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lunes, 3 de mayo de 2010

El kiosquito misionero


Por Vicente Gutiérrez*
Publicado por FAST
Basado en hechos reales.

Hace unos meses llegaban unas religiosas, cuyo nombre no desvelaré, a estas tierras del Noreste de Tailandia, con la noble idea de “salvar niñas”. Sin asistir a ningún curso de preparación misionera donde descubrir, entre otras cosas, hacia dónde va hoy día la misión, sin realizar ningún estudio de inglés, tan necesario para adentrarse en el mundo asiático, con posibilidades de ir leyendo libros sobre cultura, religión, sociedad, periódicos, etc., en lengua inglesa y sin mucha receptividad hacia lo que los veteranos de estas tierras las pudieran aconsejar, decidieron comenzar su empresa (nunca mejor dicho) de “salvar niñas”. Escucharlas es como si el mismísimo san Francisco Javier, co-patrono de los misioneros y misioneras, hablara por boca de ellas, aunque con la diferencia de que en lugar de “salvar almas” (como decía el santo hace más de 450 años) ahora se trataba de “salvar niñas”.

Cuando al final llegaron estas “santas” dispuestas a “salvar niñas” comenzó la segunda parte de esta historia o, lo que es lo mismo, de “cómo montar el kiosquito misionero”. Como no hablaban inglés y estaban comenzando con el tailandés, su mundo de relaciones se redujo al de una comunidad latinoamericana llena vitalidad y compuesta, mayoritariamente, de expatriados. El roce va haciendo el cariño y de ahí surge el compromiso por apoyar la hermosa causa de “salvar niñas” que estas religiosas traían como “gran novedad”. Y es que, seamos sinceros, ¿a quién no se le enternece el corazón con unas cuantas fotos descontextualizadas y unas medio verdades contadas sobre el futuro incierto de unas “pobres niñas”? Estas religiosas tuvieron la suerte de dar con un Diócesis receptiva a los misioneros y lograron que les hicieran todos los trámites necesarios para obtener sus visados, cuestión nada sencilla cuyo proceso dura casi un año. Pero la suerte de haber dado con esta Diócesis todavía les aportó otras dichas más. Entre otras cosas, el que les entregase un nuevo y amplio centro donde poder acoger a esas niñas que querían salvar. Ahora ya sabían dónde “montar su kiosquito”. Sin un proyecto claro de lo que querían hacer, ni el cómo llevarlo a cabo, ni más perspectiva que la de “salvar niñas”, tomaban posesión de “su kiosquito” (olvidándose que estaba arrendado) y plantaban la bandera de su Congregación intentando imponer su “estatuto de autonomía”. La Diócesis, con un corazón de madre, no se fijó tanto en el desmán de las monjitas y accedió a continuar ayudándolas. Pero la suerte les llovía por todos los sitios ya que, con todas las limitaciones que traían de idioma, cultura, relaciones sociales y desconocimiento del contexto local, dieron con unos sacerdotes españoles dispuestos a ayudarlas y a resolverles todos los problemas porque, estos veteranos, saben muy bien lo que cuesta abrirse paso en la misión cuando uno llega por primera vez. Gracias a uno de ellos ahora tienen 6 niñas en el centro que ya pueden comenzar a salvar.

Con el kiosquito montado y con el producto disponible a la venta ahora sólo queda comenzar la estrategia de marketing. Para ello cuentan con varios factores que les favorecen:

Unas monjitas que dejan las comodidades de sus países (para asentarse en las comodidades de este otro país).
Un país tercermundista con fama de explotar sexualmente a los niños y niñas (informaciones ambas discutibles en función de los datos actuales).
Unas niñas de un ambiente rural (cuanto más pequeñas, más pena darán).
La marca “misionero” (que siempre es garantía de confianza y de entrega heroica).
La distancia y el desconocimiento de la realidad (que hace que puedan contar lo que quieran sin temor a que les puedan decir lo contrario).
Pues nada, así comienza la campaña de “salvar niñas” y de enternecer los corazones hasta esta noble causa.

Mientras uno observa con tristeza esta situación no puede dejar de plantearse una serie de cuestiones:

¿Será posible, algún día, colocar al misionero y misionera en su justo lugar? Es decir, acabar con la sobrevaloración que se tiene y dejar de verles como superhéroes. Sé que, con “kiosquitos” como el descrito anteriormente, resulta difícil el cambiar esa idea. Los verdaderos misioneros y misioneras responden, simplemente, a una llamada y se mantienen a la escucha; no van buscando aventura, ni gloria, ni medallas, ni peanas, ni, mucho menos, una autorrealización personal.
A veces presuponemos más de lo que es en realidad y pensamos que TODAS las niñas están en riesgo de “caer en las redes de la prostitución” (como aparece en el díptico que estas religiosas hicieron solicitando ayuda). Uno ha visitado varios pueblos de las 5 provincias que componen la Diócesis y conoce “un poquito” la realidad del mundo rural y, siendo sincero, cada vez que veo una niña no veo una “prostituta en potencia”. Y muy pocas (por no decir ninguna) caen en las susodichas “redes de prostitución” obligadas o engañadas.
Después de ver la campaña publicitaria de estas hermanas observo que al tratar de prevenir a estas niñas de un tipo de explotación las están metiendo en otro tipo de explotación, utilizando su imagen, nombres, edades y contextos para obtener fondos. La imagen e identidad del menor deben de estar protegidos (como en la mayoría de países civilizados) y no deben ser utilizados, por muy noble que sea la causa, para obtener dinero, que casi suena a lo mismo que estas monjitas querían evitar.
Habría otras cuestiones más, pero lo importante es darnos cuenta que las buenas intenciones no son suficientes y que tampoco pueden justificar los errores o daños que se deriven de ellas. Y, desde luego, la misión no se puede construir a base de “kiosquitos”, sino que debemos trabajar en comunión entre todos (eclesialidad), con otras iglesias (ecumenismo) y con otras religiones (diálogo interreligioso).

* Vicente Gutiérrez es sacerdote español, misionero del IEME en Tailandia

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WebJCP | Abril 2007