Por CAMINO MISIONERO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 18-23
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 1, 18-23
Éste fue el origen de Jesucristo:
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra, del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella pro- viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
"La Virgen concebirá
y dará a luz un hijo, a quien pondrán
el nombre de Emanuel",
que traducido significa: «Dios con nosotros».
Hoy celebramos la fiesta del nacimiento de María. Y, como acostumbramos decir, cuando la mamá está de fiesta, los hijos también lo están.
1. El nacimiento de María
La Palabra de Dios no nos dice nada sobre este gran acontecimiento que pasó por alto en los tiempos históricos de María, pero que marcaría para siempre este día. Como decimos en la liturgia, en la frase que sintetiza la rica espiritualidad de este día: “Nace María, de la cual nacerá el mismo Hijo de Dios que nos traerá la salvación”.
La fiesta de hoy tiene su antigüedad. Se originó en el oriente, inicialmente como una fiesta de la dedicación de la Iglesia de Santa Ana en Jerusalén. Luego se convirtió en celebración en la liturgia romana a fines del siglo VII por obra del papa Sergio I.
Pero son los evangelios apócrifos, de manera especial el llamado “Protoevangelio de Santiago”, los que desde el siglo III intentaron darle todo el colorido al acontecimiento. Según el texto citado, cuando la niña María nace, santa Ana la amamanta con amor y feliz eleva su mirada al cielo para cantar las alabanzas de Dios. Así leemos:
“Y los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María” (Protoevangelio de Santiago 5,2).
Este libro nos dice luego que santa Ana escogió para su hija un nombre bíblico, el de la hermana de Moisés: “María” (o “Miriam”). Cuando miramos el Nuevo Testamento, nos encontramos con que este nombre también lo llevaron otras seis mujeres en la primitiva comunidad cristiana. “María” probablemente significa “excelsa, elevada, augusta”; se trata de un nombre noble pero al mismo tiempo común, propio de una mujer sencilla.
Por cierto, intentando buscar –sin mucho éxito- una etimología para este nombre, san Jerónimo hizo un juego de palabras en hebreo que lo llevo a acuñar la expresión poética “Stilla Maris”, que significa “gota de aquel mar”, de aquel mar infinito que es Dios. Una definición bellísima que, por el error de un copista, se transformó en el célebre título latino “Stella Maris” (Estrella del mar) que cantamos en el himno “Ave Maris Stella”.
2. María en la aurora de la salvación
¿Cómo podríamos celebrar el nacimiento de María? Lo mejor que podríamos hacer es acercarnos una vez más, con respeto y amor al misterio de María. Y para ello lo aconsejable es hacer la “lectio divina” de pasajes bíblicos relacionados con ella.
El texto que nos propone la liturgia de hoy, que es el de la concepción virginal de María, está precedido en el evangelio de Mateo, por la lista larga de la genealogía –la lista de los antepasados- de Jesús, que hunde sus raíces en la historia del pueblo hebreo, remontándose hasta Abraham y David, la cual florece precisamente con “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (1,17).
En la secuencia de los nombres célebres y modestos se va deshilvanando un hilo de oro que atraviesa los siglos y llega hasta María. Es la gran espera del encuentro perfecto entre Dios y el hombre, preparado en la promesa hecha a Abraham, que toma impulso en la dinastía de David, que pasa a través de los signos dolorosos y gloriosos de la historia de Israel, y que culmina con el nacimiento de la madre del Señor en el umbral de la venida del salvador.
Es así como, al llegar la plenitud de los tiempos, en cuyo vértice Jesús lleva a cumplimiento la historia de Dios con su pueblo elegido, el puesto de María en la historia de la salvación queda definitivamente en un lugar destacado.
A partir de la lectura podemos ver cómo emerge, en la contraluz del misterio de la salvación, el rostro de María:
(1) Dios, en su amoroso designio, quiso destinarla (ver Rm 8,29-30; primera lectura de hoy) para ser la virgen madre del Mesías a través del cual él lleva a cabo la liberación de Israel y de toda la humanidad de la esclavitud del pecado, atrayéndolos hacia la comunión con él de manera definitiva: “Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).
(2) Jesús, quien es enviado a reconciliar a todos los hombres completamente con Dios, proviene completamente de Dios. Sobre el trasfondo de una larga serie de generaciones humanas y en ruptura con ellas, el evangelista Mateo subraya que Jesús no fue generado por una padre humano. Él comenzó su vida en María por obra del Espíritu Santo: “Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (1,20).
(3) Mateo no nos dice cómo fue que María supo que se le pedía este servicio –lo sabemos por el evangelista Lucas-, pero a través de la revelación a José, vemos cómo Dios la eligió, la llamó y por medio de su acción creadora la hizo llegar a ser la madre del Hijo santo de Dios. Su misión dentro de la historia de la salvación es ser para Israel y para la humanidad la madre del Salvador, del “Emmanuel” (1,23).
(4) En consecuencia, al dejar obrar en ella la potencia creadora de Dios que engendra al Mesías, María es la primera a quien la obra salvífica de Dios abraza en los nuevos tiempos mesiánicos: Dios la abraza con todo su ser. Es así como su vida se descubre preciosa ante los ojos de Dios y del mundo.
A nosotros nos corresponde ahora reflexionar en oración sobre estos hechos y sus repercusiones en María. A quien hoy celebramos como la hija amada del Padre, se convertirá también por la gracia de Dios en la Madre del Hijo amado, Jesús, por obra del Espíritu Santo de Dios.
3. Los piropos para la recién nacida
Cuando un niño nace, los familiares se acercan a él y exaltan su belleza. También nosotros hoy nos admiramos de la pequeña María en quien brilla una belleza sin par. Evoquemos las palabras del Papa Pablo VI en 1977, quien en un día como hoy y en su última celebración de la navidad de María antes de morir, contemplaba la belleza de María:
“La fiesta del nacimiento de María es para nosotros como una fuente de luz humano-divina sobre el sendero de nuestro peregrinar en el tiempo, en el escenario humano, como una lámpara en la oscuridad.
María -como escribía san Ambrosio- es el tipo de una humanidad perfecta, recreada según el pensamiento original de Dios, bella por una belleza restituida.
Ella resplandece en el candor inmaculado, digno de la contemplación de las almas inocentes o deseosas de una primigenia perfección, admiración sin fin de los artistas, victoriosa sobre cualquier pesimismo, consoladora de los que viven en la miseria, de los afligidos, de los sufrientes.
Además, María nace, permanece y resplandece inmaculada, sin pecado original, fuente de belleza perpetua, de la cual la humanidad había perdido incluso el concepto sin este excepcional y original privilegio de la potencia creadora de Dios”
Dejándonos inspirar por la santa Palabra, coloquémonos en el lugar de María para celebrar su vida: “Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho” (Isaías 61,10). Sí, en María “el Señor ha puesto la fuente de la vida” (Salmo 36,10).
Por eso ahora la miramos y le decimos: “Feliz eres, oh santa Virgen María, y digna de toda alabanza: de ti salió el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios” (De la liturgia del día).
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Deberíamos darle regalos a nuestra Madre, pero hoy es de ella que nosotros esperamos su regalo. La misma que nos regaló al Hijo de Dios, que es el príncipe de la paz que vino a habitar en medio de nosotros, nos regale también la bendición de la paz.
1. ¿En dónde y cómo tuvo origen la fiesta que celebramos hoy?
2. Existen varios pasajes bíblicos relacionados con María. ¿No sería una buena celebración de esta fiesta leer uno de ellos y dejar que sea María quien nos indique las actitudes que debemos cambiar en nuestra vida? ¿Cómo lo haremos?
3. El texto que leímos del “Protoevangelio de Santiago” resalta los cuidados de Santa Ana con su hija recién nacida. ¿Qué cuidado y solicitud concretamente brindamos a los niños que viven con nosotros? ¿Cómo acogemos y respetamos la vida desde la concepción y en todas las fases de su desarrollo?
María, su madre, estaba comprometida con José y, cuando todavía no habían vivido juntos, concibió un hijo por obra, del Espíritu Santo. José, su esposo, que era un hombre justo y no quería denunciarla públicamente, resolvió abandonarla en secreto.
Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: «José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, porque lo que ha sido engendrado en ella pro- viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, a quien pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su Pueblo de todos sus pecados».
Todo esto sucedió para que se cumpliera lo que el Señor había anunciado por el Profeta:
"La Virgen concebirá
y dará a luz un hijo, a quien pondrán
el nombre de Emanuel",
que traducido significa: «Dios con nosotros».
Compartiendo la Palabra
Por CELAM - CEBIPAL
¿Quién es esta que se asoma en la aurora de la salvación?
Mateo 1, 1-23
“Ved a la Virgen…”
Por CELAM - CEBIPAL
¿Quién es esta que se asoma en la aurora de la salvación?
Mateo 1, 1-23
“Ved a la Virgen…”
Hoy celebramos la fiesta del nacimiento de María. Y, como acostumbramos decir, cuando la mamá está de fiesta, los hijos también lo están.
1. El nacimiento de María
La Palabra de Dios no nos dice nada sobre este gran acontecimiento que pasó por alto en los tiempos históricos de María, pero que marcaría para siempre este día. Como decimos en la liturgia, en la frase que sintetiza la rica espiritualidad de este día: “Nace María, de la cual nacerá el mismo Hijo de Dios que nos traerá la salvación”.
La fiesta de hoy tiene su antigüedad. Se originó en el oriente, inicialmente como una fiesta de la dedicación de la Iglesia de Santa Ana en Jerusalén. Luego se convirtió en celebración en la liturgia romana a fines del siglo VII por obra del papa Sergio I.
Pero son los evangelios apócrifos, de manera especial el llamado “Protoevangelio de Santiago”, los que desde el siglo III intentaron darle todo el colorido al acontecimiento. Según el texto citado, cuando la niña María nace, santa Ana la amamanta con amor y feliz eleva su mirada al cielo para cantar las alabanzas de Dios. Así leemos:
“Y los meses de Ana se cumplieron, y, al noveno, dio a luz. Y preguntó a la partera: ¿Qué he parido? La partera contestó: Una niña. Y Ana repuso: Mi alma se ha glorificado en este día. Y acostó a la niña en su cama. Y, transcurridos los días legales, Ana se lavó, dio el pecho a la niña, y la llamó María” (Protoevangelio de Santiago 5,2).
Este libro nos dice luego que santa Ana escogió para su hija un nombre bíblico, el de la hermana de Moisés: “María” (o “Miriam”). Cuando miramos el Nuevo Testamento, nos encontramos con que este nombre también lo llevaron otras seis mujeres en la primitiva comunidad cristiana. “María” probablemente significa “excelsa, elevada, augusta”; se trata de un nombre noble pero al mismo tiempo común, propio de una mujer sencilla.
Por cierto, intentando buscar –sin mucho éxito- una etimología para este nombre, san Jerónimo hizo un juego de palabras en hebreo que lo llevo a acuñar la expresión poética “Stilla Maris”, que significa “gota de aquel mar”, de aquel mar infinito que es Dios. Una definición bellísima que, por el error de un copista, se transformó en el célebre título latino “Stella Maris” (Estrella del mar) que cantamos en el himno “Ave Maris Stella”.
2. María en la aurora de la salvación
¿Cómo podríamos celebrar el nacimiento de María? Lo mejor que podríamos hacer es acercarnos una vez más, con respeto y amor al misterio de María. Y para ello lo aconsejable es hacer la “lectio divina” de pasajes bíblicos relacionados con ella.
El texto que nos propone la liturgia de hoy, que es el de la concepción virginal de María, está precedido en el evangelio de Mateo, por la lista larga de la genealogía –la lista de los antepasados- de Jesús, que hunde sus raíces en la historia del pueblo hebreo, remontándose hasta Abraham y David, la cual florece precisamente con “José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo” (1,17).
En la secuencia de los nombres célebres y modestos se va deshilvanando un hilo de oro que atraviesa los siglos y llega hasta María. Es la gran espera del encuentro perfecto entre Dios y el hombre, preparado en la promesa hecha a Abraham, que toma impulso en la dinastía de David, que pasa a través de los signos dolorosos y gloriosos de la historia de Israel, y que culmina con el nacimiento de la madre del Señor en el umbral de la venida del salvador.
Es así como, al llegar la plenitud de los tiempos, en cuyo vértice Jesús lleva a cumplimiento la historia de Dios con su pueblo elegido, el puesto de María en la historia de la salvación queda definitivamente en un lugar destacado.
A partir de la lectura podemos ver cómo emerge, en la contraluz del misterio de la salvación, el rostro de María:
(1) Dios, en su amoroso designio, quiso destinarla (ver Rm 8,29-30; primera lectura de hoy) para ser la virgen madre del Mesías a través del cual él lleva a cabo la liberación de Israel y de toda la humanidad de la esclavitud del pecado, atrayéndolos hacia la comunión con él de manera definitiva: “Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1,21).
(2) Jesús, quien es enviado a reconciliar a todos los hombres completamente con Dios, proviene completamente de Dios. Sobre el trasfondo de una larga serie de generaciones humanas y en ruptura con ellas, el evangelista Mateo subraya que Jesús no fue generado por una padre humano. Él comenzó su vida en María por obra del Espíritu Santo: “Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo” (1,20).
(3) Mateo no nos dice cómo fue que María supo que se le pedía este servicio –lo sabemos por el evangelista Lucas-, pero a través de la revelación a José, vemos cómo Dios la eligió, la llamó y por medio de su acción creadora la hizo llegar a ser la madre del Hijo santo de Dios. Su misión dentro de la historia de la salvación es ser para Israel y para la humanidad la madre del Salvador, del “Emmanuel” (1,23).
(4) En consecuencia, al dejar obrar en ella la potencia creadora de Dios que engendra al Mesías, María es la primera a quien la obra salvífica de Dios abraza en los nuevos tiempos mesiánicos: Dios la abraza con todo su ser. Es así como su vida se descubre preciosa ante los ojos de Dios y del mundo.
A nosotros nos corresponde ahora reflexionar en oración sobre estos hechos y sus repercusiones en María. A quien hoy celebramos como la hija amada del Padre, se convertirá también por la gracia de Dios en la Madre del Hijo amado, Jesús, por obra del Espíritu Santo de Dios.
3. Los piropos para la recién nacida
Cuando un niño nace, los familiares se acercan a él y exaltan su belleza. También nosotros hoy nos admiramos de la pequeña María en quien brilla una belleza sin par. Evoquemos las palabras del Papa Pablo VI en 1977, quien en un día como hoy y en su última celebración de la navidad de María antes de morir, contemplaba la belleza de María:
“La fiesta del nacimiento de María es para nosotros como una fuente de luz humano-divina sobre el sendero de nuestro peregrinar en el tiempo, en el escenario humano, como una lámpara en la oscuridad.
María -como escribía san Ambrosio- es el tipo de una humanidad perfecta, recreada según el pensamiento original de Dios, bella por una belleza restituida.
Ella resplandece en el candor inmaculado, digno de la contemplación de las almas inocentes o deseosas de una primigenia perfección, admiración sin fin de los artistas, victoriosa sobre cualquier pesimismo, consoladora de los que viven en la miseria, de los afligidos, de los sufrientes.
Además, María nace, permanece y resplandece inmaculada, sin pecado original, fuente de belleza perpetua, de la cual la humanidad había perdido incluso el concepto sin este excepcional y original privilegio de la potencia creadora de Dios”
Dejándonos inspirar por la santa Palabra, coloquémonos en el lugar de María para celebrar su vida: “Cantaré al Señor por el bien que me ha hecho” (Isaías 61,10). Sí, en María “el Señor ha puesto la fuente de la vida” (Salmo 36,10).
Por eso ahora la miramos y le decimos: “Feliz eres, oh santa Virgen María, y digna de toda alabanza: de ti salió el Sol de Justicia, Cristo nuestro Dios” (De la liturgia del día).
Cultivemos la semilla de la Palabra en lo profundo del corazón
Deberíamos darle regalos a nuestra Madre, pero hoy es de ella que nosotros esperamos su regalo. La misma que nos regaló al Hijo de Dios, que es el príncipe de la paz que vino a habitar en medio de nosotros, nos regale también la bendición de la paz.
1. ¿En dónde y cómo tuvo origen la fiesta que celebramos hoy?
2. Existen varios pasajes bíblicos relacionados con María. ¿No sería una buena celebración de esta fiesta leer uno de ellos y dejar que sea María quien nos indique las actitudes que debemos cambiar en nuestra vida? ¿Cómo lo haremos?
3. El texto que leímos del “Protoevangelio de Santiago” resalta los cuidados de Santa Ana con su hija recién nacida. ¿Qué cuidado y solicitud concretamente brindamos a los niños que viven con nosotros? ¿Cómo acogemos y respetamos la vida desde la concepción y en todas las fases de su desarrollo?
“Canten hoy, pues nacéis vos,
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Dignan, Señora de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense desde ahora,
para cuando venga Dios.
Y nosotros que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.”
(Lope de Vega)
los ángeles, gran Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Canten hoy pues a ver vienen
nacida su Reina bella,
que el fruto que esperan de ella
es por quien la gracia tienen.
Dignan, Señora de vos,
que habéis de ser su Señora,
y ensáyense, desde ahora,
para cuando nazca Dios.
Pues de aquí a catorce años,
que en buena hora cumpláis,
verán el bien que nos dais,
remedio de tantos daños.
Canten y digan, por vos,
que desde hoy tienen Señora,
y ensáyense desde ahora,
para cuando venga Dios.
Y nosotros que esperamos
que llegue pronto Belén,
preparemos también
el corazón y las manos.
Vete sembrando, Señora,
de paz nuestro corazón,
y ensayemos, desde ahora,
para cuando nazca Dios. Amén.”
(Lope de Vega)
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