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lunes, 21 de junio de 2010

La paz sí, pero déjame en paz

Por Darío Pérez*
Publicado por FAST

Una canción de Garth Brooks cuenta una especie de fábula sobre lo ocurrido en la batalla de Belleau Wood (1918, I Guerra Mundial, americanos contra alemanes). Al parecer, durante una tregua navideña, uno de los soldados germanos comenzó a cantar algo que a todos resultaba familiar. El idioma no era conocido pero sí lo que cantaba: el villancico ‘Noche de Paz’. Sorprendentemente se fueron uniendo las diferentes voces de los soldados de ambos bandos, que temeraria y valientemente se fueron poniendo de pie en sus trincheras aun a riesgo de exponer sus vidas. Los más atrevidos incluso se acercaron a la zona enemiga para estrechar la mano de sus contendientes, expresando —sin decirlo— que ojalá todos pudieran sobrevivir para encontrar una mejor solución al conflicto. La canción concluye diciendo que, al terminar la tregua, ese fugaz cielo se tornó de nuevo infierno, pero que por un pequeño instante la respuesta se reveló muy clara: “El cielo no está más allá de las nubes; está justo tras el miedo. No, el cielo no está más allá de las nubes, sino que lo podemos encontrar nosotros aquí”.

Cuando hablamos de la paz, hay que saber qué paz buscamos. Porque la paz, en principio, es algo que quiere todo el mundo pero puede que se busquen cosas diferentes. Les Luthiers dice que un discípulo le preguntó a su maestro oriental sobre la sabiduría y el maestro le respondió: El camino de la sabiduría es largo. Encontrarás la fuerza en Kyoto, encontrarás la destreza en Kuwen. Pero la paz… La Paz se encuentra en Bolivia.

Hay que considerar qué paz buscamos. Porque no es la misma paz la nuestra que la que persigue el Luisma de Aída. Como tampoco es la misma paz la que buscaban los que intervinieron en Irak, ni los que lo criticaban con el no a la guerra. Porque conflictos hay también en Ruanda, Etiopía, Sierra Leona, Chechenia, Sri Lanka, Palestina y nadie parece oponerse ni sale a la calle. En esas guerras ni se interviene ni se pide paz.

La paz no es algo que perseguir porque sea bonito y aparente, eso es Paz Vega. La paz no es algo para tomarse a broma, eso es Paz Padilla. La paz no es simplemente la ausencia de guerra, es una virtud, una disposición a favor de la justicia. Y es algo que se construye entre todos.

La paz es algo que debería fluir pero como no está del todo claro, los ingleses la llaman pis (peace). Habrá que trabajarla. Los eslovenos la llaman MIR como lo de los médicos, será porque cuando ya crees haber hecho todo el esfuerzo todavía queda seguir en el empeño. Pero merece la pena; tan alta y extraordinaria es la paz que los catalanes la llaman Pau.

Ghandi decía que “No hay camino hacia la paz, la paz es el camino”. Y no vale querer la paz y defenderla matando. Y no vale querer la paz mundial, y luego generar conflictos en nuestros ámbitos y relaciones. La paz es una actitud, una actitud personal que necesita del convencimiento colectivo. Para la paz hacemos falta todos y para la guerra basta un estúpido. Para extender la mano o para estrecharla hacen falta todos los dedos, para provocar sobra con dos o incluso uno (gesto de los cuernos o la peineta).

Insisto en lo dicho antes: la paz no es simplemente la ausencia de guerra, es una virtud, una disposición a favor de la justicia. ¿Y por qué digo justicia? Porque conseguir la paz a base de consentir lo que ocurre es simple sumisión. Ya no peleo con mi hermano, cumplo todo lo que me ordena. La paz sólo dura cuando se alcanzan posturas justas, que no abusan de nadie ni someten a nadie. Mientras una parte quede perjudicada, no es seguro que no venga a reclamar lo suyo.

La paz es cosa de justicia y también de valentía. En la serie de Águila Roja, estuvieron unos cuantos capítulos recaudando dinero del pueblo llano para sufragar los gastos que el Cardenal Mendoza necesitaba para ser Papa. El famoso comisario era el encargado de exigir este nuevo e injusto impuesto a los campesinos y a veces se encontraba con la oposición de algún valiente. El propio comisario era consciente de la injusticia que cometía pero no le temblaba el pulso a la hora de someter a sus enemigos. A veces lo hacía por la simple amenaza a los díscolos pero, no contento con ello, subía un escalón en la mezquindad y ponía al valiente contra los suyos. Amenazaba con que si insistía en la rebeldía, las condiciones hacia sus conciudadanos empeorarían. El comisario podría haber reconocido sus abusos (porque ni él ni el cardenal cumplían con sus obligaciones, con lo que cabría esperar de ellos) pero en lugar de eso instaura el régimen del miedo. El valiente lo sigue siendo pero sus vecinos reprenderán cualquier acto que les pueda perjudicar. Y la cosa funciona, más que si le matase directamente.

Eso sí, yo cuando lo veía pensaba “esta gente está haciendo el canelo”. Ya llegará el día en que el abuso sea aún mayor o les toque más directamente y entonces dirán ¿por qué no hacemos algo contra esta injusticia? Y entonces el valiente les podrá responder “ya lo hicimos, pero elegisteis la cobardía”.

La paz no es tragar con el abuso, con la ruindad, eso es conformarse con la esclavitud, con la mediocridad. La paz es eliminar el abuso y por eso su comienzo siempre es traumático, hace falta el valor de levantarte en tu trinchera y jugarte la propia vida para ganar la de otros muchos. Sabes que si nadie te sigue estás perdido pero, si todos pensaran igual, todos estarían perdidos. Si no eres lo suficientemente valiente para empezar tú, sé al menos lo mínimo de inteligente para apoyarlo. Porque para que haya paz hace falta justicia, para extender la mano o para estrecharla hacen falta todos los dedos. Lo siento pero la paz es incómoda y no puedo dejarte en paz hasta que la logremos en cada pequeño ámbito.

* Darío Pérez es Salesiano Cooperador y profesor de Bachillerato.

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WebJCP | Abril 2007