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MISIONEROS EN CAMINO: Evangelio Misionero del Dia: 12 de Setiembre de 2010 - DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO
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sábado, 11 de septiembre de 2010

Evangelio Misionero del Dia: 12 de Setiembre de 2010 - DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO

PARÁBOLAS DE MISERICORDIA

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 15, 1-32

Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo. Pero los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: «Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos».
Jesús les dijo entonces esta parábola: «Si alguien tiene cien ovejas y pierde una, ¿no deja acaso las noventa y nueve en el campo y va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa llama a sus amigos y vecinos, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse».
Y les dijo también: «Si una mujer tiene diez dracmas y pierde una, ¿no enciende acaso la lámpara, barre la casa y busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, llama a sus amigas y vecinas, y les dice: "Alégrense conmigo, porque encontré la dracma que se me había perdido".
Les aseguro que, de la misma manera, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte».
Jesús dijo también: «Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: "Padre, dame la parte de herencia que me corresponde". Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones. Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. Él hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba. Entonces recapacitó y dijo: "¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre! Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros". Entonces partió y volvió a la casa de su padre.
Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: "Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo".
Pero el padre dijo a sus servidores: "Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies. Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado".
Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
Él le respondió: "Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo".
Él se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: "Hace tantos años que te sirvo, sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos. ¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!".
Pero el padre le dijo: "Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado"».

Compartiendo la Palabra
Por Pedro Garcia cmf

Dos veces durante este año, en el cuarto Domingo de Cuaresma y en la fiesta del Sagrado Corazón, hemos relatado las parábolas de la oveja perdida y del hijo pródigo, que nos trae el Evangelio de hoy.
Pero, entre las dos, pone Lucas otra parábola que es encantadora. A lo mejor Jesús recordaba una escena que pudo contemplar de muchacho en cualquier casa de su Nazaret. El caso es que contaba:
* ¿No sabéis lo que le pasó a aquella mujer? Era muy sencilla, pobre, trabajadora, siempre en su casa, con todos los deberes que le imponía el ser esposa y madre. No tenía joyas, pero su mayor tesoro eran diez dracmas, esas monedas de plata que, aparte de su valor comercial, tenían otro muy superior, porque eran las arras que su marido le había entregado el día de la boda.
Las guardaba como su mayor tesoro. Las agarraba a veces para verlas de nuevo, las contaba una a una, y otra vez al estuche... Aquel día, igual: Una..., dos..., ocho..., nueve,...
Hasta que lanzó un grito que alarmó a todas las vecinas:
- ¡Que se me ha perdido una dracma! ¿Quién me la habrá robado?...
Se mete de nuevo en casa para seguir en la búsqueda. Y sí, sí, faltaba una...
Nerviosa, barre otra vez el suelo, revuelve el armario, sacude la ropa..., hasta que ¡Tliiiin!..., la moneda de plata que aparecía. La pobrecita mujer volvió de la muerte a la vida. Y ahora vuelve locas otra vez a las vecinas con sus gritos de júbilo:
- ¡Alegraos conmigo, que he encontrado la dracma que se me había perdido! *
La conclusión que sacará Jesús es la misma que con las parábolas de la oveja perdida y hallada, y la del hijo aventurero que se escapó y volvió a la casa:
- Así, así hay más alegría en el Cielo por un pecador que se arrepiente que no por tantos justos que no necesitan convertirse...
Esto nos lleva a una reflexión obligada: ¿Puedo desconfiar de Jesucristo?... ¿Puedo tener miedo a Dios?... ¿Qué es más grande, mi culpa o la bondad misericordiosa de ese Dios que espanta a algunos?...
Nosotros nos hemos empeñado, muy equivocadamente, en pensar que el amor de Dios es como el nuestro: egoísta, interesado, justiciero. Nosotros decimos:
te amo, mientras tú me quieras;
te quiero, mientras tú no me hagas una mala jugada;
estaremos bien los dos, mientras tú te portes bien conmigo...
Este es el lenguaje secreto de nuestro corazón.
No sabemos amar gratuitamente, desinteresadamente, sin esperar recompensa. Más, no concebimos un amor en medio de la ingratitud y hasta de la injuria.
Así de pobre es nuestro amor, y así nos hemos empeñado en que sea también el amor de Dios.
Afortunadamente, este amor de Dios para con nosotros es del todo diverso.
Dios ama de una manera completamente gratuita.
Dios ama no esperando nada.
Dios ama hasta cuando somos ingratos.
Dios ama hasta cuando se le ofende.
Dios ha dado su amor, y Dios guarda una fidelidad inquebrantable a ese amor que Él dio.
Por eso busca Dios al pecador. Y se alegra hasta la locura divina cuando reconquista un corazón que le falló.
Únicamente deja ese amor de ser bondadoso y misericordioso, para convertirse en amor ofendido, justiciero y vengador, cuando el que se apartó de Dios ha caído en la eternidad inmutable. Después de la muerte, cuando el alma ha elegido su destino final lejos de Dios, Dios la deja de su Providencia y cae en una condenación sin remedio.
Mientras tanto, Dios será el pastor que buscará con ansiedad a la oveja perdida.
Dios será como la mujer que no para hasta dar con la moneda de plata que es su tesoro.
Dios será, sobre todo, el padre que no aguanta el dolor hasta que ve volver al hijo alocado que se le escapó de casa...
Y cuando Dios ha recobrado esa oveja, o esa dracma, o a ese hijo, manda hacer una fiesta grande en el Cielo, anticipo de la que prepara ansioso para cuando llegue la entrada de quien ya no se podrá perder jamás...
Mientras no se tiene este concepto de Dios, la vida es para muchos una tortura.
Cuando se piensa de Dios tal como Él se revela en el Evangelio con estas tres parábolas de ternura sin igual, la vida adquiere su verdadera dimensión, y nos decimos: Si me ama Dios, yo le amo. Y, como Él me ama siempre, siempre le amo yo también. Si me alejo de su amor, vuelvo siempre al amor que me sigue buscando. Sólo temo perder yo el amor que Dios no pierde nunca.
El Apóstol san Pablo nos lo dice de manera grave, pero lapidaria: Si nosotros le negamos, Él permanece fiel, porque no se puede negar a sí mismo.
¡Amor de mi Dios, amor que me buscas siempre!
Siempre podré decirte lo de la conocida y repetida canción: “Si grandes son mis culpas, más grande es tu bondad”.

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WebJCP | Abril 2007