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MISIONEROS EN CAMINO: Reino urgente en un mundo de urgencias / Décimotercero Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 9, 51-62 / 30.06.13
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domingo, 30 de junio de 2013

Reino urgente en un mundo de urgencias / Décimotercero Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 9, 51-62 / 30.06.13


Dos partes para el comentario de este domingo. La primera es un fragmento del libro que terminé recientemente sobre el Reino de Dios en los Evangelios. La segunda parte es un intento de hermenéutica sobre esta urgencia del Reino que nos obliga a no ser momentáneos, sino persistentes.

El Reino urgente
Una seguidilla de tres episodios breves de vocación, o quizás no de estricta vocación, están en Lc 9, 57-62. No podemos catalogar a los relatos de vocación, así sin más, ya que combinan elementos de narraciones clásicas vocacionales con otros elementos. A uno de los tres lo llama Jesús, pero los otros dos se quieren sumar por su cuenta al movimiento que se está generando en torno a Jesús. Además, sólo el que es llamado recibe la misión de anunciar el Reino; en los otros dos casos no queda claro si hay una aceptación por parte del Maestro. De todas maneras, más allá de poder o no poner el rótulo de relatos vocacionales, sí es evidente que hay dos temas clave: el discipulado y el Reino de Dios. Combinando ambas claves hermenéuticas arribamos al tópico de la urgencia del Reino. El Reino que predica y practica Jesús es un Reino urgente, inmediato, que necesita acciones efectivas y radicales ahora mismo. Esta urgencia no da lugar a vocaciones momentáneas, entusiastas y pasajeras. No es tiempo para el seguimiento tibio, a medias y esporádico. No es tiempo para hipócritas ni para exitistas. La urgencia del Reino impele a tomar decisiones, a dejarlo todo, a ponerse en camino. La urgencia relativiza los tiempos humanos o los tiempos a los que estamos acostumbrados. La vivencia del Reino que tiene Jesús no da lugar a que otras cosas se antepongan.

Desde esa urgencia se entiende que el Hijo del Hombre no tenga dónde reclinar la cabeza (cf. Lc 9, 58), que viva en los caminos, andando, sin reposo. Cualquier discípulo del Reino debería entender que le espera una vida así, sin cuevas y sin nidos, o sea, sin hogar fijo, sin espacio para acomodarse ni establecerse. Le espera la itinerancia propia de la urgencia.

Así llegamos a la micro-escena que contiene el versículo que nos interesa ahora (cf. Lc 9, 59-60). En este caso, Jesús llama deliberadamente a uno. No tenemos el contexto específico, no se nos ha trazado la escena. Lo importante queda reducido a la voz de Jesús llamando para que lo sigan. Nuevamente el tema de la itinerancia: el Maestro no llama discípulos para que se sienten, sino para lo sigan en el camino, para que se desplacen. Ante esta urgencia surge una preocupación por parte del que es llamado: debe ir a enterrar a su padre. Como no sabemos nada más del contexto escénico, tenemos que suponer que ha muerto recientemente, y posiblemente Jesús lo está llamando al discipulado en medio de su velorio. No lo sabemos a ciencia cierta, pero cuadraría la situación. El hecho de que Jesús lo inste a no hacerlo, a no enterrar a su progenitor, es escandaloso. En el marco de la cultura mediterránea del Siglo I, la acción del enterramiento de los familiares es más que loable. El deber que tienen los hijos para con el cabeza de la familia es inapelable. Deshonrar al progenitor varón constituía una afrenta grave de honor. Por eso, en perspectiva, lo que Jesús invita a hacer es a dejar una de las actividades que constituía el trabajo debido desde los hijos hacia los padres. Jesús hace un convite abierto a romper con la estructura familiar de la época, y a poner por encima de ella su Evangelio.
En la lógica del Reino de Dios, lo urgente es la evangelización, por encima de la concepción familiar exclusivista. Dejar que los muertos entierren a sus muertos es dejar que un modelo limitante como el de la familia patriarcalista (que va más allá de lo meramente familiar y se extiende hacia la idea de raza superior, religión superior o sociedad superior) se entierre a sí mismo. El Reino de Dios está por encima de esos modelos exclusivistas. El Reino de Dios trae la Buena Noticia de la familia universal y de lo absoluto del amor; eso es lo que debe anunciarse urgentemente. Hay, por supuesto, una hipérbole adrede del autor en este caso, pero muy posiblemente la frase pertenezca al Jesús histórico. De todos modos, con hipérbole o sin hipérbole, la escena pone de manifiesto cuáles deberían ser las prioridades del discípulo.

Cristianos de momento
Es posible que Lucas escriba preocupado por los cristianos momentáneos de su comunidad. Parece que varios dicen estar dispuestos a todo, que son capaces de dar la vida, pero salta a la vista que es una hipocresía. Parece que varios prometían con su boca actos heroicos y martiriales que, a la hora de los hechos, no resultaban ser tan así. El Jesús de Lucas redobla la apuesta (o la triplica). El Reino de Dios es tan prioritario, que verdaderamente es necesario plantearse los extremos. El Reino de Dios, en su aceptación, es la ruptura con modelos establecidos dañinos, pero enquistados. El Reino de Dios es, en cierto sentido, romper con lo que uno había asumido como normal. En la cultura mediterránea era romper con el modelo patriarcalista y la exaltación de la casa como ámbito cerrado. Hoy, podría ser romper con el machismo, podría ser romper con el consumismo, o con la moda impuesta. Hoy, podría ser resistirse a la brecha de ricos y pobres. Hoy, podría significar el rechazo de ciertos condicionamientos eclesiales que carecen de fundamento.
Esas rupturas, esas resistencias y rechazos, cuestan caro. Hay que endurecer el rostro para aceptar el Reino de Dios. Implica un discernimiento que, difícilmente, lo realice un cristiano de momento. A veces, pensando, uno puede llegar a la conclusión de la inconveniencia de ser cristiano. Y sin embargo, el modelo del Maestro es el de endurecer el rostro con la decisión tomada. El cristianismo, el seguimiento de Jesús, no es una cuestión social ni un estereotipo. El cristianismo es una decisión de mandíbulas apretadas que plenifica, pero no por eso anestesia. El cristianismo es el contacto crudo con la realidad para que la luz del Evangelio le dé sentido.

No se puede evangelizar desde el entusiasmo superficial ni desde las promesas de experiencias regocijantes en un culto. Se evangeliza desde el convencimiento discernido del seguimiento de una Persona que es capaz de llevar la vida humana a la vida plena de Dios. Se evangeliza en medio de la cruda realidad. Allí se palpa y se vive que la maquinaria global mata a los profetas, que los pobres no tienen dónde reclinar la cabeza tras una eterna jornada de trabajo, que a los muertos por las guerras nadie los entierra, y que muchas familias son capaces de abandonar a sus hijos. Allí se puede llegar a entender que lo absoluto sea para nosotros el Reino de Dios.

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WebJCP | Abril 2007