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jueves, 2 de septiembre de 2010

LA HOMILÍA MÁS JOVEN: CARTA DE RECOMENDACIÓN


XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14. 25-33) - Ciclo C
Por Pedrojosé Ynaraja

1.- Me voy a entretener, mis queridos jóvenes lectores, en comentaros la segunda lectura del presente domingo. Os advierto que en la misa no se lee completa la carta que San Pablo dirigió desde la cárcel a un amigo, pero casi toda. Se ha escogido lo fundamental, recortando inicios y despedidas, innecesarios para la finalidad litúrgica.

La historia es la siguiente. Un señor llamado Filemón tenía un esclavo que un día se fugo de la mansión, llevándose además una cierta cantidad de dinero. Fue detenido y llevado a prisión. Allí se encontró con Pablo. El apóstol entró en contacto con él y, de resultas de esta relación, el esclavo, que se llamaba Onésimo, descubrió la Fe cristiana y se bautizó. Al salir de la cárcel, donde quedó prisionero Pablo, se llevó una carta de recomendación para su amo. Es el texto que recoge, casi enteramente, el fragmento de hoy.

2.- Se deduce por el contexto que el tal Filemón, el amo, era cristiano y precisamente catequizado y bautizado también por Pablo. Lo primero que extraña es que, tratándose de un seguidor de Jesucristo, tuviera un esclavo. Hay que recordar que en aquel tiempo esto era una práctica habitual, aceptada sin remilgos. Como entre nosotros se puede tener dos domicilios, más de un coche y alguno de alta gama o un deportivo, pese a que se viva en ciudad. Vacacionar en un yate de lujo por el Caribe, etc. Ocurren tales comportamientos de cristianos, mientras en tantos sitios del planeta mucha gente se muere de hambre, tantas familias carecen de un techo capaz de aguantar un aguacero, los niños no pueden ir a la escuela, ni siquiera beber agua con la seguridad de que no tendrá bacterias dañinas, ni parásitos. Tantos chicos miran la marca de las galletas que les ofrecen, antes de aceptarlas, tantos exigen que su refresco de cola sea el de su estricta preferencia, los zapatos o la camiseta de marca renombrada. Otro ejemplo más generalizado, es nuestra utilización sin medida, de cosas tan corrientes como la sal o el aceite de oliva, que en ciertos lugares no está al alcance de la gente sencilla. Y vivimos tan tranquilos, como viviría Filemón, él teniendo en su casa al esclavo Onésimo y nosotros consumiendo como buenos burgueses.

Pues bien, Pablo en esta nota, le dice que aquel que se escapó siendo esclavo, él lo reciba como hermano. Que lo que le robó antes de escaparse, no se lo reclame, y que si pretende recóbralo, lo pase a su cuenta personal, en la de él, que recuerde que le debe estar agradecido por sus desvelos que le llevaron a la Fe. Acaba identificándose con el esclavo, ya libre de la cárcel, de tal manera, que le indica que lo reciba como lo haría a él.

3.- Y ahora viene mi comentario personal. A vosotros, mis queridos jóvenes lectores, se os estimula, se os recluta, se os entusiasma con frecuencia, para finalidades de tipo político o social. Sois fáciles de movilizar, dotados como estáis para el idealismo, no sois conscientes de que se os está utilizando para conseguir fines del grupo dirigente. Respondéis con entrega, movilizáis a gente. Consiguen ellos sus objetivos y os dais cuenta entonces de que os han manipulado, que ellos caen en los mismos abusos que quisieron que vosotros denunciaseis. Os quedáis entonces decepcionados, sintiéndoos arrojados, en la cuneta de la historia. Y la sociedad que habíais soñado trasformar, continua con sus injusticias. Y los pobres y marginados, continúan siéndolo. Pablo no acepta la esclavitud y la injusticia que supone, simplemente, no se subleva reventándolo todo. Pretende con su carta de recomendación, que enmiende su actitud individual, poco a poco cundirá el ejemplo.

El Cristianismo apareció en medio del imperio de la Ciudad de Roma, el cristianismo, poco a poco, sembrando de amor y respeto las relaciones entre los hombres, logró la desaparición de la esclavitud, sin que el cambio supusiese revoluciones sangrientas, sin que los promotores se sintiesen manipulados. La gente joven de esta revolución pacífica se llamaba Tarsicio, Cecilia, Jorge, Catalina… No quedaron marginados, ni amargados, ni aherrojados, fueron y son, reconocidos santos.

Y algo más, por si no os habéis dado cuenta. Pablo recuerda a Filemón que su quehacer evangelizador a favor de él, tiene valor. Os pregunto ¿tenéis este sentimiento agradecido por los que os condujeron hacia y en la Iglesia: quien os bautizó, quien os catequizó para prepararos a recibir los sacramentos, quien os perdona, en nombre de Cristo, los pecados, a quien pedís consejo, quien os infunde y exige coraje … ? ¡a tantos debéis sentiros agradecidos y manifestarles vuestro amor por ello!

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WebJCP | Abril 2007