de él.

Hoy, en esta cristiandad secularizada, los profesionales de la religión añoran los buenos tiempos, los de ayer, las iglesias llenas, el prestigio del cura, la mucha gente que aparentemente acompañaba a Jesús.

La medida de los hombres es el número, número de fans, número de socios, número de fieles, números de la cuenta corriente…

“Jesús se volvió y les dijo: No puede ser discípulo mío el que no pospone a su familia, el que no lleve su cruz detrás de mí, el que no renuncie a todos sus bienes”.

Jesús se vuelve a sus fans y les grita sus avisos y sus condiciones.

Las celebridades mundanas se contentan con los aplausos y los piropos de sus seguidores. Es muy barato.

Jesús pone condiciones que, a muchos, asustan.

Ser seguidor de Jesús, ser cristiano, seguir el camino, es caro. Tiene un precio.

En la vida cotidiana decimos: Mi familia, Mi dinero, Mi institución, Mi país… Todo gira en torno a Mí, a mi libertad, a mi elección.

Somos poseídos por el yo.

Jesús nos pide relativizar todo lo que es pasajero y adherirnos a lo que es eterno.

El precio a pagar es hacer de Dios el único necesario, el absoluto.

Nada ni nadie es más que Jesús para un cristiano.

Nada ni nadie merece mi absoluta lealtad, sólo Jesús.

Nada ni nadie es digno de todo mi amor, sólo Jesús. “Pero tengo contra ti que has dejado tu amor primero”.

Todo tiene un límite. Sólo a Jesús, si quiero ser su discípulo, no le puedo poner límites. Sólo Él es el primero en la lista de mis prioridades.

La religión en espíritu y verdad es cara. A Jesús le costó nada menos que la vida.

Los seguidores de Jesús, a pesar de nuestra buena voluntad, somos traicionados por nuestro débil y ansioso corazón. El corazón se apega a las cosas, a las personas, al dinero, al propio yo y le cuesta posponer ese falso oropel al Señor Jesús.

Queremos seguir a Jesús sin dejar nada de lo que nos da seguridad.

Los seguidores de Jesús, inmersos en este mundo, respiramos sus valores, admiramos sus ídolos, la cruz se nos antoja dura y monstruosa, vivimos indecisos, amamos los dos por igual y no acabamos de hacer la Gran Elección, elegir a Jesús.

Y a pesar de las exigencias que Jesús impone a sus discípulos, su yugo es menos exigente y da más alegría y libertad que el yugo de la Iglesia.

“Mi yugo es suave y mi carga ligera” lo dice Jesús y es verdad.

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WebJCP | Abril 2007