Por CAMINO MISIONERO
Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 16, 13-20
Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: «¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?»
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces, ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.
Queridos hermanos, estamos transitando tiempos muy particulares dentro de la historia universal, pero también dentro de la particularidad de la historia de la Iglesia, que en su movimiento pendular de avances y retrocesos, está dejando un poquito desorientado al mundo sobre lo que significa conformar esta comunidad (hoy mundial) de los seguidores de Jesús, donde es Cristo el que nos encabeza y por otro lado una serie de confrontaciones de ideas y posturas, en algunos casos, extremadamente rígidas, por parte de la jerarquía que ejerce el poder dentro de la Iglesia, que distan de ser necesariamente cristianas.
El evangelio de este día nos propone preguntarnos, o quizás reformularnos, a pedido de Jesús ¿Quien es Cristo para mí?
Antes de orar esta importantísima y central interrogación que nos hace el Maestro, sería bueno contextualizar la historia de aprendizaje sobre quien es Dios, para tratar de librarnos de ciertas ataduras, que en todos los tiempos ha existido, y lamentablemente seguirán existiendo, ya que nunca faltan las personas, que en nombre de Dios, quieren ejercer en la figura de sus personas, la concentración del conocimiento divino y su manipulación para interés personal y perduración de tradiciones, cada vez más sin sentidos.
El Hijo por Voluntad de su Padre se encarna en el genero humano, para traer la noticia del Reino y poder salvar y redimir a todas las personas. Sólo Él trae la Verdad. En su pedagogía instaura una serie de recursos, teóricos y prácticos, que facilitarán un proceso dentro de sus seguidores, que lo llevarán a descubrirlo gradualmente, hasta el punto de ofrendar sus vidas por dar a conocer el Amor que les ha dejado su Maestro.
Ahora bien, no estamos hablando de cátedras de filosofías o teologías que haya dictado Jesús en su tiempo, pero si podemos hablar de un mensaje particular (de conversión y seguimiento) y otro universal (comunión y salvación) que fue dado a cada uno de sus seguidores, a través de los tiempos, para que el mundo se acerque al Corazón de Dios, incluso en contra de la ley y el orden impuesto por los hombres.
Es por ello que debemos hacernos la pregunta sobre quien es Jesús para nuestras vidas, para nuestras historias y para nuestro mundo, siempre en clave de Amor, a Dios y a los hombres, yendo muchas veces en contra de lo "establecido" y buscando siempre la Voluntad de Dios.
¿Quien es Jesús? Es una pregunta que muchos hombres de nuestra Iglesia se están haciendo hoy en día para actualizar el mensaje cristiano y hacerlo presente a Cristo en nuestra realidad actual. Cada uno desde su lugar (teólogos, misioneros, religiosos, laicos) están intentando responder ese interrogante desde dentro de nuestra Iglesia. Algunos se equivocan y vuelven sobre sus pasos, otros están convencidos que están encontrando el camino para llegar a la respuesta, y otros sólo están comenzando a preguntarse. Oremos por todos ellos. Y oremos por la jerarquía de nuestra Iglesia, para que ante este proceso apostólico de descubrirlo a Jesús no sean obstáculos de la Voluntad de Dios, y que en el caso de tener que corregir a algún hermano, lo tenga que hacer a la manera de Cristo, con Amor y Misericordia, y no a la manera de la Inquisición, degradando vidas y enterrando su honor.
Y para Ti... ¿Quién es Jesús?
Después de haber meditado sobre una realidad muy puntual de nuestra Iglesia, a la que no debemos ser ajenos ni distraídos, les propongo que hagamos en este día la lectio divina propuesta por las hermanas Pías, para que nos dispongamos en cuerpo y alma a participar de la Santa Eucaristía, con el propósito firme de indagarnos continuamente sobre quién es Cristo en mi vida y lo que Él me pide diariamente.
Invocación al Espíritu Santo
Espíritu Santo,
amor eterno del Padre y del Hijo,
te adoro, te doy gracias,
te amo y te pido perdón
por las veces que te he ofendido
en mi persona o en el prójimo.
Desciende con al plenitud de tus dones
en la ordenación
de los obispos y sacerdotes,
en la consagración
de los religiosos y religiosas
y en la confirmación de todos los fieles.
Danos a todos luz,
Santidad y espíritu misionero.
Espíritu de verdad, te consagro la mente,
la imaginación, la memoria: ilumíname.
Que conozca a Cristo Maestro
y asimile su evangelio
y la doctrina de la Iglesia.
Acrecienta en mí el don de la sabiduría,
de la ciencia, de la inteligencia y el consejo.
Espíritu santificador,
te consagro mi voluntad:
guíame según tus deseos,
ayúdame a ser fiel
en la guarda de los mandamientos
y las responsabilidades de mi vocación.
Concédeme el don de la fortaleza
y del temor de Dios.
Espíritu vivificador,
te consagro mi corazón:
conserva y acrecienta en mí la vida divina.
Concédeme el don de la piedad. Amén.
(Beato Santiago Alberione)
En la sección sobre el Reino de los cielos, dentro del tema eclesiológico, Mateo coloca la perícopa que hoy nos ofrece la liturgia. Un texto quizás, en parte por lo menos, elaborado por el mismo evangelista desde su perspectiva teológica, sobre una tradición anterior.
Nos hace pensar esto la lectura sinóptica de los textos paralelos de Marcos y Lucas (cf. Mc 8,27-30; Lc 9,18-21). Se ve claramente que a Mateo le interesa de manera particular subrayar el papel “eclesial” del primero de los apóstoles.
Jesús está subiendo junto con sus discípulos a la “Jerusalén de la pasión y de la gloria”. Llegan a Cesarea de Filipo. Todo el contexto del pasaje evangélico hace pensar en un momento de diálogo de intimidad entre el Maestro y sus discípulos.
Jesús dirige a los suyos una pregunta, que aparece casi como un sondeo de opinión sobre lo que piensa y dice de él la gente, aunque lo que más le importa a Jesús, como se verá en seguida, no es su nivel de popularidad o aceptación por parte de los otros. Esta pregunta puede ser como un intento pedagógico por parte del Maestro para ayudar a que sus discípulos penetren más y más en las razones de por qué siguen a Jesús.
Es así que la segunda pregunta nos dice cuál es la verdadera motivación, el interés del Maestro: el conocimiento personal, y no sólo intelectual o teórico, que tienen de él sus íntimos.
La gente, responden los discípulos, ve en Jesús como un nuevo Bautista, o Elías el profeta, o Jeremías, o uno de los varios profetas enviados por Dios para anunciar la salvación de Israel. En realidad, muchos, al ver las obras que realizaba, presienten que el Rabí de Nazaret no es uno más, uno cualquiera, sino casi seguramente un hombre enviado por Dios, quizás un gran profeta. Los apóstoles no saben decir más; casi se pierden entre las tantas opiniones, de uno y otro signo, que oyen sobre su Maestro.
Jesús escucha y percibe cierta confusión en los suyos. Y ahora es cuando les dirige “la pregunta del millón”, la que les obliga a mirarse dentro para escuchar y captar una voz, una respuesta personal, que les compromete personalmente, sin posibilidades de evasión. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro, “el primero de los apóstoles", amador impetuoso de Cristo, como ya otras veces, toma la palabra y responde en nombre de los doce y del grupo de los que siguen al Señor. En su respuesta, Mateo nos ofrece algo peculiar: mientras Marcos y Lucas se limitan al reconocimiento de la mesianidad del Maestro, Mateo añade el de la filiación divina: «Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo».
La respuesta de Pedro suscita admiración, gozo en Jesús. Como ante la fe de la “gente sencilla” (cf. Mt 11,25-26), el Maestro reconoce en las palabras del discípulo la iniciativa, la obra de Dios y proclama “bienaventurado” a Pedro porque se ha dejado iluminar, se ha abierto a la revelación del Padre, el Padre de Jesús: «...no te ha revelado esto la carne ni la sangre – los conocimientos puramente naturales – sino mi Padre que está en los cielos». El Padre ha puesto en labios de Pedro una respuesta, que es confesión de una fe sin ambigüedades, ciertamente expresión clara de la fe cristológica de la comunidad apostólica.
Esta confesión de fe firme y abierta le ofrece a Jesús la ocasión para manifestar la misión que quiere confiar a su discípulo, a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
A la proclamación de la “bienaventuranza”: «dichoso, bienaventurado tú, Simón», Jesús añade también una promesa de seguridad para “su Iglesia”: «... las puertas del Hades – el poder del infierno – no prevalecerán contra ella – no la derrotarán».
Y acto seguido, el Señor confiere a Pedro la misión de “atar y desatar”, confiándole “las llaves del Reino de los cielos”. Éstas indican ciertamente la autoridad al servicio del reino, que es el Reino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-8).
En el lenguaje rabínico, el poder de “las llaves” indicaba la autoridad para “prohibir o permitir” según la ley de Moisés. Para Pedro, según la perspectiva teológica de Mateo, “las llaves” quizás indiquen la función de discernir, de juzgar y perdonar, según la voluntad de Dios, revelada por Jesús, que es siempre voluntad de salvación para todos.
Sobre este poder de “atar y desatar”, sobre “las llaves” del Reino de los cielos se han escrito muchas páginas y libros. En ellas se ha apoyado la teología del “primado” de Pedro y de sus sucesores en la sede de Roma. También se han referido estas palabras de Jesús al sacramento de la Reconciliación con “el poder dado a los hombres de perdonar los pecados”.
Pedro tuvo ciertamente ocasión de realizar esta misión en muchos momentos. De algunos de ellos nos dan testimonio los Hechos de los Apóstoles, como cuando entra en casa de Cornelio, el centurión romano (cf. Hch 10, 23-48), o cuando de forma solemne en el concilio de Jerusalén reconoce que no podía imponer “sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros Padres pudimos sobrellevar”. Y con la solemne profesión de fe, “Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos”, es decir, los gentiles, los declara libres de la obediencia a la Ley de Moisés (cf. Hch 15).
No podemos detenernos a analizar todo el contenido de las palabras de Jesús. Reconocemos que el “poder” de servicio que Jesús confiere a Pedro, y en él a la Iglesia, es grande, abierto siempre a una finalidad de la salvación y liberación de los hombres.
Si el Maestro me pregunta hoy sobre la opinión que la gente, los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen sobre él, escucharía ciertamente las respuestas más variopintas y variadas: algunos, muchos, no han oído hablar de él; a otros les ha llegado la noticia, pero parece que no les interesa; para muchos probablemente Jesús es un personaje histórico famoso, un líder, un idealista, un reformador, un Jesús Superstar...
También podría haber la consoladora respuesta de muchos para los que Jesús es el Señor, el Dios de sus vidas, el tesoro escondido y precioso por el que van dando gota a gota su vida, la respuesta a sus interrogantes, el Maestro Camino, Verdad y Vida, la suprema razón de su existir...
Subraya el cardenal Tomás Spidlik que “prácticamente ninguno, de la religión que sea, habla mal de Cristo. Por el contrario, cada uno trata de acercarlo a su religión para reafirmar lo que defiende y lo que combate”.
Pensando en todo esto, me siento en actitud orante ante el Maestro divino, medito su Palabra y le escucho ahora la pregunta más directa y personal: ¿Quién soy yo para ti? Tú, ¿quién dices que soy yo?
Antes de responder, le pido al Espíritu que también yo, al igual que Pedro, abra el oído y el corazón a la revelación del Padre que susurra muy dentro la respuesta que agrada a Jesús, respuesta de una fe no aprendida de memoria, sino vivencial: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!»
Siento que la respuesta viene de dentro de mi ser, que no puede ni debe ser una simple respuesta fruto de una búsqueda racional, leída en los libros, ni tampoco una respuesta fruto del esfuerzo de mi voluntad, “de la carne y de la sangre”. La fe es siempre y sólo don gratuito del Padre de todo don.
La acojo con humilde y profunda actitud de alabanza y acción de gracias. Y siento que el Maestro también recibe mi respuesta con el mismo gozo que le produjo la adhesión de la “gente sencilla”. Y a mí, como a Pedro y a todo creyente, el Señor me llama dichosa, bienaventurada. Sí, como a María, la Virgen Madre, también nos dice: “¡Dichosa tú que has creído!”.
Con la conciencia y el gozo de esta bienaventuranza, en la Iglesia, edificada sobre Pedro, yo también siento que estoy llamada a ser, por gracia, “piedra viva” (cf. 1Pe 2,5).
Y, en obediencia y comunión filial con Pedro y con sus sucesores, creo que, en fuerza del Bautismo y de los sacramentos, yo también poseo las “llaves” de la caridad, de la oración, del don de ser instrumento sencillo de liberación, de pacificación, de amor y perdón para todo hermano y hermana, para las mujeres y hombres que Dios pone en mi camino.
Pedro y sus sucesores han recibido “las llaves”, la autoridad del “primado” de la autoridad al servicio del Reino, para la salvación de todos. En dimensión esencialmente distinta, pero también real, todo bautizado está llamado a “atar y desatar” por el poder que nos da el Señor Jesús a través de los Sacramentos y del don de su Espíritu. Realizamos esta misión mediante la oración de intercesión, la caridad y el perdón de corazón hacia todos, la entrega generosa, el servicio. Un servicio a la liberación más ambicionada: conseguir que, en cuanto pueda depender de mí, de nosotros, todos lleguen a “la libertad plena de los hijos de Dios”.
1. La escucha y meditación de la Palabra me pone en estado de oración ante Jesús, la Palabra encarnada, el Pastor, la “Piedra angular” de la Iglesia.
Me hace sentir en profunda comunión eclesial con el Papa Benedicto XVI, sucesor de Pedro y con todos los Pastores que siguiendo las huellas de Cristo, conducen al rebaño que el mismo Cristo Jesús les confió. Y así oro:
Señor Jesús,
Maestro y Pastor de tu Iglesia,
con fe te reconocemos y confesamos:
¡Realmente Tú eres el Hijo de Dios!
¡Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios vivo!
Ésta es nuestra fe,
ésta es la fe de la Iglesia
que nos gloriamos de profesar.
Te alabamos, te bendecimos y damos gracias,
oh santa Trinidad,
porque a través de las aguas del Bautismo
Tú has derramado sobre nosotros
el don inefable de la fe.
En el seno materno de tu Iglesia
hemos vuelto a nacer,
nos hiciste hijos en el Hijo
para gloria del Padre
en el Espíritu Santo.
Mantennos siempre en la comunión de tu Iglesia,
y haz que ésta camine cada día
hacia la plena realización de tu proyecto
de amor y salvación universal.
Cristo Jesús,
sé Tú el único Señor
de todos los que creemos en Ti.
Tú, la Roca firme que nos sostiene en los desánimos.
Tú, la mano fuerte y segura
que nos agarra y levanta en nuestros hundimientos.
Tú, el único Señor y Salvador.
Reúnenos, Señor, a todos,
según tu amorosa voluntad
en la unidad de tu Iglesia
y haz que se cumpla pronto tu gran anhelo:
“un solo rebaño bajo un solo Pastor”.
Amén.
2. Si lo deseamos, podemos orar también con el prefacio VIII dominical el Tiempo ordinario, propuesto para las Misas por la santa Iglesia:
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Porque has querido reunir de nuevo,
por la sangre de tu Hijo
y la fuerza del Espíritu,
a los hijos dispersos por el pecado;
de este modo tu Iglesia,
unificada por virtud y a imagen de la Trinidad,
aparece ante el mundo
como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu,
para alabanza de tu infinita sabiduría.
Por eso,
Unidos a los coros angélicos,
Te aclamamos llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo...
Ellos le respondieron: «Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas».
«Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?»
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: «Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo».
Y Jesús le dijo: «Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y Yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo».
Entonces, ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que Él era el Mesías.
Compartiendo la Palabra
Queridos hermanos, estamos transitando tiempos muy particulares dentro de la historia universal, pero también dentro de la particularidad de la historia de la Iglesia, que en su movimiento pendular de avances y retrocesos, está dejando un poquito desorientado al mundo sobre lo que significa conformar esta comunidad (hoy mundial) de los seguidores de Jesús, donde es Cristo el que nos encabeza y por otro lado una serie de confrontaciones de ideas y posturas, en algunos casos, extremadamente rígidas, por parte de la jerarquía que ejerce el poder dentro de la Iglesia, que distan de ser necesariamente cristianas.
El evangelio de este día nos propone preguntarnos, o quizás reformularnos, a pedido de Jesús ¿Quien es Cristo para mí?
Antes de orar esta importantísima y central interrogación que nos hace el Maestro, sería bueno contextualizar la historia de aprendizaje sobre quien es Dios, para tratar de librarnos de ciertas ataduras, que en todos los tiempos ha existido, y lamentablemente seguirán existiendo, ya que nunca faltan las personas, que en nombre de Dios, quieren ejercer en la figura de sus personas, la concentración del conocimiento divino y su manipulación para interés personal y perduración de tradiciones, cada vez más sin sentidos.
El Hijo por Voluntad de su Padre se encarna en el genero humano, para traer la noticia del Reino y poder salvar y redimir a todas las personas. Sólo Él trae la Verdad. En su pedagogía instaura una serie de recursos, teóricos y prácticos, que facilitarán un proceso dentro de sus seguidores, que lo llevarán a descubrirlo gradualmente, hasta el punto de ofrendar sus vidas por dar a conocer el Amor que les ha dejado su Maestro.
Ahora bien, no estamos hablando de cátedras de filosofías o teologías que haya dictado Jesús en su tiempo, pero si podemos hablar de un mensaje particular (de conversión y seguimiento) y otro universal (comunión y salvación) que fue dado a cada uno de sus seguidores, a través de los tiempos, para que el mundo se acerque al Corazón de Dios, incluso en contra de la ley y el orden impuesto por los hombres.
Es por ello que debemos hacernos la pregunta sobre quien es Jesús para nuestras vidas, para nuestras historias y para nuestro mundo, siempre en clave de Amor, a Dios y a los hombres, yendo muchas veces en contra de lo "establecido" y buscando siempre la Voluntad de Dios.
¿Quien es Jesús? Es una pregunta que muchos hombres de nuestra Iglesia se están haciendo hoy en día para actualizar el mensaje cristiano y hacerlo presente a Cristo en nuestra realidad actual. Cada uno desde su lugar (teólogos, misioneros, religiosos, laicos) están intentando responder ese interrogante desde dentro de nuestra Iglesia. Algunos se equivocan y vuelven sobre sus pasos, otros están convencidos que están encontrando el camino para llegar a la respuesta, y otros sólo están comenzando a preguntarse. Oremos por todos ellos. Y oremos por la jerarquía de nuestra Iglesia, para que ante este proceso apostólico de descubrirlo a Jesús no sean obstáculos de la Voluntad de Dios, y que en el caso de tener que corregir a algún hermano, lo tenga que hacer a la manera de Cristo, con Amor y Misericordia, y no a la manera de la Inquisición, degradando vidas y enterrando su honor.
Y para Ti... ¿Quién es Jesús?
Compartiendo la Oración
Después de haber meditado sobre una realidad muy puntual de nuestra Iglesia, a la que no debemos ser ajenos ni distraídos, les propongo que hagamos en este día la lectio divina propuesta por las hermanas Pías, para que nos dispongamos en cuerpo y alma a participar de la Santa Eucaristía, con el propósito firme de indagarnos continuamente sobre quién es Cristo en mi vida y lo que Él me pide diariamente.
Lectio Divina de Mateo 16,13-20
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo
Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo
Invocación al Espíritu Santo
Espíritu Santo,
amor eterno del Padre y del Hijo,
te adoro, te doy gracias,
te amo y te pido perdón
por las veces que te he ofendido
en mi persona o en el prójimo.
Desciende con al plenitud de tus dones
en la ordenación
de los obispos y sacerdotes,
en la consagración
de los religiosos y religiosas
y en la confirmación de todos los fieles.
Danos a todos luz,
Santidad y espíritu misionero.
Espíritu de verdad, te consagro la mente,
la imaginación, la memoria: ilumíname.
Que conozca a Cristo Maestro
y asimile su evangelio
y la doctrina de la Iglesia.
Acrecienta en mí el don de la sabiduría,
de la ciencia, de la inteligencia y el consejo.
Espíritu santificador,
te consagro mi voluntad:
guíame según tus deseos,
ayúdame a ser fiel
en la guarda de los mandamientos
y las responsabilidades de mi vocación.
Concédeme el don de la fortaleza
y del temor de Dios.
Espíritu vivificador,
te consagro mi corazón:
conserva y acrecienta en mí la vida divina.
Concédeme el don de la piedad. Amén.
(Beato Santiago Alberione)
1. Leemos Mateo 16,13-20
Orientaciones para la lectura
Orientaciones para la lectura
En la sección sobre el Reino de los cielos, dentro del tema eclesiológico, Mateo coloca la perícopa que hoy nos ofrece la liturgia. Un texto quizás, en parte por lo menos, elaborado por el mismo evangelista desde su perspectiva teológica, sobre una tradición anterior.
Nos hace pensar esto la lectura sinóptica de los textos paralelos de Marcos y Lucas (cf. Mc 8,27-30; Lc 9,18-21). Se ve claramente que a Mateo le interesa de manera particular subrayar el papel “eclesial” del primero de los apóstoles.
Jesús está subiendo junto con sus discípulos a la “Jerusalén de la pasión y de la gloria”. Llegan a Cesarea de Filipo. Todo el contexto del pasaje evangélico hace pensar en un momento de diálogo de intimidad entre el Maestro y sus discípulos.
Jesús dirige a los suyos una pregunta, que aparece casi como un sondeo de opinión sobre lo que piensa y dice de él la gente, aunque lo que más le importa a Jesús, como se verá en seguida, no es su nivel de popularidad o aceptación por parte de los otros. Esta pregunta puede ser como un intento pedagógico por parte del Maestro para ayudar a que sus discípulos penetren más y más en las razones de por qué siguen a Jesús.
Es así que la segunda pregunta nos dice cuál es la verdadera motivación, el interés del Maestro: el conocimiento personal, y no sólo intelectual o teórico, que tienen de él sus íntimos.
La gente, responden los discípulos, ve en Jesús como un nuevo Bautista, o Elías el profeta, o Jeremías, o uno de los varios profetas enviados por Dios para anunciar la salvación de Israel. En realidad, muchos, al ver las obras que realizaba, presienten que el Rabí de Nazaret no es uno más, uno cualquiera, sino casi seguramente un hombre enviado por Dios, quizás un gran profeta. Los apóstoles no saben decir más; casi se pierden entre las tantas opiniones, de uno y otro signo, que oyen sobre su Maestro.
Jesús escucha y percibe cierta confusión en los suyos. Y ahora es cuando les dirige “la pregunta del millón”, la que les obliga a mirarse dentro para escuchar y captar una voz, una respuesta personal, que les compromete personalmente, sin posibilidades de evasión. «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?»
Pedro, “el primero de los apóstoles", amador impetuoso de Cristo, como ya otras veces, toma la palabra y responde en nombre de los doce y del grupo de los que siguen al Señor. En su respuesta, Mateo nos ofrece algo peculiar: mientras Marcos y Lucas se limitan al reconocimiento de la mesianidad del Maestro, Mateo añade el de la filiación divina: «Tú eres el Cristo, el hijo de Dios vivo».
La respuesta de Pedro suscita admiración, gozo en Jesús. Como ante la fe de la “gente sencilla” (cf. Mt 11,25-26), el Maestro reconoce en las palabras del discípulo la iniciativa, la obra de Dios y proclama “bienaventurado” a Pedro porque se ha dejado iluminar, se ha abierto a la revelación del Padre, el Padre de Jesús: «...no te ha revelado esto la carne ni la sangre – los conocimientos puramente naturales – sino mi Padre que está en los cielos». El Padre ha puesto en labios de Pedro una respuesta, que es confesión de una fe sin ambigüedades, ciertamente expresión clara de la fe cristológica de la comunidad apostólica.
Esta confesión de fe firme y abierta le ofrece a Jesús la ocasión para manifestar la misión que quiere confiar a su discípulo, a Pedro: «Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia».
A la proclamación de la “bienaventuranza”: «dichoso, bienaventurado tú, Simón», Jesús añade también una promesa de seguridad para “su Iglesia”: «... las puertas del Hades – el poder del infierno – no prevalecerán contra ella – no la derrotarán».
Y acto seguido, el Señor confiere a Pedro la misión de “atar y desatar”, confiándole “las llaves del Reino de los cielos”. Éstas indican ciertamente la autoridad al servicio del reino, que es el Reino de las Bienaventuranzas (cf. Mt 5, 3-8).
En el lenguaje rabínico, el poder de “las llaves” indicaba la autoridad para “prohibir o permitir” según la ley de Moisés. Para Pedro, según la perspectiva teológica de Mateo, “las llaves” quizás indiquen la función de discernir, de juzgar y perdonar, según la voluntad de Dios, revelada por Jesús, que es siempre voluntad de salvación para todos.
Sobre este poder de “atar y desatar”, sobre “las llaves” del Reino de los cielos se han escrito muchas páginas y libros. En ellas se ha apoyado la teología del “primado” de Pedro y de sus sucesores en la sede de Roma. También se han referido estas palabras de Jesús al sacramento de la Reconciliación con “el poder dado a los hombres de perdonar los pecados”.
Pedro tuvo ciertamente ocasión de realizar esta misión en muchos momentos. De algunos de ellos nos dan testimonio los Hechos de los Apóstoles, como cuando entra en casa de Cornelio, el centurión romano (cf. Hch 10, 23-48), o cuando de forma solemne en el concilio de Jerusalén reconoce que no podía imponer “sobre el cuello de los discípulos un yugo que ni nosotros ni nuestros Padres pudimos sobrellevar”. Y con la solemne profesión de fe, “Nosotros creemos que nos salvamos por la gracia del Señor Jesús, del mismo modo que ellos”, es decir, los gentiles, los declara libres de la obediencia a la Ley de Moisés (cf. Hch 15).
No podemos detenernos a analizar todo el contenido de las palabras de Jesús. Reconocemos que el “poder” de servicio que Jesús confiere a Pedro, y en él a la Iglesia, es grande, abierto siempre a una finalidad de la salvación y liberación de los hombres.
2. Meditamos la Palabra
Si el Maestro me pregunta hoy sobre la opinión que la gente, los hombres y mujeres de nuestro tiempo tienen sobre él, escucharía ciertamente las respuestas más variopintas y variadas: algunos, muchos, no han oído hablar de él; a otros les ha llegado la noticia, pero parece que no les interesa; para muchos probablemente Jesús es un personaje histórico famoso, un líder, un idealista, un reformador, un Jesús Superstar...
También podría haber la consoladora respuesta de muchos para los que Jesús es el Señor, el Dios de sus vidas, el tesoro escondido y precioso por el que van dando gota a gota su vida, la respuesta a sus interrogantes, el Maestro Camino, Verdad y Vida, la suprema razón de su existir...
Subraya el cardenal Tomás Spidlik que “prácticamente ninguno, de la religión que sea, habla mal de Cristo. Por el contrario, cada uno trata de acercarlo a su religión para reafirmar lo que defiende y lo que combate”.
Pensando en todo esto, me siento en actitud orante ante el Maestro divino, medito su Palabra y le escucho ahora la pregunta más directa y personal: ¿Quién soy yo para ti? Tú, ¿quién dices que soy yo?
Antes de responder, le pido al Espíritu que también yo, al igual que Pedro, abra el oído y el corazón a la revelación del Padre que susurra muy dentro la respuesta que agrada a Jesús, respuesta de una fe no aprendida de memoria, sino vivencial: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo!»
Siento que la respuesta viene de dentro de mi ser, que no puede ni debe ser una simple respuesta fruto de una búsqueda racional, leída en los libros, ni tampoco una respuesta fruto del esfuerzo de mi voluntad, “de la carne y de la sangre”. La fe es siempre y sólo don gratuito del Padre de todo don.
La acojo con humilde y profunda actitud de alabanza y acción de gracias. Y siento que el Maestro también recibe mi respuesta con el mismo gozo que le produjo la adhesión de la “gente sencilla”. Y a mí, como a Pedro y a todo creyente, el Señor me llama dichosa, bienaventurada. Sí, como a María, la Virgen Madre, también nos dice: “¡Dichosa tú que has creído!”.
Con la conciencia y el gozo de esta bienaventuranza, en la Iglesia, edificada sobre Pedro, yo también siento que estoy llamada a ser, por gracia, “piedra viva” (cf. 1Pe 2,5).
Y, en obediencia y comunión filial con Pedro y con sus sucesores, creo que, en fuerza del Bautismo y de los sacramentos, yo también poseo las “llaves” de la caridad, de la oración, del don de ser instrumento sencillo de liberación, de pacificación, de amor y perdón para todo hermano y hermana, para las mujeres y hombres que Dios pone en mi camino.
Pedro y sus sucesores han recibido “las llaves”, la autoridad del “primado” de la autoridad al servicio del Reino, para la salvación de todos. En dimensión esencialmente distinta, pero también real, todo bautizado está llamado a “atar y desatar” por el poder que nos da el Señor Jesús a través de los Sacramentos y del don de su Espíritu. Realizamos esta misión mediante la oración de intercesión, la caridad y el perdón de corazón hacia todos, la entrega generosa, el servicio. Un servicio a la liberación más ambicionada: conseguir que, en cuanto pueda depender de mí, de nosotros, todos lleguen a “la libertad plena de los hijos de Dios”.
3. Oramos la Palabra
1. La escucha y meditación de la Palabra me pone en estado de oración ante Jesús, la Palabra encarnada, el Pastor, la “Piedra angular” de la Iglesia.
Me hace sentir en profunda comunión eclesial con el Papa Benedicto XVI, sucesor de Pedro y con todos los Pastores que siguiendo las huellas de Cristo, conducen al rebaño que el mismo Cristo Jesús les confió. Y así oro:
Señor Jesús,
Maestro y Pastor de tu Iglesia,
con fe te reconocemos y confesamos:
¡Realmente Tú eres el Hijo de Dios!
¡Tú eres el Cristo,
el Hijo del Dios vivo!
Ésta es nuestra fe,
ésta es la fe de la Iglesia
que nos gloriamos de profesar.
Te alabamos, te bendecimos y damos gracias,
oh santa Trinidad,
porque a través de las aguas del Bautismo
Tú has derramado sobre nosotros
el don inefable de la fe.
En el seno materno de tu Iglesia
hemos vuelto a nacer,
nos hiciste hijos en el Hijo
para gloria del Padre
en el Espíritu Santo.
Mantennos siempre en la comunión de tu Iglesia,
y haz que ésta camine cada día
hacia la plena realización de tu proyecto
de amor y salvación universal.
Cristo Jesús,
sé Tú el único Señor
de todos los que creemos en Ti.
Tú, la Roca firme que nos sostiene en los desánimos.
Tú, la mano fuerte y segura
que nos agarra y levanta en nuestros hundimientos.
Tú, el único Señor y Salvador.
Reúnenos, Señor, a todos,
según tu amorosa voluntad
en la unidad de tu Iglesia
y haz que se cumpla pronto tu gran anhelo:
“un solo rebaño bajo un solo Pastor”.
Amén.
2. Si lo deseamos, podemos orar también con el prefacio VIII dominical el Tiempo ordinario, propuesto para las Misas por la santa Iglesia:
En verdad es justo y necesario,
es nuestro deber y salvación
darte gracias siempre y en todo lugar,
Señor, Padre santo,
Dios todopoderoso y eterno.
Porque has querido reunir de nuevo,
por la sangre de tu Hijo
y la fuerza del Espíritu,
a los hijos dispersos por el pecado;
de este modo tu Iglesia,
unificada por virtud y a imagen de la Trinidad,
aparece ante el mundo
como cuerpo de Cristo y templo del Espíritu,
para alabanza de tu infinita sabiduría.
Por eso,
Unidos a los coros angélicos,
Te aclamamos llenos de alegría:
Santo, Santo, Santo...
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