Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Lucas 18, 1-8
Jesús enseñó con una parábola que era necesario orar siempre sin desanimarse:
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"».
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
El relato de los leprosos (Lc 17,11-19) fue también una catequesis sobre la oración, éste aparece antes (“ten misericordia”, v.13) y después de la curación (“glorificaba... se postró... daba gracias”, v.15-16). Pues bien, lo mismo notamos con relación al discurso de la revelación de Jesús en la historia, este discurso está enmarcado por dos relatos de oración: el que acabamos de mencionar y el que leemos hoy, la parábola de la “viuda importuna” (Lc 18,1-8).
La dilación del tiempo final, que ya está aquí pero todavía no se revela completamente (ver Lc 17,20-37), hace más agudo el combate entre el bien y el mal. En medio de los conflictos de la historia, el discípulo debe ser perseverante en su caminar tomando la Cruz. Bajo esta luz, la parábola de la viuda, nos enseña cómo debe ser una experiencia de oración en medio de la prueba. En el fondo sentimos resonar una inquietud profunda y dolorosa que asalta con frecuencia nuestra fe: ¿Dónde está la justicia de Dios? ¿Por qué su silencio parece permitir que se prolonguen las injusticias y se agudice el sufrimiento de las víctimas?
En medio de todo, las víctimas de las injusticias humanas parecieran no ser escuchadas. ¿Por qué Dios tarda tanto en responder y en hacer irrumpir su soberanía de manera definitiva sobre el mundo?
Se confrontan dos personajes:
- La viuda: que pertenece a este grupo de mujeres frágiles, sobre las cuales se cometen abusos legales, ya que no tienen un marido que las defienda. Ella no tiene como sobornar al juez ni pagar abogados (ver Isaías 1,17.23; Salmo 94,60).
- El juez: normalmente tenía su despacho en la puerta de la ciudad, todo el mundo tenía acceso a él. Pero éste era “injusto”: “no temía a Dios ni respetaba a los hombres” (v.2).
Según la parábola, la mujer no tiene otro recurso para convencer al juez, para doblegar su corazón, que su insistencia (v.3).
Al final el juez cede: “como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme” (v.5). Estas palabras causan extrañeza: no actúa por amor, ni por cumplimiento de deber, sino más bien por egoísmo: “para no que no me fastidie más”. De hecho, la mujer está que le pega.
Jesús nos invita a reparar en lo que dice el juez injusto (v.6) y de ahí concluye que, si un hombre en la tierra es así, es decir, que a pesar de su mal corazón al final concede lo pedido -no importa que sea por una razón poco valedera-, entonces ¿cómo será Dios cuyo corazón es misericordioso? Pues sí, Dios con mayor razón responderá, pero... todo tiene su tiempo. Jesús lo dice así: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?” (v.7). Este tiempo será “pronto” (v.8a).
De esta forma la oración es el ejercicio de la fe, que a su vez nos da una visión de esperanza en medio de las dificultades. La oración ensancha el corazón para seguir amando y da nuevas energías para continuar luchando. Mucha gente se escandaliza con Dios y pierde la fe cuando tiene que enfrentar problemas, y sobre todo, cuando no ve la respuesta inmediata a sus peticiones. Por eso Jesús se pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (v.8b). Y no olvidemos que al leproso la “fe” lo “salvó” (ver 17,19).
Aunque parezca que Dios tarda y esta paciencia divina torture nuestro corazón, no debemos dejar que nuestra vida se relaje. Más bien, con los brazos abiertos aguardando el glorioso futuro, dejemos que la oración cotidiana y perseverante le de tensión a nuestra vida. Cuando hoy Jesús nos dice que “es preciso orar siempre sin desfallecer” (v.1) y nos presenta como modelo a esta pobre mujer, sintamos nuevos alientos para no abandonar una fuerte vida de oración, no importa que los resultados se hagan esperar.
El evangelio de hoy nos presenta en el rostro de una mujer a la Iglesia vigilante en oración hasta la vuelta del Señor. Incluso en la Iglesia primitiva se pintó en las catacumbas la imagen de una mujer orante de la cual no sabemos con precisión si es María o es la Iglesia o, a lo mejor, ambas en su misteriosa identidad.
1. ¿Cuáles son los tiempos y los modos que mi parroquia o mi comunidad me ofrece para ejercitar una oración frecuente?
2. ¿Consigo sostener una disciplina de oración? ¿Me canso fácilmente? ¿Soy inconstante?
3. Cómo se responde a la inquietud profunda: ¿Dios verdaderamente hace justicia?
«En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: "Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario".
Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: "Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme"».
Y el Señor dijo: «Oigan lo que dijo este juez injusto. Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que claman a Él día y noche, aunque los haga esperar? Les aseguro que en un abrir y cerrar de ojos les hará justicia.
Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?»
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
Perseverar en la oración
Lucas 18,1-8
“Dios hará justicia a los elegidos que le gritan”
Por CELAM - CEBIPAL
Perseverar en la oración
Lucas 18,1-8
“Dios hará justicia a los elegidos que le gritan”
El relato de los leprosos (Lc 17,11-19) fue también una catequesis sobre la oración, éste aparece antes (“ten misericordia”, v.13) y después de la curación (“glorificaba... se postró... daba gracias”, v.15-16). Pues bien, lo mismo notamos con relación al discurso de la revelación de Jesús en la historia, este discurso está enmarcado por dos relatos de oración: el que acabamos de mencionar y el que leemos hoy, la parábola de la “viuda importuna” (Lc 18,1-8).
La dilación del tiempo final, que ya está aquí pero todavía no se revela completamente (ver Lc 17,20-37), hace más agudo el combate entre el bien y el mal. En medio de los conflictos de la historia, el discípulo debe ser perseverante en su caminar tomando la Cruz. Bajo esta luz, la parábola de la viuda, nos enseña cómo debe ser una experiencia de oración en medio de la prueba. En el fondo sentimos resonar una inquietud profunda y dolorosa que asalta con frecuencia nuestra fe: ¿Dónde está la justicia de Dios? ¿Por qué su silencio parece permitir que se prolonguen las injusticias y se agudice el sufrimiento de las víctimas?
En medio de todo, las víctimas de las injusticias humanas parecieran no ser escuchadas. ¿Por qué Dios tarda tanto en responder y en hacer irrumpir su soberanía de manera definitiva sobre el mundo?
Se confrontan dos personajes:
- La viuda: que pertenece a este grupo de mujeres frágiles, sobre las cuales se cometen abusos legales, ya que no tienen un marido que las defienda. Ella no tiene como sobornar al juez ni pagar abogados (ver Isaías 1,17.23; Salmo 94,60).
- El juez: normalmente tenía su despacho en la puerta de la ciudad, todo el mundo tenía acceso a él. Pero éste era “injusto”: “no temía a Dios ni respetaba a los hombres” (v.2).
Según la parábola, la mujer no tiene otro recurso para convencer al juez, para doblegar su corazón, que su insistencia (v.3).
Al final el juez cede: “como esta viuda me causa molestias, le voy a hacer justicia para que no venga continuamente a importunarme” (v.5). Estas palabras causan extrañeza: no actúa por amor, ni por cumplimiento de deber, sino más bien por egoísmo: “para no que no me fastidie más”. De hecho, la mujer está que le pega.
Jesús nos invita a reparar en lo que dice el juez injusto (v.6) y de ahí concluye que, si un hombre en la tierra es así, es decir, que a pesar de su mal corazón al final concede lo pedido -no importa que sea por una razón poco valedera-, entonces ¿cómo será Dios cuyo corazón es misericordioso? Pues sí, Dios con mayor razón responderá, pero... todo tiene su tiempo. Jesús lo dice así: “Y Dios, ¿no hará justicia a sus elegidos, que están clamando a él día y noche, y les hace esperar?” (v.7). Este tiempo será “pronto” (v.8a).
De esta forma la oración es el ejercicio de la fe, que a su vez nos da una visión de esperanza en medio de las dificultades. La oración ensancha el corazón para seguir amando y da nuevas energías para continuar luchando. Mucha gente se escandaliza con Dios y pierde la fe cuando tiene que enfrentar problemas, y sobre todo, cuando no ve la respuesta inmediata a sus peticiones. Por eso Jesús se pregunta: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?” (v.8b). Y no olvidemos que al leproso la “fe” lo “salvó” (ver 17,19).
Aunque parezca que Dios tarda y esta paciencia divina torture nuestro corazón, no debemos dejar que nuestra vida se relaje. Más bien, con los brazos abiertos aguardando el glorioso futuro, dejemos que la oración cotidiana y perseverante le de tensión a nuestra vida. Cuando hoy Jesús nos dice que “es preciso orar siempre sin desfallecer” (v.1) y nos presenta como modelo a esta pobre mujer, sintamos nuevos alientos para no abandonar una fuerte vida de oración, no importa que los resultados se hagan esperar.
Para cultivar la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón:
El evangelio de hoy nos presenta en el rostro de una mujer a la Iglesia vigilante en oración hasta la vuelta del Señor. Incluso en la Iglesia primitiva se pintó en las catacumbas la imagen de una mujer orante de la cual no sabemos con precisión si es María o es la Iglesia o, a lo mejor, ambas en su misteriosa identidad.
1. ¿Cuáles son los tiempos y los modos que mi parroquia o mi comunidad me ofrece para ejercitar una oración frecuente?
2. ¿Consigo sostener una disciplina de oración? ¿Me canso fácilmente? ¿Soy inconstante?
3. Cómo se responde a la inquietud profunda: ¿Dios verdaderamente hace justicia?
P Fidel Oñoro C. cjm
Centro Bíblico del CELAM
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