Por Javier Leoz
A nadie se nos ha prometido una vida lisa y llana, sin dificultades o tropiezos. Todos, en nuestra existencia, hemos comprobado y lo vamos sintiendo, como la vida tiene muchos contrastes: luz y oscuridad, alegría y pena, dudas y certezas, vida y muerte.
1.- Hoy, en este día, recordamos a todos aquellos que nos han precedido en el camino de la fe y en nuestra existencia. ¡Cuánto les debemos! ¡Cuánto les añoramos! ¡Cuántas gracias damos a Dios por la oportunidad que nos dio de quererlos, cuidarlos y despedirlos!
Nos precedieron en el camino de la fe. Nos enseñaron a ser fuertes en estos momentos. En definitiva nos dijeron que, por el hecho de ser hijos de Dios, su muerte no podía ser un “hasta nunca” sino, por el contrario, “hasta la vuelta de la esquina”, “hasta que, con vuestra muerte, nos encontremos todos de nuevo”
2.- Nos reunimos en este día de difuntos por muchas y poderosas razones.
Primero: porque el testimonio y el paso de los nuestros no nos ha dejado indiferentes. Fueron escuela en la que nos sentamos aprender los principales valores de la vida. Nada ni nadie podrá sustituirles. Ellos, aun estando ausentes, son referencia en muchos momentos en los que necesitamos reflexionar, pensar o decidir. Esta convocatoria, por lo tanto, nos invita a agradecer a Dios por tantos y tantos frutos que supimos ver madurar y recoger en el árbol de nuestros seres queridos los difuntos. ¡Dales el descanso, Señor!
Segundo: porque, si ya aquí, quisimos lo mejor para ellos, es ahora cuando pedimos a Dios que no tenga en cuenta aquellos borrones que se pudieron dar en alguna de las hojas de sus vidas. ¿Quién es perfecto? Sólo Dios. Por ello mismo, orar por nuestros difuntos, significa confiar en Dios, hablarle de ellos y –sobre todo– recordar al Señor que murieron creyendo, y esperando en El. ¡Dales, la vida eterna, Señor!
Tercero: porque en la cruz de Cristo todo se ilumina. Y, con la muerte de nuestros seres queridos (padre, madre, hijo, hermano…….) hemos visto como, la cruz, se plantaba en el centro de nuestra familia, en el núcleo de nuestra felicidad, en lo más hondo de nuestro corazón. Mirando a la cruz de Jesús todo adquiere un sentido distinto: “volveré”. Y, con esa promesa del Señor, nos quedamos. Volveremos a vernos. En cuerpos glorificados. En mañana de resurrección. En aquel día en que, cuando Dios quiera, seremos llamados a dar cuenta de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad. Mientras tanto, aún siendo dura la prueba, la cruz que mata, nos consolamos y hasta nos hacemos invencibles por Aquel que venció al peor enemigo del hombre (la muerte) en una cruz. ¿Pudo dar algo más que su sangre Jesús? ¡Dales, el abrazo de Hermano Mayor, Señor!
–Que el silencio hable, no son necesarias muchas
palabras
–Que la Palabra del Señor nos ilumine, sobran las
nuestras
–Que el recuerdo aflore, pero que para fortalecer
nuestra fe
–Que la oración brote, es lo único que llega hasta
ellos
–Que la Eucaristía se reparta, para que sea anticipo
de lo que nos espera
3.- Pidamos al Señor que, todos nuestros familiares difuntos, gocen de esa paz, de esa alegría, serenidad y reconocimiento que tal vez el mundo –o nosotros mismos– no les supimos dar.
Pidamos al Señor que, esta celebración, sea un firme profesión de lo que creemos y esperamos: la resurrección que conquistó Cristo en su alzada a la cruz, descendimiento al sepulcro y triunfo sobre la muerte.
¡Va por vosotros, queridos difuntos!
1.- Hoy, en este día, recordamos a todos aquellos que nos han precedido en el camino de la fe y en nuestra existencia. ¡Cuánto les debemos! ¡Cuánto les añoramos! ¡Cuántas gracias damos a Dios por la oportunidad que nos dio de quererlos, cuidarlos y despedirlos!
Nos precedieron en el camino de la fe. Nos enseñaron a ser fuertes en estos momentos. En definitiva nos dijeron que, por el hecho de ser hijos de Dios, su muerte no podía ser un “hasta nunca” sino, por el contrario, “hasta la vuelta de la esquina”, “hasta que, con vuestra muerte, nos encontremos todos de nuevo”
2.- Nos reunimos en este día de difuntos por muchas y poderosas razones.
Primero: porque el testimonio y el paso de los nuestros no nos ha dejado indiferentes. Fueron escuela en la que nos sentamos aprender los principales valores de la vida. Nada ni nadie podrá sustituirles. Ellos, aun estando ausentes, son referencia en muchos momentos en los que necesitamos reflexionar, pensar o decidir. Esta convocatoria, por lo tanto, nos invita a agradecer a Dios por tantos y tantos frutos que supimos ver madurar y recoger en el árbol de nuestros seres queridos los difuntos. ¡Dales el descanso, Señor!
Segundo: porque, si ya aquí, quisimos lo mejor para ellos, es ahora cuando pedimos a Dios que no tenga en cuenta aquellos borrones que se pudieron dar en alguna de las hojas de sus vidas. ¿Quién es perfecto? Sólo Dios. Por ello mismo, orar por nuestros difuntos, significa confiar en Dios, hablarle de ellos y –sobre todo– recordar al Señor que murieron creyendo, y esperando en El. ¡Dales, la vida eterna, Señor!
Tercero: porque en la cruz de Cristo todo se ilumina. Y, con la muerte de nuestros seres queridos (padre, madre, hijo, hermano…….) hemos visto como, la cruz, se plantaba en el centro de nuestra familia, en el núcleo de nuestra felicidad, en lo más hondo de nuestro corazón. Mirando a la cruz de Jesús todo adquiere un sentido distinto: “volveré”. Y, con esa promesa del Señor, nos quedamos. Volveremos a vernos. En cuerpos glorificados. En mañana de resurrección. En aquel día en que, cuando Dios quiera, seremos llamados a dar cuenta de nuestra fe, de nuestra esperanza y de nuestra caridad. Mientras tanto, aún siendo dura la prueba, la cruz que mata, nos consolamos y hasta nos hacemos invencibles por Aquel que venció al peor enemigo del hombre (la muerte) en una cruz. ¿Pudo dar algo más que su sangre Jesús? ¡Dales, el abrazo de Hermano Mayor, Señor!
–Que el silencio hable, no son necesarias muchas
palabras
–Que la Palabra del Señor nos ilumine, sobran las
nuestras
–Que el recuerdo aflore, pero que para fortalecer
nuestra fe
–Que la oración brote, es lo único que llega hasta
ellos
–Que la Eucaristía se reparta, para que sea anticipo
de lo que nos espera
3.- Pidamos al Señor que, todos nuestros familiares difuntos, gocen de esa paz, de esa alegría, serenidad y reconocimiento que tal vez el mundo –o nosotros mismos– no les supimos dar.
Pidamos al Señor que, esta celebración, sea un firme profesión de lo que creemos y esperamos: la resurrección que conquistó Cristo en su alzada a la cruz, descendimiento al sepulcro y triunfo sobre la muerte.
¡Va por vosotros, queridos difuntos!
0 comentarios:
Publicar un comentario