1.- La posible cercanía del fin del mundo, aterraba a las gentes de otras épocas. A las del tiempo de Jesús y a las posteriores. Este fenómeno, se consideraba propio y exclusivo del planeta tierra, donde habita el hombre, una señal del antropocentrismo colectivo que siempre nos vicia, como el egoísmo y egocentrismo en el terreno individual, emponzoña a las personas. Hoy debemos desprendernos de muchas imaginaciones. La visión que tenía el hombre antiguo de nuestro planeta, la del que estaba enrolado en nuestra cultura occidental greco cristiana, era muy diferente a los conocimientos que hoy tenemos al respecto. Los continentes flotaban sobre el océano, algo resquebrajados por los ríos que los surcaban. La masa acuosa acababa en el abismo. Como un paraguas se extendían las “aguas superiores”, que a veces goteaban (la lluvia) que existían amigablemente hermanadas con los astros, cual enorme plum cake inglés. Imaginado así nuestro universo, es lógico que su fin se describa de la manera que lo hace el texto evangélico.
2.- Como concebían el Universo y como eran las batallas de aquel tiempo y la destrucción de las ciudades, condicionaba los temores. Hay que recordar esto para sacar una enseñanza. Porque no podía hablarse de una expansión y un posible encogimiento. De agujeros negros o estrellas enanas marrones. Seguramente ninguno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, sería capaz de entender un tal lenguaje, y con sinceridad yo casi tampoco. El fin del mundo, si es que se puede hablar de él, será cosa de estudio por los astrofísicos, y el evangelio no pretende dirigirse a los científicos como tales. También a ellos les debe interesar como seres humanos que son, como personas que un día deben dar cuenta a Dios de cómo y en qué han empleado su vida. No os devanéis pues los sesos, pensando si será el choque de un meteorito, como el que puso fin a los dinosaurios, o una explosión atómica, lo que lo provoque. Al fin y al cabo, lo importante no es la posible extinción de la energía o la desaparición de la materia. Más que del mundo, lo que nos debe preocupar es nuestro final. Y más que la muerte en sí, nuestra muerte, que no es desaparición, sino paso a otra existencia, es la actitud que tendremos y que determinará cómo seremos recibidos. Y os advierto de paso, que no es escapismo, esta consideración, cuando nos mejoramos personalmente, enriquecemos un poquito la totalidad del universo.
3.- La primera lectura nos presenta a Miguel como un abanderado, la tercera es el mismo Jesús que viene triunfante a buscar a sus amigos. Son imágenes guerreras, que conoceréis por diversas películas. Lo importante es que no ignoremos que son narraciones de esperanza. Como quien barre ilusionado la entrada de su casa y limpia y quita el polvo de todos los rincones, adorna con flores, prepara aperitivos suculentos y bebidas selectas, para ofrecerlas al amigo entrañable e importante que va venir y que con su visita alegrará nuestro día, la Eternidad será realidad feliz si estamos preparados. Cada día antes de iniciar el sueño debemos ser conscientes de que ha llegado el fin de nuestro cotidiano mundo, que es preciso examinarnos y preparar nuestro despertar.
4.- Esta a punto de acabar el año litúrgico, otro final que prepara un inicio. Ocurre siempre, pero el encuentro con Dios al final de la historia humana, al final de nuestra historia individual, da paso a una existencia nueva, definitiva. Siempre recuerdo una secuencia de una antigua película: el protagonista se despierta muerto, y lo sabe porque su reloj continúa funcionando, pero no tiene agujas. Una imagen de una eternidad definitiva, de vitalidad que no se acaba. Nuestro deber, el de los que somos mayores y el de los que sois jóvenes, es estar preparados, con la mochila cargada de buenas acciones, la cantimplora llena de generosidad, las botas bien abrochadas, dispuestos siempre, por si somos si somos llamados a la definitiva excursión.
2.- Como concebían el Universo y como eran las batallas de aquel tiempo y la destrucción de las ciudades, condicionaba los temores. Hay que recordar esto para sacar una enseñanza. Porque no podía hablarse de una expansión y un posible encogimiento. De agujeros negros o estrellas enanas marrones. Seguramente ninguno de vosotros, mis queridos jóvenes lectores, sería capaz de entender un tal lenguaje, y con sinceridad yo casi tampoco. El fin del mundo, si es que se puede hablar de él, será cosa de estudio por los astrofísicos, y el evangelio no pretende dirigirse a los científicos como tales. También a ellos les debe interesar como seres humanos que son, como personas que un día deben dar cuenta a Dios de cómo y en qué han empleado su vida. No os devanéis pues los sesos, pensando si será el choque de un meteorito, como el que puso fin a los dinosaurios, o una explosión atómica, lo que lo provoque. Al fin y al cabo, lo importante no es la posible extinción de la energía o la desaparición de la materia. Más que del mundo, lo que nos debe preocupar es nuestro final. Y más que la muerte en sí, nuestra muerte, que no es desaparición, sino paso a otra existencia, es la actitud que tendremos y que determinará cómo seremos recibidos. Y os advierto de paso, que no es escapismo, esta consideración, cuando nos mejoramos personalmente, enriquecemos un poquito la totalidad del universo.
3.- La primera lectura nos presenta a Miguel como un abanderado, la tercera es el mismo Jesús que viene triunfante a buscar a sus amigos. Son imágenes guerreras, que conoceréis por diversas películas. Lo importante es que no ignoremos que son narraciones de esperanza. Como quien barre ilusionado la entrada de su casa y limpia y quita el polvo de todos los rincones, adorna con flores, prepara aperitivos suculentos y bebidas selectas, para ofrecerlas al amigo entrañable e importante que va venir y que con su visita alegrará nuestro día, la Eternidad será realidad feliz si estamos preparados. Cada día antes de iniciar el sueño debemos ser conscientes de que ha llegado el fin de nuestro cotidiano mundo, que es preciso examinarnos y preparar nuestro despertar.
4.- Esta a punto de acabar el año litúrgico, otro final que prepara un inicio. Ocurre siempre, pero el encuentro con Dios al final de la historia humana, al final de nuestra historia individual, da paso a una existencia nueva, definitiva. Siempre recuerdo una secuencia de una antigua película: el protagonista se despierta muerto, y lo sabe porque su reloj continúa funcionando, pero no tiene agujas. Una imagen de una eternidad definitiva, de vitalidad que no se acaba. Nuestro deber, el de los que somos mayores y el de los que sois jóvenes, es estar preparados, con la mochila cargada de buenas acciones, la cantimplora llena de generosidad, las botas bien abrochadas, dispuestos siempre, por si somos si somos llamados a la definitiva excursión.
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