Publicado por Mi Vocación
Al caminar por la calle de cualquier ciudad, grande o pequeña, es frecuente encontrarnos con edificios que se hallan total o parcialmente en una etapa de reformas. Van a cambiarse algunas cosas o se va a modificar totalmente el aspecto de aquel inmueble, oficina o negocio. Si vamos simplemente caminando, sin que las “reformas” nos afecten personalmente no sabemos qué es lo que va a ocurrir en ellas.
Esta realidad me lleva a veces a imaginar que nuestra propia vida, la de cada persona, la de cada cristiano tiene también muchas facetas o aspectos que se hallan en “reformas”, o que les sería conveniente una reforma más o menos a fondo. Cualquier etapa de la vida suele tener aspectos que debemos “cuidar”, situaciones para “reparar”, reacciones para “cambiar”. Porque toda vida tanto física como espiritual es un progreso, una experiencia de cambio con elementos que pueden requerir una modificación, un cambio, porque pocas cosas deberían quedarse como están. Siempre somos llamados a progresar en la fe, a ir descubriendo día a día la urgencia de la esperanza y la profundidad de la caridad, del amor.
La persona, nunca llega a estar completamente construida, finamente acabada como una obra de Dios. Siempre deberíamos buscar cómo crecer, cambiar, perfeccionar nuestro seguimiento del Señor. Quien está satisfecho de sí mismo ha perdido ya toda posibilidad de cambios, de reformas, y si no permanecemos alerta, con los ojos abiertos, si no somos capaces de emprender “reformas”, todo en nuestra vida se irá oscureciendo y aviejando, quizás hasta convertirse en desagradable aquello que podía haber sido hermoso.
Texto: Hna. Carmen Solé.
Esta realidad me lleva a veces a imaginar que nuestra propia vida, la de cada persona, la de cada cristiano tiene también muchas facetas o aspectos que se hallan en “reformas”, o que les sería conveniente una reforma más o menos a fondo. Cualquier etapa de la vida suele tener aspectos que debemos “cuidar”, situaciones para “reparar”, reacciones para “cambiar”. Porque toda vida tanto física como espiritual es un progreso, una experiencia de cambio con elementos que pueden requerir una modificación, un cambio, porque pocas cosas deberían quedarse como están. Siempre somos llamados a progresar en la fe, a ir descubriendo día a día la urgencia de la esperanza y la profundidad de la caridad, del amor.
La persona, nunca llega a estar completamente construida, finamente acabada como una obra de Dios. Siempre deberíamos buscar cómo crecer, cambiar, perfeccionar nuestro seguimiento del Señor. Quien está satisfecho de sí mismo ha perdido ya toda posibilidad de cambios, de reformas, y si no permanecemos alerta, con los ojos abiertos, si no somos capaces de emprender “reformas”, todo en nuestra vida se irá oscureciendo y aviejando, quizás hasta convertirse en desagradable aquello que podía haber sido hermoso.
Texto: Hna. Carmen Solé.
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