Cada vez se destacan con más evidencia dos lugares privilegiados para la catequesis: la comunidad cristiana y la familia.
La comunidad cristiana
La catequesis, tradicionalmente con miras individuales, debe convertirse en una actividad de talante grupal, comunitario y, en la medida de lo posible, intergeneracional. Resalta con fuerza, en esta perspectiva, el papel necesario, insustituible, de la comunidad en todo proceso de crecimiento en la fe. Según esta «opción comunitaria», claramente afirmada en el magisterio catequético oficial (cf. DGC 141, 158, 219-221, 253-257), la comunidad resulta ser condición, lugar, sujeto, objeto y meta de la catequesis. Se ha podido decir que «la comunidad autentica (comunidad que avanza) es el mejor texto de catequesis» , y que «la comunidad cristiana es en si misma catequesis viviente» (DGC 141). En esta propuesta de catequesis de comunidad, la dimensión relacional es prioritaria respecto al contenido, y la «personalidad relacional» figura entre las cualidades principales del animador o catequista.
En relación con esta exigencia se destaca hoy la importancia de la comunidad pequeña o de base (DGC 263-264), la comunidad de talla humana que posee un fuerte potencial evangelizador y catequizante. Recibe nombres distintos según las regiones o países («Comunidades Eclesiales de Base», «Communautés éclesiales vivantes», «small Christian Communities» etc.) y son lugares que permiten procesos de identificación y el compartir experiencias de fe. Se considera un ideal pastoral convertir la parroquia y la diócesis en una «comunidad de comunidades».
Todo ese anhelo comunitario -Denis Villepelet lo llama «défi communautaire» trae consigo muchos problemas y exigencias: la necesidad de crear un nuevo tipo de comunidad; de promover comunidades vivas, abiertas, convincentes, con «sentido de la comunidad» y «sentido de Iglesia»; el peligro, nada imaginario, de comunidades con graves síntomas de inautenticidad, síntomas patológicos (espíritu de secta, absolutización del Propio carisma, formas deformadas de ejercicio de la autoridad, etc.). No por nada se dice a veces que, en vez de tener «comunidades de comunidades», nos encontramos más bien con «archipiélagos de comunidades».
La familia
La familia tiene que volver a ser un lugar privilegiado de educación en la fe, de despertar religioso y de integración comunitaria de las nuevas generaciones. Esta valoración catequética de la familia (DGC 226-227) debe llevar a superar la posición absentista y pasiva de los padres, que con demasiada frecuencia «delegan» en otros la educación religiosa de los hijos. Se trata de delegar y acrecentar las posibilidades educativas y catequéticas de la familia, en cuanto célula eclesial y lugar privilegiado de educación de la fe, por media de una catequesis sobre todo experiencial y ocasional.
Es verdad que hoy estamos ante una evidente crisis de la familia, ante la presencia de muchas familias irregulares, de situaciones problemáticas, a veces dramáticas. Y existe también una fuerte crisis de la función educativa y la quiebra de la transmisión de valores de los padres a los hijos. El problema afecta de modo especial al sector concreto de la educación religiosa o de la comunicación de la fe. El tradicional proceso de socialización religiosa en la familia no funciona por lo general: la fe ya no pasa de padres a hijos.
Y sin embargo, no obstante las dificultades, tanto la experiencia como la reflexión pedagógica y sociológica actual siguen considerando a la familia como el ambiente ideal más capacitado para poner las bases de una auténtica educación, tanto general como religiosa. Pese a la crisis, la familia sigue siendo el primer agente de socialización de niños y adolescentes. Por eso hay que estar convencidos de que la familia no sólo puede, sino que debe ser lugar de educación religiosa. No solo: debe estar convencida de poder desempeñar un papel imprescindible, único, en gran medida insustituible.
A este respecto contamos hoy con muy valiosas experiencias de «catequesis familiar», en sus distintas versiones.
El problema de la escuela como lugar de catequesis
Hoy día resulta cada vez más problemática la escuela -en una sociedad pluralista y en gran parte secularizada- como ámbito de educación de la fe y lugar de ejercicio de la catequesis eclesial. De ahí que se afirme por lo general la distinción y complementariedad entre la catequesis eclesial y la enseñanza religiosa escolar (ERE; cf. DGC 73-75). Esta tiende a asumir los rasgos de una aproximación educativa y cultural al hecho religioso. En la globalidad de sus manifestaciones.
En esta nueva perspectiva se asignan a la ERE cometidos de este orden: proporcionar un conocimiento serio del hecho religioso; impulsar la formación para permitir a los jóvenes tomar decisiones series y fundadas ante la religión; fomentar en las nuevas generaciones el diálogo y la tolerancia entre personas de convicciones religiosas diferentes.
La necesaria reformulación del mensaje
Nos encontramos aquí con una de las tareas más apasionantes y delicadas de la nueva perspectiva catequética: la necesaria revisión de los contenidos, del mensaje de salvación que la catequesis debe comunicar y actuar. Es un aspecto importante del cometido, considerado hoy como imprescindible y vital, de la «inculturacion» de la fe y de la no menos necesaria revisión de las «representaciones religiosas», procesos que entran de lleno en la problemática moderna de la búsqueda del nuevo paradigma catequético.
Algunas exigencias y desplazamientos típicos de este necesario repensamiento pueden ser expresados de esta manera:
-Un mensaje centrado en el anuncio de la palabra de Dios y en la en la comunicación de experiencias de fe. En el centro de la comunicación catequética deben volver a estar la palabra de Dios y las experiencias de fe. Más que tender a la «transmisión de la doctrina» cristiana, la catequesis debe ser ante todo «anuncio y escucha de la palabra» («audire verbum» es la expresión clásica para indicar la catequesis en el catecumenado antiguo) y «comunicación de experiencias de fe». La palabra de Dios, percibida en la experiencia cristiana de fe, constituye el contenido propiamente dicho de la catequesis («sin experiencia religiosa no hay comunicación religiosa» ni «anuncio y escucha de la palabra de Dios»). Esto no echa en olvido el contenido doctrinal, pero lo relativiza y lo integra en un contexto más amplio y vital.
- El mensaje de una verdad «dada y prometida». Debemos pasar, por decirlo con una formula típica de los catequetas holandeses, de la catequesis de la verdad «dada», a la catequesis de la verdad «dada y prometida». Con esta expresión se subraya el peso de una catequesis de la verdad ya poseída (verdad «dada»: catequesis solamente de certezas) a una catequesis en cierto sentido inacabada, abierta a la búsqueda, a la oscuridad de la duda, a la paciencia de la espera, sin olvidar los elementos seguros y definitivos de la fe cristiana. Se presta atención así a la dimensión escatológica (dialéctica del «ya» y del «todavía no») de la revelación cristiana.
- Un mensaje encarnado e inculturado. De la transmisión de un contenido entendido como «deposito cristalizado» hay que pasar a la comunicación de un mensaje encarnado a inculturado en la historia. En lugar de un contenido pensado como algo inmutable, a-histórico, impermeable a los vaivenes del tiempo, se destaca la importancia de la dimensión histórica de la revelación y de los esfuerzos de encarnación o «inculturación de la fe» en los distintos entornos culturales de los pueblos. Esta exigencia es de gran envergadura. Supone todo un proceso de repensamiento de la fe y de abandono de muchas representaciones religiosas, para presentar un mensaje cristiano que sea efectivamente, para nuestros contemporáneos, una autentica «buena noticia», expresada en sintonía con los valores y sensibilidad de la cultura de hoy. Habrá que hacer de manera, como diría Juan Martín Velasco, que la fe y la Iglesia sean de verdad «una casa intelectualmente habitable».
-Un mensaje «significativo». Más que una catequesis de la «verdad», necesitamos una catequesis de la «significación». A la obsesión por la doctrina teológicamente correcta, debe suceder la preocupación por asegurar el carácter «significante», vital, existencial, «interesante», del mensaje transmitido. No es que decaiga el interés por la verdad revelada, pero se considera más importante que se perciba en el mensaje transmitido su carácter prevaleciente de «Evangelio», de buena noticia que da sentido a la vida y responde a sus demandas. Ya un texto famoso de una carta mandada en nombre del papa a Paris, en 1964, decía que la palabra de Dios debe resonar para cada uno como una apertura a sus problemas, una respuesta a sus preguntas, la dilatación de los propios valores y al mismo tiempo la satisfacción de sus aspiraciones más profundas: en una palabra, «como el sentido de su existencia y el significado de su vida». Estas palabras, dichas hace más de 40 años, constituyen todo un programa de revisión catequética y un desafío que la catequesis actual esta muy lejos de haber tomado en serio.
-Un mensaje remozado por la vuelta a las fuentes. A la tradicional y legítima preocupación por la ortodoxia del contenido debe suceder el deseo de fidelidad a las fuentes genuinas de la catequesis: la palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición. En el proceso catequético se contempla la «entrega» (traditio) de los documentos de la fe (DGC 85 y 88) y se debe recuperar la credibilidad del testimonio.
En esta perspectiva queda relativizado claramente el papel de los catecismos. Estos pueden seguir siendo instrumentos útiles en la actuación do In catequesis, siempre que se presenten con las cualidades de contenido y de lenguaje adecuados en el mundo de hoy. Pero no pueden ser considerados, como en el pasado, fuente primaria de la catequesis o el principal instrumento de su ejercicio.
Nuevos acentos en la pedagogía de la catequesis
En el capitulo de las opciones pedagógicas y metodológicas el campo se nos presenta muy rico y siempre susceptible de una gran variedad de posibilidades. Podemos solamente sugerir algunas líneas de tendencia entre las que parecen más actuales y significativas.
- Una pedagogía para la interiorización de actitudes de fe. La tradicional preocupación por la transmisión de conocimientos debe ceder el paso a itinerarios pedagógicos que apunten a la adquisición y maduración de actitudes de fe (DGC 85-86). La catequesis no puede limitarse a transmitir un patrimonio de conocimientos religiosos: debe tender sobre todo a la educación de actitudes interiorizadas de fe, en sus tres niveles fundamentales: cognoscitivo, afectivo y comportamental. A este respecto cobra una importancia muy especial el testimonio personal y comunitario.
- Una pedagogía realmente educativa y promocional. El criterio indicado en el Directorio General para la Catequesis, «Evangelizar educando y educar evangelizando» (DGC 147), subraya la necesaria dimensión educativa y promocional de la catequesis. La experiencia nos dice que existe siempre el peligro de caer en el adoctrinamiento despersonalizante y la tentación de refugiarse en experiencias gratificantes, que den seguridad al mismo tiempo que infantilizan. Es importante que la catequesis sea realmente madurante y promocional, atenta a la gradualidad y capaz de conducir hacia una fe adulta y madura.
-Una pedagogía con pluralidad de lenguajes. Ya hace tiempo que la catequesis ha superado la práctica restringida de la enseñanza del «catecismo» y de la transmisión casi exclusivamente verbal, para abrirse a una pluralidad de lenguajes. AI respecto podemos destacar la necesidad de adoptar con preferencia los lenguajes más aptos para la comunicación religiosa (la narración, el símbolo, el testimonio, la celebración, el arte, etcétera) y de superar su tradicional fijación en la expresión verbal para abrirse a una rica pluralidad de lenguajes (DGC 208-209). Y aquí se nos presenta el panorama, a la vez fascinante y problemático, de los nuevos lenguajes de la comunicación mediática y de la cultura informática y digital.
-Una pedagogía de creatividad. Ya hace tiempo que la reflexión catequética habla del paso de una pedagogía de la asimilación a la pedagogía de la creatividad. Se solicita así el paso de una catequesis de simple «asimilación», de pura recepción de un contenido prefabricado, a una catequesis de creatividad y corresponsabilidad (DGC 157). Estamos ante una tarea muy delicada, que requiere tacto y discernimiento. En la catequesis, especialmente con los jóvenes y adultos, no se trata de intentar reproducir tal cual el modelo de cristiano y de Iglesia que hemos heredado del pasado. Hoy se impone la promoción de una realidad nueva, el ejercicio de una imaginación creadora que, sin traicionar la identidad perenne de la fe cristiano, permite a los creyentes de nuestro tiempo forjar una forma nueva de ser cristianos, de vivir en comunidad, de construir Iglesia.
La comunidad cristiana
La catequesis, tradicionalmente con miras individuales, debe convertirse en una actividad de talante grupal, comunitario y, en la medida de lo posible, intergeneracional. Resalta con fuerza, en esta perspectiva, el papel necesario, insustituible, de la comunidad en todo proceso de crecimiento en la fe. Según esta «opción comunitaria», claramente afirmada en el magisterio catequético oficial (cf. DGC 141, 158, 219-221, 253-257), la comunidad resulta ser condición, lugar, sujeto, objeto y meta de la catequesis. Se ha podido decir que «la comunidad autentica (comunidad que avanza) es el mejor texto de catequesis» , y que «la comunidad cristiana es en si misma catequesis viviente» (DGC 141). En esta propuesta de catequesis de comunidad, la dimensión relacional es prioritaria respecto al contenido, y la «personalidad relacional» figura entre las cualidades principales del animador o catequista.
En relación con esta exigencia se destaca hoy la importancia de la comunidad pequeña o de base (DGC 263-264), la comunidad de talla humana que posee un fuerte potencial evangelizador y catequizante. Recibe nombres distintos según las regiones o países («Comunidades Eclesiales de Base», «Communautés éclesiales vivantes», «small Christian Communities» etc.) y son lugares que permiten procesos de identificación y el compartir experiencias de fe. Se considera un ideal pastoral convertir la parroquia y la diócesis en una «comunidad de comunidades».
Todo ese anhelo comunitario -Denis Villepelet lo llama «défi communautaire» trae consigo muchos problemas y exigencias: la necesidad de crear un nuevo tipo de comunidad; de promover comunidades vivas, abiertas, convincentes, con «sentido de la comunidad» y «sentido de Iglesia»; el peligro, nada imaginario, de comunidades con graves síntomas de inautenticidad, síntomas patológicos (espíritu de secta, absolutización del Propio carisma, formas deformadas de ejercicio de la autoridad, etc.). No por nada se dice a veces que, en vez de tener «comunidades de comunidades», nos encontramos más bien con «archipiélagos de comunidades».
La familia
La familia tiene que volver a ser un lugar privilegiado de educación en la fe, de despertar religioso y de integración comunitaria de las nuevas generaciones. Esta valoración catequética de la familia (DGC 226-227) debe llevar a superar la posición absentista y pasiva de los padres, que con demasiada frecuencia «delegan» en otros la educación religiosa de los hijos. Se trata de delegar y acrecentar las posibilidades educativas y catequéticas de la familia, en cuanto célula eclesial y lugar privilegiado de educación de la fe, por media de una catequesis sobre todo experiencial y ocasional.
Es verdad que hoy estamos ante una evidente crisis de la familia, ante la presencia de muchas familias irregulares, de situaciones problemáticas, a veces dramáticas. Y existe también una fuerte crisis de la función educativa y la quiebra de la transmisión de valores de los padres a los hijos. El problema afecta de modo especial al sector concreto de la educación religiosa o de la comunicación de la fe. El tradicional proceso de socialización religiosa en la familia no funciona por lo general: la fe ya no pasa de padres a hijos.
Y sin embargo, no obstante las dificultades, tanto la experiencia como la reflexión pedagógica y sociológica actual siguen considerando a la familia como el ambiente ideal más capacitado para poner las bases de una auténtica educación, tanto general como religiosa. Pese a la crisis, la familia sigue siendo el primer agente de socialización de niños y adolescentes. Por eso hay que estar convencidos de que la familia no sólo puede, sino que debe ser lugar de educación religiosa. No solo: debe estar convencida de poder desempeñar un papel imprescindible, único, en gran medida insustituible.
A este respecto contamos hoy con muy valiosas experiencias de «catequesis familiar», en sus distintas versiones.
El problema de la escuela como lugar de catequesis
Hoy día resulta cada vez más problemática la escuela -en una sociedad pluralista y en gran parte secularizada- como ámbito de educación de la fe y lugar de ejercicio de la catequesis eclesial. De ahí que se afirme por lo general la distinción y complementariedad entre la catequesis eclesial y la enseñanza religiosa escolar (ERE; cf. DGC 73-75). Esta tiende a asumir los rasgos de una aproximación educativa y cultural al hecho religioso. En la globalidad de sus manifestaciones.
En esta nueva perspectiva se asignan a la ERE cometidos de este orden: proporcionar un conocimiento serio del hecho religioso; impulsar la formación para permitir a los jóvenes tomar decisiones series y fundadas ante la religión; fomentar en las nuevas generaciones el diálogo y la tolerancia entre personas de convicciones religiosas diferentes.
La necesaria reformulación del mensaje
Nos encontramos aquí con una de las tareas más apasionantes y delicadas de la nueva perspectiva catequética: la necesaria revisión de los contenidos, del mensaje de salvación que la catequesis debe comunicar y actuar. Es un aspecto importante del cometido, considerado hoy como imprescindible y vital, de la «inculturacion» de la fe y de la no menos necesaria revisión de las «representaciones religiosas», procesos que entran de lleno en la problemática moderna de la búsqueda del nuevo paradigma catequético.
Algunas exigencias y desplazamientos típicos de este necesario repensamiento pueden ser expresados de esta manera:
-Un mensaje centrado en el anuncio de la palabra de Dios y en la en la comunicación de experiencias de fe. En el centro de la comunicación catequética deben volver a estar la palabra de Dios y las experiencias de fe. Más que tender a la «transmisión de la doctrina» cristiana, la catequesis debe ser ante todo «anuncio y escucha de la palabra» («audire verbum» es la expresión clásica para indicar la catequesis en el catecumenado antiguo) y «comunicación de experiencias de fe». La palabra de Dios, percibida en la experiencia cristiana de fe, constituye el contenido propiamente dicho de la catequesis («sin experiencia religiosa no hay comunicación religiosa» ni «anuncio y escucha de la palabra de Dios»). Esto no echa en olvido el contenido doctrinal, pero lo relativiza y lo integra en un contexto más amplio y vital.
- El mensaje de una verdad «dada y prometida». Debemos pasar, por decirlo con una formula típica de los catequetas holandeses, de la catequesis de la verdad «dada», a la catequesis de la verdad «dada y prometida». Con esta expresión se subraya el peso de una catequesis de la verdad ya poseída (verdad «dada»: catequesis solamente de certezas) a una catequesis en cierto sentido inacabada, abierta a la búsqueda, a la oscuridad de la duda, a la paciencia de la espera, sin olvidar los elementos seguros y definitivos de la fe cristiana. Se presta atención así a la dimensión escatológica (dialéctica del «ya» y del «todavía no») de la revelación cristiana.
- Un mensaje encarnado e inculturado. De la transmisión de un contenido entendido como «deposito cristalizado» hay que pasar a la comunicación de un mensaje encarnado a inculturado en la historia. En lugar de un contenido pensado como algo inmutable, a-histórico, impermeable a los vaivenes del tiempo, se destaca la importancia de la dimensión histórica de la revelación y de los esfuerzos de encarnación o «inculturación de la fe» en los distintos entornos culturales de los pueblos. Esta exigencia es de gran envergadura. Supone todo un proceso de repensamiento de la fe y de abandono de muchas representaciones religiosas, para presentar un mensaje cristiano que sea efectivamente, para nuestros contemporáneos, una autentica «buena noticia», expresada en sintonía con los valores y sensibilidad de la cultura de hoy. Habrá que hacer de manera, como diría Juan Martín Velasco, que la fe y la Iglesia sean de verdad «una casa intelectualmente habitable».
-Un mensaje «significativo». Más que una catequesis de la «verdad», necesitamos una catequesis de la «significación». A la obsesión por la doctrina teológicamente correcta, debe suceder la preocupación por asegurar el carácter «significante», vital, existencial, «interesante», del mensaje transmitido. No es que decaiga el interés por la verdad revelada, pero se considera más importante que se perciba en el mensaje transmitido su carácter prevaleciente de «Evangelio», de buena noticia que da sentido a la vida y responde a sus demandas. Ya un texto famoso de una carta mandada en nombre del papa a Paris, en 1964, decía que la palabra de Dios debe resonar para cada uno como una apertura a sus problemas, una respuesta a sus preguntas, la dilatación de los propios valores y al mismo tiempo la satisfacción de sus aspiraciones más profundas: en una palabra, «como el sentido de su existencia y el significado de su vida». Estas palabras, dichas hace más de 40 años, constituyen todo un programa de revisión catequética y un desafío que la catequesis actual esta muy lejos de haber tomado en serio.
-Un mensaje remozado por la vuelta a las fuentes. A la tradicional y legítima preocupación por la ortodoxia del contenido debe suceder el deseo de fidelidad a las fuentes genuinas de la catequesis: la palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura y en la Tradición. En el proceso catequético se contempla la «entrega» (traditio) de los documentos de la fe (DGC 85 y 88) y se debe recuperar la credibilidad del testimonio.
En esta perspectiva queda relativizado claramente el papel de los catecismos. Estos pueden seguir siendo instrumentos útiles en la actuación do In catequesis, siempre que se presenten con las cualidades de contenido y de lenguaje adecuados en el mundo de hoy. Pero no pueden ser considerados, como en el pasado, fuente primaria de la catequesis o el principal instrumento de su ejercicio.
Nuevos acentos en la pedagogía de la catequesis
En el capitulo de las opciones pedagógicas y metodológicas el campo se nos presenta muy rico y siempre susceptible de una gran variedad de posibilidades. Podemos solamente sugerir algunas líneas de tendencia entre las que parecen más actuales y significativas.
- Una pedagogía para la interiorización de actitudes de fe. La tradicional preocupación por la transmisión de conocimientos debe ceder el paso a itinerarios pedagógicos que apunten a la adquisición y maduración de actitudes de fe (DGC 85-86). La catequesis no puede limitarse a transmitir un patrimonio de conocimientos religiosos: debe tender sobre todo a la educación de actitudes interiorizadas de fe, en sus tres niveles fundamentales: cognoscitivo, afectivo y comportamental. A este respecto cobra una importancia muy especial el testimonio personal y comunitario.
- Una pedagogía realmente educativa y promocional. El criterio indicado en el Directorio General para la Catequesis, «Evangelizar educando y educar evangelizando» (DGC 147), subraya la necesaria dimensión educativa y promocional de la catequesis. La experiencia nos dice que existe siempre el peligro de caer en el adoctrinamiento despersonalizante y la tentación de refugiarse en experiencias gratificantes, que den seguridad al mismo tiempo que infantilizan. Es importante que la catequesis sea realmente madurante y promocional, atenta a la gradualidad y capaz de conducir hacia una fe adulta y madura.
-Una pedagogía con pluralidad de lenguajes. Ya hace tiempo que la catequesis ha superado la práctica restringida de la enseñanza del «catecismo» y de la transmisión casi exclusivamente verbal, para abrirse a una pluralidad de lenguajes. AI respecto podemos destacar la necesidad de adoptar con preferencia los lenguajes más aptos para la comunicación religiosa (la narración, el símbolo, el testimonio, la celebración, el arte, etcétera) y de superar su tradicional fijación en la expresión verbal para abrirse a una rica pluralidad de lenguajes (DGC 208-209). Y aquí se nos presenta el panorama, a la vez fascinante y problemático, de los nuevos lenguajes de la comunicación mediática y de la cultura informática y digital.
-Una pedagogía de creatividad. Ya hace tiempo que la reflexión catequética habla del paso de una pedagogía de la asimilación a la pedagogía de la creatividad. Se solicita así el paso de una catequesis de simple «asimilación», de pura recepción de un contenido prefabricado, a una catequesis de creatividad y corresponsabilidad (DGC 157). Estamos ante una tarea muy delicada, que requiere tacto y discernimiento. En la catequesis, especialmente con los jóvenes y adultos, no se trata de intentar reproducir tal cual el modelo de cristiano y de Iglesia que hemos heredado del pasado. Hoy se impone la promoción de una realidad nueva, el ejercicio de una imaginación creadora que, sin traicionar la identidad perenne de la fe cristiano, permite a los creyentes de nuestro tiempo forjar una forma nueva de ser cristianos, de vivir en comunidad, de construir Iglesia.
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