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jueves, 3 de junio de 2010

PALABRA DE MISION: Dime cómo comes y te diré quién eres / Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo C – Lc. 9, 11-17



La celebración del Cuerpo y la Sangre de Cristo de este Ciclo C nos propone la famosa lectura de la multiplicación de los panes, en este caso, bajo la óptica de Lucas. Decimos que el pasaje es famoso, no sólo porque la gran mayoría de los cristianos lo conocen, e incluso muchísimos no cristianos saben, a grandes rasgos, de qué se trata la escena, sino también porque para las primeras tradiciones eclesiales, el hecho de Jesús alimentando a una multitud fue tan relevante, que los cuatro evangelistas conservaron el recuerdo. Siendo sinceros con nuestras Biblias, no es fácil encontrar episodios que hayan sido incorporados en los cuatro Evangelios. Episodios sinópticos, o sea, preservados por Marcos, Mateo y Lucas, son más accesibles, pero que también lo posea Juan, ya es complicado. Contabilizando los cuatro relatos evangélicos, tenemos seis textos de multiplicación de los panes. En primer lugar, dentro de lo que se considera tradición compartida, tanto Marcos como Mateo incluyen dos multiplicaciones cada uno. La primera (cf. Mt. 14, 13-21 y Mc. 6, 34-44) tiene características judías: sucede en territorio israelita, sobran doce canastos (el número doce es simbología de la elección, como el pueblo elegido de Yahvé conformado por doce tribus) y, justamente, la palabra canasto es típica del lenguaje judío. La segunda multiplicación (cf. Mt. 15, 29-38 y Mc. 8, 1-9) tiene, al contrario de la primera, características paganas: sucede en un territorio fuera de los límites de Israel, no hay cinco panes y dos peces, sino siete panes solamente (el número siete está relacionado con setenta, que es el número de los pueblos de la tierra según Gn. 10), terminan sobrando siete espuertas (nuevamente el símbolo numérico), y la palabra espuerta es típica del lenguaje griego. El mensaje, por lo tanto, es universalista: el pan de la salvación es para todos, y Jesús viene a compartirlo tanto con judíos como con paganos.

En el otro extremo está lo que ha conservado la tradición joánica en Jn. 6, 1-15. Los especialistas discuten si Juan ha tomado las mismas tradiciones sinópticas para reelaborar, o si tuvo una fuente paralela del acontecimiento. Lo cierto es que en el cuarto Evangelio encontramos detalles ausentes en Marcos, Mateo y Lucas. Juan remarca que estaba cerca la fiesta de la Pascua judía, por lo que la multiplicación de los panes queda emparentada y opuesta al culto del Templo. Aquí participan Felipe y Andrés de manera negativa, haciéndole notar al Maestro que difícilmente pueda alimentar a la multitud por razones económicas y matemáticas. Un personaje curioso resulta el joven que aporta los cinco panes y los dos peces; literariamente, este joven hace contrapunto con Felipe y Andrés, según los cuales, la contribución del muchacho no resuelve la situación. Fiel al estilo de relato joánico, Jesús es quien maneja la situación, la autoridad indiscutible, y por eso reparte Él mismo la comida entre las gentes, obviando intermediarios. Al final de la perícopa, la multitud reconoce a Jesús como profeta y quiere coronarlo rey, por lo que Él escapa. Como ningún otro evangelista, Juan engalana la multiplicación con un sentido sacramental y cultual.

Finalmente, tenemos el texto lucano que nos ocupa hoy. El autor ha realizado un sándwich literario, enmarcando la multiplicación entre dos referencias a la identidad de Jesús. En Lc. 9, 7-9, se nos hace saber que el tetrarca Herodes, al enterarse de la misión que están realizando los Doce (cf. Lc. 9, 1-6), se pregunta perplejo quién es este Jesús que anda por Palestina. Los rumores eran que podría ser Juan el Bautista redivivo, o el profeta Elías que habría regresado, o cualquiera de los profetas antiguos resucitados. En sí, la pregunta versa sobre la identidad de Jesús. De la misma manera, tras la multiplicación, el Maestro preguntará a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que soy yo?” (Lc. 9, 18b), para repreguntar inmediatamente: “Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?” (Lc. 9, 20a). Nuevamente, la cuestión de la identidad es central. De esta manera, tenemos que suponer que la multiplicación, en Lucas, es una bisagra reveladora sobre la pregunta que todos se hacen respecto a Jesús. Si notamos todas las posibles respuestas que hay en Lc. 9, 7-9 y en Lc. 9, 18-21, encontramos que, tras la multiplicación, apareció una nueva visión en la respuesta de Pedro: “El Cristo de Dios” (Lc. 9, 20b). El episodio de los panes, entonces, habla del mesianismo jesuánico. Se puede afirmar que Jesús es el Cristo, el Mesías, porque Él lo ha revelado en sus actos, especialmente en la multiplicación de los panes.

Jesús es Mesías porque predica el Reino de Dios, motivo de esperanza escatológica de Israel. Es Mesías porque cura a los enfermos, restaurando la vida y compartiendo el querer de Dios que es la plenitud del ser humano. Es Mesías porque el pueblo lo sigue confiado. Es Mesías porque está atento a las necesidades de ese pueblo. Es Mesías porque alimenta a los hambrientos. Y es Mesías, sobre todo, porque el banquete que comparte tiene una particularidad que lo hace distinto: nadie se queda fuera de la mesa. En las comidas de Jesús no hay exclusión, sino inclusión; no hay invitación elitista, sino invitación abierta; no se come adentro de un recinto con acceso denegado al que no pertenece al establishment, sino afuera, en el campo abierto, con el cielo como techo. No es sólo una comida evangélica, sino una comida poética. El lienzo que se puede pintar con la multiplicación de los panes es de belleza extraordinaria. No se come dentro de una casa donde domina el padre de familia, ni dentro de un palacio donde domina el gobernador, ni dentro de un templo donde domina el sacerdote. La multiplicación de los panes es una comida universal, popular y laica. En el descubrimiento de la identidad de Jesús se descubre la identidad del Reino que predica. A través de su manera de comer, entonces, se transparentan estas identidades.

Pero la revelación que se produce de la identidad jesuánica a través de la comida, y más precisamente de la multiplicación de los panes, tiene una dimensión más profunda aún por tres referencias cruzadas que el texto leído hoy tiene: una hacia el Antiguo Testamento y dos hacia el mismo Evangelio según Lucas. La referencia veterotestamentaria es al episodio en que Eliseo, sucesor del profeta Elías, alimenta a la gente milagrosamente (cf. 2Rey. 4, 42-44). La diferencia es que mientras Eliseo utiliza veinte panes de cebada, Jesús sólo cinco panes y dos peces; y mientras Eliseo alimenta a cien hombres, Jesús hace lo suyo con cinco mil hombres. La similitud es que el servidor de Eliseo se resiste a la idea, como los Doce, y que al final de ambas escenas sobra comida. Con esto, queda demostrado que Jesús es mayor que Eliseo, y por hipérbole, es mayor que los mayores profetas de Israel. Por eso la respuesta de la gente que piensa que Jesús puede ser un profeta antiguo redivivo (cf. Lc. 9, 8.19) es equívoca; Él es mucho más. La segunda referencia cruzada es con los gestos de institución de la última cena, que según Lc. 22, 19 fueron tomar el pan, dar gracias, partirlo y darlo; en la lectura de hoy los gestos consistieron en acciones análogas: tomar los panes y los peces, levantar los ojos al cielo y bendecirlos (que equivale a dar gracias), partir la comida y darla. La revelación trascendental de la última cena que es pan partido y repartido como cuerpo del Cristo, en la multiplicación tiene una prefiguración que explica lo que sucederá. El pan/cuerpo será partido/crucificado para alimentar al pueblo, para hacer una nueva alianza que tenga como fundamento el banquete escatológico y universal. Jesús no morirá en vano, sino por defender un proyecto de Reino que implica comer con todos por igual. Finalmente, la tercera referencia cruzada es con la escena pascual de los discípulos de Emaús, donde el punto de encuentro con la multiplicación de los panes es el horario en que acontecen, que es el atardecer, literariamente redactado por Lucas como la hora en que declina el día (cf. Lc. 9, 12 y Lc. 24, 29). De más está recordar que a los discípulos de Emaús se les hace evidente la presencia transformada del Señor al realizar la acción del pan (cf. Lc. 24, 30-32), que justamente, consiste en las acciones de tomar el alimento, pronunciar la bendición (que equivale a dar gracias), partirlo y darlo. Nuevamente, el esquema de gestos eucarísticos se hace presente, hilvanando la multiplicación con la última cena y con Emaús. Si el Resucitado desaparece bajo el signo del pan, aparece cuando el pan se comparte con los demás. Los discípulos (la Iglesia) son los responsables de hacer presente al Cristo verdadero en el pan, no sólo desde la ritualidad, desde la solemnidad de la última cena íntima con amigos, sino desde lo concreto de la mesa compartida cuando arrecia el hambre, la mesa abierta a todos los que no pueden comer dignamente.

La identidad de Jesús se revela en el comer. En otras palabras: es fácil saber quién es Jesús si se analizan sus banquetes. El mismo razonamiento podría trasladarse a la Iglesia o, al menos, intentar trasladar: por cómo comemos eclesialmente, se debería dar a conocer quiénes somos. Puede que si nos detenemos en este punto nos asustemos. Si vamos al hecho de nuestra comida ritual por excelencia, al menos en el ámbito católico, estaríamos dejando mucho que desear. La celebración dominical parece demasiado distante de la multiplicación de los panes. Es como si de nuestra comida no pudiesen participar todos, como si no hubiese esa sensación de estar comiendo (con todo lo que eso implica) al aire libre (con todo lo que eso implica) en clave de milagro (con todo lo que eso implica). Si la Eucaristía no significa comida, mesa, lugar de encuentro, espacio de diálogo, entonces es farsa. Si la Eucaristía no rompe la estructura del mero ritualismo, la rúbrica inmóvil, el sacramentalismo de los detalles que convierten el sacramento en magia, entonces es mentira. Si la Eucaristía no se vive milagrosamente, felices porque Dios está presente entre nosotros, confiados en que las cosas pueden cambiar, esperanzados en una modificación rotunda de la realidad que queremos construir, entonces es pura representación.

Pero aquí no se acaba la cuestión; superando la visión de la comida ritual y ampliando la mirada hacia la comida que falta en tantos hogares y en tantas bocas, da escalofríos considerarse cristiano. ¿Cuál es la identidad de la Iglesia si se ella se cree destinada a dar el pan espiritual y no el material? ¿Qué Iglesia de Jesús puede vivir de espaldas al pueblo, a la muchedumbre que tiene necesidades hoy y aquí? La Eucaristía es verdadera cuando fuera del templo sigue siendo pan que se parte y se reparte. La crucifixión del Cristo no fue adentro, entre íntimos, sino afuera, al aire libre, a la vista de quien pasase; por lo tanto, la Eucaristía no puede menos que hacerse carne afuera, allí donde pasa la vida, donde mueren los crucificados de la historia.

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WebJCP | Abril 2007