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MISIONEROS EN CAMINO: La pesca más graciosa de la historia / Quinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 5, 1-11 / 10.02.13
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domingo, 10 de febrero de 2013

La pesca más graciosa de la historia / Quinto Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo C – Lc 5, 1-11 / 10.02.13


Pistas de exégesis (qué dice el texto)
En Lc 4, 42-44 la gente busca desesperadamente a Jesús y quieren retenerlo, pero Él es conciente de que debe anunciar la Buena Noticia en otros lados, y por eso se va “predicando por las sinagogas de Judea”. Tras esto encontramos el texto que leemos hoy. La fama de Jesús se está expandiendo, está realizando los primeros recorridos como profeta itinerante, tiene un grupo de seguidores aún no definido con precisión, entendido más bien como oyentes ocasionales o pre-discípulos. Las masas están con Él (exceptuando sus paisanos de Nazareth) porque habla con una autoridad distinta y porque sana (cf. Lc 5, 15).

Simón, Santiago y Juan, cuando comienza la escena de este domingo, no son los apóstoles ya definidos que tenemos en nuestras mentes. A Jesús lo conocen; ha estado en casa de Simón y quitó la fiebre a su suegra, pero sus vidas continúan, sus trabajos están en pie, no son itinerantes como el Maestro, no lo han dejado todo. Ciertamente, cuando acaba el relato de hoy, su condición es distinta, ya son discípulos con todas las letras, han dejado las barcas y le siguen.


¿Pero es posible hablar de un relato vocacional estricto? El Maestro no los llama como, por ejemplo, a Leví, con el clásico sígueme (cf. Lc 5, 27). Y tampoco encontramos la construcción literaria del Evangelio según Marcos: vengan conmigo (cf. Mc 1, 17). Quizás no estemos ante un relato vocacional estándar; lo que Lucas plantea en pocas líneas es el agrupamiento de unos tres acontecimientos que se fueron sucediendo con no tanta rapidez en la historia de los discípulos. Un primer acontecimiento pudo haber sido la predicación de Jesús en Cafarnaún (que el relato sintetiza en los primeros versículos); el segundo momento sería el de los signos (milagros) del Reino, autoridad e identidad de Jesús (que para esta escena es la pesca milagrosa); finalmente, el tercer momento sería la conversión/vocación para seguir a Jesús (final del relato). En términos estrictos de la historia científica, estos tres momentos, seguramente, no estuvieron agrupados como los presenta Lucas, puesto que Simón ya ha escuchado a Jesús y ha visto cómo era sanada su suegra, pero a los fines pedagógicos, la escena muestra el cambio rotundo que ocurre desde la situación inicial a la final; cambio que es obra de la gracia.

La presencia de lo gracioso (lo referente a la gracia) es este pasaje es fundamental. El primer signo de ello es la pesca fuera de horario. Simón y sus compañeros saben, porque es su oficio, que deben trabajar de noche, puesto que en ese horario se obtiene la mayor cantidad de frutos del mar. Sin embargo, Jesús les ordena volver al mar cuando ellos ya lo han intentado toda la noche, e inclusive, no han conseguido nada. Es un despropósito. Sólo la gracia puede hacer un éxito de esa pesca. Y lo hace. La pesca es tan abundante que las redes amenazan romperse. Lo que no habían conseguido durante toda una noche de trabajo, se multiplica más allá del límite de lo razonable y de lo esperable.

Simón capta la sobrenaturalidad del hecho. Capta el regalo que viene a significar lo abundante. No está ante la presencia de cualquier aldeano, ni tampoco es un insano aquel que le ha pedido la barca para predicar. En el reconocimiento de lo distinto y superior, Simón pide al Señor que se aleje, reconociéndose pecador, creyéndose indigno de tamaña presencia en su precaria barca. Pero nuevamente, la gracia de Dios revierte ese movimiento de Simón. Cuando él dice aléjate, Jesús responde no temas. Cuando Simón se declara pecador/indigno, Jesús lo declara pescador de hombres, digno del Reino.

Los títulos que aplica Simón a Jesús en este pasaje muestran el asombro/temor que causa la acción divina, la gracia que se manifiesta en la pesca. Mientras que antes del milagro lo llama jefe o instructor (epistates en griego, aunque la mayoría de las versiones en español traducen maestro), tras la pesca abundante lo reconoce como Señor (kyrios en griego), título que la traducción griega del Antiguo Testamento (la Septuaginta) utiliza para referirse a Dios.
Es interesante que el término jefe (epistates) sólo es mencionado por Lucas en todo el Nuevo Testamento, y lo hace en seis oportunidades. De esas seis veces, tres están insertas en frases de Simón: el episodio que leemos hoy es una; luego cuando la hemorroísa lo toca entre la multitud y Jesús pregunta quién lo ha tocado, a lo que Pedro le hace notar que hay demasiada gente apretándolo (cf. Lc 8, 45); finalmente, durante la transfiguración, cuando Pedro sugiere armar tres carpas para quedarse en el monte (cf. Lc 9, 33). Y en estas tres escenas, Simón no se lleva todo el protagonismo entre los discípulos, sino que está acompañado de Santiago y de Juan (cf. Lc 5, 10; Lc 8, 51; Lc 9, 28).
No es fácil encontrar el hilo que une estas coincidencias textuales, pero sin dudas que en las tres hay manifestación de lo divino y un grado de desconcierto por parte de los apóstoles, que son invitados a pescar en la hora inadecuada, que son interrogados sobre quién pudo haber tocado al Maestro entre la multitud que lo apretaba, y que presencian la transfiguración de Jesús acompañado de Elías y Moisés. Quizás, el término acompañe el estupor de aquellos que no llegan a leer en la persona de Jesús su divinidad, hasta que realizan la lectura adecuada.

Un relato similar a éste de la pesca milagrosa lucana podemos encontrarlo en el Evangelio según Juan, en su capítulo 21. Allí se nos narra cómo siete discípulos, habiendo ya acontecida la pascua, salen a pescar (cf. Jn 21, 2-3); Jesús se les aparece y les pide algo para comer, pero ellos contestan que no han pescado nada esa noche (cf. Jn 21, 4-5); entonces, el Resucitado les indica echar las redes a la derecha de la barca, “la echaron, pues, y ya no podían arrastrarla por la abundancia de peces” (Jn 21, 6).

Pistas hermenéuticas (qué nos puede decir hoy)
Las dos pescas milagrosas, la pre-pascual (Lucas) y la post-pascual (Juan), son relatos vocacionales que no siguen el estilo clásico. Nuestras vocaciones, personal y comunitarias, tampoco lo hacen, tampoco responden a un esquema definido. Lo único que permanece siempre es Jesús que llega a nuestras vidas de alguna manera. La conversión es un proceso y un re-proceso. Al primer encuentro con el Cristo le siguen otros encuentros más profundos. La pascua se nos hace patente muchas veces hasta que vamos profundizando el misterio para reconocer la pesca en diferentes perspectivas. Somos pescadores de hombres aquí y ahora escatológicamente, pescadores en el mundo para cambiar el mundo, pescadores que lo dejan todo para tenerlo transformado. Somos pequeños pescadores en un mar inmenso.

Y el secreto de la pesca no es la carnada ni la caña ni la red. El secreto es la gracia. La pesca es abundante porque se hace en la Palabra de Dios, efectiva y graciosa. Cuando la Iglesia cree que el pescador, la barca o la red son más importantes que la acción gratuita de Dios, se pasa la noche entera sin resultados. Una Iglesia que no descansa en la Palabra predicada a las gentes, que no cree en el encuentro que propicia la Biblia leída en cada barrio, en cada casa, en cada hogar, malogra la pesca. Hay que dejar que la gracia de Dios se filtre, que los llamados vocacionales se des-estructuren, que la pascua afecte las cosas desde su ilógica realidad.
Generalmente, lo que a nadie se le ocurriría hacer, es lo que debería hacerse; lo que nadie querría predicar, es sobre lo que hay que hablar; los lugares donde la pesca suele ser escasa, es donde deben echarse las redes; las personas que supuestamente no tienen vocación, son las que más han escuchado esa Palabra de Dios que es amor gratuito.

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WebJCP | Abril 2007