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MISIONEROS EN CAMINO: ¿ESTAMOS BIEN… PERDIDOS?: IV Domingo de Cuaresma (LC 15, 1-3.11-32) - Ciclo C
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sábado, 9 de marzo de 2013

¿ESTAMOS BIEN… PERDIDOS?: IV Domingo de Cuaresma (LC 15, 1-3.11-32) - Ciclo C


La conversión es la vuelta a Dios y, por el contrario, la perversión es aquello que nos aleja de Él, de su casa, de su Palabra o de su presencia.

1.- Estamos de lleno metidos en la Santa Cuaresma y a pocos días ya de iniciar la Semana Santa. El Señor –con la parábola del hijo pródigo- nos hace comprender que, no sólo es paciente sino que, cuando regresamos, salta de gozo y de alegría. El júbilo de Dios, al contrario del de muchos de nosotros, es una alegría por aquel que vuelve, por aquel que se libera de las garras de la mediocridad o de la frialdad del mundo para retornar y vivir definitivamente en la Casa del Padre. ¿Sentimos esto así? ¿En qué nos hemos alejado de Dios? ¿Tal vez, con frecuencia, no nos acomodamos a una vida perdida y sin Dios?


La parábola del Hijo Pródigo es el canto a la misericordia de Dios. Alguien, y con cierta razón, ha llegado a afirmar que es la mejor fotografía del Señor. Dios es amor.

2.- Cuando nos marchamos lejos de Dios echándonos en manos de tantas seducciones que nos adormecen o engañan, no solamente vamos nosotros. Dios, mejor dicho, su corazón de Padre, va donde nosotros nos vamos. Lejos de abandonarnos, Dios, nos acompaña en esas situaciones en las que nos encontramos frecuentemente traicionados, despreciados, minusvalorados o huérfanos. Nos parecía encontrar a….y resulta que…

Dios, cuando miramos hacia atrás para buscarle, siempre sale a nuestro encuentro. Brinca de gozo porque, como hijos, nos recupera. Prepara, una auténtica fiesta, porque para Él es más importante el retorno que aquel momento de deserción. Puede más la misericordia que el ajuste de cuentas. Salta a la vista su mano abierta y queda a un lado el reproche. El padre de la parábola, con aquel hijo que cortó por lo sano (con la educación recibida, con su familia, trabajo, responsabilidad, etc.) marchó corriendo detrás de Él (aunque el hijo no lo supiera) y, el hijo cuando regresó encontró, sin fisura alguna el mismo amor que sin miramiento alguno dejó atrás.

3.- Dios, a ninguno de los que creemos en El, nos fuerza a quedarnos bajo su amparo. Somos libres para creer y, tenemos libertad, para dudar de Él. Lo que nunca conseguiremos, y ese es el propósito del hijo mayor que refunfuñaba con la vuelta de su hermano, es cambiar el corazón del Padre, los sentimientos de Dios, su bondad infinita, sus brazos siempre abiertos a nuestra vuelta.

En cuantos momentos, consciente o inconscientemente, dejamos la seguridad de Dios para ir en búsqueda de otros dioses, de otros “padres” que van arruinándonos por dentro y por fuera. Y, en cuántas ocasiones, después de haber sido utilizados a merced de esos ídolos –cuando ya no hemos sido útiles- nos han dejado escorados en nuestra propia miseria. ¿O no? Es, en esos momentos de despiste o de tragedias personales, cuando nuevamente nuestros ojos comienzan a mirar y anhelar la casa del Padre, añorando su presencia, su cercanía o su amparo.

4.- Tal vez el hijo pródigo, está representando a esta sociedad nuestra (caprichosa e independiente) que intenta crearse un futuro sin Dios. Sin más pretensión que un mundo sin valores eternos o sin referencia a un Absoluto. ¿Es bueno? Creo, sinceramente, que no. En todo caso, la autodestrucción del hombre a manos del propio hombre, se acelera cuando nos alejamos del corazón de Dios.

Que el Señor, con su cruz, nos haga visualizar, entender, comprender y vivir el inmenso amor que Dios nos tiene.

5.- QUE VUELVA, SEÑOR

De mi vida, vacía e inquieta,
soñadora y excesivamente idealista.

QUE VUELVA, SEÑOR

De mi soberbia que me impide acoger tu bondad
De mi mundo, que me distancia de tu reino
De mis miserias, que estorban mi perfección

QUE VUELVA, SEÑOR

De aquello que me hace sentirme
seguro y dueño de mi destino
De toda apariencia que me engaña
y me hace darte la espalda


QUE VUELVA, SEÑOR

De toda pretensión de malgastar
arruinar o desaprovechar mis días.


QUE VUELVA, SEÑOR

A tu casa, que es donde mejor se vive
A mi casa, que es tu casa, Señor
A tus brazos, que sé me echan en falta
A tus caminos, para que no me pierda
A tu presencia, para que goce
de la fiesta que me tienes preparada


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WebJCP | Abril 2007