Tormentas, tempestades, terremotos dejan las zonas arrasadas en muy mal estado. Además de los muertos y víctimas de toda clase, sólo quedan ruinas. Las imágenes de la televisión nos impresionan fuertemente. Los vecinos se movilizan para ayudar a las víctimas; las ayudas llegan de todas partes, nadie puede quedarse insensible, quieto ante esos espectáculos.
La Biblia, en diversos relatos apocalípticos, nos relata unos cataclismos que pretenden hacer alusión al fin del mundo, al fin de un mundo. Lo que ocurre es a menudo puesto en relación, en esos textos – y sobretodo en su interpretación – con un castigo merecido de la población víctima. La mala desviación, el pecado, la maldad, la impiedad, todo eso se ha hecho normal, y pide que sea suprimido. El relato del diluvio, una limpieza casi total, nos llama la atención sobre ese tema.
Jesús no ha querido poner una relación directa entre el pecado y las desgracias accidentales. Cuando se cae la torre de Siloé, las víctimas no eran más culpables que los demás. Sin embargo, el evangelista pone a continuación en boca de Jesús esta advertencia: “Si no os convertís, todos pereceréis.” De verdad, a veces la gente va creando su propia desdicha: como consecuencia de negligencias, de falta de previsión, y pasan por grandes sufrimientos.
Los trastornos de toda clase: económicos, políticos, sociales son para cada uno de nosotros una oportunidad para hacer una reflexión sobre nuestra propia vida. Nos dan la ocasión de fijarnos más de cerca en nuestro modo de relacionarnos con todo lo que está pasando en nuestras familias, en nuestros barrios… ¿Nos sentimos participantes de los acontecimientos del mundo? Las dificultades son una invitación para que nos entreguemos, que trabajemos más a favor de la vida, a favor de la felicidad de todos. La vida y los hechos de Jesús iban en esa dirección. ¿Hay otra mejor manera para prepararse para el fin del mundo
La Biblia, en diversos relatos apocalípticos, nos relata unos cataclismos que pretenden hacer alusión al fin del mundo, al fin de un mundo. Lo que ocurre es a menudo puesto en relación, en esos textos – y sobretodo en su interpretación – con un castigo merecido de la población víctima. La mala desviación, el pecado, la maldad, la impiedad, todo eso se ha hecho normal, y pide que sea suprimido. El relato del diluvio, una limpieza casi total, nos llama la atención sobre ese tema.
Jesús no ha querido poner una relación directa entre el pecado y las desgracias accidentales. Cuando se cae la torre de Siloé, las víctimas no eran más culpables que los demás. Sin embargo, el evangelista pone a continuación en boca de Jesús esta advertencia: “Si no os convertís, todos pereceréis.” De verdad, a veces la gente va creando su propia desdicha: como consecuencia de negligencias, de falta de previsión, y pasan por grandes sufrimientos.
Los trastornos de toda clase: económicos, políticos, sociales son para cada uno de nosotros una oportunidad para hacer una reflexión sobre nuestra propia vida. Nos dan la ocasión de fijarnos más de cerca en nuestro modo de relacionarnos con todo lo que está pasando en nuestras familias, en nuestros barrios… ¿Nos sentimos participantes de los acontecimientos del mundo? Las dificultades son una invitación para que nos entreguemos, que trabajemos más a favor de la vida, a favor de la felicidad de todos. La vida y los hechos de Jesús iban en esa dirección. ¿Hay otra mejor manera para prepararse para el fin del mundo
Oración
Señor, hoy nos invitas a soñar
y trabajar por un mundo nuevo.
Quieres que seamos conscientes de las dificultades.
Todos los cambios conllevan temor
y, lo que es más doloroso, perdemos personas
que prefieren seguir con lo de siempre.
Tú, Señor, no eres un profeta de calamidades,
nos recuerdas que en este mundo
y en el universo nada es definitivo.
Nuestro planeta es fruto de cataclismos espaciales
y cada avance cultural o científico
ha supuesto sacrificio y mucho esfuerzo.
Señor, el mundo nuevo que nos anuncias
no va acompañado de la destrucción de los humanos.
Nos amas y has dado tu vida por nosotros.
Haznos colaboradores de tu obra de transformación.
Señor, que la solidaridad con las víctimas de las catástrofes
no se limite a un sentimiento puntual.
Que ayudemos a cuantas organizaciones
y misioneros trabajan estos lugares
para evitar que vuelvan a repetirse.
Señor, hoy nos invitas a soñar
y trabajar por un mundo nuevo.
Quieres que seamos conscientes de las dificultades.
Todos los cambios conllevan temor
y, lo que es más doloroso, perdemos personas
que prefieren seguir con lo de siempre.
Tú, Señor, no eres un profeta de calamidades,
nos recuerdas que en este mundo
y en el universo nada es definitivo.
Nuestro planeta es fruto de cataclismos espaciales
y cada avance cultural o científico
ha supuesto sacrificio y mucho esfuerzo.
Señor, el mundo nuevo que nos anuncias
no va acompañado de la destrucción de los humanos.
Nos amas y has dado tu vida por nosotros.
Haznos colaboradores de tu obra de transformación.
Señor, que la solidaridad con las víctimas de las catástrofes
no se limite a un sentimiento puntual.
Que ayudemos a cuantas organizaciones
y misioneros trabajan estos lugares
para evitar que vuelvan a repetirse.
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