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domingo, 30 de marzo de 2008

Formación Misionera: Vocación

La Vocación Misionera ad gentes
Publicado por Caminos de Mision

Anastasio Gil
Director del Secretariado de la Comisión Episcopal de Misiones
Subdirector Nacional de las Obras Misionales Pontificias

La vocación misionera,un don para la Iglesia

En palabras de la encíclica “Redemptoris Missio” (La misión del Redentor), “la vocación misionera es una «vocación especial», que tiene como modelo la de los Apóstoles: se manifiesta en el compromiso total al servicio de la evangelización; se trata de una entrega que abarca a toda la persona y toda la vida del misionero, exigiendo de él una donación sin límites de fuerzas y de tiempo”, llegando a esta conclusión: “La vocación especial de los misioneros de por vida conserva toda su validez: representa el modelo del compromiso misionero de la Iglesia, que siempre necesita donaciones radicales y totales, impulsos nuevos y valientes”.

Rasgos específicos de la vocación misionera

Hay algunos rasgos que dibujan en el horizonte el perfil del misionero, independientemente de su condición eclesial de sacerdote, religioso, religiosa o laico. Rasgos que, muestran los principales elementos de la dimensión universal de la misión evangelizadora de la Iglesia. La dimensión evangelizadora y misionera de la Iglesia no es un elemento más al que se presta atención por su urgencia o necesidad. Pertenece a su propia naturaleza constitutiva. Los bautizados están llamados a evangelizar y los llamados al sacerdocio o a la vida consagrada son vocacionados al anuncio del Evangelio más allá de las propias fronteras inmediatas de la comunidad de pertenencia.

1. Disponibilidad para la acogida y el diálogo.
Esto tal vez sea uno de los principales requerimientos para el discernimiento, fidelidad y formación vocacional. Urge desarrollar en la tarea pastoral vocacional una cierta disposición y capacidad para la constante acogida y el diálogo con los otros, especialmente los más necesitados. Implica una disponibilidad radical para salir de uno mismo, superando cualquier encerramiento egoísta, para ir al encuentro del otro. Es el encuentro con el más necesitado, con el más pobre, el enfermo, el pecador. Más tarde descubrirá que en este proceso de salida hacia el otro hay algo más que una pura filantropía. Es encontrarse con el rostro de Cristo al que el llamado está dispuesto a servir. Hay sobrada experiencia de cómo muchos jóvenes han escuchado la voz de Dios en el espacio de este servicio a los más desfavorecidos. Emerge con fuerza el testimonio de tantos misioneros y misioneras que gastan su vida con alegría y sencillez entre los más pobres. Quien no es capaz de salir de sí mismo para ir al encuentro con el necesitado, en la certeza de que entre ellos se va a producir un diálogo de recíproco enriquecimiento difícilmente podrá descubrir que Dios le llama a una entrega total.

2. Valoración de la realidad cultural de otros pueblos y grupos sociales
En la pastoral vocacional parece necesario suscitar un amor apasionado a la cultura y a la vida de los pueblos, más allá de las propias y reducidas fronteras. La pastoral vocacional está llamada a abrir horizontes más allá de los propios intereses que puede encorsetar la vida del grupo o de la comunidad o de una misma diócesis. Conocer la cultura de los pueblos y el modo de ser o de decir es el presupuesto para que el vocacionado entregue su vida al servicio de la Evangelización de la cultura y de la inculturación de la fe.

3. Amar “pacientemente” al otro.
El testimonio vital del misionero es un verdadero icono de Dios, que es rico en piedad, con una paciencia “infinita”. Quienes trabajamos en la animación misionera cada día aprendemos de los misioneros la razón fundamental de su entrega vocacional:
“Alegrarse y gozar con la existencia del otro”. Bien le iría a la pastoral vocacional mirar con frecuencia al Dios paciente que sabe esperar y está cierto que “la hierba también crece en la noche”. Vale la pena traer a nuestra consideración el trabajo escondido y “estéril” de tantos misioneros que gastan toda su vida en países y culturas donde no es posible visualizar el rostro de Dios. Años sin aparentes frutos, sin conversiones. Ni siquiera pueden practicar el ejercicio de la caridad porque es mal entendido como una forma indirecta de predicación del Evangelio. Quienes hemos sido llamados a esta tarea de la Iglesia hemos de aprender a trabajar para el futuro, para la eternidad, sin esperar gratificaciones, aunque deba agradecerlas cuando lleguen. Esta es sin duda la principal misión de quienes tienen la tarea de la animación misionera en la Iglesia local: suscitar la vocación a la misión y no la persuasión por incrementar la cooperación económica. Debemos preguntamos por qué en varias naciones, mientras aumentan los donativos, se corre el peligro de que desaparezcan las vocaciones misioneras, las cuales reflejan la verdadera dimensión de la entrega a los hermanos. Las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada son un signo seguro de la vitalidad de una Iglesia” (La misión del Redentor, 79).

4. Confianza en el dueño de la mies
Los ámbitos donde se inicia la pastoral vocacional deben ser espacios donde rezuma la certeza de sentirse seguro en las manos de Dios, Padre, que está empeñado en seguir llamando a los que “quiere”. Esta certeza es el origen de la convicción que habitualmente tenemos del misionero como hombre “bueno”, simplemente bueno, porque tiene puesta su confianza en Dios que le ama. El misionero es fundamentalmente una persona con un corazón tan generoso que es “escándalo” y “locura” para su entorno social y familiar. La gente, especialmente en África, acostumbra a dar un apodo a nuestros misioneros, como los cristianos lo hicieron con Juan XXIII, lIamándole el “Papa bueno”. El misionero no es el hombre perfecto, sino que se hace perfecto en la misión. La pastoral vocacional ha de huir del deseo, siempre bien intencionado, de buscar a los mejores, sino a aquellos que dan muestras de una exquisita bondad.

5. Vocación sin fecha de caducidad
La persona que es llamada a la entrega total y para siempre en la vida sacerdotal o consagrada ha de “entrenarse” en la certeza de que las personas creen en su capacidad de dar un sí irrevocable. La fidelidad a la palabra y al compromiso es garantía de la entrega total. La existencia de una vocación misionera específica reclama una formación peculiar: “Capacidad de iniciativas, constancia para continuar lo comenzado hasta el fin, perseverancia en las dificultades, paciencia y fortaleza para soportar la soledad, el cansancio y el trabajo ¬infructuoso” (Decreto Vaticano II “La misión a las gentes, AG 25). Una de las imágenes más conmovedoras de la vida de los misioneros es su resistencia a volver a la tierra que les vio partir, arriesgando hasta la vida por él, como la arriesgaron tantos otros, también hoy. Siendo fiel hasta la muerte, con una fidelidad cronológica o con una fidelidad “intensiva” con el martirio. Soñar con gastarlo todo por la misión, para volver un día al país de origen, si así Dios lo dispone, pobre, con la salud quebrantada, muy ligero de equipaje, después de haberlo dejado todo en la misión. Esta imagen proyecta una luz en la pastoral vocacional: el entrenamiento de ir despojándose de “cosas”. Sin duda es uno de los retos más vidriosos en este empeño de promover vocaciones que pasan por la entrega total. El entrenamiento en el desprendimiento de cuantas necesidades nos ha creado esta sociedad consumista es requisito imprescindible para la consolidación de las vocaciones incipientes.

6. Vocación misionera que tiene un origen y meta en Dios.
El fundador de los misioneros Combonianos, san Daniel Comboni, decía que quería un misionero de “rodillas robustas”. Persona de oración, pero no porque esta sea la garantía segura de la perseverancia, sino como fruto y expresión de su convicción de pertenencia. La disponibilidad del misionero para “ir de un lado para otro” no es una simple opción obediencial, sino la certeza de saberse instrumento en manos de quien dirige la Historia de la salvación. Por eso se suele decir que el misionero vive hondamente la obediencia rebelde de los santos.

Conclusión

Aunque suscitar, discernir y cultivar las vocaciones misioneras supone un servicio de la pastoral vocacional específica, sin embargo ésta debe enmarcarse en el contexto de la pastoral general, puesto que “la dimensión vocacional es connatural y esencial a la pastoral de la Iglesia”. Suscitando la vocación cristiana en toda su dimensión de santidad y de misión, se consigue un terreno preparado para recibir y alimentar la vocación misionera específica. Uno de los medios para coordinar esta labor vocacional en las diócesis, congregaciones religiosas o movimientos laicales sea incorporar al equipo de pastoral vocacional alguna persona que haya vivido la experiencia misionera. Su aportación será sin duda de un valor extraordinario para incorporar cordialmente a la dinámica vocacional algunos de los aspectos esenciales de la misión ad gentes de la Iglesia.

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WebJCP | Abril 2007