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MISIONEROS EN CAMINO: Palabra de Misión; Gloria a Dios en las alturas, ¿y en la tierra? / Quinto Domingo de Pascua – Ciclo C – Jn 13, 31-35 / 28.04.13
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domingo, 28 de abril de 2013

Palabra de Misión; Gloria a Dios en las alturas, ¿y en la tierra? / Quinto Domingo de Pascua – Ciclo C – Jn 13, 31-35 / 28.04.13


Pistas exegéticas (qué dice el texto)
El sentido de los tópicos que se mencionan aquí, clásicos de la teología joánica, como la glorificación y el amor, adquieren su sentido pleno en el gran contexto de la última cena, que ha dado inicio en Jn 13, 1. El primer evento de esta cena es el lavatorio de los pies (cf. Jn 13, 2-17). A continuación, el tema de la traición de Judas se hace más evidente, y el redactor le dedica un espacio considerable al relato de las diferentes dimensiones de esta traición: la mirada profética de Jesús (cf. Jn 13, 18-21), la reacción de los discípulos en conjunto ante el anuncio (cf. Jn 13, 22), el trípode Pedro-Discípulo Amado-Jesús (cf. Jn 13, 23-26), la posesión demoníaca de Judas y su salida (cf. Jn 13, 27-30).
En este punto comienza la perícopa litúrgica de hoy. Al finalizar, en el versículo 35, se añade una situación posterior, que es el anuncio que hace Jesús de la negación de Pedro antes de que cante el gallo (cf. Jn 13, 36-38). El discurso que leemos, entonces, queda enmarcado por las dos traiciones de los íntimos.


En este marco, cualquier cosa que pueda decirse es terriblemente profunda y, antropológicamente, es la revelación de lo íntimo del ser humano. Ciertamente, las posturas que se toman en momentos tan críticos, como lo son las traiciones en manos de los seres queridos, ponen de manifiesto las verdaderas convicciones del traicionado. En este caso, a pesar de ser un hombre herido por sus amigos, Jesús sigue hablando del amor.

El pasaje inmediato que hace las veces de inter-texto es el de Jn 12, 23-28. Allí, Jesús exclama que ha llegado la hora de la glorificación del Hijo del Hombre (título cristológico que vuelve a aparecer aquí); esta glorificación, metafóricamente, se da cuando el grano de trigo cae en tierra y muere (imagen para su propia pasión, a la que Judas da inicio con su traición); quien muere para dar fruto, en realidad está amando la vida verdadera, la vida eterna, y no se aferra a esta existencia como lo absoluto (Jesús habla hoy de ir a un lugar a donde no pueden acompañarlo); para alcanzar esa vida eterna es necesario ser servidor (como lo explica plásticamente el gesto del lavatorio de los pies), como es servidor el Hijo del Hombre dando la vida; mediante ese servicio, el Hijo glorifica al Padre y el Padre glorifica al Hijo.

El lavatorio de los pies aparece como clave hermenéutica de la pasión de Jesús, y de toda su vida. Su convencimiento está en la transmisión de la vida de Dios. El Hijo ha venido al mundo para que lo seres humanos participen en la dinámica de la vida de Dios, que es amor. El amor se expresa de muchas maneras, pero su máxima y definitiva palabra está en el martirio. En la misma situación de los discursos de la última cena, Jesús les dirá a sus íntimos: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Jn 15, 13).

Jn 15, 12 les repite el mandamiento que tenemos en Jn 13, 34. Este es el mandamiento nuevo y propio de Jesús. Para ser claros, no podemos afirmar que el amor sea ajeno al Dios reflejado en el Antiguo Testamento, y por eso es preciso aclarar qué significan estas dos cualidades. Lo nuevo no es un invento jesuánico, sino la calidad de ese amor. Es novedoso porque no se rige por las leyes del amor social y legislativo de amar a quien nos corresponde, o devolver bien por bien, o amar a los que piensan igual, creen igual y nos aceptan. El amor propuesto por Jesús es, como bien lo supo expresar Mateo, amar a los enemigos (cf. Mt 5, 44), “porque si aman a los que los aman, ¿qué recompensa van a tener?” (Mt 5, 46a). En esta línea podemos entender, también, que Jesús se apropie del mandamiento como suyo. Él puede apropiárselo porque lo ha hecho carne, ha amado a los enemigos, ha dado la vida por aquellos que se la quitan.

En Jn 15, 13 Jesús asegura que nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por los amigos. Así a secas, sin contexto, este versículo parece contradecir lo que acabamos de presentar. ¿No tendría mayor amor el que da la vida por los enemigos? Pues bien, la frase cambia de sentido cuando recordamos que, al inicio de la cena, las traiciones de Judas y Pedro se hicieron evidentes y palpables. Ahora podemos decir que nadie tiene mayor amor que aquel que da la vida por los amigos, aún y sobre todo, cuando éstos lo han traicionado.

Pistas hermenéuticas (qué nos dice el texto)
¿Cómo se glorifica, Dios, entonces? En el amor. No se glorifica en la venganza, en el poder destructivo, en su condición soberana, en su eternidad ni en su omnipresencia. La gloria de Dios es el amor. Y el Hijo, que da gloria a Dios, ama hasta el extremo de ser fiel a ese amor, aún cuando todo indica lo contrario, cuando la traición de los amigos demuestra que el amor puede no ser correspondido, y que quien ama con pasión puede terminar asesinado. Persistir en el amor, a pesar de esta situación contraria, a pesar de experimentar, de primera mano, que el amor es rechazado, es glorificar a Dios. A veces predomina la imagen celestial de la gloria, del éxito, del triunfo aplastante. Y en Jesús tenemos la imagen terrenal de la gloria, que se hace parábola en el lavatorio de los pies. Dios se glorifica sirviendo, en la cruz, en la entrega, en la vida dada.

¿Y cómo se glorifica el humano, entonces? ¿Es válido pensar en la glorificación humana? De alguna manera, el título cristológico de Hijo del Hombre apunta en la dirección de la plenitud humana. El Hijo del Hombre es el Humano Pleno. En el Evangelio según Juan, este episodio que leemos hoy es la última oportunidad en que se utiliza el título hasta el final del libro. Y considerando la clásica división del Evangelio en dos partes, la primera hasta el final del capítulo 12 (el libro de los signos) y la segunda a partir del capítulo 13 (el libro de la hora), esta es la única mención de la segunda parte al Hijo del Hombre. Jesús, el Humano por excelencia, revela que el Hijo del Hombre se glorifica lavando los pies y siendo fiel a pesar de la traición de sus amistades. En esa trama, la verdadera glorificación se da cuando ocurre el abajamiento o la des-glorificación social. Si para el mundo es glorioso el triunfador, el rico, el que ostenta el poder, el que manda sobre otros; para el Evangelio es glorioso el que sirve, el que fracasa por ser fiel a Dios y al Reino, el pequeño, el pobre, el que se hace último, el que da la vida. Es glorioso el que ama y no deja de amar, aunque alrededor todo invite a abandonar la fidelidad.

El mandamiento nuevo es un cimiento eclesiológico y misionológico. ¿Cómo damos a conocer al Maestro que seguimos? Amando. ¿Cómo predicamos el Evangelio? Amando. ¿Cómo concretamos la utopía del Reino? Amando. Esta novedad del mandamiento del amor exige una transformación en consecuencia. Si es novedoso, quiere decir que los cánones antiguos y establecidos jurídicamente para amar no sirven, han caducado. Este es un amor nuevo porque, para la Iglesia, significa amar a sus detractores, esos que con mala saña buscan desprestigiar la comunidad; significa amar a los que abandonan la comunión; significa amar al que piensa distinto, al de teología diferente, al que celebra con otro rito. La propuesta es ser Iglesia desde la eliminación de los grandes anatemas hasta el perdón de las actitudes cotidianas que lastiman. Verdaderamente, nadie está exento de amar al otro, ni en el Vaticano ni en la pequeña comunidad eclesial de base del barrio.

Pastoralmente, gran preocupación de la Iglesia es cómo presentar no sólo el Evangelio del Reino, sino a su revelador: Jesús. ¿Qué decir de un hombre que parece haber sido reducido a un judío profeta, itinerante, místico e inconformista de hace veinte siglos? Quizás convenga presentarlo desde esta dinámica de fidelidad al amor que lo llevó a permanecer convencido de Dios hasta en el peor momento. Cualquiera puede reconocer, hace dos mil años o ayer mismo, que la traición del amigo es demasiado dolorosa como para seguir confiando y creyendo. Pues bien, Jesús es ese que confió y creyó cuando los amigos lo traicionaban, y no contento con eso, los siguió amando hasta el final, sin renunciar ni rechazar las consecuencias de ese amor, en el peor de los casos para el que ama, que es no ser correspondido. Jesús es más que un judío gustoso de caminar; Jesús es el modelo de la humanidad nueva y plena, capaz de amar a pesar de los disgustos y las decepciones. La humanidad nueva puede transformar el mundo y las relaciones, puede soñar con la paz, con la dignidad igualitaria, con la justicia omnipresente, con el Reino de Dios. La humanidad nueva ama, y lo demás viene por añadidura.

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WebJCP | Abril 2007