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lunes, 24 de noviembre de 2008

San Pablo como misionero

Por Julio Alonso Ampuero
Director Diocesano de OMP de Toledo

Es innegable que a lo largo de 2000 años san Pablo ha sido para la Iglesia el referente fundamental en su actividad misionera. Él es el prototipo por excelencia del misionero.

No sólo ha sido cronológicamente -junto con Bernabé- el primer misionero[1], en el sentido de emprender una acción evangelizadora organizada y sistemática (ellos, en efecto, son los protagonistas del primer viaje misionero: Hch 13,1-14,28). En él se dan además dos características típicas del misionero: “ad gentes” (Pablo es por definición el “apóstol de los gentiles”, como tendremos ocasión de comprobar más adelante) y “ad vitam” (se consagró enteramente al anuncio de la Palabra -cfr. Hch 18,5- durante toda su vida).

Sin embargo, da la impresión de que esta dimensión específica -esencial en la vida y actividad de san Pablo- es poco conocida, se encuentra poco desarrollada y con escasa profundización.[2]

En el contexto eclesial que estamos viviendo urge redescubrir los fundamentos de la misión.[3] El debilitamiento del impulso misionero sólo puede ser superado volviendo a las motivaciones profundas de la misión. Además, tenemos por delante el reto de la nueva evangelización en los países de antigua cristiandad.[4] Para ambos aspectos -la misión “ad gentes” y la nueva evangelización- san Pablo sigue siendo un foco de luz potente. El año paulino es la ocasión y conlleva la gracia para renovar nuestro compromiso misionero y nuestro ardor evangelizador de la mano de san Pablo.

En cuatro apartados intentaremos desarrollar las motivaciones que impulsan a Pablo a la misión, los destinatarios de la misma, el contenido de su anuncio y algunas claves de su manera de llevarla a cabo.

1.- MOTIVACIONES DE SU IMPULSO MISIONERO

Saulo, que se reconoce a sí mismo “intachable” en el cumplimiento de la Ley (Fil 3,6) y “superior” a la mayoría de los compatriotas de su generación en el celo por las tradiciones de los padres (Gal 1,14), nunca menciona actividad misionera alguna anterior a su conversión.[5]

Es lógico, por ello, que nos preguntemos ante todo por el motivo de ese impulso arrebatador que llevará a Pablo a entregar su tiempo y energías a la tarea misionera. ¿Por qué la misión?[6]

a) Un encuentro inesperado

No es casual que los tres relatos que nos reporta Lucas de la conversión de Saulo incluyan su llamada a la misión (Hch 9,15; 22,15; 26,16-18). En el relato del capítulo 9 se dice expresamente que Saulo es “instrumento elegido para llevar mi Nombre ante los gentiles”; en el capítulo 22 -discurso a los judíos- se omite la palabra “gentiles”, pero se afirma que ha de “ser testigo ante todos los hombres”; finalmente, en el capítulo 26 -discurso ante Agripa- desarrolla ampliamente este aspecto sirviéndose de expresiones tomadas de la vocación del Siervo de Yahveh (Is 42,7.16): Pablo es enviado a los gentiles para abrir sus ojos y hacerlos pasar de las tinieblas a la luz, de modo que tengan parte en la herencia de los consagrados.

No es casual, porque esas afirmaciones concuerdan plenamente con el relato autobiográfico de Gal 1,15-16: Dios “tuvo a bien revelar a su Hijo en mí para que -hina- le anunciase entre los gentiles”.

Por tanto, el impulso a la misión nace de ese encuentro personal en el camino de Damasco con ese Jesús vivo a quien Pablo consideraba definitivamente muerto (cf. Hch 25,19) y que ha resultado ser el Mesías y el Hijo de Dios.

Sólo de una renovada experiencia del encuentro con Cristo vivo y Resucitado seguirá brotando hoy y siempre el impulso misionero de la Iglesia…

b) Un acontecimiento decisivo

Pablo, como buen judío y fariseo llevaba clavada en su corazón “la esperanza de Israel” (cf. Hch 28,20). Esta esperanza no era otra que la venida del Mesías, que haría justicia definitivamente y al establecer el reinado de Dios afianzaría también el señorío de Israel sobre los pueblos paganos.

Ahora bien, al manifestársele Cristo Resucitado, Pablo entiende que esa esperanza ya ha acontecido. Como a Juan Bautista, que preguntaba a Jesús si era el que había de venir o tenía que seguir esperando (Lc 7,18-23), también a Pablo Cristo le responde con los hechos: aquel galileo crucificado a quien Pablo había considerado un maldito (Gal 3,13) y un escándalo (1Cor 1,23) estaba vivo y había resucitado. ¡Él era el Mesías!

Por tanto, si había llegado el Mesías, eso significaba que habían llegado los tiempos definitivos, el “esjaton”. A partir de ese momento Pablo establecerá constantemente un contraste entre el “antes” y el “ahora” (cf. Rom 3,21.26; Ef 2,11.13; 5,8). Ese plan de Dios, mantenido en secreto durante siglos eternos, ha sido manifestado y realizado precisamente “ahora”, “en este tiempo presente” (Rom 16,25-26; Ef 3,5). La propia vida de Pablo atestigua la realidad de “un antes” y “un después”.

Este acontecimiento sorprendente, más aún, el acontecimiento decisivo de la historia de la humanidad, no podía ser callado. Era preciso anunciarlo a todos.

c) Un don gratuito

Educado en la más estricta tradición farisea, Pablo estaba persuadido de que había que cumplir cuidadosamente todos los preceptos de la Torah escrita y oral para poder ser reconocido justo ante Dios (cf. Lc 1,6) y en consecuencia ser recompensado en la vida eterna. No sólo lo creía así, sino que lo había puesto en práctica de manera “intachable” (Fil 3,6).

Pero también en esto la experiencia del camino de Damasco resultó desconcertante. Aquella revelación no fue fruto de sus méritos ni de sus esfuerzos, sino un don gratuito, absolutamente inmerecido. Tanto más cuanto que él había luchado denodadamente contra los seguidores de ese tal Jesús de Nazaret (Gal 1,13).

A partir de este momento sus conceptos dan un vuelco y cambia su lenguaje. Pablo ha experimentado en sí mismo la gracia (jaris): el amor benevolente y gratuito de Dios manifestado y comunicado en su Hijo Jesucristo (Rom 5,6-10; 8,31-39).

¡Sí, la salvación es un don ofrecido por Dios gratuitamente a todo el que quiere recibirlo! Gracias a la muerte y resurrección de Cristo, el que estaba muerto por el pecado es literalmente resucitado, vivificado, por la fe en el mismo Cristo (Ef 2,1-10), y se convierte así en una “nueva creación”, plenamente reconciliado con Dios (2Cor 5,17-18).

Y cuando Pablo, ya anciano, escriba a su discípulo Timoteo, seguirá asombrándose de esa gracia sorprendente que se volcó sobre él para hacerle testigo, signo e instrumento (es decir, sacramento) de la misericordia de Cristo para sus contemporáneos y para los que vendrían después (1Tim 1,12-16).

d) … para todos los hombres

Ya hemos aludido a la rígida separación que establecían los judíos entre ellos (poseedores de la Ley, la alianza, el culto, las promesas…: cf. Rom 9,4-5) y los paganos o gentiles (extraños a la alianza, a las promesas, a la esperanza y el verdadero Dios: Ef 2,11-12).

Pues bien, tan novedoso como la gratuidad de la salvación ha resultado para Pablo el hecho de que esta sea ofrecida a todos, absolutamente a todos, sin distinción.

En efecto, él comprendió que entre judíos y gentiles “no hay diferencia”, ya que “todos pecaron” y son salvados gratuitamente por la redención de Cristo Jesús (Rom 3,22-24).

Desde el momento mismo de su conversión Pablo quedó literalmente deslumbrado por el proyecto de Dios: que -lejos de ser “perros” despreciables, como los consideraban los judíos: cf. Mt 15,26- “los gentiles son coherederos, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Cristo Jesús por medio del Evangelio” (Ef 3,6). Y más aún: a él mismo, siendo el más insignificante, se le había concedido la gracia de anunciar precisamente a los gentiles “la insondable riqueza de Cristo” (Ef 3,8). Un horizonte inmenso se le abría por delante a Pablo…

e) Testigo enviado

Toda la tarea misionera de Pablo arrancará de aquí. Ha sido enviado por el mismo Cristo para anunciar y “ser testigo ante todos los hombres de lo que ha visto y oído” (Hch 22,15). Y los apóstoles Santiago, Cefas y Juan, “considerados columnas”, ratificarán y bendecirán esta misión de Pablo a los gentiles considerándola como una gracia venida de Dios (Gal 2,7-9).

A partir de entonces la acción misionera de Pablo no conoce límites ni pausas. Hay algo que le quema por dentro: “¿Cómo invocarán a aquél en quien no han creído? ¿Cómo creerán en aquél de quien no han oído? ¿Cómo oirán sin que se les predique? Y ¿cómo predicarán si no son enviados?” (Rom 10,14-15).

Si nos fijamos bien, estos versículos contienen en síntesis la clave de toda la acción misionera de la Iglesia. En efecto, hay una secuencia estrecha e inseparable entre los verbos ser enviado → predicar → oír → creer → invocar → ser salvo (ver todo el contexto: vv. 9-17). La misión conduce a la salvación y la salvación depende de la misión.

2.- DESTINATARIOS DE SU ACCIÓN MISIONERA

En el apartado anterior ya hemos apuntado el sentido universal de la misión paulina. Intentemos ahora profundizar en quiénes son los destinatarios de la misma.

a) “Me debo a todos”

Escribiendo el año 57 a la comunidad de Roma y anunciándoles su propósito de visitarles, Pablo afirma: “Me debo a griegos y a bárbaros, a sabios y a ignorantes: de ahí mi ansia por llevaros el Evangelio también a vosotros, habitantes de Roma” (Rom 1,14-15).

Efectivamente, se siente deudor de todos -con la deuda del amor: Rom 13,8-. Por eso a todos dirige su actividad misionera. Cuando proclama con fuerza que “ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer” (Gal 3,28), está indicando que todos son destinatarios del anuncio evangélico; también las categorías de personas que estaban marginadas y eran despreciadas en la mentalidad de la época: los no judíos, los esclavos,[7] las mujeres.[8]

De hecho, le vemos predicando a mujeres (Hch 16,13). Más aún, Pablo llega a incorporarlas de lleno como colaboradoras suyas en la tarea de la evangelización (Rom 16,1.3.6, etc.).

Y en cuanto a los esclavos, Pablo les hacía ver su inmensa dignidad como “libertos de Cristo” (1Cor 7,22) que los había rescatado al precio de su sangre (7,23). A este respecto, es conmovedor comprobar el afecto con que Pablo habla de Onésimo, un esclavo que él mismo había evangelizado y a quien llama “mi hijo”, “mi propio corazón”, “hermano muy querido” (Flm 10.12.16).

Precisamente porque se debe a todos, Pablo -“apóstol de los gentiles”: Rm 11,13- no excluirá de su acción evangelizadora a los judíos. El Evangelio es “fuerza de Dios para salvación de todo el que cree: del judío primeramente” (Rom 1,16), pues está convencido de que “los dones y la vocación de Dios son irrevocables” (Rom 11,29). Sólo cuando constate una y otra vez que los judíos no sólo no aceptan el Evangelio, sino que obstaculizan su difusión (1Tes 2,14-16), entonces se dirigirá resueltamente a los gentiles (Hch 13,46; 18,6); y eso no sin sentir “una gran tristeza y un dolor incesante” por sus hermanos de raza (Rom 9,2).

b) Especialmente a los gentiles

La salvación de Jesucristo era para todos. Pero los gentiles vivían en completa oscuridad; no conocían, como Israel, el verdadero rostro de Dios (Ex 3,14-15), a quien buscaban “a tientas” (Hch 17,27), ni habían recibido la luz de la Torah para que orientase su conducta (cf. Sal 119,105).

De la mano de Bernabé fue Pablo testigo de los prodigios que la gracia del Señor Jesús obraba en Antioquía, la primera gran comunidad fuera de Palestina y formada mayoritariamente por antiguos paganos que se habían hecho discípulos y habían comenzado a llamarse “cristianos” (Hch 11,25-26).

Probablemente esta experiencia influyó no poco en la decisión de que Bernabé y Pablo -una vez consolidada la comunidad de Antioquía- iniciaran su primer viaje misionero a la búsqueda de los gentiles. La comunidad supo escuchar y discernir la llamada de Dios y toda ella se hizo misionera al enviar a Bernabé y a Pablo (Hch 13,1-3).

Comenzaba así para Pablo su largo itinerario misionero, que duraría toda su vida y le haría recorrer 15.000 km. a lo largo de los caminos del Imperio romano y del interminable “Mare nostrum”… para llevar el Evangelio a los gentiles.

La evangelización de los gentiles sería para Pablo fuente de muchas alegrías (ver, por ejemplo, 1Tes 1,2-10; 2,20; Fil 1,3-11; 4,1). Pero también sería ocasión de grandes sufrimientos a causa de los judaizantes que querían a toda costa imponer a los cristianos procedentes del paganismo las prescripciones de la Ley mosaica (circuncisión, prescripciones alimentarias, etc.); Pablo luchó con energía para preservar “la verdad del Evangelio” y la “libertad en Cristo Jesús” (Gal 2,4-5), convencido de que “lo que cuenta no es la circuncisión ni la incircuncisión, sino la creación nueva” (Gal 6,15) que Cristo ha realizado. Gracias a esta firmeza Pablo evitó un escollo decisivo para la aceptación del Evangelio por parte de los gentiles.[9]

c) “Hasta los confines de la tierra”

Ciertamente, Pablo ha hecho suyo el programa misionero de Hechos 1,8. Su horizonte evangelizador no conoce límites. Cada meta alcanzada será punto de partida para un nuevo objetivo.

Ante todo, ha intentado sembrar el Evangelio en las grandes ciudades. Las más significativas comunidades paulinas se encontraban de hecho en ciudades muy populosas (Éfeso, Corinto, Filipos, Tesalónica). Eso no significaba que menospreciase las aldeas o las poblaciones más pequeñas, sino que creía en el poder de irradiación del Evangelio, de tal manera que, una vez implantada la comunidad cristiana en una de esas poblaciones, desde ella podía extenderse a los alrededores (1Tes 1,8; cf. 2Cor 10,15-16). Por ejemplo, parece que Colosas fue evangelizada desde Éfeso por Epafras (Col 1,6-7), un colosense discípulo y colaborador de Pablo (Col 4,12-13).

Cuando Pablo consideraba que una comunidad estaba suficientemente consolidada, dejaba en ella responsables y marchaba a otro lugar (aunque mantenía un seguimiento de cada comunidad a través de sus colaboradores y del contacto epistolar).

En efecto, su “norma” (como afirma en tono polémico dirigiéndose a los corintios: 2Cor 10,15-16) no es “gloriarnos en territorio ajeno por trabajos ya realizados” (es decir, evangelizados por otros, como hacían los “falsos apóstoles”), sino “extender el Evangelio más allá de vosotros” (o sea, en lugares y ámbitos aún no misionados), y eso precisamente con la colaboración de los mismos evangelizados (“mediante el progreso de vuestra fe”).

Y de manera más clara aún en Rom 15,20: “Teniendo así como punto de honra no anunciar el Evangelio sino allí donde el nombre de Cristo no era aún conocido”.

De ahí que, considerando que ha extendido el evangelio “desde Jerusalén hasta la Iliria”[10] (Rom 15,19) y “no teniendo ya campo de acción en estas regiones” (Rom 15,23), proyecta ir a Roma, la capital del Imperio. Más aún, esta es sólo una etapa en su intención de llegar a España (Rom 15,24.28), “finis terrae”, el extremo del mundo entonces conocido…[11]

Pablo veía así realizada la mejor tradición universalista de la revelación veterotestamentaria, contenida en los grandes profetas y en los salmos. “Los que ningún anuncio recibieron de él, le verán, y los que nada oyeron, comprenderán” (Is 52,15 = Rom 15,21). “Te he puesto como luz de los gentiles, para que tú seas la salvación hasta el fin de la tierra” (Is 49,6 = Hch 13,47). Ahora podía entender en toda su verdad y amplitud y rezar con pleno fervor y entusiasmo salmos como el 67: “Conozca la tierra tus caminos, todos los pueblos tu salvación. ¡Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben” (vv. 3-4).

3.- CONTENIDO DE SU PREDICACIÓN MISIONERA

a) “Nosotros predicamos a Jesucristo”

En el contexto polémico que caracteriza la segunda carta a los corintios encontramos esta afirmación: “no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor” (2Cor 4,5).

Y aludiendo a su primera estancia en Corinto -esta vez sin tono polémico alguno-, subraya: “No me propuse saber entre vosotros algo que no fuera Jesucristo; y a este, crucificado” (1Cor 2,2).

Seducido y atrapado por Cristo (cf. Fil 3,7-8.11), Pablo ha entendido desde el principio que Cristo es la clave de todo. En Él se revela y se realiza -como hemos visto- el plan salvífico trazado por Dios desde toda la eternidad.

Profundo estudioso y conocedor de las Escrituras Santas, Pablo ha comprobado por su propia experiencia que sobre ellas -o mejor, sobre el corazón humano endurecido- pesa un velo que incapacita para entenderlas en su profundidad; sólo cuando uno se convierte al Señor -a Cristo- cae el velo y se desvela toda la amplitud y riqueza del misterio de Dios en ellas encerrado (2Cor 3,14-16).

También por experiencia ha comprobado que no era la Ley lo que salvaba (Gal 3,21), por muy perfecta que fuera, y a pesar de que había sido dada por Dios a Moisés en el Sinaí. Menos aún servía para la salvación la tan elaborada -y sin embargo decadente: Hch 17,21- filosofía griega (1Cor 1,19-21).

Cristo y sólo Cristo es el Salvador. Y Pablo no hará otra cosa que anunciarle por doquier: no una norma, no un sistema filosófico, sino una Persona. La experiencia vivida en el camino de Damasco podía ser ofrecida a todo hombre. Todo existe en Él, por Él y para Él (Col 1,16-17). “La auténtica realidad es Cristo” (Col 2,17). “Cristo lo es todo y en todos” (Col 3,11).[12]

b) El primer anuncio

No necesitamos suponerlo. El mismo Pablo nos dice qué es lo primero que anunciaba al encontrarse con paganos dispuestos a escuchar. Si con los judíos procuraba partir de las Escrituras para mostrar que Jesús era el Mesías (Hch 17,1-3), con los paganos iba directamente al anuncio del kerygma, sobre todo después del fracaso en Atenas.

En 1ª Corintios él mismo recuerda esa predicación: “Lo primero que os transmití (o bien, “lo que en primer lugar”: to proton) es lo que a mi vez recibí” (1Cor 15,3). El vocabulario técnico recibir-transmitir (empleado por los rabinos para aludir a la tradición de sus mayores) y el griego fuertemente semitizante indican que estamos en presencia no sólo del anuncio de Pablo, sino del kerygma que ha recibido de la Iglesia primitiva y que por tanto es común a ella.

He aquí el contenido de este primer anuncio: “que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, pero resucitó el día tercero, según las Escrituras; y que se dejó ver…” (1Cor 15,3ss). Es importante subrayar que proclama el misterio pascual (muerte y resurrección), en su dimensión salvífica (“por nuestros pecados”) y en cuanto realización del plan de Dios previamente anunciado (“según las Escrituras”).

Conviene resaltar también que se trata no de “verdades abstractas”, sino de “hechos salvíficos”, es decir, acontecimientos en los que Dios ha intervenido realizando la salvación del mundo. De ahí la insistencia en presentar la lista de testigos que dan fe de ello (algo similar en los Hechos: 3,15; 5,32; 10,41-42). Y lo más sorprendente es que el propio Pablo se incluye en esa lista de testigos (1Cor 15,8: “al final de todos se dejó ver incuso por mí”), lo cual significa que considera su encuentro con el Resucitado en la misma línea de las apariciones a los Doce (mismo verbo ofze) y que predica precisamente en condición de testigo.[13]

Y este anuncio es lo que Pablo denomina “el evangelio que os prediqué, el que recibisteis, en el que os mantenéis firmes, por el que estáis siendo salvados” (1Cor 15,1-2). Ese anuncio, proclamado con autoridad y recibido con fe introduce en el camino de la salvación.[14] Lo dirá más rotundamente en Rom 1,16: “No me avergüenzo del Evangelio, que es fuerza de Dios para salvación de todo el que cree”.

De hecho, su anuncio está orientado de por sí a suscitar la fe y la conversión. Recordando a los tesalonicenses su primera predicación entre ellos, Pablo escribe: “recibiendo la Palabra” […], “alejándoos de los ídolos, os convertisteis a Dios para ser esclavos del Dios vivo y verdadero y aguardar de los cielos a su Hijo…” (1Tes 1,6.9-10).

Este primer anuncio encierra la justificación por la fe, el evangelio de la gracia, el amor de Dios, la liberación del pecado, la esperanza en la vida eterna… elementos que Pablo irá explicitando ampliamente en sus cartas. La acogida de la Palabra por la fe quedaba sellada por el bautismo y la incorporación a la comunidad cristiana.

c) Hasta la estatura de Cristo

Como auténtico misionero “ad gentes”, Pablo se encarga de abrir caminos al Evangelio mediante el primer anuncio. No obstante, era muy consciente de que después de poner el cimiento era necesario continuar construyendo para edificar la comunidad (1Cor 3,10) y de que una vez plantada la semilla resultaba imprescindible seguir regando para que la planta llegase a ser frondosa y fructificase (1Cor 3,6).

Llama la atención en estos dos textos que Pablo se atribuye a sí mismo la misión del primer anuncio, mientras considera tarea de otros el pastoreo de la comunidad (notar el contraste: “yo puse el cimiento –otro construye encima”; “yo planté – Apolo regó”). Es una manera de tener en cuenta la diversidad de ministerios en la Iglesia (cf. Ef 4,11-12): no todos valemos para todo.

Sin embargo, comprobamos que Pablo no se desentiende de este segundo paso. Por ejemplo, a los tesalonicenses, a los que ha tenido que abandonar antes de lo deseado, por causa de la persecución, les escribe: “día y noche, con toda insistencia, pedimos veros personalmente y completar las deficiencias de vuestra fe” (1Tes 3,10).

A veces lo hará personalmente, otras por medio de sus colaboradores, otras por carta. En todo caso, Pablo no descansa hasta que sus evangelizados lleguen “a la medida de la estatura propia de la plena madurez de Cristo” (Ef 4,13) mediante una adecuada y completa catequesis en la que será capaz de bajar al último detalle de la moral y de la conducta del cristiano de acuerdo con su nueva condición recibida en el bautismo. Las secciones exhortativas de las diversas cartas son testigos elocuentes de ello.

De hecho, al despedirse de los presbíteros de la Iglesia de Éfeso les manifestará que no ha tenido reparos en exponerles “todo el plan de Dios” (Hch 20,27). Dicho con sus propias palabras: “que seáis capaces de comprender, con todos los santos, cuál es la anchura, longitud, altura y profundidad, es decir, de conocer el amor de Cristo que está por encima del conocimiento, a fin de que seáis colmados hasta poseer toda la plenitud de Dios” (Ef 3,18-19).

4.- ALGUNAS CLAVES DE SU ACTITUD MISIONERA

Intentamos ahora poner de relieve algunas claves de la actividad misionera de san Pablo.

a) “Id”

Mejor que nadie, Pablo ha entendido y cumplido el mandato misionero de Cristo tal como se expresa al final de los sinópticos: “Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15; Mt 28,19-20; Lc 24,47).

Como Cristo es el enviado del Padre, la Iglesia es esencialmente “la enviada” (Jn 20,21). Precisamente para este envío ha sido capacitada por el poder del Espíritu (Hch 1,8; Jn 20,22).

Pablo sabe que lo mismo que Dios Padre envió a su Hijo para rescatarnos y regalarnos la filiación adoptiva (Gal 4,4-5), también él es un enviado de Cristo; de ahí la insistencia en subrayar su condición de apóstol (Rom 1,1; 1Cor 1,1; 9,1; Gal 1,1; etc.).

Para él esto significa en concreto “ponerse en camino”; es decir, no esperar a que los hombres vengan a él, sino tomar la iniciativa de buscar a cada persona para proponerle la Buena Nueva, porque el amor de Cristo le apremia (2Cor 5,14). De ahí su grito apasionado: “Predicar el Evangelio no es para mí ningún motivo de gloria; es más bien un deber que me incumbe. Y ¡ay de mí si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16).

En realidad, el corazón de Pablo es reflejo del corazón del Buen Pastor, de Cristo, que sale en busca de la oveja perdida (Lc 15,4-7), como ya había anunciado siglos antes el profeta Ezequiel (34,12-13.16). No la juzga, no la condena, no la rechaza; simplemente busca hacerla partícipe de “la riqueza insondable de Cristo” (Ef 3,8). La vida de Pablo es un continuo caminar, pero no a la deriva, sino con un objetivo preciso: hacer llegar a todos el Evangelio de Cristo.

b) “Proclamad”

Este es el segundo imperativo del mandato misionero de Cristo. El verbo keryssein -que Pablo usa 19 veces- significa gritar claro y en alta voz, anunciar algo como pregonero, hacer público a los oyentes algo que desconocen y se desea que lo sepan.[15]

“Por voluntad de Dios” (2Cor 1,1) Pablo ha quedado convertido en pregonero, en heraldo de un mensaje que afecta decisivamente a cada uno de todos los hombres: “me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gal 2,20). Por eso va de ciudad en ciudad gritando y proclamando a todos esa noticia absolutamente novedosa que es capaz de renovar la vida de las personas, de las familias y de las sociedades.

Y lo hace -como exhortará al final de su vida a su discípulo Timoteo- “a tiempo y a destiempo” (2Tim 4,2). Toda ocasión es buena para anunciar a Cristo.

De hecho le vemos predicando en las situaciones más diversas: en las sinagogas (Hch 13,14ss; 17,1-4) y al aire libre (Hch 16,13); en un local público -escuela o academia :Hch 19,9- y en las pequeñas asambleas que se reunían en casas particulares (Hch 20,20; Rom 16,5; Col 4,15; Flm 2); a grupos (Hch 19,1-7) y a individuos (1Tes 1,11-12)… Una enfermedad por él sufrida fue la oportunidad de evangelizar a los gálatas (Gal 4,13). Incluso la cárcel le da ocasión para anunciar a Cristo (Hch 16,25-34; 28,16-31; Fil 1,12-14), pues “la Palabra de Dios no está encadenada” (2Tim 2,9). Más aún, una situación crítica, como es la tempestad que terminaría en naufragio, le dio pie para proclamar su fe (Hch 27,22-26). Y la misma defensa ante los tribunales la aprovechará para dar testimonio de Jesucristo (2Tim 4,16-17; Hch 26,1-19).

Habiendo sido “apresado por Cristo Jesús” (Fil 3,12), Pablo -como otrora los profetas- se convierte en “la boca” de Cristo (cf. Jer 15,19) que proclama con energía el Evangelio en toda situación y circunstancia.

c) En comunión y en comunidad

A veces aparece una imagen deformada de Pablo como alguien que actúa individualmente y como “por libre”.

Nada más lejos de la realidad. Si algo de eso pudo darse en sus tiempos de neoconverso (Hch 9,20), pronto Bernabé “le tomó y le presentó a los apóstoles” (Hch 9,27) y Lucas afirma que “andaba con ellos por Jerusalén, predicando valientemente en el nombre del Señor” (Hch 9,28).

Más tarde, es el mismo Bernabé quien le busca para incorporarle a la tarea de evangelizar la recién surgida comunidad de Antioquía, y “estuvieron juntos durante un año entero en la Iglesia y adoctrinaron una gran muchedumbre” (Hch 11,25-26).

El primer viaje misionero es fruto de un discernimiento comunitario y es la comunidad de Antioquía la que envía a Bernabé y a Saulo (Hch 13,1-3) sosteniéndolos con su oración en esta misión a la que también se unirá Juan Marcos. Y cuando se separe de Bernabé realizará su segundo viaje acompañado de Silas (Hch 15,40); a ellos se unirán Aquila y Priscila (Hch 18,18), un matrimonio que colaboró estrechamente en la labor evangelizadora de Pablo (Rom 16,3-5; Hch 18,26).

En comunión con Cristo (de quien Pablo afirma que vive en él: (Gal 2,20), Pablo actuará también en comunión con los apóstoles de Jerusalén, que aprueban y bendicen su misión entre los paganos (Gal 1,6-9).

Pablo supo suscitar numerosos colaboradores en su tarea misionera, tanto individuos (basta pensar en la larga lista de hombres que aparecen en Romanos 16), como comunidades (que incluso le sostuvieron económicamente: Fil 4,10-10; 1,5. 29-30).[16] Incluso sus cartas aparecen encabezadas no por él como individuo aislado, sino por el equipo misionero (Silvano y Timoteo: 1Tes 1,1,; 2Tes 1,1,; Sóstenes: 1Cor 1,1,; Timoteo: 2Cor 1,1).

Finalmente, un objetivo claro de toda la acción evangelizadora de Pablo es suscitar comunidades. Si la conversión de un solo individuo tiene un valor inmenso, él no se conforma con eso: busca implantar la Iglesia. Sólo cuando ve una comunidad suficientemente arraigada y con responsables locales (cf. Fil 1,1; 1Tes 5,12) parte a evangelizar en nuevos territorios.

d) “Siempre en oración y súplica”[17]

Pablo no conoce un método mágico e infalible en su quehacer misionero. Sí atestigua, en cambio, abundantemente el recurso a lo que podemos llamar medios sobrenaturales.

Consciente de que el combate cristiano y apostólico “no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del mal”, exhorta a los efesios a “revestirse de las armas de Dios” (Ef 6,10-13).

Entre estas armas destaca la continua oración y súplica (Ef 6,18). Que Pablo ve la oración como un arma poderosa lo corrobora la expresión -sorprendente a primera vista- que presenta a Epafras “luchando siempre por vosotros -los colosenses- en sus oraciones” (Col 4,112); o la invitación dirigida a la comunidad de Roma: “luchad juntamente conmigo en vuestras oraciones” (Rom 15,30).

Todas sus cartas están impregnadas de esta súplica insistente y confiada de Pablo por el bien y el crecimiento de sus cristianos y de sus comunidades (1Tes 3,11-13; 5,23; 2Tes 1,11-12; 2,16-17; 3,5-16; Col 1,9-10; Ef 1,16-18; 3,16-19; Fil 1,9-11).

Pero hay más. Ruega también a sus comunidades que oren en favor de su acción misionera. Lo que les invita a pedir es reflejo de los anhelos que lleva clavados en su corazón: Orad “también por mí -escribe a los efesios-, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene” (Ef 6,19-20). Y a los colosenses: “Orad también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y podamos anunciar el Misterio de Cristo, por cuya causa estoy yo encarcelado, para darlo a conocer anunciándolo como debo hacerlo” (Col 4,3-4).

No pide nada para sí mismo. Sólo pide acierto y valentía para predicar a Cristo y que Dios mismo suscite ocasiones para llevar el Evangelio a nuevas poblaciones (es este el significado de la expresión “que Dios abra una puerta a la Palabra”: cf. 1Cor 16,9; 2Cor 2,12). Y cuando pide verse libre “de los hombres perversos y malignos” (2Tes 3,2), lo que en realidad desea es que desaparezcan los obstáculos para que “la Palabra del Señor siga propagándose y adquiriendo gloria” (2Tes 3,1).

e) “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”

Entre las armas sobrenaturales destaca la cruz. En efecto, Cristo crucificado es “fuerza de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,22-23).

Sin embargo, no le resultó fácil a Pablo aprender esta lección. En 2Cor 12,7-8 nos confiesa su ruego insistente al Señor para que apartase de él ese “aguijón de la carne”, es decir -como afirmará a continuación-, “las debilidades, las injurias, las desgracias, las persecuciones y situaciones angustiosas sufridas por Cristo” (v. 10). Fue necesaria una luz potente del Señor que le hizo entender: “Mi gracia te basta, pues la fuerza llega a su apogeo en la debilidad” (v. 9).

A partir de entonces Pablo fue inasequible al desaliento. Pues las mismas dificultades –persecuciones, enfermedades, oposición de los judíos- se convertían en presencia del misterio pascual en su existencia. Cristo prolongaba en su apóstol mediante estos sufrimientos su muerte que era fuente de vida. Por eso su exclamación de tono victorioso: “con sumo gusto pondré mi orgullo, sobre todo, en mis debilidades, para que resida sobre mí la fuerza de Cristo” (v 9). Lo que percibía como obstáculo era en realidad fuente de gracia y de salvación. Como en la debilidad de Cristo crucificado se había hecho presente el máximo de la fuerza salvífica de Dios, así también en su enviado.

Todos sus sufrimientos apostólicos, ampliamente enumerados en 2Cor 11,23-29, no son sólo signo y garantía de su autenticidad como apóstol (2Cor 12,12; el asalariado -había dicho Jesús- al ver venir el lobo abandona las ovejas y huye: Jn 10,12), sino que tienen un valor y una eficacia únicos en orden a la misión encomendada: “Llevamos siempre en nuestros cuerpos por todas partes el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo… De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida” (2Cor 4,10-12).

Dicho con otras palabras: el misionero es portador de la salvación no sólo con su predicación, sino también con los sufrimientos que son inherentes a su acción evangelizadora o son consecuencia de ella. Estos sufrimientos son “corredentores”, es decir, participan del valor salvífico de los de Cristo; son sufrimientos “por”, es decir, “a favor de” y también “en lugar de” (es el doble matiz de la preposición hyper).

Desde ahí se entiende toda la fuerza de estas dos expresiones paulinas: “¡Hijos míos!, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros” (Gal 4,19). “Me alegro de mis sufrimientos por vosotros, y, por mi parte, completo en mi carne lo que falta de las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).

[1] De la lectura de los Hechos de los apóstoles se deduce que la primera expansión de la Iglesia primitiva está motivada por las circunstancias -el hecho de la persecución en Jerusalén- y no por un proyecto misionero predeterminado.

[2] He aquí algunos estudios específicos sobre el tema: M. HERRANZ MARCO, “San Pablo misionero”, en ID., San Pablo en sus cartas, Madrid 2008, 71-90; “San Pablo, apóstol de los gentiles”, Ibid., 132-152; J. J. BARTOLOMÉ, “Misionero”, en AA.VV., Diccionario de san Pablo, Burgos 1999, 108-117; J. A. GRASSI, Un mundo por ganar. Los métodos misioneros de san Pablo, Barcelona 1969; M. PESCE, Le due fasi della predicazione di Paolo. Dall´evangelizzazione alla guida delle comunità, Bolonia 1994; W.O. BOWERS, Studies in Paul´s understanding of his mission, Cambridge 1976; O. CULLMANN, “El carácter escatológico del deber misionero y de la conciencia apostólica de Pablo”, en ID., Del Evangelio a la formación de la teología cristiana, Salamanca 1967, 79-117; J. Y. PAK, Paul as missionary. A comparative study of missionary discourse in Paul´s epistles and selected contemporary jewish text, Frankfurt 1991; L. LEGRAND, “Alcumi aspetti missionari di 2 Conrinti”, en L. DE LORENZI (ed.), The Diakonia of the Spirit, Roma 1989; A. BADIOU, San Pablo: la fundación del universalismo, Barcelona, 1999; O. HAAS, Paulus der Missionar. Ziel, Grundsätze und Methoden der Missionstätigkeit des Apostels Paulus nach seinen eigenen Aussagen, Münsterschwarzach 1971; B. T. SMYTH, Paul: Mystic and Missionary, Maryknoll 1980; L. LEGRAND, L´apôtre des nations? Paul et la strategie missionnaire des églises apostoliques, París 2001; J. COMBLIN, Pablo: trabajo y misión, Santander 1994.

[3] Cf. JUAN PABLO II, Redemptoris missio, 2.

[4] RMi, 33

[5] De hecho, la actividad proselitista en el judaísmo contemporáneo era muy escasa. Los paganos que se convertían en prosélitos lo hacían más atraidos por la grandeza de la fe y la belleza de la moral de los judíos que por actividad misionera de los propios judíos. Entre estos predominaba una actitud despectiva hacia los paganos (cf. Gal 2,15). Además, las rígidas leyes de pureza frenaban cualquier intento de acercamiento a ellos (cf. Hch 11,2-3; 10,14). Cf. E. LOHSE, L´ambiente del Nuovo Testamento, Brescia 1980, 135-136; J. LEIPOLDT-W. GRUNDMANN, El mundo del Nuevo Testamento I, Madrid 1973, 321-327.

[6] Conscientemente nos hacemos eco de la pregunta que Juan Pablo II formula en Redemptoris Missio, 4 y 11. La vuelta a los orígenes de la misión cristiana es la mejor manera de redescubrir las motivaciones de la misión y la identidad del misionero.

[7] Los esclavos eran considerados “res”, una “cosa,” “instrumenti genus vocale”, máquinas con voz humana. Eran literalmente “usados” para el trabajo. Su vida no tenía ningún valor, podían ser castigados sin motivo aparente e incluso muertos. No hace falta afirmar que no tenían ningún derecho. Cf. C. ALONSO FONTELA, La esclavitud a través de la Biblia, Madrid 1986, 49-86; M. SORDI, Paolo a Filemone o della schiavitù, Milano 1987, 23-46; S. LEGASSE, La carta a los filipenses. La carta a Filemón, Estella 1991, 51-57.

[8] Tampoco las mujeres eran consideradas. Baste pensar que su testimonio no era válido en un juicio. Cf. J. LEIPOLDT-W. GRUNDMANN, o.c., 190-192.

[9] No entramos aquí en la amplitud y complejidad de la llamada “controversia con los judaizantes”, que bien merecería un estudio aparte, también por lo que a su significado e implicaciones misionológicas se refiere.

[10] La región de los Balcanes.

[11] No afrontamos la cuestión de si de hecho llegó hasta España. Lo que está fuera de toda duda es su intención de llegar.

[12] El cristocentrismo de san Pablo es sobradamente conocido y no necesita ser explicitado.

[13] Este dato no carece de relevancia. Indica, por un lado, que todo hombre a lo largo del tiempo y del espacio puede tener un encuentro con el Resucitado sustancialmente idéntico al de los Doce. Por otro lado, presupone que no puede haber auténtico anuncio misionero sin esta experiencia, sin ser testigo, es decir, sin haber sido impactado y transformado de manera personal por Cristo Resucitado.

[14] Para una profundización en este aspecto, cf. J. ALONSO AMPUERO, “El carácter fundante del kerygma según las cartas paulinas y los Hechos”, Toletana 6 (2002) 95-116; ID, “Algunos rasgos del primer anuncio desde la experiencia de la Iglesia primitiva” en AA.VV., Es la hora de la misión. Congreso nacional de misiones, Madrid 2003, 583-590.

[15] G. FRIEDRICH, kerysso, kerygma, TWNT 3, 701-717.

[16] M. HERRANZ MARCO, o.c. 91,110

[17] Este punto y el siguiente se encuentran más ampliamente desarrollados en J. ALONSO AMPUERO, Espiritualidad del apóstol según san Pablo, Pamplona 2003, 28-31; 35-39; cf. L MONLOUBOU, Oración y evangelización. San Pablo y la oración, Estella 1983.

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WebJCP | Abril 2007