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MISIONEROS EN CAMINO: Homiliías y Reflexiones para el XXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14, 1.7-14) - Ciclo C
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sábado, 28 de agosto de 2010

Homiliías y Reflexiones para el XXII Domingo del Tiempo Ordinario (Lc 14, 1.7-14) - Ciclo C


Publicado poro Iglesia que Camina
¿Y NOSOTROS A QUIÉNES INVITAMOS?

No me gusta escuchar que Jesús fue un revolucionario, pero tampoco puedo negar que su conducta y su doctrina son revolucionarias. No esa revolución ruidosa y armada, es una revolución silenciosa, callada, pero que en realidad pone de patas arriba nuestra mentalidad, nuestro modo de actuar. Es que la frase de Jesús en el Evangelio de hoy es como para ponernos a todos al revés. “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus hermanos, ni a los vecinos, ni a los ricos; porque corresponderán incitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden invitarte; te pagarán cuando resuciten los justos.”

La verdad es que aun no hemos estrenado el Evangelio más que en aquellas cosillas inocentes que no nos complican la vida y podemos seguir viviendo como todo el mundo. ¿Alguien invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos a una cena, a una comida, a un banquete? Aunque me sienta vergüenza decirlo debo confesar que todavía no he visto nada de esto en mi comunidad. He visto a la mesa de la comunidad, a amigos, a gente de bien, pero no he visto a ningún lisiado ni pobre. Aunque, miento, alguna vez hemos invitado a algún nativo de la selva venido a Lima, pero esto es una rara excepción.

¿Y tú, a quiénes invitas? ¿Has visto alguna vez sentados a tu mesa a los pobres, ciegos, lisiados, es decir a algunos de esos que la sociedad margina y con los que nadie cuenta?

Jesús destaca aquí dos valores fundamentales del Evangelio:
Por una parte, recupera el valor y la importancia de los pobres y marginados, de los sin nombre, de los excluidos.
Por otra parte, quiere destacar el sentido de la gratuidad.
Invitar a los que nunca podrán invitarme.
Invitar a los que nunca podrán retribuirme la invitación.
El amor es gratuidad.
El trato con los demás, también con los pobres es gratuidad.

No sé si el mundo cambiaría mucho con estas actitudes y con esta nueva mentalidad. Posiblemente muchos pensemos que para que el mundo cambie hay que cambiar las estructuras. Personalmente estoy convencido de que el mundo sólo podrá cambiar cuando cambiemos de mentalidad, cuando cambiemos de corazón, cuando cambiemos de actitud para los demás y dejemos de hacer distinciones entre las personas. La revolución del Evangelio es silenciosa. No saca ruido, pero es eficaz. Sacan menos ruido un beso y un abrazo que un cañonazo. Pero el beso y el abrazo hacen hermanos y dan vida, mientras que el cañonazo mata y destruye.


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LA MESA Y LA COMIDA

Hasta ahora la única mesa a la que veo que se invita a todo el mundo, ricos, pobres, marginados, indocumentados es la mesa de la Eucaristía, que es la mesa de las comidas y banquetes de Dios.

¿Invitar a un pordiosero? Pero si huele que apesta.
¿Invitar a un anciano? Pero si ya le caen las babas y la comida.
¿Invitar a un pobre que pide limosna? Es peligroso, ¿quién se puede fiar de él?

Preferimos invitar a los que están bien perfumados.
Preferimos invitar a los que están bien vestidos.
Preferimos invitar a los de posición social.

Además, ¡Dios sabe los microbios que pueden traer de la calle, de dormir donde pueden, y hay que evitar contagios!

En mi mente aún sigue vivas aquellas imágenes de la Madre Teresa bajar por la Via Scauro, hacia San Gregorio cargando viejos que apestaban, los lavaba y luego les ofrecía su cama mientras ella dormía en el suelo.

¡Y pensar que a mí nunca se me había pasado por la cabeza echarle una mano! Y si se me hubiese ocurrido llevarlo a mi cuarto antes tendría que pedirle permiso al Superior, que no estoy muy seguro que me lo autorizase.

Pero luego, eso sí, al domingo siguiente todos a predicar el Evangelio. ¿Será eso predicar realmente el Evangelio? Es la pregunta que hoy me hago a mí mismo. Porque anunciar el Evangelio no es decir palabras bonitas, sino ofrecer gestos evangélicos. Nos hemos habituado demasiado a convertir el Evangelio en palabras, olvidándonos de presentar gestos del Evangelio. Lo que dice Jesús no es fácil, al menos para cuantos queremos consagrar ese matrimonio entre nuestro modo de pensar y el Evangelio.


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“COMIMOS Y BEBIMOS CONTIGO”

El domingo pasado leíamos un Evangelio bien chocante. Allí se nos decía algo extraño: “Hemos comido y bebido contigo”, pero Él os replicará: “No sé quiénes sois.”

¿Cuál sería la respuesta de Jesús si en vez de decirle que hemos comido y bebido con Él, le hubiésemos dicho “hemos comido y bebido con los enfermos, cojos, lisiados, mendigos”?
¿Será suficiente comer y beber con Jesús?
¿No será necesario haber comido y bebido también con esos otros que no figuran en nuestra agenda para saber cuando es su cumpleaños?
Dios resulta chocante e incomprensible.
Jesús resulta extraño y no logramos comprenderle.

El Evangelio no es un libro piadoso, sino un libro que nos marca las pautas y caminos de la vida. Por eso tampoco lo podemos leer como leemos los periódicos. Es preciso leerlo como la expresión de la voluntad y de los planes de Dios sobre nosotros. Creer, es mucho más que aceptar el misterio de la Trinidad. Creer es una vida, pero una vida configurada con la vida de Jesús. “El cual siendo rico se hizo pobre.” “El cual sin dejar de ser Dios se rebajó a sí mismo haciéndose hombre y un hombre cualquiera.” Nosotros empeñados en ocupar los primeros puestos y Jesús empeñado en ocupar el último. Si nos fijamos bien, la Cruz es una manera de ser el último de todos los hombres, considerada incluso como un “maldito” de Dios y de los hombres.

Por eso mismo, el Evangelio no se puede leer de corrido, ni sólo con los ojos que ven las letras. Hay que leerlo con el corazón y con la vida. En cada página quedará siempre una pregunta: “¿Y esto qué para mí?” “¿Me dice algo Dios a mí en todo esto?”

¿Bastará decirle cuando lleguemos que hemos comulgado muchas veces y que hemos comido con Él muchas veces? ¿Y si él nos pregunta cuántas veces habéis comido con los que yo comía y que por eso me criticaban y murmuraban de mí?



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LA GRATUIDAD

¿Qué vivimos la cultura del egoísmo y el interés?
No lo dudo, pero
¿sabes cuánta gratuidad hay cada día en tu vida?
La sonrisa de tu hijito es gratuita.
La sonrisa de mamá es gratuita.
El brillo y color de las rosas es gratuito.
La luz del sol es gratuita.

El aire que respiramos es gratuito.
El que tus ojos puedan ver los colores es gratuito.
El que podamos escuchar la música es gratuito.
El que alguien nos salude sin conocernos es gratuito.
El que puedas descansar a la sombra de un árbol es gratuito.
El que amanezcas cada día con ganas de vivir es gratuito.
El que puedas gozar de la sonrisa de tu hijo es gratuito.
El que puedas soñar cosas bellas es gratuito.
El que tu estómago haga una digestión silenciosa es gratuito.
El que tu corazón bombee la sangre
y riegue todo el cuerpo es gratuito.
El que puedas llamar a Dios en cualquier momento es gratuito.
El que puedas escuchar a Dios que te habla es gratuito.
El que Dios te ame y te declare su predilecto es gratuito.
El que se nos perdonen los pecados es gratuito.
El que ayudes a un ciego a pasar la calle es gratuito.

Espero que la sonrisa de esposo sea gratuita.
Espero que la sonrisa de tu esposa sea gratuita.
Hasta es gratuito el hecho de que ahora me estés leyendo.
El egoísmo sí abunda, pero más la gratuidad.
Además, lo fundamental de nuestra vida, es gratuito.
¿Acaso tu misma vida no es gratuita?



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VALORA TU VOTO

Porque de él depende quién nos ha de gobernar los próximos años.

Votar no es jugar al bingo, que puede tocarme o no.
Votar es ejercer un derecho ciudadano del que depende el futuro.

Por eso tu voto es tan importante.
Por eso no debes venderlo barato.
Tienes muchos candidatos que ahora te valoran, no por lo que eres sino por tu voto.
¿Se acordarán de ti después?

No te olvides que los candidatos suelen tener su “responsable de imagen”.
No te dejes llevar de las apariencias, ni de las sonrisas, ni de esas amabilidades superficiales.

Fíjate primero en lo que tú quisieras para el futuro.
Fíjate luego en qué ha hecho por los demás hasta ahora.
Fíjate luego en la sinceridad de sus promesas.

No votes por lo que dicen las Encuestas.
No votes porque es de este o aquel Partido.
No votes por su apellido.

Vota a la persona y sus valores.
Vota por su acercamiento a la gente.
Vota por su capacidad de diálogo.
Vota por su capacidad de escuchar a los vecinos.
Vota por el que más capacidad de servicio tenga.

Tu voto es mucho más que una “papeleta”, es nuestro mañana.

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WebJCP | Abril 2007