La formación de los “operarios del Evangelio” arraiga profundamente y alcanza su punto culminante cuando la “conciencia de ser llamados y enviados” por el Señor se convierte en el principio interior que plasma y vivifica los pensamientos, los sentimientos y los gestos concretos, en una palabra, el estilo de vida, el estilo del “discípulo”, que debe imitar y recibir el mismo estilo de Jesucristo, el misionero del Padre.
Encontramos aquí una actitud básica, nueva, original y absolutamente necesaria para los “operarios del Evangelio”: la convicción gozosa y grata de que el verdadero y único Misionero del Evangelio es Jesús, el Señor. Él es el protagonista insuperable, porque es único. El discípulo es solamente un misionero “llamado” por pura gracia a “participar” en la misión de Jesús. Así adquiere plenitud de sentido su palabra: «Gratuitamente lo recibisteis…» (Mt 10, 8).
El Espíritu Santo es “el agente principal de la evangelización”, y lo es de tal manera que, sin su acción, “nunca la evangelización será posible” (Evangelii nuntiandi, 75). En él y por él Cristo está presente en el corazón de quien anuncia el Evangelio de quien lo acoge, y por quien obrar prodigios: “Entonces ellos fueron y predicaron por todas partes, y el Señor obraba con ellos y confirmaba la palabra con los prodigios que la acompañaban” (Mc 16, 20).
Mantener siempre diáfana y fresca la conciencia de la presencia de Jesús y de su Espíritu es fuente de confianza firme, de audacia extraordinaria y de valentía en el anuncio del Evangelio. Decía Juan Pablo II: “El Espíritu Santo no sólo nos acompaña, nos guía y nos sostiene en el camino de la misión; también, y en primer lugar, nos precede. El Espíritu, en efecto, está misteriosamente presente y operante en el corazón, en la conciencia y en la vida de cada mujer y de cada hombre… Cuando llamamos a la puerta de una casa, o a la puerta de un corazón, el Espíritu ya nos ha precedido; el anuncio de Cristo quizá suene como algo nuevo en los oídos de quien escucha, pero nunca será extraño a su corazón. Ser pesimistas sobre la posibilidad o la eficacia de la misión, sería de alguna manera un pecado contra el Espíritu Santo, una falta de confianza en su presencia y en su acción”.
* Vice Superior General de los
misioneros de la Consolata
Encontramos aquí una actitud básica, nueva, original y absolutamente necesaria para los “operarios del Evangelio”: la convicción gozosa y grata de que el verdadero y único Misionero del Evangelio es Jesús, el Señor. Él es el protagonista insuperable, porque es único. El discípulo es solamente un misionero “llamado” por pura gracia a “participar” en la misión de Jesús. Así adquiere plenitud de sentido su palabra: «Gratuitamente lo recibisteis…» (Mt 10, 8).
El Espíritu Santo es “el agente principal de la evangelización”, y lo es de tal manera que, sin su acción, “nunca la evangelización será posible” (Evangelii nuntiandi, 75). En él y por él Cristo está presente en el corazón de quien anuncia el Evangelio de quien lo acoge, y por quien obrar prodigios: “Entonces ellos fueron y predicaron por todas partes, y el Señor obraba con ellos y confirmaba la palabra con los prodigios que la acompañaban” (Mc 16, 20).
Mantener siempre diáfana y fresca la conciencia de la presencia de Jesús y de su Espíritu es fuente de confianza firme, de audacia extraordinaria y de valentía en el anuncio del Evangelio. Decía Juan Pablo II: “El Espíritu Santo no sólo nos acompaña, nos guía y nos sostiene en el camino de la misión; también, y en primer lugar, nos precede. El Espíritu, en efecto, está misteriosamente presente y operante en el corazón, en la conciencia y en la vida de cada mujer y de cada hombre… Cuando llamamos a la puerta de una casa, o a la puerta de un corazón, el Espíritu ya nos ha precedido; el anuncio de Cristo quizá suene como algo nuevo en los oídos de quien escucha, pero nunca será extraño a su corazón. Ser pesimistas sobre la posibilidad o la eficacia de la misión, sería de alguna manera un pecado contra el Espíritu Santo, una falta de confianza en su presencia y en su acción”.
* Vice Superior General de los
misioneros de la Consolata
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