Por Fernando Torres Pérez, cmf
Pienso ahora en la madre que toma en brazos a su hijo pequeño y, al tiempo que lo abraza con todo el cariño del mundo, le dice al oído algo así como “Te comería a besos”. Es una forma de expresar el cariño que los une –no olvidar que es un cariño unidireccional, de la madre al bebé–. Entre ellos se da una comunión en la que la madre siente todo lo que sucede al hijo como si le sucediera a ella.
Algo parecido –pero en este caso bidireccional– se da en el amor humano. También termina expresándose físicamente, en besos, abrazos, caricias, relaciones íntimas. Es una forma de comunión que va más allá de las fronteras de lo físico. Se unen los corazones y se supera la soledad del individuo.
En las dos relaciones puestas como ejemplo, se usa muchas veces la idea y termino de “comer” como metáfora que expresa esa íntima unión. Porque el comer nos da la vida, exactamente igual que esa unión profunda nos da también la vida, nos lleva a una plenitud mayor. Ya no hablamos de la vida física sino de la vida en todos los sentidos, la Vida.
El pan es la carne-vida de Cristo
Jesús habla de comer su carne. Utiliza primero la imagen del pan. Él es el pan vivo, el pan que da la verdadera vida. Ese pan es su misma carne que se ofrece para que todos vivan. De la metáfora a la realidad las fronteras las ponen los científicos. Pero los que más allá de la ciencia entran en el camino de la sabiduría saben que más allá de lo que se puede medir y tocar hay realidad verdadera. Compartir el pan consagrado en la Eucaristía es realmente “comer” el cuerpo de Cristo en el sentido de que entramos en comunión con él, que su Evangelio se hace vida y compromiso en nosotros, que su gracia nos capacita para ir más allá de nuestras posibilidades, para crear el Reino, para hacer justicia y fraternidad.
Compartir el cuerpo de Cristo nos hace vivir de otra manera. Comulgamos con él y con su Reino. Nos hacemos hijos en el Hijo y los otros se convierten en nuestros hermanos y hermanas. Entramos en un camino-comunión en el que más allá de mi salvación individual entramos en comunión con la humanidad entera, con la familia de Dios, en especial con los que más sufren y experimentamos que la Vida que Dios nos regala es para todos, que no tiene sentido la comunión si no se alarga y extiende hasta alcanzar a todos sin excluir a nadie.
No quieren entender
Todo esto no es difícil de entender pero, como dice un refrán, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Los judíos, así los denomina el Evangelio de Juan, no querían entender. Ellos se oponen a todo lo que pueda suponer un cambio en su imagen de Dios, de lo que es bueno y de lo que es malo. Por eso malentienden las palabras de Jesús e interpretan lo de “comer su carne” en el sentido más craso y físico. Creen que Jesús les está pidiendo a sus seguidores que sean antropófagos.
Jesús se lo intenta explicar una y otra vez pero no consigue nada. Por la sencilla razón de que “no hay peor sordo...”. Lo bueno, lo que nos queda como testimonio vivo del amor de Dios para con nosotros, es que ni en ese caso Dios retira su oferta. Ni siquiera cuando los hombres nos obcecamos en decir “no” a la oferta de Dios, a su amor y gracia que se nos regala, a la reconciliación que nos brinda, a la Vida que nos promete, Dios retira su mano llena de cariño. La salvación también era para aquellos “judíos” que se oponen a Jesús y que ridiculizan su mensaje. Conclusión: como buen padre, Dios nunca nos deja de su mano. Así nos ama Dios. Sin límites, sin condiciones.
Hoy es el día en que Jesús nos invita a la Eucaristía, a que comamos su cuerpo y bebamos su sangre, a que comulguemos con él, con su mensaje, con su vida. Así su Reino se hace posible en nuestras vidas. Hoy es el día en que tenemos que vivir como lo que somos: comensales de Dios, miembros de su familia, hijos e hijas. Es tiempo de aprovechar el momento, como nos indica la segunda lectura, para hacer realidad la voluntad de Dios, para darle gracias por su amor y para vivir expandiendo el amor que de él recibimos a todos los que nos encontremos por los caminos de la vida.
Algo parecido –pero en este caso bidireccional– se da en el amor humano. También termina expresándose físicamente, en besos, abrazos, caricias, relaciones íntimas. Es una forma de comunión que va más allá de las fronteras de lo físico. Se unen los corazones y se supera la soledad del individuo.
En las dos relaciones puestas como ejemplo, se usa muchas veces la idea y termino de “comer” como metáfora que expresa esa íntima unión. Porque el comer nos da la vida, exactamente igual que esa unión profunda nos da también la vida, nos lleva a una plenitud mayor. Ya no hablamos de la vida física sino de la vida en todos los sentidos, la Vida.
El pan es la carne-vida de Cristo
Jesús habla de comer su carne. Utiliza primero la imagen del pan. Él es el pan vivo, el pan que da la verdadera vida. Ese pan es su misma carne que se ofrece para que todos vivan. De la metáfora a la realidad las fronteras las ponen los científicos. Pero los que más allá de la ciencia entran en el camino de la sabiduría saben que más allá de lo que se puede medir y tocar hay realidad verdadera. Compartir el pan consagrado en la Eucaristía es realmente “comer” el cuerpo de Cristo en el sentido de que entramos en comunión con él, que su Evangelio se hace vida y compromiso en nosotros, que su gracia nos capacita para ir más allá de nuestras posibilidades, para crear el Reino, para hacer justicia y fraternidad.
Compartir el cuerpo de Cristo nos hace vivir de otra manera. Comulgamos con él y con su Reino. Nos hacemos hijos en el Hijo y los otros se convierten en nuestros hermanos y hermanas. Entramos en un camino-comunión en el que más allá de mi salvación individual entramos en comunión con la humanidad entera, con la familia de Dios, en especial con los que más sufren y experimentamos que la Vida que Dios nos regala es para todos, que no tiene sentido la comunión si no se alarga y extiende hasta alcanzar a todos sin excluir a nadie.
No quieren entender
Todo esto no es difícil de entender pero, como dice un refrán, “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Los judíos, así los denomina el Evangelio de Juan, no querían entender. Ellos se oponen a todo lo que pueda suponer un cambio en su imagen de Dios, de lo que es bueno y de lo que es malo. Por eso malentienden las palabras de Jesús e interpretan lo de “comer su carne” en el sentido más craso y físico. Creen que Jesús les está pidiendo a sus seguidores que sean antropófagos.
Jesús se lo intenta explicar una y otra vez pero no consigue nada. Por la sencilla razón de que “no hay peor sordo...”. Lo bueno, lo que nos queda como testimonio vivo del amor de Dios para con nosotros, es que ni en ese caso Dios retira su oferta. Ni siquiera cuando los hombres nos obcecamos en decir “no” a la oferta de Dios, a su amor y gracia que se nos regala, a la reconciliación que nos brinda, a la Vida que nos promete, Dios retira su mano llena de cariño. La salvación también era para aquellos “judíos” que se oponen a Jesús y que ridiculizan su mensaje. Conclusión: como buen padre, Dios nunca nos deja de su mano. Así nos ama Dios. Sin límites, sin condiciones.
Hoy es el día en que Jesús nos invita a la Eucaristía, a que comamos su cuerpo y bebamos su sangre, a que comulguemos con él, con su mensaje, con su vida. Así su Reino se hace posible en nuestras vidas. Hoy es el día en que tenemos que vivir como lo que somos: comensales de Dios, miembros de su familia, hijos e hijas. Es tiempo de aprovechar el momento, como nos indica la segunda lectura, para hacer realidad la voluntad de Dios, para darle gracias por su amor y para vivir expandiendo el amor que de él recibimos a todos los que nos encontremos por los caminos de la vida.
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