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domingo, 10 de marzo de 2013

El Dios de Jesús y el nuestro ¿son el mismo Dios?

4º Domingo de Cuaresma. Ciclo C. 10 de Marzo de 2013
Publicado por Antena Misionera Blog

Evangelio: Lucas 15, 1-3. 11-32.

El 24 de marzo de 1980 Mons. Óscar Romero era asesinado. Ocho días antes, el 16 de marzo, se celebraba el 4º domingo de Cuaresma. Se leía la parábola del hijo pródigo, igual que este domingo. En su homilía Mons. Romero decía entre otras cosas, que aludían a la situación de El Salvador, estas palabras:

“Más que predicar, cuando se trata de esta parábola, yo digo que preferiría que nos sentáramos en silencio y recordáramos que esas páginas del hijo son nuestra propia historia individual. Cada uno de ustedes, así como yo, podemos ver en la parábola del hijo pródigo nuestra propia historia, que se reduce siempre al proyecto que decíamos del Viejo Testamento, un cariño de Dios que nos tiene en su casa y una ruptura caprichosa y loca de nosotros por irnos a gozar la vida sin Dios, el pecado. Y una espera de Dios, esperando el día en que el hijo llegue; y cuando el hijo, tocado por la miseria, por el abandono de los hombres, se acuerda que no hay más amor que el de Dios, vuelve, y a ese Dios que debía de encontrar resentido o de espaldas lo encuentra volteando hacía él con los brazos extendidos dispuestos a hacer una fiesta por el retorno.”.



Quisieron callar una voz que denunciaba la injusticia y el sufrimiento, y lo hacía desde la profunda convicción de que Dios siente un gran cariño por los hombres, por cada persona, especialmente por los que sufren y por eso no puede quedar impasible frente a cualquier dolor humano.

Las palabras de Mons. Romero nos invitan a preguntarnos si la imagen que nosotros tenemos de Dios coincide con la imagen que de Él tenía Jesús y que nos transmitió en sus parábolas, en sus obras, en sus enseñanzas.

Jesús no quería que las gentes de Galilea le sintieran a Dios como un rey, un señor o un juez. Él lo experimentaba como un padre increíblemente bueno. En la parábola del «padre bueno» les hizo ver cómo imaginaba él a Dios.

Dios es como un padre que no piensa en su propia herencia. Respeta las decisiones de sus hijos. No se ofende cuando uno de ellos le da por «muerto» y le pide su parte de la herencia.

Lo ve partir de casa con tristeza, pero nunca lo olvida. Aquel hijo siempre podrá volver a casa sin temor alguno. Cuando un día lo ve venir hambriento y humillado, el padre «se conmueve», pierde el control y corre al encuentro de su hijo.

Se olvida de su dignidad de «señor» de la familia, y lo abraza y besa efusivamente como una madre. Interrumpe su confesión para ahorrarle más humillaciones. Ya ha sufrido bastante. No necesita explicaciones para acogerlo como hijo.

No le impone castigo alguno. No le exige un ritual de purificación. No parece sentir siquiera la necesidad de manifestarle su perdón. No hace falta. Nunca ha dejado de amarlo. Siempre ha buscado su felicidad.

Él mismo se preocupa de que su hijo se sienta de nuevo bien. Le regala el anillo de la casa y el mejor vestido. Ofrece una fiesta a todo el pueblo. Habrá banquete, música y baile. El hijo ha de conocer junto al padre la fiesta buena de la vida, no la diversión falsa que buscaba entre prostitutas paganas.

Así le sentía Jesús a Dios y así lo repetiría también hoy a quienes olvidados de él, se sienten lejos o comienzan a verse como «perdidos» en medio de la vida.

Cualquier teología, predicación o catequesis que olvida esta parábola central de Jesús e impide experimentar a Dios como un Padre respetuoso y bueno, que acoge a sus hijos perdidos ofreciéndoles su perdón gratuito e incondicional, no proviene de Jesús ni transmite su Buena Noticia de Dios.

Quizás hoy, los cristianos tendríamos que preguntarnos si creemos en el mismo Dios en el que creyó Jesús de Nazaret.

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WebJCP | Abril 2007