LUGAR DE ENCUENTRO DE LOS MISIONEROS DE TODO EL MUNDO
MISIONEROS EN CAMINO: Homilias y Reflexiones: Solemnidad del Corpus Cristi (Lucas 9,11b-17)
NO DEJES DE VISITAR
www.caminomisionero.blogspot.com
El blog donde encontrarás abundante material para orar y meditar sobre la liturgia del Domingo. Reflexiones teológicas y filosóficas. Videos y música para meditar. Artículos y pensamientos de los grandes guías de nuestra Iglesia y Noticias sobre todo lo que acontece en toda la vida eclesial
Fireworks Text - http://www.fireworkstext.com
BREVE COMENTARIO, REFLEXIÓN U ORACIÓN CON EL EVANGELIO DEL DÍA, DESDE LA VIVENCIA MISIONERA
SI DESEAS RECIBIR EL EVANGELIO MISIONERO DEL DÍA EN TU MAIL, DEBES SUSCRIBIRTE EN EL RECUADRO HABILITADO EN LA COLUMNA DE LA DERECHA

sábado, 5 de junio de 2010

Homilias y Reflexiones: Solemnidad del Corpus Cristi (Lucas 9,11b-17)


Por Rogelio Narváez Martínez

DIOS SOLUCIONA LA TRIPLE MUERTE

1.- Muy queridos amigos:
La historia del Evangelio de este domingo me ha hecho pensar en una historia casi idéntica efectuada en Nazaret, y ¿sabes? Por un momento pensé que me había equivocado al leer: N-a-í-m en lugar de poder leer: N-a-z-a-r-e-t. Tengo que subrayar que es una historia casi idéntica, porque precisamente allí se ubica una de las razones que me ha dejado todavía más pensativo...

Se trata de una viuda, y haz de saber tú que en el pueblo de Israel existen tres personas que han sido considerados como los más desposeídos y, que esta circunstancia les convierte en destinatarios de la misericordia de los creyentes: los extranjeros, los huérfanos y las viudas (Ex 22,20-23; Dt 14,28-29; 24,17-22; 10,17s).

2.- El primero de los tres personajes considerados como “los más pobres”, son los forasteros o los extranjeros. Es posible que esto venga de la mano con la experiencia del ásentamiento y esclavitud que padeció Israel en Egipto, que se fue uniendo a las invasiones de parte del imperio Asirio y el destierro en las tierras de Babilonia, a lo cual tendríamos que agregarle esa experiencia de la “diáspora” que Israel tuvo que vivir al convertirse en un pueblo que fue de mano en mano al arbitrio de los grandes imperios hegemónicos. El Israelita veía, al menos en la teoría, al forastero como destinatario de la limosna o de una actitud de hospitalidad (Gen 18,2-9; Jue 19,20s; 2Re 4,8ss) e incluso debería amarlos como a sí mismo (Lev 19,34). Dios les ha hecho recordar que Él se encarga de velar por los forasteros (Dt 10,18).

Quisiera invitarte a recordar cuatro cosas: primero que Jesús, el ciudadano del mundo, socialmente vivió como forastero durante el peregrinar de sus padres al país de Egipto (Mt 2, 13-23); segundo que el Sanedrín resolvió destinar las treinta monedas que Judas recibió de manos de ellos, y que después fueron arrojadas por el suicida en los patios del Santuario, para comprar un terreno, o mejor dicho una especie de barranco que recibió el nombre de Campo del Alfarero o Haqelmadá (Campo de sangre) [Mt 27,3-10], y que se destinó para dar precisamente sepultura a los forasteros; tercero: el cristiano ha recibido la reiteración de este cuidado especial hacia el forastero, con la conciencia plena de que todo lo que haga y se deje de hacer con uno de ellos lo ha hecho o lo ha dejado de hacer con el dueño del mundo y del universo (Mt 25,31-46); y cuarto: el cristiano debe saber que somos huéspedes de Dios (Sal 15), y que en el país que ahora habitamos somos transeúntes (Sal 39,13; 119,19; 2Cor 5,1s; Ef 2,19; Col 1,21; 1Pe 2,11)...

3.- El segundo personaje que es considerado por Israel como desposeído en nivel supremo es el huérfano. Se trata de aquellos que involuntariamente han perdido a su padre, y que esta situación le ha dejado a la intemperie de lo social y no pocas veces como presa del despojo de los avariciosos, al sometimiento injusto de los que poseen riquezas.

Por el huérfano no hay quien dé la cara, y tú y yo podemos coincidir al reconstruir nuestra infancia que efectivamente de las personas que hace 30 años más eran maltratados eran los huérfanos. Aquí tenemos que recordar también que Jesús conoció la orfandad en relación al señor San José, aquel varón justo que el Padre de la eternidad le quiso dar a Jesús como amoroso custodio.

4.- Y llegamos al tercer personaje que es el que nos ocupa en este día: las viudas. Se precisa contextualizar el trato que Israel le ofrecía a la mujer y la sobreexplotación que se le infringía. Una mujer era considerada un cero a la izquierda en el pensamiento israelita que cuando niña le ve como cosa y propiedad del padre y que una vez que crece se le trata como cosa y posesión ofrecida al esposo. Digamos que se le trata como un menor de edad independientemente los años que tenga, primero en dependencia tutelar con el padre y después con su “señor”.

La desgracia de la viuda va más allá de ese maltrato injusta e irracionalmente infringido en contra toda mujer, ya que al final de cuentas una mujer podía tener o en el padre o en el esposo alguien que diera la cara a favor de ella,... mientras que la viuda ha perdido cualquier lazo de “pertenencia”. Su indumentaria luctuosa manifiesta un doble luto: la pérdida del marido y la pérdida de una posibilidad sumamente valorada por los israelitas: continuar con el ejercicio de la fecundidad. Es por ello que nadie la defiende.

Tres cosas tendremos que recuperar en este espacio: primero que Dios se ha querido convertir en el defensor de la viudas y advierte a aquellos que abusen de ellas (Mc 12,40); segundo la Iglesia debe cuidar de las necesidades de las viudas (Hch 6,1); y en el caso de que ya no tengan parientes se debe cuidar de ellas con piedad (Sant 1,27).

5.- Una vez que hemos hablado de la ubicación de las viudas en el contexto socio-religioso de Israel, resulta adecuado que regresemos a Naím y a... Nazaret.

La viuda de Naím, tiene otra característica que el Evangelista san Lucas el día de hoy ha querido mencionarnos: tenía un hijo único,... el cual murió.

Digamos que esta viuda, al casarse rompió el lazo con el pasado, al enviudar ha roto el lazo que tenía con el pasado y con el presente, y al perder al hijo único ha visto desanudarse los lazos que tenía con el pasado, con el presente... y ahora también con el futuro. Se trata de una situación socio-existencial poco agradable, o, mejor dicho, demasiado deplorable. Las plañideras que le acompañan tienen toda la razón del mundo como para llorar desesperadamente en este sequito de la triple muerte.

6.- Pero Dios en su Providencia, quiso que aquel cortejo de la triple muerte se encontrara con el cortejo de la vida que el Dios tres veces Santo vino a ofrecerle a los hombres.

Hacia fuera de la ciudad se encaminan aquellos que experimentan la amargura, la desolación, la tristeza, el desencanto, los que beben la copa de sus propias lágrimas. Allá van alejándose del lugar del contacto con los vivos, en un franco avance hacia aquel lugar en donde se depositan los muertos, todos aquellos que están sumergidos en la oscuridad de la sinrazón, quienes le van a dar sepultura a todo aquello que un día significó promesas y que se han diluido repentina y dolorosamente en una inconsistencia comparable con la del humo.

La viuda recuerda en su caminar entre los sollozos aquellos momentos en su vida cuando el hombre amado le sacó de la casa paterna y le hizo su esposa, e inicia la reconstrucción de cada una de las escenas de aquellos momentos en que después de llegar al templo orgullosa, sonriente e ilusionada del brazo de su padre salió de aquel Templo igualmente orgullosa, sonriente e ilusionada, ahora del brazo de aquel que se convirtió en el hombre de su vida. ¿Cómo olvidar aquel día tan maravilloso y tan esperado en que llegó a la Casa de Dios después de salir de la casa de sus padres, y cómo al salir de la Casa de Dios tuvo que ir a aquella casa en la que habitaría por siempre en la familia que había formado? Fue ese momento en que con su vida empezó a escribir el nuevo tomo de su existencia despidiéndose entra risas, lágrimas y abrazos de sus padres y de sus hermanos,... y Dios y la historia le iban a traer momentos inolvidables escritos con la tinta imborrable de esta vida que se alimenta de cada suceso y de cada bendición de Dios nuestro Señor.

7.- No obstante, ahora los pasos de aquella viuda de Naím se van sucediendo con una cierta dificultad, a causa de las lágrimas que sin solicitarle permiso bañan y empañan aquellos ojos que un día también lloraron de alegría. ¿Cómo no se podrá recordar aquel momento dichoso en que Dios a través de su cuerpo le anunciaba cambios biológicos inconfundibles en su interpretación? Ella espero un día, y otro más, y un tercero, como para no engañarse ni suscitar una falsa expectativa en su marido que sin duda iba a enloquecer por aquella noticia: Estoy esperando un hijo... Y así el tiempo del embarazo con el computo ilusionado de los días,... y después del recorrido inexorable del tiempo, la llegada de aquel día magnífico, en que el vientre ofreció el fruto más bello de la creación. ¡Nació un varón!, se escucha en aquella habitación y por las calles de Naím las noticias corren más vertiginosamente que el viento,... y que esas lágrimas que no le piden permiso a los ojos para desbordarse inevitablemente. El esposo, ¡feliz!, ahora es esposo y orgulloso padre. Todo mundo, los familiares, los vecinos parece que han enloquecido, casi parece que se escuchara al ejército celestial entonar cánticos eternos. Y así va recibiendo la visita en su memoria de tantos días de felicidad, sin olvidar que también existen días de dolor...

¡Como aquel día! ¿Cómo olvidarlo? Sí, ese día en que el esposo emprendió el camino del que ya no hay regreso. El dolor de la viudez, sin duda que no se le desea a nadie. ¿Por qué tenía que irse él primero? Todavía recuerda que en sus orasiones en los días de felicidad le pedía a Dios no verles partir a ellos dos y con ello estarle pidiendo a Dios que nos permita a nosotros tomar el vehículo en la caravana de la eternidad antes que ellos. Pero,... ¿quién tiene la capacidad de decidir algo que sólo a Dios le toca decidirlo?

8.- ¿Qué sí dolió aquel día? Como no se pueden imaginar aquellos que no lo han vivido, no obstante se tenía al lado la medicina contra aquella terrible enfermedad llamada: muerte del ser más amado. Los hombres deben saber que viudez significa vacío, y que es vacío el que se experimenta en el alma. No obstante allí estaba el hijo, un pedazo del padre y un pedazo de la madre, su herencia, su sangre, su vida,... Alguien ha dicho que los esposos se unen y forman una sola carne, y efectivamente la presencia del hijo significó la posibilidad de superar el fantasma de la tristeza y de la melancolía.

La vida tenía que continuar, y uno debe sacar fuerza de donde pueda, pero esto es posible cuando hay una razón para vivir. Y así siguen los pasos avanzando hacia el cementerio y con ello la cercanía al propio cementerio en el que se ha convertido el corazón. Ahora las cosas han llegado al límite: Hace dos días el hijo estaba en la casa siguiendo su vida normal, el orgullo de verle lleno de vitalidad, en la flor de la juventud, encanto de las mujeres jóvenes del pueblo y orgullo de una madre que afrotando la vida le dio siempre razones para que él se sintiera orgulloso de ella... Pero el espejo de la felicidad se rompió repentinamente y se ha convertido en un montón de añicos, irreconstruible e irreversible: Mi hijo ha muerto y sí al morir los padres a uno se le llama huérfana y al morir el esposo a una mujer se le puede llamar viuda, cuando muere el hijo, no existen palabras para expresar lo que estoy viviendo.




-----------------------------------

UNA VIUDA DE LA QUE NO SE COMPADECE NADIE.

“En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.

Cuando el Señor la vio, se compadeció de ella y le dijo: “No llores”. Acercándose al ataúd, lo tocó, y los que lo llevaban se detuvieron. Entonces dijo Jesús: “Joven, yo te lo mando: Levántate”. Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

1.- Todavía no asimilo el porque las cosas han llegado a este extremo: todo mundo arremolinado en torno mío y yo me siento tan sola e impotente. Las personas piadosas entre ellos los amigos y los familiares me dicen que sienten en el corazón lo que me ha pasado, ¡y les creo!, pero ellos saben también que jamás podrán sentir las cosas exactamente como yo las experimento. Les miro y no puedo evitar leer en sus rostros un sentimiento de compasión para mi desgracia...

La muerte es, como le decían a nuestro padre David es como esa agua que se derrama en la tierra y que ya es imposible regresar al cuenco, o como el mismo lo había expresado cuando perdió a sup rimer hijo con Betsabé: nosotros iremos a donde ellos pero ellos no podrán regresar a donde nosotros.

¡Ojalá que estuviera conmingo nuestro padre David! Que él y su linaje conducirían a nuestro pueblo a la verdadera tierra que mana leche y miel, nos han dicho los profetas, que su Hijo ya está entre nosotros mencionan en todas partes, que hace milagros...¡Ojalá que fuese cierto!, sobre todo cuando muchos de los nuestros niegan que Él sea hijo de David, por el hecho de provenir del Norte, de la provincia de Galilea, de la ciudad de Nazaret. Ojalá que estuviese aquí en este momento y que hiciese algo por mi hijo, ¡qué me importa si es del Norte o del Sur, de Galilea o de Judea, de Nazaret o de Naím...

¡Ah!, son tantas las cosas que se están agolpando en mi cabeza sin ton ni son, mientras que nos vamos alejando del pueblo, y en el camino nos vamos acercando a la última morada de aquel que vivió conmigo.

2.- Y avanzamos y repentinamente el ruido del cortejo parece que ha sube de intensidad, las voces parecen gritos, y mi luto parece que en medio de aquel barullo ensordecedor e inexplicable se ha convertido en una fiesta. ¡No entiendo lo que está pasando!, y de pronto al levantar la mirada lo miro a Él, el Nazareno, el Hijo de David, el Galileo, quien viene recorriendo el camino en el sentido contrario con sus discípulos y con mucha más gente de la que viene conmigo,... si acaso las calles de Naím parecían haberse quedado solas después de la muerte de mi hijo, sin duda ahora se llenarán.

¡Claro!, ellos están de fiesta, mientras que yo me deshago en lágrimas y tristeza.

La gente dice que el Nazareno realiza milagros con la única condición de que se tenga un poco de fe. ¿Un Milagro?, una espina de lo irracional, dirá un día Maurice Blondel, y en este caso, en mi caso las cosas no son para menos. Soy yo quien vivo una situación irracional.

En estas cosas pienso y en estos sentimientos lloro, cuando repentinamente Él se cruzó por el camino y dejando su cortejo de la vida se acercó a mi cortejo de la muerte, dejó allá el desfile de la alegría para acercarse al desfile de las lágrimas, ha abandonado momentáneamente la marcha de la esperanza para acercarse a la marcha de la desesperanza, de la desilusión y de la fatalidad.

¡No llores! Me ha dicho y después de mencionarlo se ha dirigido al ataúd de mi hijo que sigue avanzando aún cuando él se ha acercado,... ¿irá a rezar o ha venido sólo a consolarme?

3.- De pronto, Él hizo algo que estaba prohibido en mi pueblo, salvo para los que tenían que cumplir con aquella misma caridad que tuvo Tobías al enterrar a los muertos, aunque después de ello tenían que quedarse fuera de la ciudad y someterse a estrictas normas sanitarias. Parece que la ley en esto no distingue si el difunto es lo más grande que Dios nos ha dado en la vida.

Y Él tocó el féretro, y entonces todos se detienen, quizá más por la sorpresa generada ante aquella acción inesperada, que ante una indicación expresa de Él. Fue entonces que le dio la orden para que se levantara, y las cosas se hicieron como lo indicó su Palabra, una Palabra que tiene poder, de allí que todos en un pueblo como Naím, que pertenece a la tribu de Judá, expresaran que el Mesías profeta había visitado nuestro pueblo, aún a sabiendas de que los del Norte, los de la antigua Samaria eran los que esperaban al Mesías Profeta,... pero aquí las cosas han sucedido así: una Palabra que tiene poder, mencionan todos... aunque yo se que fue otra situación la que aconteció: más que la fuerza de la Fe que arrancaba milagros, y más allá que la fuerza de su Palabra, estaba en juego la mayor de las fuerzas: la de su compasión.

4.- ¡Claro! Yo soy quien tengo que decirlo: el milagro de la resurrección de mi Hijo fue obra de la compasión de un Dios que no soporta ver llorar al hombre, de un Dios que se conmueve ante el dolor humano, de un Dios que en su bondad tiene misericordia ante nuestra miseria.

Aquí la ecuación no es la de la fe y el milagro que se presentan en dos formatos: el del hombre: a mayor milagro una mayor fe, ni la que hemos aprendido de Dios: a mayor Fe un mayor milagro; puesto que aquí, tengo que decirlo de nuevo, no se le pidió nada. Él solo fue quien tomó la iniciativa: ¿le pareció demasiado ver a una viuda llorar?, y al igual que nuestro Dios que se compadece y tiene una especial protección al escuchar el lamento de la viuda, convirtiéndose en su defensa y vengador. Es así como comprendí que sólo hay una cosa que el Nazareno no soporta: el dolor en el corazón humano.

5.- Y así fue como se sucedieron las cosas de mi historia ubicada en el meollo de la Historia de un Dios que asumió la historia de los hombres. Una historia, por cierto demasiado incomprensible así como injusta.

Puesto que esta historia posee una segunda parte en otro cortejo en Jerusalén que se llevará a cabo el viernes santo. Un cortejo demasiado parecido al que yo viví en Naím.

Allí está ella, su Madre Santa alegre un día en los desposorios sagrados con aquel varón justo que le amó tanto como para que en la incomprensión del milagro del Dios con nosotros prefiriera mil veces él aparecer como ruin y cobarde que ella, su esposa inmaculada pudiera experimentar el repudio de nuestro pueblo, que para repudiar y acabar con la vida de la repudiada era tan severo como ciego.

Ella conoce la alegría que se siente en el alma al abrazar la carce que es nuestra carne, la herencia que es nuestra herencia y la sangre que es nuestra sangre. Le veía y le sonreía: inocente el Hijo e inocente la Madre, y le entonaba un canto para arrullarle, mientras que san José se extasiaba en aquella escena que por sí sola hace que la tierra y el cielo cambien de lugar en cualquier familia, mucho más en aquella familia sin igual. Ella conoce el sueño de su niño y le ha recostado en el pesebre para salvaguardar la placidez de su descanso.

6.- Ella ahora recorre un camino en el que contempla como su Hijo va cayendo bajo el peso de aquella cruz mientras que parece que ahora nadie tiene compasión de Él ni de ella, aún cuando las plañideras lloran como lloraron cuando yo llevaba a mi hijo al cementerio, parece ser que aquel llanto colectivo que llamó la atención del Nazareno en Naím ahora se ha convertido en un triste compás para el dolor de Dios y la burla del hombre. Y aún aquí, el Nazareno les pide que no lloren por Él sino por sus hijos, por los hijos de Jerusalén, por aquellos por los que Él mismo ha llorado al ver a la ciudad santa desde las alturas y haciendo alusión a ese sentimiento de búsqueda frustrado comparable con el deseo de la gallina de reunir bajo sus alas a sus polluelos, sólo que aquí los polluelos han rechazado ese sentimiento materno que Dios quiso manifestarles como ya lo había anunciado Isaías.

Y al mirar la cruz, la viuda de Nazaret, recuerda a su infatigable esposo que le pedía a su Hijo cargar los maderos con los que trabajaba y con los que alimentaba al Dios que provee de alimento a todos los hombres. San José, su esposo,... su muerte,... su viudez,... aquel consuelo de su Hijo que le hizo sobreponerse al dolor humano que acompaña la separación física del esposo amado.

Y el camino continúa con un trayecto que hace que ahora las multitudes salgan de las calles de Jerusalén como un día salieron conmigo de las calles de Naím. Y en esos caminos uno nunca sabe quien le acompaña a uno realmente en su dolor y quien viene con nosotros sólo por el morbo de ver el dolor del que muere y el de aquellos que experimentamos la separación de aquellos que amamos.

7.- Allí viene el Nazareno, aquel que al tocar el féretro de mi hijo detuvo el cortejo de la muerte, recibiendo el toque del Cirineo en su cruz para compartir aquella cruz que los apóstoles habían sido llamados a cargar y no lo han hecho.

Allí viene la viuda de Nazaret acompañando al Hijo y disponiéndose a entregar el único lazo que tiene con esta vida al Padre que les ha pedido a los hombres apiadarse de las viudas.

Y si su Hijo ha tenido compasión para conmigo, y para con todos los hombres, los habitantes de Jerusalén no han tenido compasión para con ella. Allá en lo alto de la colina se le regresará desfigurado a la cuna de sus brazos Aquel que abrazó y acarició amorososamente. Aquella frente que besó en su infancia es ahora besada y con aquellos besos que buscan aminorar el dolor de las espinas se adhiere a sus labios el color carmesí del amor del Nazareno.

Allá está ella que canto al arrullar al niño en Belén, y que ahora escucha el canto del martillo que golpetea aquellos clavos que perforan la madera en el taller del mundo en el que todas las cosas son hechas nuevas.

8.- Allí está Él, Aquel que en su compasión me ofreció aquel milagro que no espero una manifestación de la fe en el hombre. Allí está ella, experimentando la espada del dolor en su corazón.

Allí está ella, la viuda de Nazaret, quien sabe como yo lo sé, que el dolor más grande en el corazón de una madre es el dolor de los hijos, que uno daría cualquier cosa con tal que ellos no pasaran necesidad alguna, prefiendo incluso pasar uno por cualquier precariedad antes que ellos pasen por alguna, que prefiriera uno enfermarse antes que el Hijo se enfermara y morir uno antes que el Hijo muriera.

Y la historia es demasiado parecida, pero al mismo tiempo es distinta en un aspecto: Dios tuvo compasión de mí y de mi hijo, y jamás lo voy a olvidar, mientras que los hombres no tuvieron compasión de la Madre de Dios y no la tuvieron de su Hijo.

9.- Madre de Jesús, Viuda de Nazaret, perdona que te llame de esta manera tan poco usual pero al mismo tiempo tan real. Tu éres la mujer íntegra, el ejemplo para todo hombre e imagen cercana para cualquier mujer, recibe el amor de una viuda que supo recibir el amor de un Corazón que poseía el amor de su ser divino y de un ser humano en el que seguramente tu influiste.




-------------------------------------

LA MUERTE DEL HIJO.

“En aquel tiempo, dijo Jesús: “Joven, yo te lo mando: Levántate”. Inmediatamente el que había muerto se levantó y comenzó a hablar. Jesús se lo entregó a su madre.

Al ver esto, todos se llenaron de temor y comenzaron a glorificar a Dios, diciendo: “Un gran profeta ha surgido entre nosotros. Dios ha visitado a su pueblo”.

La noticia de este hecho se divulgó por toda Judea y por las regiones circunvecinas”.

1.- Muy queridos amigos:

El Señor Jesús se encargará de devolverle a la viuda de Naím a su hijo único y confiará a la Virgen María, la viuda de Nazaret, al discípulo amado, y a todos aquellos que nos reconozcamos en el discípulo amado.

Podríamos hablar ahora acerca del ideal cristiano propuesto para la última etapa de las mujeres en la viudez, resumido en tres prácticas: la oración, la castidad y la caridad, no obstante quisiera referir algunos breves elementos que nos ayuden a sobreponernos a la pérdida irreparable de alguien que se te permitió ver nacer, y que no jamás esperaste que le ibas a ver morir, cuando la lógica de nuestra biología pareciera asegurarnos el orden secuencial contrario.

2.- El siguiente fragmento fue escrito por Loretta McCann Bjorvik y lo ha titulado: Lágrimas que curan, el cual ella ha querido ambientarlo con esta frase de nuestra muy querida Madre Teresa de Calcuta: No da quien da lo que no necesita.

3.- “ Habían pasado casi seis meses desde que nuestra hija Kendall murió, a los nueve años, después de una batalla de cinco meses con un tumor en el tallo cerebral.

Fue una pérdida devastadora, pero con otros dos hijos que amar y cuidar no siempre había tiempo para escon­derse y dejar que las lágrimas corrieran. Sin embargo, al no estar hecha de piedra, no era sencillo encontrar refugio cuando la pena me invadía y se hacía presente.

Fue una de esas veces cuando me di cuenta de que mi hija menor, Celeste, hacia gestos delante de Paul, mi es­poso, y de mí para alentarnos a salir de nuestra intermi tente tristeza.

No tenía la obligación de hacernos sonreír y yo no quería que tomara el papel de "cuidadora de los cora zones de sus padres". Sin embargo, ella sabía que cier ta sonrisa especial desencadenaría nuestras emociones y nos haría explotar en medio de la risa.

Ese cambio es bienvenido la mayoría de las veces, pero también debe haber momentos para que las lágri mas nos limpien.

Con el descanso asegurado, Paul y yo estábamos ha ciendo lo más que podíamos por tener un semblante tran­quilo cuando la familia estaba junta. Sin embargo, a ve ces nos invadían momentos de tristeza en los que no era sencillo escondemos en nuestra recámara, en la re gadera o programar un espacio en el futuro. Esas ocasio nes eran relativamente esporádicas, pero para un niño de seis años debe ser doloroso ver sufrir a sus padres.

Celeste vino a mí cuando estaba sentada recordan do. La tristeza y la pérdida debieron ser evidentes en mi rostro. "Mamá", dijo, y cuando levanté el rostro para contestarle, sacó esa brillante sonrisa que generalmen te precede a un ataque de risa espontáneo. Y como tal, lo hizo.

Como yo quería que ella supiera que no tenía la obli gación de hacernos sonreír todo el tiempo, le pedí que se sentara en mis piernas.

Quería proteger su corazón, así que elegí cuidadosa mente mis palabras. "Celeste, a mamá le gusta que la hagas reír y tienes una manera especial de hacerlo." Celeste me miró con aprobación.

"Sabes que todos extrañamos a Kendall -continué-, y que a veces pensamos en ella: seremos felices; y a ve ces pensaremos en ella: nos entristecerá que no esté con nosotros."

Hice una pausa para leer su expresión. "A veces, cuan do estamos tristes, podemos llorar."

Celeste me miraba fijamente y reflejaba mis gestos faciales en un esfuerzo por generar empatía.

"Celeste, el asunto es que sé que te entristece ver a mamá o a papá tristes y que quieres hacernos sonreír, pero hay una razón por la que existen las lágrimas." Ella movía la cabeza para mostrar su disgusto por nues tro llanto.

-¿Recuerdas cuando te has caído y lastimado la rodilla?

-Sí ... -sus ojos eran grandes e intensos.

-¿Qué debemos hacer antes de poner el curita?

-Lavar la herida.

Estaba segura de su respuesta.

-Correcto. Cuando mamá y papá lloran, es como si Dios lavara nuestros corazones para ponernos un curita y ayudarnos a sanar.

¿Realmente estaba hablando yo? Sentí como si estu viera recibiendo un ejemplo de Dios.

Celeste reflexionaba al respecto.

"Así que aunque no te guste vernos llorar -Ce leste movía la cabeza conforme yo continuaba-, a veces debemos hacerlo, porque las lágrimas nos es tán ayudando a curarnos."

Sostuve su carita en mis manos.

"Y aunque me encanta ver tu hermosa sonrisa, por favor no te enojes cuando estamos llorando un poco.

Sólo recuerda que Dios nos está ayudando a lavar nues tro corazón para curarlo."

Concluimos nuestra plática con un fuerte abrazo y cosquillas y Celeste se bajó de mis piernas para seguir jugando.

"Gracias, Dios -recé-, no sólo por ayudarme a ex plicarle a Celeste, sino por explicármelo también a mí."

4.- Muy queridos amigos:

No tenemos nuestra esperanza cimentada en el compartir una resurrección como la de la hija de Jairo, ni como la del hijo de la viuda de Naím, ni como la de Lázaro.

Yo no envidio su resurrección, lo que sí envidio es la vida que debieron llevar después de su resurrección y es que a pesar de su mutismo, la muerte es elocuente, es mucho más que un dato, es un hecho que hace surgir legítimas preguntas sobre el ser y el quehacer del hombre.

El hombre es peregrino, homo viator. Mencionaba Don Gabriel Marcel que “Si el hombre no conserva vivo el sentido de su condición viajera, tal vez no pueda instaurar un orden terrestre estable”.

Las coordenadas históricas son las del espacio y el tiempo. No obstante el tiempo suele ser el juez insobornable de nuestra existencia. El hombre puede detenerse en el espacio pero no jamás el tiempo. Aquel famoso “Sta Viator” que en la antigua Roma estaba inscrito en muchos de los muros de la ciudad, era el ideal de la antigua Roma. Pero hay que mencionar que no significa detenerse, lo cual es imposible, se trata tan sólo de un reposo.

Y la verdad sea dicha en torno al Evangelio de la resurrección del hijo de la viuda de Naím, el problema que encontramos en nuestro tiempo no es el de una estructura familiar que se pudiera romper en la eternidad, sino aquellas que se van rompiendo en la actualidad: hermanos que ya no nos tratamos como hermanos, esposos que ya no son esposos, padres que abandonan a los hijos e hijos que dejan en el olvido a los padres, nietos que ignoran a los abuelos y muchas personas de las que absolutamente nadie se preocupa.

Creer en el Dios de Jesucristo significa que estamos hechos para la vida, y que la vida consiste en el ser con él, sin que esta relación se interrumpa jamás.



--------------------------

EL NIÑO EN LA TUMBA.

“En aquel tiempo, se dirigía Jesús a una población llamada Naím, acompañado de sus discípulos y de mucha gente. Al llegar a la entrada de la población, se encontró con que sacaban a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda, a la que acompañaba una gran muchedumbre.

1.- Muy querido amigo:

En este día en que meditamos en el Evangelio sobre la viuda de Naím y la pérdida de su hijo, te comparto el texto completo de este breve Cuento infantil que refiere este tema, el cual en lo personal lo he considerado como maravilloso, y que fue escrito por Hans Christian Andersen:

2.- “Había luto en la casa, y luto en los corazones: el hijo menor, un niño de 4 años, el único varón, alegría y esperanza de sus padres, había muerto. Cierto que aún quedaban dos hijas; precisamente aquel mismo año la mayor iba a ser confirmada. Las dos eran buenas y dulces, pero el hijo que se va es siempre el más querido; y ahora, sobre ser el único varón, era el benjamín. ¡Dura prueba para la familia! Las hermanas sufrían como sufren por lo general los corazones jóvenes, impresionadas sobre todo por el dolor de los padres; el padre estaba anonadado, pero la más desconsolada era la madre. Día y noche había permanecido de pie, a la cabecera del enfermo, cuidándolo, atendiéndolo, mimándolo. Más que nunca sentía que aquel niño era parte de sí misma. No le cabía en la mente la idea de que estaba muerto, de que lo encerrarían en un ataúd y lo depositarían en una tumba. Dios no podía quitarle a su hijo, pensaba; y cuando ya hubo ocurrido la desgracia, cuando no cabía incertidumbre, exclamó la mujer en la desesperación de su dolor:

-¡Es imposible que Dios se haya enterado! ¡En la Tierra tiene servidores sin corazón, que obran a su capricho, sin atender a las oraciones de una madre!

Así perdió su confianza en Dios; en su mente se filtraron pensamientos tenebrosos, pensamientos de muerte, miedo a la muerte eterna, temor de que el hombre fuese sólo polvo y de que en polvo terminase todo. Con estas ideas no tenía nada a que asirse, y así iba hundiéndose en la nada sin fondo de la desesperación.

En la hora más difícil no podía ya llorar, ni pensaba en las dos hijas que le quedaban; las lágrimas de su esposo le caían sobre la frente, pero no levantaba los ojos a él. Sus pensamientos giraban constantemente en torno al hiojo muerto; su vida ya no parecía tener más objeto que evocar las gracias de su pequeño, recordar sus inocentes palabras infantiles.

Llegó el momento del entierro. Ella llevaba varias noches sin dormir, y por la madrugada la venció el cansancio y quedó sumida en breve letargo. Entretanto llevaron el féretro a una habitación apartada, para que no oyera los martillazos.

Al despertarse quiso ver a su hijito, pero su marido le dijo llorando:

-Hemos cerrado el ataúd. ¡Había que hacerlo!

-Si Dios se muestra tan duro conmigo -exclamó ella amargamente-, ¿por qué han de ser más piadosos los hombres? –

Y prorrumpió en un llanto desesperado.

Llevaron el féretro a la sepultura, mientras la desconsolada madre permanecía junto a sus hijas, mirándolas sin verlas, siempre con el pensamiento lejos del hogar. Se abandonaba a su dolor, y éste la sacudía como el mar sacude la embarcación cuando ha perdido la vela y los remos. Así pasó el día del entierro, y siguieron otros, igualmente tristes y sombríos. Las niñas y el padre la miraban con ojos húmedos y expresión desolada, pero ella no oía sus palabras de consuelo. Por otra parte, ¿qué podían decirle cuando a todos les alcanzaba la misma desgracia?

Sólo el sueño hubiera podido consolarla, mitigar en algo su pena, restituir las fuerzas a su cuerpo y la paz a su alma. Pero se diría que ya no lo conocía; a lo sumo, consentía en echarse en la cama, donde quedaba inmóvil como si durmiese. Una noche, su esposo, escuchando su respiración, creyó que por fin había encontrado alivio y reposo, por lo que, juntando las manos, rezó una oración y se quedó profundamente dormido. Por eso no se dio cuenta de que ella se levantaba y, después de vestirse, salía sigilosamente de la casa para dirigirse al lugar donde de día y de noche tenía fijo el pensamiento: junto a la tumba de su hijo. Atravesó el jardín que rodeaba la casa, salió al campo y tomó un sendero que, dejando a un lado la ciudad, conducía al cementerio. Nadie la vio, ni ella vio a nadie.

Era una bella noche estrellada, con el aire aún cálido y suave, pues corría el mes de septiembre. La mujer entró en el cementerio y se encaminó hacia la pequeña sepultura, que parecía un enorme y fragante ramo de flores. Se sentó e inclinó la cabeza sobre la losa, como si a través de aquella delgada capa de tierra le fuese dado ver a su hijito, cuya cariñosa sonrisa guardaba grabada en la mente. No se le había borrado tampoco la hermosa expresión de sus ojos, incluso cuando el niño yacía en su lecho de muerte. ¡Qué expresiva había sido su mirada, cuando ella se agachaba sobre el pequeño y le cogía la manita, aquella manita que él no podía ya levantar! Como había permanecido sentada a la cabecera del lecho, así velaba ahora junto a su tumba; pero aquí las lágrimas fluían copiosas, cayendo sobre la sepultura.

-¡Quisieras ir con tu hijo! -dijo de pronto una voz a su lado, una voz que sonó clara y grave y le penetró en el corazón. La mujer alzó la mirada y vio junto a ella a un hombre envuelto en un amplio manto funerario, con la capucha bajada sobre la cara. Pero ella le vio el rostro por debajo; era severo, y, sin embargo, inspiraba confianza; los ojos brillaban como si su dueño estuviese aún en los años de juventud.

-¡Ir con mi hijo! -repitió ella, con acento de súplica desesperada.

-¿Te atreverías a seguirme? -preguntó la figura-. ¡Soy la Muerte!

La mujer inclinó la cabeza en señal de asentimiento, y de repente le pareció que todas las estrellas brillaban sobre su cabeza con el resplandor de la luna llena; vio la magnificencia de colores de las flores depositadas en la tumba, la tierra se abrió lenta y suavemente cual un lienzo flotante y la madre se hundió, mientras la figura extendía a su alrededor el negro manto. Se hizo la noche, la noche de la muerte; ella se hundió a mayor profundidad de la que alcanza la pala; el cementerio quedaba allí arriba, como un tejado sobre su cabeza.

Se corrió de un lado la punta del manto, y la madre se encontró en una inmensa sala, enorme y acogedora. Aunque reinaba la penumbra, vio ante ella a su hijo, que en el mismo momento se arrojó a sus brazos. Le sonreía, irradiando una belleza superior aún a la que tenía en vida. Ella lanzó un grito que no pudo oírse, pues muy cerca de ella sonaba una música deliciosa, primero muy cerca, más lejana después, y que volvió a aproximarse. Nunca habían herido sus oídos sones tan celestiales; le llegaban del otro lado de la espesa cortina negra que separaba la sala del inmenso ámbito de la eternidad.

-¡Mi dulce, mi querida madre! -oyó que exclamaba el niño. Era su voz, tan conocida; y ella lo devoraba a besos, presa de una dicha infinita. El niño señaló la oscura cortina.

-¡No es tan bonito allá en la Tierra! ¿Ves, madre, ves a todos estos? ¡Mira qué felices somos!

Pero la madre nada veía, ni allá donde le indicaba su hijo; nada sino la negra noche. Veía con sus ojos terrenales, pero no como veía el niño a quien Dios había llamado a sí. Oía los sones, la música, mas no la palabra en la que hubiera podido creer.

-¡Ahora puedo volar, madre! -dijo el pequeño-, volar con todos los demás niños felices, directamente hacia Dios Nuestro Señor. ¡Me gustaría tanto hacerlo! Pero cuando tú lloras como lo haces en este momento, no puedo separarme de ti. ¡Y me gustaría tanto! ¿No me dejas? Pronto vendrás a reunirte conmigo, madre mía.

-¡Oh, quédate, quédate aún un instante, sólo un instante! -le rogó ella-. ¡Deja que te mire aún otra vez, que te bese y te tenga en mis brazos!

Y lo besó y estrechó contra su corazón. Desde lo alto, alguien pronunció su nombre, y los sones llegaban impregnados de una tristeza infinita. ¿Qué era?

-¿Oyes? -dijo el niño-. ¡Es el padre, que te llama!

Y un momento después se escucharon profundos sollozos, como de niños que lloraban.

-¡Son mis hermanas! -dijo el niño-. ¡Madre, no las habrás olvidado! Entonces ella se acordó de los que quedaban; la sobrecogió una angustia indecible. Miró ante sí y vio unas figuras flotantes, algunas de las cuales creyó reconocer. Avanzaban en el aire por la sala de la Muerte hacia la oscura cortina y desaparecían detrás de ella. ¿No se le aparecerían su marido, sus hijas? No, su llamada, sus suspiros, seguían llegando de lo alto. Había faltado poco para que se olvidase de ellos, absorbida en el recuerdo del muerto.

-¡Madre, ahora suenan las campanas del cielo! -dijo el niño- Madre, ahora sale el sol.

Y sobre ella cayó un torrente de cegadora luz; el niño se había ido, y ella sintió que la subían hacia las alturas. Hacía frío a su alrededor, y al levantar la cabeza se dio cuenta de que estaba en el cementerio, tendida sobre la tumba de su hijo. Pero Dios, en su sueño, había sido un apoyo para su cuerpo y una luz para su entendimiento. Doblando la rodilla, dijo:

-¡Perdóname, Señor, Dios mío, por haber querido detener el vuelo de un alma eterna, y por haber olvidado mis deberes con los vivos, que confiaste a mi cuidado!

Y al pronunciar estas palabras, un gran alivio se infundió en su corazón. Salió el sol, un avecilla rompió a cantar encima de su cabeza, y las campanas de la iglesia llamaron a maitines. Un santo silencio se esparció en derredor, santo como el que reinaba ya en su corazón. Reconoció nuevamente a su Dios, reconoció sus deberes y volvió presurosa a su casa. Se inclinó sobre su marido, lo despertó con sus besos y le dijo palabras que le salían del alma. Volvía a ser fuerte y dulce como puede serlo la esposa, y de sus labios brotó una rica fuente de consuelo.

-¡Bien hecho está lo que hace Dios!

Le preguntó el marido:

-¿De dónde has sacado de repente esta virtud de consolar a los demás?

Ella lo abrazó y besó a sus hijas.

-¡La recibí de Dios, por mediación de mi hijo muerto!

0 comentarios:


WebJCP | Abril 2007