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martes, 28 de septiembre de 2010

Los ricos sólo sólo se pueden salvar, si se salvan los pobres

Publicado por El Blog de X. Pikaza

Los ricos sólo sólo se pueden salvar, si se salvan los pobres . Éste es un principio repetido de los Padres de la Iglesia, que se apoyen en el evangelio. Si no se salvan los pobres, si no adquieren dignidad, si no tienen futuro, no podrá salvarse nadie, y este mundo acabará en el frío abismal de las tinieblas exteriores. Pero si se salvan los pobres (si hay lugar para ellos) podrán salvarse incluso los ricos.

Éste es un lema religioso, que me gustaría llevar en una gran pancarta en la huelga del 29-IX: Si hay lugar para los pobres, abriremos un espacio para vosotros, los ticos, no para el capital en sí mismo (que se irá al infierno), sino para los ricos que estáis engañados y os condenaréis, si seguís el camino actual. Ya sabéis ricos, si queréis salvaros (salvar vuestra vida aquí y en el futuro) dejar un especio para los pobres (San Juan Crisóstomo).

Hace años, prediqué una larga novena, en una ermita del Lázaro (¡santo de parábola: Lc 16, 19-31!), en lo que pudo haber sido un lazareto o lugar de reunión de mendigos, leprosos e impuros a las afueras del burgo. Todavía tengo los apuntes. Saco una nota teórica, que escribí pero que no prediqué. Quise decir con la parábola (y con Mt 25, 31-46) que los pobres se salvar por pobres… y que los ricos pueden salvarse a través de los pobres.

El tema no es nada sencillo. Recuerdo el lazareto donde quedaban, fuera del pueblo, apestados y pobres, en una cuarentena que a veces duraba toda la vida. La ciudad les dejaba un lugar de caridad, en el pórtico de la ermita. Hoy están en cuarentena millones de personas, fuera de la ciudad de los ticos del mundo.Ellos eran y son los privilegiados de Dios, de un modo que no sé explicar del todo, pero que está en la base del evangelio. Pero estoy seguro de que, si no se salvan ellos, no se salva nadie. (en la imagen, un lazareto de tantos).

Jesús, Mesías de los pobres

Pertenece al mesianismo de Jesús su gesto en favor de los pobres. No aguarda pasivo a que venga Dios y entonces mitigue nuestro llanto. Sabe que Dios ha llegado y quiere actualizar (manifestar) su gracia precisamente en los lugares donde triunfa la muerte de la historia.

Otros buscaban y buscan la gloria del templo, el poder del dinero, el orden de una ley que favorece a sus privilegiados de raza o condición social. Lógicamente, en esa línea. Jesús debería haber fortalecido la vida y enseñanza de los fieles de Israel, para hacerlos portadores de la salvación de Dios (como árbol bueno) para el resto de los pueblos.

Pues bien, en contra de eso. Jesús no ha pretendido dar gloria a su pueblo: no le importa el triunfo y la pureza religiosa de los fieles (los judíos); no ha nacionalista en un plano exclusivo. No ha querido crear una comunidad o pueblo (una iglesia) de gentes más valiosas. Conforme a su visión, los hombres no se escinden ya en judíos y gentiles; por eso no hace falta convertir a los judíos a fin de que ellos sean luego guías, pedagogos o maestros de los otros. Le interesan todos aquellos que se encuentran marginados, en pobreza, enfermedad o llanto. De esa forma, al centrarse en los pobres. Jesús rompe los esquemas de una iglesia de sanos y buenos.

No ha venido a salvar almas, sino a dar dignidad a los pobres
Superando de esa forma las barreras que suelen trazarse entre buenos y malos, en clave de profunda generosidad. Jesús ha empezado a trazar un camino de humanidad (de dignidad, de respeto) entre los pobres de su entorno (que son signo de todos los perdidos de la tierra). Es evidente que su gesto puede verse como efecto de una compasión piadosa: es un filántropo, un amigo de expulsados, marginados, pecadores.

Pero distingamos.

Hay un tipo de filantropía que resulta necesaria o por lo menos conveniente para el orden del sistema. Es normal que una estructura autoritaria, donde están asegurados los papeles de los buenos y los malos, quiera ofrecer alguna ayuda a los marginados. Un gesto de ese tipo contribuye a mantener la tranquilidad clasista del sistema, ofreciéndole también una aureola de respeto humano. Pues bien, la acción del Jesús es diferente. No se pone al servicio del sistema: no pretende dar sacralidad a lo que existe, ni sanciona el orden de «los buenos» frente al riesgo de aquellos que pudieran quebrantarlo.

De manera sorprendente. Jesús ha roto los esquemas sociales que parecen más sagrados ofreciendo amor intenso precisamente a los que están expulsados del sistema.
Así explicita su principio de inversión. En vez de condenar a los perversos en juicio apocalíptico, el Mesías nuevo (Jesús) les ofrece la vida de Dios Padre. Con eso no ha cambiado solo el orden de factores del conjunto, limitándose a poner a los injustos en las plazas reservadas a los justos.

Jesús no dice nunca que los pecadores, pobres o tullidos sean más perfectos o tengan méritos más grandes para hacerse así merecedores de la gracia. ¡Nada de eso! Ellos tampoco podían exigir la salvación o presentarse como justos. El evangelio no es sentencia judicial que ratifica la bondad de algunos hombres (pobres, pecadores) que aparecen como dignos del amor divino. Es gracia antecedente que precede a todas las acciones: afirmación fundante del amor que Dios ofrece precisamente allí donde los hombres se encuentran más perdidos (en enfermedad, pecado o muerte).

No es pura inversión, no busca la venganza

No se trata, por tanto, de buscar una inversión de lugar o grupo humano. No es tampoco precedencia judicial de pecadores sobre justos o de pobres sobre ricos, porque entonces seguiríamos regidos por las leyes del mismo talión donde ha cambiado solo el orden de factores del conjunto. Lo que cesa y termina es el principio mismo del talión como justicia pactual, conmutativa. Dios no quiere a los hombres para premiarles o pedirles después alguna cosa, sino simplemente porque es bueno: es padre y goza dando vida en abundancia.

Un padre no ama al hijo porque el hijo sea bueno sino porque desea «hacerle bien» (o para hacerle bueno). Un padre no prefiere a un hijo porque es pobre o se halla enfermo, como si pobreza o llanto fueran algo meritorio; le prefiere simplemente porque está necesitado. Así lo indica Jesús con su vida, ofreciendo amor más hondo a los que estaban expulsados del sistema social y religioso de su pueblo. Los «pobres» aparecen de esa forma como «mediadores» o destinatarios privilegiados del amor mesiánico de Jesús.

La palabra de Jesús expresa aquí toda su fuerza creadora, como signo y mediación de Dios entre los hombres. Hay voces que solo hablan por fuera, en gesto de pura vanidad o mentira: razonamientos que ocultan la verdad, sentencias que ofuscan y enturbian la vida de los hombres. Pues bien, la llamada de Jesús es creadora: realiza lo que dice. Se sitúa así en la línea de las palabras que fundan la existencia humana. Es como afirmación del padre que ofrece identidad y vida al hijo, como asentimiento de esposo (esposa) que origina relación de vida estable con el otro. Este es el misterio: en medio de una tierra que parece condenada a la impotencia, repitiendo siempre esquemas de marginación y lucha mutua. Jesús ha proclamado su mensaje sanador a los más pobres y enfermos, ofreciéndoles así el Reino mesiánico.

Ama a los pobres, para amar a todos

Jesús nos conduce al lugar de la miseria en el que malviven y malmueren los últimos del mundo (enfermos, pecadores, angustiados), para decirles que existe salvación y para encontrarla con ellos, ofreciendo testimonio fuerte de vida allí donde parece que toda vida se hace vieja y se termina, condenada por las fuerzas del dolor y la injusticia de la tierra (cf. Mt 11, 2-6 y Le 4, 18-19).

Ciertamente, Jesús se ha dirigido a las ovejas perdidas de la casa de Israel, como (Mt 10, 6; 15, 24); pues bien, esas ovejas son los pobres y expulsados del sistema. Ellas no son importantes por ser israelitas sino por hallarse perdidas en el mundo de los expulsados económicos (pobres), sociales (enfermos), religiosos (pecadores). Ellas son importantes por ser “humanas”, hijas de Dios. Son las privilegiadas de Jesús, que ha venido a ofrecerles salvación. Sólo si ellas se salvan podrán salvarse las otras ovejas, es decir todos.

Los pobres, mediadores de la gracia de Dios

Dios hace a los pobres mediadores de su gracia. Dentro de una sociedad injusta y dividida, la gracia de Dios viene a expresarse de manera peculiar y más intensa a través de los que están más marginados.

Dios es agapé: amor activo que crea vida donde no hay vida y que suscita el bien de los necesitados. Solo allí donde se rompe el talión de la justicia puramente legalista, allí donde el amor el amor no es premio a los ricos y buenos, sino fuerza salvadora de Dios que se manifiesta en los pobres del mundo se puede hablar de salvación y futuro para todos, empezando para los pobres. No es que los pobres sean más, no es que ellos valgan por encima de los otros. La grandeza de su mediación consiste precisamente en que trascienden toda ley de tipo contractual: Dios les ama simplemente porque están necesitados, en gesto de elección y entrega que desborda los esquemas anteriores de la historia.

De esa forma se vinculan la gracia creadora más intensa de Dios (que ama porque quiere) y la pobreza de los hombres que, no siendo ni pudiendo exigir nada, se descubren amados, liberados, trasformados de un modo gratuito. Precisamente, en la pequeñez de esos hombres rechazados por todos los sistemas sociales, religiosos y morales de la tierra, podemos descubrir la trascendencia de Dios como principio de amor gratuito.

En el mundo de los ricos no caben los pobres, en el mundo de los pobres caben incluso los ricos
Solo así los pobres pueden presentarse como mediadores de la salvación mesiánica: por ellos se expresa la palabra de llamada universal del Jesús, en gesto abierto a todos los hombres de la tierra. Ama Dios a los pobres, pero no para encerrarse en ellos sino para ofrecer camino de diálogo fraterno (humanizante) a todos los humanos de la historia. Habiéndose encarnado entre los pobres, Jesús viene ya a mostrarse como mediador de salvación recreadora para ellos; de esa forma, el evangelio empalma con los textos de la creación originaria (con Gen 1, pasando más allá de Gen 2-3).

No es que Dios prefiera la pobreza; no es que desee mantenemos oprimidos (en contexto de miseria o hambre) para dominarnos mejor de esa manera... Es lo contrario: ama a los pobres en su Jesús porque los encuentra más necesitados y, al mismo tiempo, porque quiere iniciar con ellos un camino de trasformación universal , en el que pueden entrar también los ricos.

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WebJCP | Abril 2007