El blog donde encontrarás abundante material para orar y meditar sobre la liturgia del Domingo. Reflexiones teológicas y filosóficas. Videos y música para meditar. Artículos y pensamientos de los grandes guías de nuestra Iglesia y Noticias sobre todo lo que acontece en toda la vida eclesial
La frase es de Cervantes, si mal no recuerdo. Por más que te des cuenta de que te has equivocado, no rectifiques, mantén tu opinión. Se supone que de esa manera mantienes tu coherencia, tus convicciones… aunque, en realidad, lo que estás demostrando es tu estupidez, tu tozudez, tu intransigencia…
Desgraciadamente lo aplicamos con demasiada frecuencia. Hasta hace un tiempo en casa, mi palabra, mi opinión eran definitivas, o casi... Ahora que mis hijos van creciendo, a veces me contradicen con razonamientos serios. Pero con frecuencia prefiero “sostenella…” antes de reconocer mi error, porque pienso que de esa forma perdería autoridad y confieso que esa posibilidad me da miedo.
Eso crea situaciones de conflicto. Más de una vez tengo que pedir perdón, pero mal y a destiempo. Se ve que con el paso de los años no sólo perdemos agilidad física, sino también mental… y el instinto de seguridad, de proteger nuestra posición, de evitar poner en marcha nuestras neuronas para cambiar nuestra forma de pensar se van haciendo más fuertes.
El hecho de que no sólo me pase a mí, no me exime de la necesidad de hacer un serio examen de conciencia.
Si miramos nuestra realidad política pasa más o menos lo mismo. Cada cual mantiene su postura contra viento y marea, aunque en el fondo esté convencido de que está equivocado.
Vivimos tiempos de crisis, es decir, de profundos cambios. Pero nos da miedo el futuro. La economía y la política miran hacia atrás, intentando hacer algunas “reparaciones” que no cambien mucho los sistemas que se han demostrado fracasados, y si se plantean cambios son porque vienen impuestos por un sistema que se niega a rehacerse desde estructuras nuevas.
Pero lo que más me preocupa es que la misma actitud se dé dentro de nuestra Iglesia. Se supone que la Iglesia es una familia. Aunque muchas veces no funcione como tal, los errores “familiares” se suelen dar dentro de la comunidad eclesial. No es un partido político, ni una empresa, pero a veces se guía por los mismos criterios.
Jesús se encontró con una religiosidad que había traicionado la voluntad de Dios; en el templo de Jerusalén al ver las mesas de los cambistas y vendedores afirma: “¿No está escrito ’mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos’? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos”. Estaba firmando su sentencia de muerte.
Jesús busco siempre enmendar lo que veía que era injusto. En ningún momento apostó por sostener la situación, aunque en ello se jugara su propia vida. Para nosotros el “sostenella” sigue siendo criterio prioritario de nuestra actuación.
Como personas y como instituciones no queremos perder nada. Nos negamos a toda forma de “enmendar” la realidad que pueda poner en cuestión nuestra autoridad, que nos lleve a decir cosas distintas a las dijimos ayer, o a reconocer que nuestras “verdades” no son tan absolutas como pensamos.
Aquello de que “el que pierde su vida la encuentra” está bien para leerlo en la Biblia, otra cosa es aplicarlo en nuestra vida de cada día.
A través de la misión nos abrimos como Iglesia a otros pueblos y culturas… si no aprendemos a “perder” lo vamos a tener crudo… como yo lo tengo en casa.
Desgraciadamente lo aplicamos con demasiada frecuencia. Hasta hace un tiempo en casa, mi palabra, mi opinión eran definitivas, o casi... Ahora que mis hijos van creciendo, a veces me contradicen con razonamientos serios. Pero con frecuencia prefiero “sostenella…” antes de reconocer mi error, porque pienso que de esa forma perdería autoridad y confieso que esa posibilidad me da miedo.
Eso crea situaciones de conflicto. Más de una vez tengo que pedir perdón, pero mal y a destiempo. Se ve que con el paso de los años no sólo perdemos agilidad física, sino también mental… y el instinto de seguridad, de proteger nuestra posición, de evitar poner en marcha nuestras neuronas para cambiar nuestra forma de pensar se van haciendo más fuertes.
El hecho de que no sólo me pase a mí, no me exime de la necesidad de hacer un serio examen de conciencia.
Si miramos nuestra realidad política pasa más o menos lo mismo. Cada cual mantiene su postura contra viento y marea, aunque en el fondo esté convencido de que está equivocado.
Vivimos tiempos de crisis, es decir, de profundos cambios. Pero nos da miedo el futuro. La economía y la política miran hacia atrás, intentando hacer algunas “reparaciones” que no cambien mucho los sistemas que se han demostrado fracasados, y si se plantean cambios son porque vienen impuestos por un sistema que se niega a rehacerse desde estructuras nuevas.
Pero lo que más me preocupa es que la misma actitud se dé dentro de nuestra Iglesia. Se supone que la Iglesia es una familia. Aunque muchas veces no funcione como tal, los errores “familiares” se suelen dar dentro de la comunidad eclesial. No es un partido político, ni una empresa, pero a veces se guía por los mismos criterios.
Jesús se encontró con una religiosidad que había traicionado la voluntad de Dios; en el templo de Jerusalén al ver las mesas de los cambistas y vendedores afirma: “¿No está escrito ’mi casa se llamará casa de oración para todos los pueblos’? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos”. Estaba firmando su sentencia de muerte.
Jesús busco siempre enmendar lo que veía que era injusto. En ningún momento apostó por sostener la situación, aunque en ello se jugara su propia vida. Para nosotros el “sostenella” sigue siendo criterio prioritario de nuestra actuación.
Como personas y como instituciones no queremos perder nada. Nos negamos a toda forma de “enmendar” la realidad que pueda poner en cuestión nuestra autoridad, que nos lleve a decir cosas distintas a las dijimos ayer, o a reconocer que nuestras “verdades” no son tan absolutas como pensamos.
Aquello de que “el que pierde su vida la encuentra” está bien para leerlo en la Biblia, otra cosa es aplicarlo en nuestra vida de cada día.
A través de la misión nos abrimos como Iglesia a otros pueblos y culturas… si no aprendemos a “perder” lo vamos a tener crudo… como yo lo tengo en casa.
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