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viernes, 22 de agosto de 2008

Evangelio Misionero del Día: Sabado 23 de Agosto

Por CAMINO MISIONERO



Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 23, 1-12

Jesús dijo a la multitud y a sus discípulos:

Los escribas y fariseos ocupan la cátedra de Moisés; ustedes hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras, porque no hacen lo que dicen. Atan pesadas cargas, difíciles de llevar, y las ponen sobre los hombros de los demás, mientras que ellos no quieren moverlas ni siquiera con el dedo.

Todo lo hacen para que los vean: agrandan las filacterias y alargan los flecos de sus mantos; les gusta ocupar los primeros puestos en los banquetes y los primeros asientos en las sinagogas, ser saludados en las plazas y oírse llamar "mi maestro" por la gente.

En cuanto a ustedes, no se hagan llamar "maestro", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A nadie en el mundo llamen "padre", porque no tienen sino uno, el Padre celestial. No se dejen llamar tampoco "doctores", porque sólo tienen un Doctor, que es el Mesías.

El mayor entre ustedes será el que los sirve, porque el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado.


Compartiendo la Palabra

Queridos hermanos, culminando esta semana, como preparación a vivir un domingo dedicado al Señor, en la Eucaristía con nuestros hermanos, los invito a que busquemos relajarnos y realizar la lectio divina con el evangelio de hoy. A continuación les transcribo una hermosa orientación realizada por las hermanas paulinas Pias Discípulas del Divino Maestro:

Uno solo es vuestro Maestro

Invocación al Espíritu

Espíritu Santo, "Maestro interior",
introdúceme en la escuela del Maestro Divino,
abre mis oídos y mi corazón
para que escuche y acoja su enseñanza
en este día,
y dame tú la capacidad
de anunciarla a los hermanos
con mi vida de discípulo-apóstol.

1. Leemos la Palabra
Mateo 23,1-12

En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos diciendo:

- En la cátedra de Moisés se han sentado los letrados y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen.

Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros; pero no están dispuestos a mover un dedo para empujar.

Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencia por la calle y que la gente los llame "maestro".

Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro y todos vosotros sois hermanos.

Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro padre, el del cielo.

No os dejéis llamar jefes, porque uno solo es vuestro Señor, Cristo.

El primero entre vosotros será vuestro servidor.

El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.



Orientaciones para la lectura

Comienzo hoy la lectura orante de la Palabra de Dios de este domingo, recordando que el evangelio de Mateo que leemos corresponde a uno de los textos evangélicos elegidos en el Propio de la Familia Paulina para la celebración de la Solemnidad de Jesucristo Maestro, que celebramos el domingo pasado, último domingo de octubre. Corresponde al del ciclo B. Este año, en la Solemnidad del Maestro Divino, se proclamó el evangelio de Juan 13: el lavatorio de los pies, realizado por Jesús, "el Maestro y el Señor", en la última Cena, antes de su pasión-muerte-resurrección.

El capítulo 23, del que hoy escuchamos los primeros versículos, siguiendo la Biblia de la Casa de la Biblia, forma parte de la sección que lleva el título: Rechazo del Mesías en Jerusalén.

Después de las controversias con los distintos grupos representativos del judaísmo, que en toda palabra de Jesús buscan motivo de acusación, en este capítulo 23 es Jesús Maestro quien se dirige "a la gente y a sus discípulos" con un discurso largo, que es casi un monólogo sin interrupciones en la versión de Mateo.

Se trata de uno de los capítulos más fuertes del evangelio de Mateo. Jesús, con una fuerza que parece casi inusual y sorprendente en él, emite su "veredicto sobre la respuesta del Israel histórico a la invitación última de Dios" ante la venida del Mesías.

Cristo reconoce que los responsables del pueblo elegido han sabido conservar la enseñanza de Moisés - sentados en la cátedra de Moisés -, pero no la han puesto en práctica. Aún más, su conducta es un "contrasigno" del espíritu del magisterio de Moisés y de la Torá. Por esta razón, Jesús dice sin ambages a la gente que escuchen lo que les enseñan los maestros de la ley y los fariseos, pero que no sigan su ejemplo, "porque ellos no hacen lo que dicen".

Y continúa luego, en esa especie de juicio sobre los jefes religiosos de su pueblo "con palabras crudas y sin paliativos", haciendo casi la lista de las principales acusaciones provocadas por su conducta. Podríamos resumirlas todas dándoles común denominador en esa "duplicidad de vida y en la hipocresía", que tanto tenía que ofender al que era y es la Verdad.

Ya en los capítulos precedentes veíamos cómo el enfrentamiento entre Jesús y los que se consideraban sus enemigos iba creciendo en intensidad y decisión.

Tras esto, Jesús pronuncia estas acusaciones hacia los jefes de Israel no por venganza, sino profundamente dolorido, como lo demuestra abiertamente en la conclusión del mismo capítulo 23 en su "lamentación sobre Jerusalén". Con qué dolor y decepción tiene que haber pronunciado el Maestro aquellas palabras: "¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como lo gallina reúne a sus polluelos debajo de sus alas, y no has querido! Pues bien, vuestra casa quedará desierta" (vv. 37-38).

Otra muestra si cabe más conmovedora del amor de Jesús a su pueblo, a la ciudad santa, Jerusalén, la encontramos en Lucas, cuando nos dice que "cuando Jesús se fue acercando, al ver la ciudad, lloró por ella, y dijo: "¡Si en este día comprendieras tú también los caminos de la paz! Pero tus ojos siguen cerrados" (19,41-42).

La liturgia de la Palabra de este domingo ofrece una sintonía especial de las tres lecturas entre sí y con el salmo responsorial.

Con qué palabras de firmeza el profeta Malaquías pone en labios de Dios la exhortación a los sacerdotes, jefes espirituales del pueblo elegido, para que obedezcan, den gloria al Señor, se arrepientan y vuelvan al buen camino.

Esta profecía puede ser considerada como prefiguración de las palabras que encontramos en el texto evangélico y sobre las que he reflexionado hasta ahora.

Pero en la misma perícopa de este domingo, después de las severas palabras en contra de los escribas y fariseos, Cristo se dirige a los suyos, quiere formar a sus discípulos con un interés particular, les pide una actitud coherente distinta de la que acaba de acusar en los otros y les advierte: "Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar 'Rabí'..., ni llaméis a nadie 'Padre' vuestro en la tierra..., ni os dejéis llamar consejeros...". Uno solo es nuestro Maestro, uno solo es nuestro Padre, uno solo es nuestro consejero. "Todos vosotros sois hermanos".

Estas palabras de Jesús son una guía, una clara pauta de conducta para su Iglesia, para cada un@ de nosotr@s. El gesto cargado de simbolismo del lavatorio de los pies que realizó el "Maestro y Señor" en la "noche en que iba a ser entregado" es la concreción más viva de esta enseñanza.

El único Padre de todos es el que "tanto amó al mundo que envió a su Hijo para que todo el que cree en él sea salvado", el Padre rico en misericordia, todo bondad, misericordia, justicia y fidelidad.

Cristo, el único Maestro, es el revelador del amor del Padre, la encarnación de ese amor a todos los hombres y mujeres; movido por este amor, entregó su vida, se hizo Cuerpo entregado y sangre derramada, vida totalmente entregada.

La segunda lectura de este domingo XXXI del T. O. parece eco o resonancia de la actitud del Padre y del Hijo, según lo que acabo de expresar. Pablo se dirige a los cristianos de Tesalónica con estas palabras cargadas de ternura casi maternal: "Os tratamos con delicadeza, como una madre cuida de sus hijos. Os teníamos tanto cariño que deseábamos entregaros no sólo el Evangelio de Dios, sino hasta nuestras propias personas, porque os habíais ganado nuestro amor".

Aquí vemos en Pablo al discípulo que aprendió del mismo Cristo el estilo propio de su misión apostólica. El Dios anunciado por Pablo es el Dios de la paz (5,23), y por eso el Apóstol lo puede anunciar "con el gozo que viene del Espíritu Santo".


2. Meditamos

He reflexionado largamente sobre las palabras de Jesús Maestro. No hay muchos personajes en este pasaje evangélico. Pero los suficientes para que yo me pregunte, con deseos de autenticidad: ¿Con qué grupo me puedo identificar hoy? ¿Con los discípulos que, aunque sea entre tantas incongruencias, siguen la Maestro, permanecen junto a él, le aman y quieren seguirle hasta el final, subiendo con él a Jerusalén, "cueste lo que cueste", o con los otros, los que rechazan la enseñanza de Jesús, los que "cargan pesos insoportables en los hombros de la gente", los que no aceptan a un Jesús que perdona, que va a lo esencial, que, por encima de todo, quiere salvar a la persona humana en su integridad? Porque hay muchas maneras de "cargar esos pesos" sobre l@s herman@s; a veces nos pueden pasar desapercibidos.

¿Qué imagen de Dios proyecto y transmito a través de mi vida? ¿Qué Dios anuncio con mis palabras y actitudes? ¿El "Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo", el que nos quiere dichos@s, u otro, si es que lo hay?

Doy gracias al Señor por la luz que siempre nos ofrece con su Palabra, Palabra que es eficaz, es sacramento en el que se hace presente el mismo Cristo Jesús: es él quien sigue anunciando su Buena Noticia, por el ministerio de la Iglesia.

Esta Buena noticia está destinada a hacerse realidad hoy, en nuestra celebración litúrgica. Es llamada a conversión, a autenticidad, a una vida con talante filial y fraternal: Uno solo es nuestro Padre, uno solo nuestro Maestro y todos nosotros somos hermanos. Después de la llamada casi severa del Señor Jesús, quiero quedarme sobre todo con este gozoso mensaje-memorial del encuentro con la Palabra que es el mismo Cristo.

3. Oramos


Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.
Señor, mi corazón no es ambicioso,
ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas
que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos,
como un niño en brazos de su madre.

Espere Israel en el Señor,
Ahora y por siempre.
Guarda mi alma en la paz, junto a ti, Señor.

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WebJCP | Abril 2007