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viernes, 13 de agosto de 2010

María


Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto
Por José Antonio Pagola

Se ha dicho que muchos cristianos de hoy vibran menos que los creyentes de otras épocas ante la figura de María. Quizás somos víctimas de bastantes recelos y sospechas ante deformaciones habidas en la piedad mariana.

Y es que a veces se insistía de manera excesivamente unilateral en la función protectora de María, la Madre que protege a sus hijos de todos los males, sin convertirlos a una vida más de acuerdo con el Espíritu de Jesús. Otras veces, algunos tipos de devoción mariana no han sabido exaltar a María como madre sin crear una dependencia de una madre idealizada y fomentar una inmadurez y un infantilismo religioso.

Quizás esta misma idealización de María como la “mujer única” ha podido también alimentar un cierto menosprecio a la mujer real y ser un refuerzo más del dominio masculino. Pienso que al menos, no deberíamos desatender ligeramente estos reproches que desde frentes diversos se nos hace a los católicos.

Y sin embargo sería lamentable que los católicos empobreciéramos nuestra vida religiosa olvidando el regalo que María puede significar para nosotros los creyentes.

Porque una piedad mariana bien entendida no encierra a nadie en el infantilismo, sino que asegura en nuestra vida de fe la presencia enriquecedora de lo femenino.

Porque el mismo Dios ha querido encarnarse en el seno de una mujer. Y desde entonces, podemos decir que “lo femenino es camino hacia Dios y camino que viene de Dios”.

La humanidad necesita siempre de esa riqueza que asociamos a lo femenino porque aunque también se da en el varón, se condensa de una manera especial en la mujer. Es la riqueza de la intimidad, de la acogida, solicitud, cariño, ternura, entrega al misterio, gestación, donación de vida.

Ciertamente, no manifiestan este aprecio quienes violentan con malos tratos a mujeres, una dramática realidad que preocupa y escandaliza hoy. No sólo por la repugnancia de los hechos, sino por las circunstancias que los rodean. Pero, además, es claro que la sobreabundancia de estas agresiones domésticas manifiesta una enfermedad, deformación, patología social, de la que todos hemos de declararnos responsables. Porque todo indica que tanto el problema en sí como su ocultación tienen su origen en una grave deformación cultural. El machismo rampante de nuestra sociedad no es un tópico, algo imaginario.

Hoy también en muchos ambientes la mujer sigue personificando la dependencia, subsidiaridad y la sumisión al hombre y es esa injusta mentalidad la que está en el origen de la humillación y del maltrato. Ahí radica la gran tarea pendiente para todos: la plena equiparación de la mujer con el hombre y su consideración definitiva y consecuente como ser humano en todas las culturas. En definitiva es apreciar lo femenino como uno de los dos elementos esenciales de lo humano.

Pero es que además, para nosotros los creyentes, siempre que despreciamos lo femenino, nos cerramos a cauces posibles de acercamiento a ese Dios que se nos ha ofrecido en los brazos de una madre. Siempre que marginamos a María de nuestra vida, los creyentes empobrecemos nuestra fe.

La Virgen siempre nos es una figura querida, que supo actuar con sencillez, con eficacia amable, con constancia sin refunfuñar. Suya es la frase “haced lo que El os diga”. Una buena actitud, sin duda.

¿Cuál es tu compromiso como cristiano para transformar la sociedad y la Iglesia?

¿Qué significa la figura de María en tu vida religiosa?

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WebJCP | Abril 2007