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MISIONEROS EN CAMINO: Palabra de Misión: Hay un solo dinero: el injusto / Vigésimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc. 16, 1-13
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sábado, 18 de septiembre de 2010

Palabra de Misión: Hay un solo dinero: el injusto / Vigésimoquinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc. 16, 1-13



La parábola de hoy es difícil. Quizás, de las más difíciles de interpretar. El material es propio de Lucas; ni Marcos, ni Mateo ni Juan se han atrevido a conservar tamaña historia alabada por Jesús. Entre los comentaristas bíblicos hay diferencias notables de exégesis. Y como veremos más adelante, entre los primeros cristianos también las hubo. De Jesús sabemos, largamente, que no tenía pelos en la lengua, y que las cosas que decía eran hirientes, no en el sentido malicioso (no se decían para generar disgusto de malagana), sino en la verdad molesta que encerraban. Es raro quedar impasible ante los dichos jesuánicos. Son frases de impacto que revelan un orden querido por Dios distinto al orden social establecido casi mundialmente. En Palestina hace dos mil años o en China en la actualidad, de la misma manera el mensaje del Evangelio es una piedra en el zapato del ser humano, y al mismo tiempo es su salvación. Jesús dice cosas que no queremos escuchar, que no deseamos oír. Por eso desconcierta ayer, hoy, y desconcertará mañana esta perícopa. El tema es uno de los tópicos repetitivos en la obra lucana: el dinero. Todo el Evangelio según Lucas tiene una trama continuada que habla de lo económico, y desde allí, de los pobres, de la diferencia entre pobres y ricos, de los publicanos que manejan dinero de impuestos, del orden social establecido por el poder de capital, etc. Para Jesús, el dinero no era una cuestión que debía tratarse sólo en el palacio del emperador, ni tampoco sólo en el templo. El dinero es una cuestión de todos los días, sobre todo cuando escasea. ¿De qué otra cosa se preocupaba el campesino galileo cuando llegaba el momento del tributo? ¿De qué otra cosa se preocupaba el terrateniente cuando tenía en vistas anexar más tierras a sus posesiones? ¿De qué otra cosa se preocupa el sacerdote cuando llegaban las grandes fiestas litúrgicas? El dinero es un tema diario, cotidiano, y para nada separado de la religión. La historia ha demostrado que economía y religión son aliadas o enemigas, pero que difícilmente puedan existir lejos la una de la otra. No han nacido para estar separadas. Alguna larga tradición malentendida ha instaurado, al menos en el ámbito católico, que no es necesario entrometerse en asuntos económicos por una cuestión de pureza; que es mejor ser ignorante de lo que sucede con los impuestos, con los movimientos macro-económicos, con las inflaciones, con las devaluaciones, y tantos otros términos técnicos. De eso no se habla en la Iglesia, así como no se habla de política (supuestamente), ni de sexualidad. La economía, cuando es conveniente, es un tema tabú. Sin embargo, algunos privilegiados integrantes del clero tienen la venia para manejar asuntos de dinero, sacrificándose por el resto del Pueblo de Dios.

Jesús es claro en algo: el dinero, de por sí, naturalmente, es injusto. Donde algunas traducciones dicen “dinero de la injusticia”, en realidad, podría traducirse “injusticia del dinero” o “injusto dinero”. Ese es el concepto. La existencia de una moneda o un papel moneda que determina costos y precios, y que puede almacenarse, modificando el estilo y calidad de vida, es aberrante sin agregados. El dinero es injusto porque modifica el querer de Dios: con dinero se compran cosas de la naturaleza creada (se compran frutas, verduras, tierras), con dinero se asciende en la escala social dejando algunos por debajo y otros más arriba (con la consiguiente ruptura de la igualdad proclamada en el Reino), con dinero se compran personas (mancillando la dignidad humana), con dinero se salvan vidas (siendo que la vida no puede tener un costo); sin dinero, en cambio, no se come (y todos tienen derecho a la comida), no se tiene vivienda (y todos tienen derecho a una vivienda), no se estudia (y todos tienen derecho a estudiar), sin dinero se es pisoteado (como si no valiese el mismo ser imagen y semejanza de Dios), sin dinero la gente enferma más y muere antes de tiempo (convirtiéndose en víctimas de la opresión).

Jesús le pone un nombre al dinero: Mammón. En los textos griegos, modificando una vez más la traducción, podríamos decir “injusto Mammón”. El término puede encontrarse en Mt. 6, 24; Lc. 16, 9.11.13, probablemente propios de la tradición de la Fuente Q. Sobre el origen del término hay disimilitudes entre los estudiosos. Algunos aseguran que proviene de una palabra hebrea que significa firme o constante, mientras que otros la relacionan con la palabra hebrea que designa un tesoro (porque es utilizada en Gn. 43, 23 en ese sentido). De cualquier manera, se trata de una personificación de las riquezas, ya sea como tesoro o como el apoyo firme que se deposita en los bienes materiales. Mammón es un dios que compite con el verdadero Dios. Por principio, es un dios injusto, en contraste con el insuperablemente justo Yahvé. El ser humano tiene la oportunidad de decidir entre uno o el otro, pero no puede estar con los dos, justamente porque se pone en juego uno de los mayores pecados bíblicos: la idolatría. Si las riquezas son una divinidad, algo que intenta ocupar el lugar único reservado a Dios, entonces compiten con Él, y se vuelven incompatibles en su presencia. Que Jesús llame Mammón al dinero no es sólo una teatralización para adornar las frases, ni tampoco una exageración hiperbólica propia del lenguaje semítico. Jesús cree que esa incompatibilidad es terrible, y que repercute directamente en la existencia de los humanos, y además, que la decisión debe ser tomada seriamente: o uno o el otro, pero no los dos. Eso sería idolatría, porque teológicamente se produce una incongruencia ilógica: sería mezclar lo justo con lo injusto deliberadamente para que persistan en el tiempo, sería transgredir la fe exclusiva yahvista en pos de un panteón.

Ahora bien, si Jesús rechaza el dinero como sistema válido para la vida, si lo representa como un dios en competencia con su Padre, si no se cansa de recomendar que los bienes materiales deben ser abandonados para ser discípulo suyo, ¿por qué alaba al administrador de la parábola? Lc. 16, 8 comienza con la afirmación de la alabanza que propina el Señor a este hombre fraudulento. Algunos comentaristas aseguran que este señor es el patrón de la parábola, pero la mayoría concuerda en que en Lc. 16, 7 acaba la narración y lo posterior es conclusión. Lo llamativo es que no habría una sola conclusión, sino por lo menos tres. La primera podría estar en Lc. 16, 8-9, aunque con algunas reservas, ya que la conexión interna de las frases deja mucho que desear, debido a que Lc. 16, 8a suena como conclusión lucana y el resto como continuación de las palabras jesuánicas. La segunda conclusión estaría en Lc. 16, 10-12, con una mirada rebuscada sobre la fidelidad y una conexión débil a la parábola sólo en el versículo 11. La tercera conclusión sería Lc. 16, 13, en un texto sin conexión con la parábola, pero en relación con el dinero, y quizás resumiendo la idea general que tenía Jesús sobre las riquezas. Las tres conclusiones son sentencias distintas, pero similares, sobre las riquezas. En primer lugar, la idea de usar el dinero hábilmente, a pesar de su injusticia. Sabemos que el dinero, por naturaleza, contradice el Reino, pero también sabemos que existe y que día a día determina muchas de nuestras actividades; ¿podemos capitalizar ese dinero, entonces, sin contradecir al Reino? Sí, siendo astutos. Los hijos de este mundo se ganan amistades que les aseguren cierta protección en un futuro. Los hijos de la luz deben asegurar su futuro con una garantía que, podríamos decirse, es invisible, pues los amigos que los discípulos pueden ganarse con el dinero son los pobres, y los pobres retribuirán en el final escatológico, cuando ya no haya dinero. En la misma línea se halla aquella recomendación de Jesús a dar un banquete invitando pobres, ciegos, lisiados y paralíticos para ser verdaderamente recompensado (cf. Lc. 14, 13-14). Ese es el uso astuto del dinero, el uso que hacen los hijos de la luz. Es, por supuesto, un uso paradójico. La segunda conclusión sobre la fidelidad tiene una estructura interesante en lenguaje semítico; son tres frases con secciones en espejo:

- Lc. 16, 10: fiel en lo poco/fiel en lo mucho y deshonesto en lo poco/deshonesto en lo mucho.

- Lc. 16, 11: no fidelidad con injusto dinero/no confianza con los bienes verdaderos.

- Lc. 16, 12: no fidelidad con lo ajeno/no confianza con lo que pertenece a uno.

El dinero es, así, una mala copia de los bienes verdaderos. El dinero es una emulación de lo que verdaderamente vale, y por ser emulación es relativo. Sin embargo, a pesar de su relatividad, la actitud tomada ante él resuena en la vida eterna. Quien se comporta fiel y honesto con las cosas materiales, resulta ser digno de confianza para recibir los bienes eternos. En lo temporal se manifiesta lo eterno. En la relación con las cosas se hace visible la relación más profunda con todo el universo y con Dios. Por último, la tercera conclusión es una frase de la Fuente Q, conservada también en Mt. 6, 24. Ya hemos explicado anteriormente cuál es la intención de deificar al dinero en el personaje Mammón, y cómo esta deificación traduce la elección del ser humano: o Dios o las cosas materiales.



¿Qué Iglesia habla hoy del dinero con libertad? Siempre hay algún miedo o algún interés. Algunas Iglesias tienen temor de perder algunos de los apoyos económicos que reciben. Otras prefieren no despertar la curiosidad de los fieles sobre el uso y abuso de los bienes materiales eclesiásticos. Pocos son los cristianos con la autoridad suficiente para decir algo coherente respecto al dinero; y por coherente nos referimos a la idea de lo evangélico. El uso cristiano del dinero es el uso evangélico del mismo, o sea, el uso acorde a la Buena Noticia. Si el dinero que empleamos genera malas noticias, si perjudica, si diferencia a los seres humanos, no es evangélico. Si el dinero, en cambio, genera equidad, promueve o libera (cuestión complicada en algo con naturaleza corrupta), entonces es una Buena Noticia. Vale aclarar que hablamos de equidad y no de caridad, de promoción y no de dádiva, de liberación y no de préstamos. En muchas oportunidades, el dinero enmascara actitudes contrarias al Reino, actitudes contraproducentes, esclavizantes. Con el dinero siempre se corre riesgo, porque el dinero, además de corromper, tiene una dinámica perversa en sí. Esa dinámica genera una sensación de bienestar y estabilidad que es mentira.

Actualmente, quebrar con el mercado es el gran desafío utópico de la Iglesia. Pareciese que no podemos desprendernos, que ya estamos condenados a girar hacia el lado que disponga el capital eternamente. Argumentos al respecto hay demasiados; desde los más superficiales que sólo aducen vender el oro eclesial para alimentar africanos, hasta los más profundos que entienden la inconexión entre Jesús y su radicalidad con el modo de vida complaciente experimentado y hasta recomendado por las altas esferas eclesiales. El dinero nos va consumiendo la pastoral. Se suspenden proyectos porque no hay dinero, se evalúan acciones inmediatas por el costo, se tergiversan perícopas en predicaciones que podrían herir susceptibilidades. Es como si nos empeñáramos en contradecir a Jesús, que no se detenía en la falta de dinero, que recomendaba abandonar los bienes para seguirlo, que hería susceptibilidades sin dudarlo a la hora de anunciar el Evangelio. ¿Cuánto nos identifica el versículo que continúa con la lectura que hemos leído hoy en la liturgia?: “Los fariseos, que eran amigos del dinero, escuchaban todo esto y se burlaban de Jesús” (Lc. 16, 14). ¿Los fariseos o nosotros? ¿Nos estamos burlando del Maestro? Probablemente lo hagamos a menudo, y hasta quizás sin la intención real de hacerlo. Por pura inercia, por pura comodidad, evitamos criticar al sistema y nos hacemos cómplices de lo que era enemigo Jesús. Nos burlamos cuando, a la hora de elegir, siempre optamos por Mammón. Somos idólatras, individualmente y en masa. Somos servidores de una filosofía que deja el tendal de hermanos debajo de la línea de pobreza e indigencia. ¿Será posible quitarnos la anestesia? ¿Será posible cambiar completamente nuestra acción mercantilista para resistir? Esa es la propuesta del Evangelio, la propuesta del Reino. Resistir al dinero, resistir a Mammón, resistir a la publicidad programática, resistir a la injusticia del dinero para que lo justo se manifieste en la vida del pobre.

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WebJCP | Abril 2007