Por Gustavo Vélez, mxy
“Dijo Jesús: El que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo. El que come de este pan vivirá para siempre”. San Juan, cap. 6.
1.- Nosotros no sabemos qué es la muerte, por una razón obvia: Tampoco sabemos que es la vida. Y mientras tanto, la amenaza de morir merodea continuamente por nuestros caminos: “La muerte con pies iguales, mide la choza pajiza y los palacios reales”.
Todas las filosofías, todas las religiones han intentado resolver este enigma, solucionar este problema. También los cristianos procuramos hacerlo, apoyados en Alguien que resucitó de entre los muertos. Sin embargo nuestra respuesta no satisface de inmediato, pues ha de ser captada desde la fe.
El Maestro les ha hablado a los suyos sobre el maná del desierto, señalando que quienes comieron de este pan misterioso murieron luego. Ahora los invita a comer de otro pan, ponderando que les dará vida para siempre. Un pan que es su mismo cuerpo.
2.- Algunos, entre los escuchas del Señor, pensarían en el canibalismo practicado por ciertos pueblos. Pero Jesús sigue adelante con su discurso. Repite que se trata de comerlo, de masticar su cuerpo, si nos atenemos al texto griego. Era lógico el desconcierto en aquel auditorio. No tenían aún como punto de referencia el gesto del Señor en la última cena, al ofrecer el pan y el vino a sus discípulos, reforzando su afirmación: “Esto es mi cuerpo. Este es el cáliz de mi sangre”. Desconocían la costumbre que fue calando en las primeras comunidades: Reunirse, recordar al Señor Resucitado con la mente y el corazón y compartir un trozo de pan y un sorbo de vino.
3.- En cambio los cristianos podemos comprender un poco más qué significa comer el cuerpo de Cristo y beber su sangre. ¿Pero cómo puede este alimento darnos vida eterna? Quienes hoy comulgamos también vamos sucumbiendo, uno a uno, ante la muerte. En la mitología griega, Caronte era el viejo gruñón y mal vestido que conducía a los muertos al más allá, a través del río Aquerón. Por esta razón a los cadáveres se les colocaba una moneda bajo la lengua. La paga que exigía aquel barquero.
Hubo entre las primeras comunidades cristianas, algunas que acostumbraban poner pan consagrado en la boca del difunto. Lo cual se orientó luego hacia el Viático que se da a los moribundos, cuando se repite la frase de Jesús: “Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. Pero el prodigio que Cristo ha realizado consiste en lo siguiente: No nos libra del hecho de morir, pero le ha quitado a la muerte su hondura y su tragedia.
El salmo 48 miró la muerte con mucho pesimismo: “Los sabios mueren y legan sus riquezas a extraños. El sepulcro es su morada perpetua y su casa de edad en edad. La muerte es su pastor. El hombre es como un animal que perece”. Pero esta visión fue borrada de plano por Jesús, al levantarse del sepulcro. Y Él nos dijo: “No se inquiete vuestro corazón, creéis en Dios creed también en mí. Me voy a prepararos un lugar y volveré y os tomaré conmigo, para que donde yo esté, estéis también vosotros”. “Morir sólo es morir, morir se acaba” escribió Martín Descalzo.
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