Domingo de Ramos (Lc 22,14–23,56) - Ciclo C
1.- Estaréis de acuerdo conmigo, mis queridos jóvenes lectores, que dos importantes y alegres fiestas cristianas, Navidad y Pascua, se han degradado en muchos lugares, por haberse dejado dominar por la cultura capitalista-burguesa. Los regalos de Reyes, papas Noel, monas, huevos o conejitos de Pascua, adquieren tal importancia para el comercio, que no quiere perder la ocasión y, en consecuencia, no da tiempo, ni hay manera de vivir las solemnidades, con profundo sentido cristiano.
2.- El Domingo de Ramos, en la mayor parte de lugares, todavía no nos lo han arrebatado (he de reconocer que donde vivo y sus alrededores, no es del todo cierto lo que os decía. Cada año observo matrimonios con su hijito y una palma de adornos y rizos, que se limitan a llegar, estarse un momento y marchar corriendo a casa, no sin antes fotografiarle, que parece es un rito que deben obligatoriamente guardar en el álbum). Pese a lo que os decía, cuando los niños y mayores se han proveído de ramas de palmera, de olivo, laurel o cualquier árbol y rodean al sacerdote que bendice, y ellos alegres los agitan, mientras cae el agua bendita sobre ellos, que los elevan cuanto pueden, para después escuchar desde el improvisado ambón, proclamar la Palabra de Dios, cantando de inmediato algún himno de alabanza, algo cala en el interior, que conmueve el corazón. Es cierto esto para aquellos que no han matado el niño que todos llevamos en nuestro interior y nos enriquece con la ingenuidad. Para los que saben que cualquier gesto simbólico, teñido de sentido sagrado, es alimento espiritual que enriquece a la totalidad de la persona.
3.- El camino de la entrada de Jesús en Jerusalén, lo he recorrido, de subida y de bajada, bastantes veces. Por TV he visto como lo celebran allí cada año y me ha emocionado. La falda del Olivete es un maravilloso escenario, que proyecta la imagen y difunde las canciones, por todo el valle del Cedrón, devolviéndolas, al chocar en las murallas, en forma de eco.
Lo que os cuento no es por pura anécdota. A nuestra Fe, mayor o menor, le falta en general alegría, satisfacción, gozo y optimismo. Lamento también que algunos quienes tratan de vivir y revivir el Evangelio y lo hacen encerrándose, reservando la celebración de los misterios de nuestra salvación a su grupito, llegando a cerrar las puertas, para que nada de los demás les altere, olvidando que con ello pueden caer en maligna anorexia espiritual. Una de las preocupaciones del hasta hace poco nuestro Papa Benedicto XVI, fue la división que había en nuestra santa Madre Iglesia, lo manifestó explícitamente en sus últimas intervenciones.
4.- Vuelvo al hecho evangélico que celebramos hoy. Si muchos fueron los que observaron las multiplicaciones de los panes y los peces, esta solemne entrada, fue incomparablemente más abierta, más vistosa, más proclamadora de venideros tiempos de salvación. Niños, discípulos galileos, doctores y potentados políticos, todos ellos, pudieron gozar del espectáculo. O sufrirlo, víctimas de su envidia, que de todo hubo.
5.- A quienes querían que fuera reservado, prudente y precavido, les advirtió: si estos callan, hablarán las piedras. Unos con ramos, otros extendiendo sus mantos, montado Él sobre el sencillo burro, para que todos pudieran verle, así ocurrió. De equivalente manera debe ser, mis queridos jóvenes lectores, la alabanza que tributemos al Maestro: notoria, alegre, comunicativa. Nada de cuchicheos entre amiguetes, por mucho que puedan pertenecer a círculos que se llamen cristianos.
6.- Hace años, ejercía mi ministerio sacerdotal en cierta urbanización, apartada de carreteras generales. Esta primera parte de la liturgia, se celebraba en una ermita. En acabando, subíamos a los coches y partíamos, sonando los cláxones y sacando los ramos por las ventanillas. Los que no habían asistido, se enteraban de que los cristianos estábamos contentos, que algo grande nos alegraba, y sonreían. Acabada esta automovilística procesión, entrabamos en la iglesia y, unidos a la tradición de la iglesia romana, proclamábamos la Pasión del Señor y acabábamos el encuentro, partiendo, repartiendo y compartiendo la Eucaristía.
7.- Fiesta y reflexión. Dos realidades genuinamente humanas. No desaprovechéis la ocasión. Guardad, si os parece, el ramo, o un fragmento, en vuestra habitación o estudio, que os reclame este humilde objeto, el testimonio, la valentía y el coraje del que nos dio muestra el Señor y al que le debemos ser fieles.
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