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MISIONEROS EN CAMINO: Evangelio Misionero del Dia: 02 de Agosto de 2010 - SEMANA XVIII DURANTE EL AÑO - Ciclo C
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domingo, 1 de agosto de 2010

Evangelio Misionero del Dia: 02 de Agosto de 2010 - SEMANA XVIII DURANTE EL AÑO - Ciclo C


Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 14, 13-21

Al enterarse de la muerte de Juan el Bautista, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, sanó a los enfermos.
Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: «Éste es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos».
Pero Jesús les dijo: «No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos».
Ellos respondieron: «Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados».
«Tráiganmelos aquí», les dijo.
Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud.
Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL

Misericordia en acción:
Un Pastor que sana y que alimenta a sus ovejas
“Y partiendo los panes se los dio a los discípulos, y los discípulos a la gente”

Seguimos leyendo en los días de semana el Evangelio según san Mateo.

En el bellísimo texto de Mateo 9,36, el evangelista nos había presentado a Jesús como “Pastor” que viene al encuentro de las necesidades del pueblo. Allí lo vimos profundamente conmovido frente a la multitud “vejada y abatida como ovejas que no tienen pastor”.

Hoy el evangelio nos coloca frente a un caso concreto de todo este panorama: frente al problema del hambre, de las enfermedades, de la desorientación en la vida, y sobre todo, ante el deseo de todo este pueblo de superar sus limitaciones, brilla la misericordia y el servicio de Jesús.

Nuestro texto se desarrolla en tres pequeñas escenas, todas ellas hiladas entre sí y al mismo tiempo con su propio mensaje. Veámoslas, pero –por razones pedagógicas- entre la segunda y la tercera vamos a invertir el orden:

1. Jesús sana a la multitud (14,13-14)

Llama la atención la secuencia de las acciones de Jesús: “Vio” (=con actitud analítica), “Se compadeció” (=con actitud de misericordia, de apropiación) y “Curó” (=acción efectiva). Son tres pasos que estamos llamados a ejercitar en nosotros para hacer nuestra vida semejante a la de Jesús.

Y notemos todavía que Jesús salva la vida de su pueblo renunciando a su propia comodidad (estaba buscando “un lugar solitario”, 14,13) y arriesgando su propia vida al realizar una actividad pública y masiva cuando acaba de morir Juan Bautista y la situación se puso peligrosa también para Él (ver el contexto: el pasaje anterior a éste es el del martirio de Juan, 14,12).

2. Jesús alimenta la multitud (14,19-21)

Jesús no solo sana sino que también sacia el hambre de la gente.

“Al atardecer” (14,15ª). Según la costumbre israelita ésta es la hora en que toma la comida principal del día. Tienen razón los discípulos cuando advierten que “la hora es ya pasada” (14,15b; se entiende que para actividades públicas), todos ya deberían estar en sus casas compartiendo la cena con sus respectivas familias o al menos en la procura de ésta en los poblados más cercanos (14,15c).

Notemos algunas particularidades:
• La comida que Jesús les ofrece en ese atardecer concuerda con la que era habitual para la gente sencilla campesina: pan y pescado con sal.
• Lo novedoso es que Jesús va a ofrecer el alimento con su propio poder. El hecho de que estén en “lugar desabitado” (14,15b; o más exactamente “desierto”) subraya la grandeza de la acción de Jesús.
• Es tal la abundancia que todos quedan saciados y hasta se recogen doce canastos llenos de sobras.

Jesús se comporta como un papá que forma su comunidad familiar reuniéndola, atendiendo sus necesidades y enseñándoles a compartir solidariamente.

Los gestos principales de Jesús, que nos evocan los de la Eucaristía (agradecer, partir, dar), nos muestran cómo es que Jesús forma su comunidad.

3. Jesús desafía a sus discípulos (14,15-18)

Justo en medio de las dos escenas en que Jesús sana y alimenta, el evangelista Mateo inserta un diálogo de Jesús con sus discípulos; allí:
(1) les pide un imposible;
(2) interpela su escepticismo, ese escepticismo que se siente cuando nos sentimos incapaces de transformar una realidad;
(3) les enseña a confiar en su poder.

Los discípulos entonces, aprenden que Jesús tiene poder y por esta vía siguen descubriendo poco a poco la identidad de su Maestro.

Nuevamente nos encontramos con el camino de la fe del discípulo y esta vez el evangelio coloca su fundamento: la acción mesiánica (y eucarística) de Jesús.

Jesús no sólo sacia a un pueblo sino que sorprende a sus discípulos tomando lo poco que tiene la comunidad para hacer lo don (multiplicado en sus manos) para los demás. Jesús es el solidario por excelencia con la humanidad carente, él es el Mesías de Dios que hay que descubrir.

El discipulado supone un compromiso concreto de fe y de comunión con las acciones de Jesús para que todos vivan en plenitud y para que haya pan en todas las mesas. El primer paso de la fe y del compromiso es dar con alegría y solidariamente de lo poco que se tiene.



Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:

1. ¿Cómo veo la realidad de mi pueblo y particularmente de mi comunidad hoy? ¿Cuáles son sus necesidades?

2. ¿Qué relación hay entre la multiplicación de los panes y el ejercicio del pastoreo en una familia o en una comunidad?

3. ¿Qué me enseña el relato de la multiplicación de los panes para que mi compromiso como discípulo de Jesús sea real y efectivo? ¿Qué valor tiene el compromiso solidario –desde una vida de fe- con el hermano en nuestro país?


“Vengo ante Ti, Jesús, para que me acaricies antes de que empiece mi jornada.
Que tus ojos se posen un instante en los míos.
Déjame que lleve a mi lugar de trabajo la certeza de tu amistad.
Llena mi espíritu para que soporte el desierto del ruido.
Que tu resplandor bendito recubra la cima de mis pensamientos.
Y concédenos la fuerza para quienes necesitan de mi”. (Teresa de Calcuta)

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WebJCP | Abril 2007