Aprender a manejar fracasos sueles ser una asignatura pendiente en nuestra vida. Hoy podemos dirigir la mirada a alguien que supo encajarlo y empezar de nuevo después del caos: cuando en el año 605 antes de Cristo, Jeremías envió a Baruc, su secretario, a leer públicamente las palabras escritas en un rollo escrito bajo su dictado y en las que aparecían tremendas amenazas contra los gobernantes. El revuelo en la corte fue tal, que ambos tuvieron que esconderse.
El rollo fue a parar a manos del rey Joaquín que, en presencia de toda la corte, fue cortando cada columna del rollo y arrojándolo a un brasero encendido hasta que todo quedó reducido a cenizas. El significado del gesto era claro: desprecio absoluto por las palabras del Profeta, intento aparentemente conseguido de aniquilar una Palabra que provenía de Dios pero que resultaba incómoda para sus planes. El lector se queda consternado: ¿va a ser éste el destino de la Palabra? ¿van a triunfar sobre ella el mal y la destrucción?
El final del capítulo es sobrecogedor: “Vino a Jeremías esta palabra del Señor: Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que había en el primer rollo, quemado por Joaquín, rey de Judá(...) Jeremías tomó otro rollo y se lo entregó a Baruc, el escribano, para que escribiese en él, a su dictado, todas las palabras del libro quemado por Joaquín, rey de Judá. Y se añadieron otras muchas palabras semejantes (Jer 36, 29-32).
El narrador, con una sobriedad más elocuente que cualquier ponderación, está diciendo a través de ese sencillo dato que, más allá de cualquier intento de olvidarla, prescindir de ella o quemarla, hay una Palabra que se mantiene en pie y nada ni nadie podrán silenciarla.
El rollo fue a parar a manos del rey Joaquín que, en presencia de toda la corte, fue cortando cada columna del rollo y arrojándolo a un brasero encendido hasta que todo quedó reducido a cenizas. El significado del gesto era claro: desprecio absoluto por las palabras del Profeta, intento aparentemente conseguido de aniquilar una Palabra que provenía de Dios pero que resultaba incómoda para sus planes. El lector se queda consternado: ¿va a ser éste el destino de la Palabra? ¿van a triunfar sobre ella el mal y la destrucción?
El final del capítulo es sobrecogedor: “Vino a Jeremías esta palabra del Señor: Toma otro rollo y escribe en él todas las palabras que había en el primer rollo, quemado por Joaquín, rey de Judá(...) Jeremías tomó otro rollo y se lo entregó a Baruc, el escribano, para que escribiese en él, a su dictado, todas las palabras del libro quemado por Joaquín, rey de Judá. Y se añadieron otras muchas palabras semejantes (Jer 36, 29-32).
El narrador, con una sobriedad más elocuente que cualquier ponderación, está diciendo a través de ese sencillo dato que, más allá de cualquier intento de olvidarla, prescindir de ella o quemarla, hay una Palabra que se mantiene en pie y nada ni nadie podrán silenciarla.
* Religiosa y Teóloga
0 comentarios:
Publicar un comentario