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domingo, 13 de septiembre de 2009

¿Qué sabemos de Dios?


Por Jaime Loring - Profesor jesuita

La verdad es que sabemos poco. El apóstol San Juan ha sido quizás el más contundente en su expresión, "a Dios nadie le ha visto nunca" (1Jn 4,12), y el mismo Jesús se manifestó en términos parecidos "nadie conoce al Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quisiere revelar" (Lc 10,22). Sin embargo los hombres han especulado sobre Dios de forma incalculable. Libros y libros se han escrito sobre el tema, sermones y sermones se han predicado sobre Dios. A pesar de lo que dice Juan y de lo que dice Jesús, parecería que a fuerza de pensar, de razonar, de elucubrar, los hombres han conseguido saber de Dios casi todo: quién es, cómo es es, qué es lo que quiere, quiénes le caen bien y quiénes le caen mal, cuáles son sus criterios para tomar decisiones.

Los artistas han osado hacer de él representaciones plásticas y nos lo han pintado como un anciano con barba, serio y majestuoso, evidentemente de raza blanca, cortejado por un grupo de figuras secundarias como las antiguas cortes de los reyes en las monarquías absolutas. Da la impresión de que sobre Dios no hay nada más que decir, que todo está ya dicho. Lo que nos queda es repetir con fidelidad y exactitud lo que hemos oído y aprendido del discurso anterior, para repetírselo a las nuevas generaciones, quienes así llegarán a tener sobre Dios el mismo exacto concepto que nosotros hemos alcanzado.

En alguna ocasión, Jesús intentó explicar la manera de proceder de Dios por un método inductivo. Si incluso los hombres malos e injustos, en ocasiones proceden con justicia, cuánto más Dios procederá con justicia (Lc 18, 7). Es una manera de llevar a la gente a leer los acontecimientos no desde la experiencia, sino desde la utopía.

Sobre Dios se han hecho diferentes discursos. El discurso de los filósofos es un discurso metafísico, inspirado en Aristóteles, y en su adaptador medieval Tomás de Aquino: usando la metodología del raciocinio deductivo se elabora una idea de la absoluta perfección, y ese concepto así formulado se toma como la definición de Dios y de sus atributos. Esta línea de pensamiento ha sido continuada por una famosa corriente de pensamiento teológico universitario, que se suele denominar "escolástica" (de "schola" = escuela o universidad).

Otra forma de definir conceptualmente a Dios parecida a la anterior en cuanto que es también producto del razonamiento, consiste en hacer una observación de todo lo bueno y lo malo que existe a nuestro alrededor, reunir todo lo que es bueno en un único paquete excluyendo de él todo lo que es malo, proyectarlo al infinito, y aceptar este concepto como la definición de Dios. Así Dios sería justo, pero más que nadie; sería bueno, pero más que nadie; misericordioso, pero más que nadie; y así sucesivamente. Es igualmente un raciocinio, pero en este caso inductivo, no deductivo.

La tradición bíblica parte de la conciencia de que Dios se ha revelado al hombre a través de la historia del pueblo de Israel, y del mensaje de los profetas. A lo largo de los siglos este pequeño pueblo, sin una significación de especial importancia en la historia del Antiguo Oriente, ha ido conformando su cultura, su legislación, sus creencias en el marco de una seguridad en la protección de un Dios que ama la justicia, que defiende al huérfano y a la viuda de los abusos de los poderosos, que condena a los jueces injustos, y sale en defensa de los oprimidos. Que no se satisface con los sacrificios y los holocaustos del Templo, sino con la práctica de la misericordia y la justicia. Este es el Dios del cual Jesús se autoproclama Hijo, cuyo mensaje transmite a sus contemporáneos, y que encomienda a los apóstoles que difundan por toda la faz de la tierra.

Es una inteligencia de Dios a partir de la Historia, de la Historia del pueblo de Israel y de la Historia de Jesús. Es esta lectura contradictoria de la Historia la que está en la base de la fe cristiana. Digo contradictoria, porque la experiencia no demuestra con hechos positivos que los pobres sean dichosos, sino todo lo contrario; la experiencia no demuestra con hechos positivos que los misericordiosos dominen la tierra, sino todo lo contrario. Y contra esa experiencia seguimos leyendo la historia en clave contradictoria. Pero justamente esa es la cuestión, y de ello era consciente perfectamente San Pablo cuando afirmaba que la sabiduría de Dios era una necedad para los hombres, y viceversa (1Cor 1, 17 25).

Estimo que en la medida en que no seamos conscientes de la aventura interior que significa comprender la vida del hombre individual, y el destino histórico de los pueblos, contradictoriamente al pragmatismo de la experiencia, y en la esperanza de una utopía soñada, no llegaremos a tener vivencia de la esperanza ilusionante que contiene la fe en la palabra de Jesús de Nazaret.

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WebJCP | Abril 2007