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sábado, 12 de septiembre de 2009

Apoyo para la Homilía y la Reflexión Personal: Pensar como Dios


XXIV Domingo del T.O. (Marcos 8,27-35) - Ciclo B
Por P. José Enrique Ruiz de Galarreta, S.J.

TEMAS Y CONTEXTOS

EL TEXTO DE ISAÍAS
El llamado "segundo Isaías" es una recopilación de escritos proféticos pertenecientes al siglo VI aC., escrito probablemente en Babilonia durante el ascenso de Ciro de Persia, que está conquistando el imperio Babilónico, entre los años 553 y 539 aC., conquistará Babilonia (539) y permitirá el regreso de los israelitas a Palestina. (538) El autor de este libro es un gran teólogo y magnífico literato. Su obra, en líneas generales, se concibe como un segundo éxodo, y está destinada a levantar la moral del pueblo en el destierro y encender la esperanza en el retorno a la patria. Dentro de esta obra se incluyen cuatro cantos llamados "cantos del Siervo de Yahvé". ( 42:1-13. 49:1-13. 50:4-9. 52,13-53,12) Es un personaje misterioso. Su vocación es profética, pero también dramática, porque está destinado a sufrir, a ser rechazado y cargar sobre sí los pecados del pueblo. La Iglesia ha visto siempre en este personaje una figura de Jesús, y los evangelios lo interpretan así. Algunos autores piensan que la interpretación de esta figura forma parte de la enseñanza de Jesús sobre sí mismo.
La figura del Siervo supone una interpretación mesiánica fuera de lo común. La figura del mesías respondía generalmente al modelo davídico: el gran rey bendecido por Dios que restaurará la gloria de Israel y traerá toda clase de bendiciones al pueblo porque restaurará la Alianza. Pero el Mesías sufriente y rechazado no tiene nada que ver con el mesías davídico. Esta figura representa por tanto muy bien la crisis mesiánica de Jesús mismo, que encarna la figura del Siervo y contradice la esperanza del mesianismo davídico.

LA CARTA DE SANTIAGO

Seguimos con la lectura continua de este documento, sin conexión temática con las otras dos lecturas (aunque, casualmente, hoy podemos relacionarnos de alguna manera). El texto completa la doctrina paulina sobre fe/obras. Pablo insistía en que "las obras de la Ley", es decir, la fidelidad a la ley mosaica, no eran fuente de justificación.
La interpretación abusiva de esta idea es corregida aquí, afirmándose que la fe sin obras es simplemente mentira: la fe en Jesús, fuente de toda santidad, se manifiesta en las obras; las obras muestran que la fe es verdadera o que, por el contrario, es solo palabras.

EL EVANGELIO DE MARCOS

En los capítulos 7 - 11 del evangelio de Marcos podemos reconstruir (siempre con reservas) un itinerario de Jesús con profundo significado. Según Marcos, Jesús predica en Galilea ( caps 2-7), hace un recorrido por Fenicia (7,24 -8), regresa a Galilea, a los alrededores del lago (8 y 9), y va recorriendo los lugares de Galilea, alternando la predicación con las curaciones, pero "no quería que nadie lo supiese" (9,30). Desde allí, comienza una "subida a Jerusalén", pasando por Jericó (10,46), por Betfagé y Betania, hasta llegar a la ciudad (11 y ss.) donde terminará su vida mortal.
Este itinerario exterior es reflejo de un "itinerario interno", motivado por la reacción de la gente de Galilea y por la propia conciencia mesiánica de Jesús. Se ha producido la crisis galilea, el apartamiento de la gente y algunos de sus discípulos, reflejada en Marcos y expresada más crudamente en Juan 6. Este apartamiento se produce porque Jesús defrauda intencionadamente la esperanza mesiánica tal como se daba en la gente, alentada por la interpretación oficial de los líderes religiosos. Jesús deja de mostrarse tan generosamente como antes, esquiva la popularidad, se dedica al adoctrinamiento intenso de sus discípulos y va asumiendo la convicción profunda de su destino: subir a Jerusalén para ser allí llevado a la muerte por la radical oposición de los jefes del pueblo.
Éste es el contexto del pasaje que hoy leemos. En él aparece la pregunta clave: "Quién es este hombre". La respuesta muestra las opiniones, tan poco aceptables, de la gente, y la opinión de los discípulos, expresada por Pedro: Jesús es el Mesías. Pero su noción de Mesías no es compatible con el rechazo y mucho menos con la muerte en cruz. Pedro expresa su total oposición a esa noción de Mesías y Jesús reacciona violentamente ante las palabras de Pedro, le llama Satanás y le acusa de tener una idea del Mesías que no proviene de Dios sino de conveniencias humanas.
El evangelio de Marcos aprovecha la situación para poner aquí en labios de Jesús unas máximas morales sobre la cruz y la negación de sí mismo.

R E F L E X I Ó N

Jesús, el Mesías que no esperaban, el siervo sufriente que carga con los pecados del pueblo, con los pecados del mundo. Difícil de aceptar para todos, incluso para Pedro, al que Jesús llama "Satanás", porque "piensa como los hombres y no como Dios".
Es sorprendente la violencia con que Jesús reacciona ante las palabras de Pedro.
Conocemos mejor esas palabras por la redacción de Mateo (16,22): "¡Dios te libre, Señor! No te sucederá tal cosa". Y Jesús le rechaza cono tentador: "Quieres hacerme caer". Se pueden interpretar esas palabras como reflejo de una verdadera tentación de Jesús, presencia durante su vida de las tentaciones simbolizadas en la cuarentena del desierto ("te daré todos los reinos del mundo...", tentación de poder, de mesianismo davídico exterior). En la misma línea podría interpretarse la reacción de Jesús en Juan 6,15, la sensación de apresuramiento en apartarse de la gente que le quiere hacer rey y su refugio en la oración, en el monte, él solo, como en las grandes ocasiones y dificultades de su vida.
Sea de esta interpretación lo que se quiera, es innegable que esta fisonomía religiosa ha sido y es una profunda tentación para las personas y para la iglesia. Pero es una tentación completa, no una simple oferta de idolatría en que se trate descaradamente de "servir a otro dios", sino el mal ofrecido "bajo capa de bien" que diría Ignacio de Loyola, y por eso es más temible.
La tentación consiste en múltiples aspectos, pero todos ellos derivados de lo que Jesús detecta en Pedro: "Tú piensas como los hombres, no como Dios". Hay una manera humana de concebir la vida y la religión, y hay una Palabra que introduce nuevos criterios, no pocas veces incompatibles con los meramente humanos. Así que, como tantas veces en el evangelio, aquella situación histórica representa una confrontación religiosa permanente en la humanidad (instituciones y personas). El reino del mesías como reino exterior, que incluye política, prosperidad y esplendores de culto; el reino de los cielos como conversión manifestada en obras. Salvar la vida; perder la vida. El Mesías triunfante; Jesús crucificado. La iglesia que triunfa como única mediadora entre Dios y los hombres; la iglesia que sirve sufriendo en silencio... Dos mundos, dos
mesianismos, dos mentalidades, dos religiones. Una es la de Jesús, la otra es la que mató a Jesús.
Esa misma mentalidad que mató a Jesús es la que puede matar a la iglesia, y la que puede hacer que nuestra vida se eche a perder. El último párrafo del evangelio de hoy lo expresa con radical claridad:
- El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.
Este último párrafo no es un añadido postizo; es una aplicación inteligente y precisa. Para nosotros, hoy, significa el dilema entre salvar nuestro modo de vivir, nuestra manera occidental de entender a Jesús, nuestro concepto de culto, de templo, de jerarquía, de iglesia... salvar todo eso o perder todo eso por el Evangelio, por la Palabra.
Y la radicalidad, un tanto estremecedora, acompaña su fundamento, tomando las violentas palabras de Jesús a Pedro:
- ¡Tú piensas como los hombres, no como Dios!.
¡Pensar como Dios! ¿Qué puede ser más acertado que pensar como Dios? Pensar como Dios para salvar la vida, para hacerla más útil y sobre todo más feliz. Y, por el contrario, no pensar como Dios, buscar otro guía, fiarse de otros criterios. Terrible peligro, echar a perder la vida, equivocar el camino.
La violencia de la respuesta de Jesús a Pedro nos hace pensar que también Jesús tenía que esforzarse en “pensar como Dios”, que incluso él estaba continuamente tentado de pensar con otros criterios y valores … y que esa es la asignatura pendiente más importante de toda vida humana. Pero ¿Cómo piensa Dios? Para eso, precisamente para eso es Jesús, para que podamos ver con nuestros ojos, casi diríamos tocar con nuestras manos, cómo es un hombre que piensa como Dios.
El problema está en que en nuestro cristianismo-católico-occidental-consumista-cultual, hay evangelio, hay presencia de Jesús, pero hay también mucho mesianismo davídico, mucho "Dios para nosotros", mucho "pueblo privilegiado", mucho encerrar a Dios en nuestros incuestionados conceptos. Y, a nivel personal, hay mucho deseo de que la Palabra no cambie demasiado lo que nosotros consideramos vida religiosa, que en resumen es mantener lo más posible de los ideales del mundo (que tienen poco que ver con “pensar como Dios”) sin perjudicar definitivamente la vida eterna.
Aun a riesgo de entrar en interpretaciones demasiado concretas y opinables, podríamos señalar aspectos actuales que nos parecen derivados de esa tentación. Pienso que la iglesia y los cristianos de hoy padecen las mismas tentaciones que la Biblia refleja como tentaciones (y pecados) de Israel… y del mismo Jesús. Pero basta saber, no basta pensar. Es inútil conocer el camino si se va por otra parte. Aquí encaja como anillo al dedo la carta de Santiago. Fe sin obras es saber como piensa Dios y no hacerle caso. ¿Es ésta nuestra situación?
A nivel institucional la Biblia presenta a Israel como víctima y culpable de un pecado de APROPIACIÓN DE DIOS. "El Dios de Israel". Y todas las naciones deberán aceptar al Dios de Israel y, consecuentemente, a Israel como Pueblo Preferido, embudo por el que hay que pasar para llegar a Dios. Hay que aceptar a Dios como Israel lo ofrece.
Israel es el único que conoce a Dios, porque es el único a quien Dios se ha revelado: los demás pueblos deberán conocer a Dios a través de lo que Israel les diga de Él. En consecuencia, Israel es el gran intermediario cultual: todos los pueblos deberán adorar a Dios en Jerusalén y en su templo, según los ritos y a través de los sacerdotes de Israel. Y todo ello fundamentado en la infalibilidad de la palabra de Dios. Todo lo que está en La Ley y Los Profetas es palabra infalible de Dios, y por tanto da seguridad absoluta a Israel y lo convierte en privilegiado entre todas las naciones. La aplicación a nosotros la Iglesia es evidente.
A nivel personal, la religión oficial de Israel se muestra en la Biblia, y muy especialmente en la espiritualidad de los fariseos y letrados que se enfrentan a Jesús, como una espiritualidad de estricto cumplimiento de preceptos en busca de una "justicia ante Dios". Los preceptos incluyen la limosna, pero con la intención de que el limosnero sea más perfecto, como cumplimiento de un deber ordenado a la propia justicia.
Nada de esto tiene que ver con las columnas básicas de "El Reino". El nuevo Israel será levadura en la masa del mundo, haciéndolo fermentar desde dentro, no por sumisión.
Dios mismo y su Palabra son levadura y sal; el Dios eterno todopoderoso y juez se presenta como alimento para la vida del mundo. El samaritano que ayuda a su prójimo y el centurión romano que suplica con fe son puestos como ejemplo a los hijos de Abraham observadores de preceptos. "Somos hijos de Abraham - Éste es el Templo del Señor" son expresiones de orgullo expresamente rechazadas por Jesús. Creo que tenemos - en el momento actual más que nunca - motivos para una larga meditación sobre nuestros parecidos con los pecados de Israel, que mataron a Jesús.

PARA NUESTRA ORACIÓN

Una vez más, se nos invita a ir a Jesús para conocerle y seguirle, tal como Él es, abandonando todo lo demás. Seguimiento de Cristo pobre y crucificado, desde la conversión personal, desde el servicio a todo el mundo, sin poder, sin búsqueda de la justicia ante Dios, sin creerse más que nadie, sin pretender que nuestra metafísica es capaz de definir a Dios, reconociendo la palabra de Dios allí donde resuene, dentro o fuera de la iglesia, reconociéndola en los que sirven a sus hermanos con corazón compasivo y no precisamente en los que profesan conceptos ajustados a norma, confirmados por la persecución y no por el éxito, parecidos al grano de trigo que muere para que haya alimento y no al Sumo Sacerdote intermediario sagrado entre los hombres y Dios.
La iglesia, las personas y la institución, debe salvarse, salvar su vida, no buscando su vida sino entregándola para la vida del mundo. Lo que hay que entregar, lo que no hay que buscar, es el propio prestigio, el éxito exterior, la propia justicia ante Dios, el monopolio de la Palabra, la función de intermediario sagrado, el sentimiento de privilegiados, la preferencia del dogma sobre el servicio, la tranquilidad de estar salvados y ser mejores que otros por pertenecer a la iglesia, el sometimiento de La Palabra a nuestros modos culturales y a nuestro status de vida occidental.... Ni la iglesia como institución ni cada cristiano como persona está salvado por ser iglesia o por ser cristiano: está más invitado que nadie a seguir a Jesús pobre y crucificado, a negarse a sí mismo y no buscar su vida, su éxito, su justicia. Sólo así podrá ser sal, levadura, alimento para la vida del mundo, de todo el mundo, que es el destinatario de la salvación.1
Este domingo nos ofrece una urgencia: la de preocuparnos por ir cambiando de “manera de pensar”, preocupados por acertar para no estropear la vida, para sacarle partido, para buscar correctamente la felicidad. Y, para esto, la urgente necesidad de tener a Jesús como referencia de nuestro modo de pensar y de actuar. Por esto, entre otras razones, es tan importante buscar tiempos para contemplar a Jesús, para leer el evangelio, para comparar mis modos de actuar con los suyos. Nosotros, que decimos que seguimos a Jesús, tenemos que ver claro por qué camino va si queremos de verdad seguirle. Es urgente para todo cristiano contemplar a Jesús, dar tiempo a conocer. Sin ello, le seguiremos mal, porque le conoceremos mal.

1 Para leer más de este tema, véase Giulio Girardi: “La túnica rasgada”: Capítulo 3: El Eclesiocentrismo.



S A L M O 4 0

Elevamos a Dios esta oración en nombre de la iglesia entera, presentándole nuestros temores y pidiéndole que nos libre, a nosotros la iglesia, de nuestras oscuridades.

En Dios pongo toda mi esperanza.
Inclina tu oído hacia mí y escucha mi oración.
Salva mi vida de la oscuridad,
afirma mis pies sobre roca
y asegura mis pasos.
Mi boca entona un cántico nuevo
de alabanza al Señor.
Dichoso el que pone en Dios su confianza.
No quieres sacrificios ni oblaciones
pero me has abierto los ojos,
no exiges cultos ni holocaustos,
y yo te digo : aquí me tienes,
para hacer, Señor, tu voluntad.
Tú, Señor, hazme sentir tu cariño,
que tu amor y tu verdad me guarden siempre.
Porque mi errores recaen sobre mí
y no me dejan ver.
¡Socórreme, Señor, ven en mi ayuda!
Que sientan tu alegría los que te buscan.
Tú, mi Dios, mi Salvador, no tardes

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WebJCP | Abril 2007