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martes, 8 de septiembre de 2009

30 Años de caminar misionero: Presencia Comboniana en Centroamérica


Publicado por Esquila Misional

Se dice que la misión nace de un impulso del Espíritu que nos moviliza para ir a todos los rincones del mundo a llevar el Evangelio. Así fue para el pequeño grupo de misioneros combonianos que llegó a tierras centroamericanas a principios de 1979.

Poco más de 30 años después de la llegada del primer grupo comboniano a Baja California, México, las obras de esta misión experimentaron un desarrollo extraordinario: se edificaron misiones; se abrieron seminarios (de donde varios misioneros mexicanos han salido para evangelizar en África y en otras partes del mundo), se levantaron centros de animación misionera... La obra comboniana se fue dando a conocer y comenzó a ser sostenida por muchas personas que también se sentían combonianas.

El Espíritu se manifestó muy activo y fecundo e hizo que el carisma de san Daniel Comboni tuviera también un rostro y una sensibilidad mexicana. Lo que se había plantado en el desierto ahora comenzaba a dar flores y frutos que se debían compartir. Así, los combonianos de la Provincia de México empezaron a ver más allá de sus fronteras y «descubrieron» Centroamérica como un campo extraordinario para compartir su inquietud, y contagiar a muchos otros con su «virus» misionero.

Una presencia nacida de la animación misionera
A semejanza de los tiempos de san Pablo, con mucho entusiasmo y no sin sacrificios, los primeros intentos de establecer la misión en Centroamérica no fueron detenidos por las fronteras ni por las situaciones peligrosas que se vivían en los años 70 en algunos países centroamericanos debido a los conflictos armados que tanto llenaron de sangre estas tierras.

Los padres Blanco, Turri, Martinelli, por mencionar algunos, pronto llegaron desde la Ciudad de México, hasta Panamá, pasando por varios rincones de Centroamérica, estableciendo muchos contactos y descubriendo comunidades con apertura para la misión.

Como antecedente, tenemos claro que los combonianos no fuimos los primeros en llegar a Centroamérica; desde hace varios siglos, nos preceden las figuras de grandes misioneros, institutos, obras de evangelización y santos que sembraron la semilla del Evangelio. Muchos de esos misioneros fecundaron estos lugares con la sangre del martirio y fueron víctimas de la violencia y del odio de quienes consideraban que ser cristiano era un peligro.

Entonces, ¿cuál fue la novedad o el aporte que trajimos a estas tierras? Sin alardear, y reconociendo sinceramente el trabajo de tantos misioneros que han hecho una labor magnífica en estas tierras, lo que los combonianos aportamos ha sido la inquietud por animar misioneramente a estas Iglesias locales.

Para ello, los misioneros se lanzaron a muchas actividades: encuentros de laicos, retiros a catequistas, jornadas de información sobre la misión «más allá de las fronteras», formación de grupos misioneros, conferencias en los seminarios, encuentros con sacerdotes, difusión de la prensa misionera... Desde el inicio, la aportación comboniana a estas Iglesias consistió en poner a disposición de muchas personas instrumentos e información que les permitieran vivir su vocación misionera, para que abrieran sus horizontes y se dieran cuenta de que también ellos y ellas estaban llamados a contribuir en la alegría de anunciar el Evangelio.

Pronto surgieron grupos de amigos de las misiones que se involucraron en la tarea de contagiar a otros la belleza que habían descubierto en la misión: Pequeños grupos de laicos salían a anunciar la Palabra en pueblos y aldeas, otros se convirtieron en grandes difusores de la prensa misionera. Hoy, después de 30 años, con menos fuerza en las piernas, pero con el mismo vigor en el corazón, muchos laicos en Costa Rica siguen llevando de puerta en puerta las revistas Esquila Misional y Aguiluchos con la convicción de que ese granito de arena sirve para sembrar algo del espíritu misionero.

Mucho del mérito de este compromiso seguramente se debe a la tarea del padre Vicente Turri, quien durante este tiempo ha sido un animador infatigable que ha sabido llegar, no sólo a los lugares más alejados de estos países, sino también a lo más profundo del corazón de mucha gente: personas que han descubierto en él la figura del misionero que no tiene otro interés más que lograr la felicidad de aquellos que Dios va poniendo en su camino.

Con la inquietud de compartir la vocación misionera con muchas personas, Guatemala vio nacer un centro de animación y formación misionera llamado «Casa Comboni». Por este lugar han pasado cientos de laicos que han sido formados a la misión para que vivan su compromiso más allá de sus parroquias. A esta obra dedicaron grandes esfuerzos los padres Beccarelli, Piu, Bruyel, Filippi y muchos más que todavía hoy siguen acompañando a los guatemaltecos que quieran ser levadura misionera en sus comunidades.

A lo largo de estos años, los centroamericanos han comprendido que la misión no se construye sólo con buenas ideas, sino que nace y se sostiene de las horas pasadas delante de Dios, en un diálogo de profunda amistad y cariño que es la oración.

De la animación a la formación
Al sembrar la inquietud misionera, no nos extraña que el anuncio haya seducido a jóvenes que respondieron con generosidad y disponibilidad para entregar su vida a la misión. A pocos años de nuestra llegada a Costa Rica se integró el primer grupo de jóvenes que iniciaron su preparación. Habían sido conquistados por el carisma de Comboni y no tuvieron miedo de dejarlo todo para seguir sus pasos. Así surgió el Postulantado en el barrio de Sagrada Familia por el que han pasado muchos jóvenes, y de los cuales hoy hay más de 20 combonianos y varias misioneras combonianas trabajando en África, América y Asia. Al principio sólo fueron costarricenses, pero luego llegaron guatemaltecos, salvadoreños y nicaragüenses como prueba de la apertura de estas tierras a la dimensión misionera de toda la Iglesia.

Da alegría ver que en estos años la misión ha dejado de ser un tema desconocido y considerado como algo lejano o ajeno a sus preocupaciones e intereses. Cada día vemos una inquietud más viva por ser formados en la misión y muchas personas muestran disponibilidad a dedicar tiempo, recursos, energías y hasta sus vidas para participar en esta tarea que es de todo cristiano. Uno de tantos ejemplos es el grupo de personas que está iniciando su búsqueda con el deseo de convertirse en Laicos Misioneros Combonianos.

Hoy, los cristianos de estas Iglesias piden que no nos limitemos a darles información sobre la misión; ya no les entusiasma tanto escuchar las aventuras de los misioneros, quieren prepararse para dar una respuesta también ellos.

Todo esto nos alegra, pues estamos convencidos de que la misión, si no nace en casa y si no se empieza a vivir en lo concreto de la vida, nunca podrá llevar a opciones más radicales que impliquen el desprendimiento total y la renuncia de la que habla el Evangelio.

Treinta años de evangelización
Desde los inicios, se trabajó con mucho entusiasmo también en la evangelización. En Costa Rica estuvimos presentes en el vicariato de Limón, en donde aún recuerdan a los padres Piccinelli, Moschetta, Zanotto, Zárate y otros más que gastaron sus energías para acompañar a las comunidades cristianas que se organizaban.

Una ejemplo es la comunidad de Emaús, que sigue trabajando y ha demostrado la madurez en su fe. Este grupo siente inquietud por encontrar caminos que le permitan llevar a otros lo experimentado. Han entendido la fe como algo que sólo se disfruta cuando se comparte y cuando cada uno de ellos se hace testigo de lo que Dios ha hecho en sus vidas.

Asimismo, desde hace 15 años la comunidad de Cuscatancingo, El Salvador, ha ido creciendo. Aquí, los laicos han sido capaces de asumir la responsabilidad de sus pequeñas comunidades y han ido transformando el ambiente, muchas veces marcado por una realidad sufrida y maltratada por la pobreza, la violencia, la falta de oportunidades...

En la ciudad de Guatemala se ha iniciado la presencia evangelizadora en una zona necesitada de dicha Arquidiócesis. Nuestra Señora del Milagro es una comunidad donde se constata el crecimiento de muchos cristianos que manifiestan su gran deseo de participar, de prepararse y de convertirse también en misioneros. Uno de los fundadores de la presencia comboniana en este sitio y de los primeros en morir entre «los suyos» fue el padre Pini, quien dejó sus energías por las calles de estos barrios. También estuvieron por aquí los padres Jansen, Balbiani, Patané y Esteban, quienes supieron darse con generosidad a su gente e hicieron el bien para después pasar el relevo a otros.

Las últimas presencias son: la comunidad de la Medalla Milagrosa, en el barrio Cuba de Costa Rica y la parroquia de San Luis, en El Petén, Guatemala; ésta última, es nuestra respuesta comboniana a las necesidades de los indígenas en una de las regiones guatemaltecas que más sufre debido a la marginación, la violencia, el narcotráfico y el olvido. Estas dos presencias combonianas son un signo de la disponibilidad y el deseo de caminar entre los más pobres y abandonados de estas tierras.

Viendo hacia el futuro
Aunque el camino ha sido fecundo y Dios no se ha cansado de colmarnos de bendiciones, vemos que el futuro se presenta como una realidad con dificultades. El trabajo es inmenso y los retos no dejan de ser desafiantes. Como misioneros nos sentimos siempre urgidos a llevar por todas partes el Evangelio y en estas tierras quedan todavía muchos espacios en donde la presencia del Padre no es reconocida.

Nos sentimos interpelados por una realidad cada día más compleja, en donde los valores del Evangelio no siempre son acogidos, en donde las consecuencias de la globalización repercuten desafortunadamente no en beneficio de una sociedad más justa y fraternal. Vemos con preocupación y tristeza la degradación producida por la pérdida de muchos valores que consideramos humanos y cristianos. Nos duele profundamente el desprecio que existe por la vida humana y los estragos que producen la impunidad y la corrupción. Nos sentimos impotentes ante el sufrimiento de tantos jóvenes que no encuentran el rumbo de sus vidas y que se pierden por no ver un futuro en el que se les brinden las oportunidades a las que tienen derecho.

Como combonianos en Centroamérica nos preguntarnos: ¿Cuál es nuestro papel y nuestra contribución en la construcción de una humanidad según los valores del Evangelio? Nos sentimos comprometidos a seguir dando lo mejor de nuestras vidas con el único deseo de sembrar un poco más la Palabra de Dios en estas tierras. Reafirmamos nuestro compromiso con la animación misionera y la promoción de las vocaciones. Queremos seguir siendo «piedra escondida» y pequeño «grano de levadura» misionera para que estas Iglesias puedan asumir un papel más decidido en el trabajo misionero de la Iglesia.

Centroamérica ha ido tomando conciencia de su responsabilidad en la tarea de anunciar el Evangelio, como combonianos esperamos poder seguir apoyando y colaborando para que muchos cristianos puedan ir «más allá de sus fronteras» y que compartan la alegría de su fe.

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WebJCP | Abril 2007