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MISIONEROS EN CAMINO: Homilías y Reflexiones para la Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto
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sábado, 14 de agosto de 2010

Homilías y Reflexiones para la Asunción de María (Lc 1, 39-45) - Domingo 15 de Agosto


Publicado por Iglesia que Camina

LA VIRGEN DE LOS OJOS GRANDES

En una de mis vacaciones coincidí en el pueblo con uno de mis tíos. Un día él y su esposa me hicieron una invitación. ¿Quieres venir a visitar a la Virgen de los Ojos Grandes? La verdad que no sabía de que se trataba. Era una de esas Vírgenes románicas antiguas que la tenían en una Capilla como a quince kilómetros de mi pueblo. La verdad que no acertaría a volver, al menos solo. Yo fui movido de la curiosidad. Cuál fue mi sorpresa cuando al llegar veo a los dos arrodillarse delante la imagen con una devoción tal que yo no sabía cuáles eran más grandes si los ojos de la Virgen o los de mis tíos que no sé que cosas le pedían.

¿Qué buscaban aquellos buenos paisanos, peregrinos en busca de la Virgen de los Ojos Grandes? No resulta fácil entrar en el corazón de la gente sencilla, que muchas veces lleva dentro muchas cuitas, muchos problemas o muchas peticiones. Confieso que a mi no me inspiraba mucha devoción aquella Virgen con unos ojazos enormes, pero lo que yo no lograba contemplar con toda mi racionalidad, mis tíos, sí y, sin tantas discusiones intelectuales, se pasaron un rato largo en silencio los dos.

La Virgen tiene algo especial para el Pueblo de Dios. Es posible que la gente sencilla no se haga demasiados problemas de cómo es eso de la Asunción al Cielo, ni si murió o se durmió, pero su corazón siente una presencia que los llena interiormente. A veces pienso si nosotros racionalizamos demasiado los misterios y terminamos sin entender nada y viviendo muy poco del misterio. Suelo tener envidia de esa gente sencilla del pueblo que no se hace líos con la cabeza pero que tiene un enorme corazón.

Luego, preguntando, alguien me explicó eso de “la Virgen de los Ojos Grandes”. En realidad, era la Virgen en el misterio de su Asunción, pero que el escultor parece quiso ponerle unos ojos grandes para decirnos que, aunque ella se iba, como se había ido Jesús, seguiría mirándonos desde cielo como a sus hijos queridos a quienes seguiría esperándonos también allá arriba.

No sé si la Virgen necesita que le agrandemos los ojos para mirarnos. De lo que estoy seguro es que, aunque ella se nos haya ido al Cielo, nos sigue mirando con los mismos ojos con los que durante treinta y tantos años miraban a su Hijo Jesús. Y que si ella está ya en el cielo en cuerpo y alma, lo está como Madre, una madre nunca se olvida de sus hijos. Al contrario, creo que nos sigue haciendo guiños para decirnos que también ella nos espera y que algún día volveremos a encontrarnos con ella. Las madres suelen ir por delante abriendo camino y despertando esperanzas. Y ese creo que es el sentido de la Fiesta de la Asunción: glorificación de María y María hablándonos de esperanza y glorificación de nuestra alma y de nuestros cuerpos.




“DICHOSA TÚ…”

Siempre que pensamos en la Virgen nos viene a la mente la Virgen Dolorosa. ¿A alguien se le ocurre pensar en la felicidad de la Virgen? Entendemos lo de “Dolorosa”, pero nos imaginamos alguna vez la alegría y la felicidad del corazón de María.

Por eso me gusta el saludo de Isabel: “Dichosa tú”, “Feliz tú”.

María debió ser la mujer más feliz de su tiempo y de todos los tiempos. No con esa alegría que nace de la fiesta de cumpleaños o del día de la madre, sino la alegría que nace del corazón, que brota de su plenitud interior.

Que María y José debieron ser personas serias sí, pero con una seriedad que dentro se expresaba en la enorme alegría de sentir la plenitud de Dios en ellos. Sobre todo, algo que siempre me ha impresionado: “la alegría de la fe”, “dichosa tú que has creído”, porque de ordinario cuando pensamos en la fe nos imaginamos gente seria, tristona, cargada de compromisos, como que les impide vivir la alegría del vivir.

La alegría de María era sentirse llena de Dios, era sentirse agradable a Dios, era la alegría de saber que Dios la necesitaba, era la alegría de creer lo que nunca logró entender: el misterio de la Palabra de Dios que por obra del Espíritu Santo la convertía en “Madre”.

Aún no logro entender por qué en nuestra vida espiritual fomentamos tan poco la alegría. En cambio, todos somos como una especie de “adictos” a la seriedad, a la tristeza. Algo así como si Dios prefiriese vernos preocupados, tristes, amargados. Y Dios es amor. Y el amor es “gracia” y la gracia viene de “gracioso”. Por eso María debió ser sumamente “graciosa”. Graciosa con ella misma. Graciosa con José. Graciosa con el Niño. Graciosa con Dios. “Dichosa tú que has creído lo que se te ha dicho.” Dichosos los que son capaces de creer en Dios y su Palabra, por más que muchas veces no entendamos sus misterios.

No somos buenos por ser tristes y seriotes. Somos buenos porque vivimos la alegría de Dios en nosotros. Una alegría que no depende de un día o de una fiesta, sino la alegría de la experiencia de Dios en nosotros. ¿Por qué no celebramos la fiesta de “María de la Alegría”, “María de la felicidad”? ¿Y por qué no celebramos en la Iglesia el “Día de la Alegría de la Fe”?





LA FE DEL PUEBLO DE DIOS

En 1950, el Papa Pío XII declaraba como dogma la Asunción de María: “Pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial.” Alguien comentaba que “La liturgia de la Iglesia no lo tiene fácil al buscar textos para la fiesta de hoy”. Hay evidentemente toda una serie de textos que nos inducen a creer en este triunfo glorioso de María, pero hay un texto que no está escrito.

El Papa Pío XII consultó a toda la Iglesia sobre su fe y deseo de que se declarase dogma para lo que se pasaron todos unos planillones. Yo recuerdo que también puse mi firma. Dios también habla a través de la fe del Pueblo de Dios. Por eso me atrevo a decir que la Biblia se fue escribiendo a través de la historia del Pueblo y que los Evangelios tienen también una triple redacción. El primer Evangelio fue la vida misma de Jesús. El segundo Evangelio es el que escribió Marcos, Mateo, Lucas y Juan. Finalmente, el tercer Evangelio es el que Dios va escribiendo en el corazón y en la fe del Pueblo de Dios que es la Iglesia. También la fe del Pueblo de Dios es fuente de revelación porque también Dios que se reveló en el Pueblo Hebreo, su Pueblo, sigue revelándose en la fe cada uno de los miembros de la Iglesia. Puede equivocarse un teólogo, pero el Pueblo de Dios como tal no puede equivocarse. Su fe es fruto de Dios que revela su misterio de gracia cada día en el corazón de los creyentes.

Puede parecernos extraño, pero tú y yo somos el Evangelio que Dios sigue escribiendo hoy, con una característica muy especial, muchos no podrán leer ni a Marcos, ni a Mateo ni a Lucas ni a Juan, porque sencillamente no saben leer, pero todos podrán leer el Evangelio que Dios escribe en nuestras vidas. Ese Evangelio también lo leen los analfabetos.

¿Sería mucho afirmar si decimos: “Tú eres la nueva edición del Evangelio hoy”? El Evangelio comenzó siendo vida, se hizo escritura, y vuelve a hacerse vida en ese enorme libro que es la Iglesia, que es el Pueblo de Dios.





DEVOCIÓN SÍ, ¿PERO NADA MÁS?

La devoción a María ha estado siempre muy arraigada en el Pueblo de Dios, pero con frecuencia noto que se trata de una devoción oracional. Pedirle cosas. Lo cual me parece que está bien. ¿Pero todo termina ahí?
Le mejor devoción es la “imitación”. Orarle a ella, está bien, pero mejor si tratamos de ser como ella. Al fin y al cabo, dentro de lo extraordinario de su vida, María vivió una vida como el resto de mujeres de su tiempo. En ninguna parte aparece que ella llamase la atención en Nazaret, era la esposa del carpintero.

Eso vista desde afuera porque vista desde adentro, María es modelo:
De ser la llena de gracia de Dios.
La que le cayó bien a Dios.
El instrumento del que se sirve Dios.
La que siempre dijo sí a Dios aun sin entender nada del misterio.
Era la que vivía desde la Palabra: “hágase en mí según tu Palabra”.
Es la que se siente como la “obra de Dios”, lo que Dios ha hecho en ella.
La que es fiel hasta el final, sin fijarse en las dificultades.
Ella estará al pie de la cruz cuando todos brillan por su ausencia.
La que se da cuenta de los problemas de los demás: “no tienen vino”.
La que no se encierra sobre sí misma: “va a prisa a visitar a Isabel”.

María, la mujer que escucha la Palabra, la que concibe a la Palabra en su seno.
La que entrega la Palabra a los hombres y no se queda con ella en propiedad.
María es el Modelo de la Iglesia, el Modelo del Pueblo de Dios, el Modelo de cada creyente.
Orarle a ella, sí; pero “ser como ella”, mejor.
Esa es la verdadera devoción, porque esa es también la misión de María en la Iglesia.





EL BASTÓN Y LA ESPERANZA

El bastón. Algo sin importancia. Los hay de muchos estilos, tamaños y también precios.

Sin embargo, para bastón basta un simple palo. ¡Qué humano resulta el bastón! Cuando no tengo una mano con que agarrarme, siempre lo tengo disponible. Cuando no tengo una mano en la que apoyarme, ahí está mi bastón diciendo siempre sí. Cuando ya no tengo fuerzas para seguir caminando, siempre podré contar con él, para apoyarme y regalarme un descanso.

Mi bastón es como un amigo. No se queja si lo dejo tirado en cualquier rincón.
No se queja si lo utilizo todo el día. No se queja si se queda solo. No se queja si mis manos lo aprietan demasiado. No se queja si me apoyo demasiado fuerte sobre él.
Es un amigo que siempre está disponible, no me cobra sus servicios y hasta me agradece que lo utilice.

La esperanza es como un bastón, está callada mientras no la necesitamos. Cuando nos doblamos, ella no endereza. Cuando se nos apaga la vida, ella la enciende. Cuando todo se ve oscuro, ella me enciende una luz. Cuando todo parece imposible, ella me sigue dando ánimos. Cuando todos me cierran las puertas, ella me las abre. La esperanza no saca ruido, pero se hace sentir dentro. La esperanza está en silencio, pero me habla por dentro. La esperanza no es exhibicionista, pero nos cambia la sonrisa. La esperanza es el bastón en el que poder apoyarnos sin quejarse. La esperanza está ahí cuando todos me dejan solo. La esperanza es la única fuerza que nos queda, cuando todas las fuerzas se nos van. La esperanza es el único futuro cuando el futuro se nos borra por delante.

Cuando me muera, no destruyan mi bastón: Guárdenlo, para que recuerden al abuelo. Regálenlo para que yo siga siendo útil todavía a los demás. Si alguno lo hereda, sólo le pido una cosa, que no se olvide de mí y le “eche a Dios” un Padre nuestro, por este viejo que ya se ha ido, pero que os sigue recordando a todos.

Cuando me muera, no entierren conmigo mi esperanza, déjenla que siga habitando en algún otro que la necesite. Recuérdenla con cariño. Si van a escribir algo sobre mi losa, digan solo una cosa: “Aquí yace un hombre que vivió de la esperanza.” “Un hombre que vivió, porque esperó.” “Un hombre que triunfó, porque siempre supo esperar.”

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WebJCP | Abril 2007