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MISIONEROS EN CAMINO: Homilias y Reflexiones: Domingo XI del TO (Lucas 9,18-24) - Ciclo C
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sábado, 19 de junio de 2010

Homilias y Reflexiones: Domingo XI del TO (Lucas 9,18-24) - Ciclo C


Publicado por Iglesia que Camina

CREER QUE CREEMOS

La pregunta de Jesús es demasiado seria como para leerla de corrido o responderla de memoria como niños de escuela. “¿Y vosotros quién decís que soy yo?” La respuesta de Pedro pareciera definitiva: “El Mesías de Dios.” Pero sucede que, desde entonces, Jesús comenzó a decirles que el “Hijo del hombre tiene que padecer mucho…”

Pedro creía saber y conocer a Jesús y lo dice en nombre todos. Pero a la confesión de Pedro sigue los nuevos esclarecimientos de Jesús. Algo que Pedro no sabía, ni se imaginaba y que ni siquiera aceptaba.

Uno de nuestros mayores peligros suele ser “creer para siempre”. Dar por hecho que ya tenemos fe. Dar por hecho de que ya conocemos a Dios y creemos en Él. Con frecuencia nos estamos quedando con unos esqueletos de Dios, con unos pedazos de Dios y de Jesús y del Evangelio. Una fe que cabe en unos enunciados del catecismo. Una fe encerrada en los muros de unas formulaciones teológicas que nadie puedo tocar. Una fe embotellada a la que le impedimos respirar para que no se estropee el contenido.

A veces me temo nos suceda lo de aquella vieja rezadora que un día entró en dudas de si Dios llevaría bien las cuentas de todas las Ave Marías que ella rezaba. No tuvo mejor idea que comprarse una vasija grande y allí iba echando un garbanzo por cada Ave María. Así no habría dudas en la contabilidad. Pasado el tiempo, ella misma quiso comprobar lo que había acumulado. Abrió la vasija y la encontró vacía. A poco sufrió un infarto. Hasta que se dio cuenta de que el diablo le había hecho un agujero por debajo y por allí se habían escurrido todos sus garbanzos.

¿No nos sucederá algo parecido a nosotros con nuestra fe? La damos por tan segura que ni se nos ocurre dudar. Hasta que un día nos planteamos en serio el problema y nos damos cuenta de que estamos viviendo una fe empobrecida, vacía, sin fuerza para iluminar nuestras vidas.

Tenemos miedo a replantearnos si somos creyentes o no, preferimos darlo por supuesto. Tenemos miedo a replantearnos en qué Jesús creemos realmente, preferimos darlo todo por supuesto. Tenemos miedo a replantearnos en qué Dios creemos y cuál es el Dios de nuestra fe.

Por eso es posible que nos estemos quedando con un Dios que ya no existe y que nos estemos quedando con un Jesús que se quedó en el pasado, pero no vive hoy.




¿Y TÚ QUÉ DICES DE MÍ?

Me van a permitir que por un momento le cambie la pregunta a Jesús. Es Él quién nos pregunta qué decimos nosotros de Él. ¿Y por qué no le preguntamos también nosotros: Y Tú, Señor, qué piensas de nosotros? Es interesante saber lo que Jesús significa para nosotros en nuestras vidas, pero es todavía más importante saber lo que Jesús piensa de cada uno de nosotros.

¿Qué dice Jesús de mí como bautizado?
¿Qué dice Jesús de mí como casado?
¿Qué dice Jesús de mí como sacerdote?
¿Qué dice Jesús de mí como enamorado o novio?
¿Qué dice Jesús de mí como profesional?

Es posible que nosotros dudemos de Él.
Lo cierto es que Él no duda de nosotros.
Es posible que nosotros nos olvidemos de Él.
Lo cierto es que El no se olvida de nosotros.
Es posible que nosotros no le pongamos a Él en el centro de nuestras vidas.
Lo cierto es que nosotros estamos en el centro de su corazón.

Es posible que nosotros lo veamos muchas veces con ojos interesados. Lo cierto es que Él siempre nos mira y contempla con actitud de gratuidad. Sencillamente, para Él somos lo más importante.

Es posible que nosotros no le creamos siempre lo que nos dice.
Lo cierto es que Él siempre escuchará los gritos de nuestro corazón.
Es posible que a veces sintamos vergüenza de hablar de Él.
Lo cierto es que Él jamás se avergüenza de nosotros, ni siquiera cuando somos malos y vivimos al margen de Él.
Yo no estoy seguro de que Jesús sea nuestro sueño.
Lo cierto, y de ello estoy seguro, es que yo siempre seré un sueño para Él.

Está bien que cada día nosotros nos cuestionemos y nos preguntemos quién es Él para nosotros, pero también debiéramos cada día preguntarnos y cuestionarnos quién soy yo para Jesús. Porque, al fin y al cabo, yo no soy ni lo que yo pienso de mí, ni lo que los demás dicen o piensan de mí. Mi verdad será siempre lo que Dios piensa de mí. Nuestra conclusión será siempre de gran esperanza: somos lo más importante para Dios.





PAPÁS, PÓNGASE DE ACUERDO

Es normal que papá y mamá tengan criterios diferentes en relación a sus hijos, a su educación, a los permisos, pero ante ellos es preciso que os pongáis de acuerdo. No les enviéis dos mensajes, porque entonces no sabrán a qué atenerse. No sabrán dónde está la verdad: ¿en lo que dice papá o en lo que dice mamá?

Para ello es preciso que ustedes os pongáis de acuerdo en vuestras decisiones.
Que el uno no contradiga lo que dice el otro, que suele ser bastante ordinario.
Que el uno no utilice al hijo contra el otro, cosa que es bastante frecuente.
Que el uno no deje en mal lugar al otro.
Si tenéis problemas hay que solucionarlos a solas.
El hijo necesita de los dos.
Necesita de la imagen del padre y de la imagen de la madre.
Por eso si el uno destruye en la mente y el corazón del hijo la imagen del otro, lo dejamos cojo, como una silla a la que le rompemos una pata.

Los padres necesitáis conocer bien a vuestros hijos y sobre ellos tendréis que hablar con frecuencia, pero a solas entre vosotros dos.

Eso porque los dos tenéis que tomar decisiones de cómo guiarlos, tanto en lo que les permitís como en lo que les prohibís. No les acostumbréis a veros divididos porque entonces os utilizarán. Acudirán a cada uno según les convenga. No olvidéis que los hijos son muy buenos, pero también muy manipuladores. Vosotros que os creéis muy listos termináis por ser unos “útiles tontos”. Juntos los engendrasteis. Juntos los tenéis que ver crecer. Además, juntos tenéis que marcarles ideales y metas que les ayuden a luchar.

No lo olvidéis: “Papás en desacuerdo, hijos en desorientación.”.





NO TE RINDAS

“Abrir las puertas. Quitar los cerrojos. Abandonar las murallas que te protegieron. Vivir la vida y aceptar el reto. Recuperar la risa. Ensayar un canto. Bajar la guardia y extender las manos. Desplegar las alas e intentar de nuevo. Celebrar la vida y retomar los cielos.” (Poema de Mario Benedetti)

Abrir las puertas. Todas las puertas. Las puertas de tu casa para que otros entren. Las puertas de tu mente para que ideas nuevas pueblen tu cabeza. Las puertas de tu corazón para que nadie se quede tiritando de frío fuera. Las puertas de tu amor para que nadie se sienta solo.

Quitar los cerrojos. No tranques las puertas de tu corazón porque has sufrido una decepción, porque han sufrido un desengaño, porque te han engañado, y ahora te encierras dentro con cerrojos en tus puertas. ¿No sabes que así te quedas solo? ¿No sabes que así excluyes a muchos? ¿No sabes que así, hasta Dios tiene que quedarse fuera?

Abandonar las murallas… No veas enemigos siempre al acecho. Derrumba tus propios muros y sal al campo, libre como el viento, y deja de ver a los demás como enemigos y descúbrelos como tus amigos. Verás que las murallas no hacen falta y que enemigos se hacen tus amigos.

Vivir la vida y aceptar el reto. Esa es tu misión. La vida no es para gastarla o malgastarla sino para vivirla. Vive tu vida y acepta el reto de vivir. No le tengas miedo a la vida. No le tengas miedo al futuro. No le tengas miedo a nada. El miedo sólo existe dentro de ti. Fuera hay todo un camino que andar.

Recupera la risa. Que la vida, con sus problemas y dificultades, es una fiesta. La vida solo se vive a gusto regalándole una sonrisa. La vida solo se vive a gusto saludando a todos con tu sonrisa. La sonrisa es como la firma de Dios escrita en tus labios diciendo que la vida es bella, a pesar de todo.

Ensaya un canto. Que tu risa sea acompañada siempre de una canción. Que cante tu voz, pero, sobre todo, que cante tu corazón. Sólo así podrás desplegar tus alas, volar e intentar de nuevo y celebrar la vida de todos los días.





¿CÓMO ERES?

Cada uno es lo que quiere ser. Así de simple. Cada uno es responsable de lo que es y de lo que deja de ser. ¿Por qué culpar a los demás de nuestras inmadureces o de nuestras irresponsabilidades? Dime qué has dejado de hacer para que yo te diga lo que te falta.
La vida se va haciendo a pedacitos. No pretendas serlo todo en un sólo día. Te llevarías demasiadas desilusiones y terminarías por abandonado todo. Es preferible que hagas sólo lo que puedes y debes hacer cada día. El resto déjalo para otro día.
Para ser grande te basta hacer cosas pequeñas. Con las cosas sencillas y pequeñas de cada día es mucho más fácil ir construyéndote a ti mismo, sin necesidad de esos esfuerzos superiores a tus fuerzas. No podrás trasladar una montaña, pero hoy puedes trasladarte a ti que eres más que una montaña. Trasladarte de tu vulgaridad a tu propia grandeza.
Eres lo que tú mismo te crees. Lo que pasa es que siempre te estás mirando a ti mismo y no puedes descubrir tu propia estatura. Mírate a la luz de lo que Dios piensa de ti y verás cómo tu estatura se alarga y crece. Es que Dios tiene otro ángulo de visión que el tuyo.
No te empeñes en achicarte que tu vocación es la de ser grande. Cuanto más te empeñas en achicarte a ti mismo, Dios más se empeña en alargarte, estirarte. Es que a Dios le encantan las cosas pequeñas, pero le fascina la gente que quiere ser grande por dentro. Por eso María, la de Nazaret, le cayó tan en gracia... Por fin había encontrado una mujer que siempre quiso dar su propia medida.
Que tu pasado no impida tu crecimiento de hoy ni el de mañana. Se crece mirando para adelante y no para atrás. Muchos santos también tuvieron un pasado sin demasiada luz y son santos. No por su pasado, sino porque encendieron todas las luces en su presente y en su futuro.
Para ser tú mismo y dar tu propia talla, no cuentes sólo con tus fuerzas. Te quedarías corto. Necesitas de una fuerza nueva, la de la gracia. La gracia te estira, te alarga hasta que logres la medida de Dios en ti, que es tu propia medida. No trates de hacerlo tú todo, deja que Él haga lo suyo en ti.

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WebJCP | Abril 2007