1.- Llegó a Nazaret, empezó a buscar a gente que aunque no conocía, estaba seguro de que vivían en aquel pueblo. Por más que hayamos oído que le llamaban ciudad, la realidad era muy otra, no llegaban a medio millar los que allí vivían. Todos, pues, se conocerían, se tratarían y en un momento u otro, se enojarían y ayudarían. Por mucho que pudieran enfadarse a ratos, envidiarse y criticarse, tendrían tratos personales y le podrían proporcionar detalles de la vida de aquella que iba a incluir en su historia. Era un encargo que le había dado Pablo, su maestro. Pese a que por su nacimiento en Antioquía, él no era propiamente judío, en aquel tiempo la gente viajaba y se mezclaba, sin que hubiera barreras que los separasen. Se daba la circunstancia de que él, profesionalmente, era médico y por afición artista, pintor (incluso un diseño mural muy antiguo de María, en las catacumbas de Priscila en Roma, según la tradición, le es atribuida al investigador del que estoy hablando) para otros era escultor. Podemos estar seguros de que era un hombre inquieto, introducido, o al menos relacionado, con los íntimos del Señor. Un hombre culto e ingenuamente devoto. Uno de esos sabios que, pese a haber estudiado e investigado, no han matado al niño que todos llevamos dentro. Así, en este estado de ánimo, se encontraba en Nazaret para recoger noticias que añadiría a las que había acumulado por tierras del sur.
2.- En el Israel de entonces, pese a estar férreamente gobernado por la unificadora autoridad de la Ciudad de Roma, subsistían las antiguas desconfianzas que habían dividido al pueblo escogido entre las tribus asentadas al norte, en la fértil Galilea, y la porción ocupada en el sur por Judá, Benjamín y los dominadores del Templo de Jerusalén, sacerdotes y levitas, centro de la vida religiosa de ambos reinos, pese a los intentos de escisión edificando el de Dan, junto a la frontera del Líbano.
Ahora bien, el pueblo había olvidado su lengua propia: el hebreo y coloquialmente se expresaba en arameo, lengua que compartía con sus vecinos. Quien quería codearse con gente importante debía saber griego y hasta para entenderse con la tropa romana y no suscitar recelos, era conveniente saber algo de latín. Lucas, nuestro investigador reunía las mejores condiciones y cualidades para introducirse en todos los ambientes y cumplir la misión que le había llevado a aquella tierra.
3.- Había logrado en Jerusalén encontrase con María. Dolorido su corazón por la pérdida primero de su marido y después la de su querido Hijo, recibió tal transfusión de Gracia cuando lo tuvo resucitado, que contaba y repetía sus vivencias íntimas, sin el menor rencor, ni timidez. Es lo primero que le sorprendió a Lucas. La verdad sea dicha, que le gustaba mucho más hablar de su infancia y juventud, que de la prueba a la que se la había sometido en su madurez, cuando su Hijo fue ajusticiado.
4.- Con candor y cierta honesta vergüenza, le había contado aquel momento. Ella no sabía cuanto había podido durar el encuentro con Gabriel. Sonreía al decirle que al principio, allá en la fuente donde había ido a buscar agua, había huido y tratado de esconderse. Una joven como ella, de recién doce años cumplidos, era incapaz, y ni siquiera contestar, a un desconocido en público. Marchó apresuradamente a su casa. Nadie en aquel momento estaba allí. Entró un poco desconcertada todavía y al volverse, estupefacta, comprobó de inmediato que aquel joven era algo más que un doncel de buen ver. Sintió vergüenza al escuchar el saludo, se atrevió a preguntar. Pese a su timidez, era una chica espabilada e inquieta. Sin enojo y con toda la claridad y convicción que era capaz, le confió que el encargo estaba personalmente dirigido a ella por el Altísimo, que en ella se había fijado con mimo. Evidentemente, no cabía otra cosa que decir que sí y de inmediato le comunicó al otro, que había comprendido era un Ángel de rango superior, que ignoraba hasta entonces que pudiera ser la escogida, dada su pequeñez, pero que, si así lo había dispuesto el Señor-Dios, que mandara y dispusiese.
5.- Vuelvo al principio. Les dijo a los vecinos que por quien les preguntaba era por una mujer llamada María, viuda de un tal José, el llamado Justo. Hacía un tiempo que se había alejado del lugar. Ciertamente la conocía todo el mundo. No la añoraban ya que nunca había tenido especial protagonismo. No había tenido hijos, excepto uno que de este sí que hablaban todos. Había sido un buen artesano, devoto en la sinagoga, interesado allí donde pudiera aprender algo, sin buscar éxitos de renombre. Inexplicablemente, no se había casado y su vida la había vivido en el recinto familiar. De la ayuda de los tres se podía contar cuando hubiera alguna necesidad. Aparecían, echaban una mano, compartían luego con todos y discretamente desaparecían. He dicho que no la añoraban, pero sin duda se acordaban de ella y hasta la echaban en falta cuando observaban tristes algún mal proceder. Porque lo curioso del caso es que nadie le conocía ningún defecto, ni fechoría, por pequeña que fuera.
6.- Como estaban en confiada reunión y gozando de hablar confidencialmente, Lucas les contó lo que él sabía, por sus investigaciones en Jerusalén. Ellos al principio quedaron boquiabiertos. Se miraron, cuchichearon y por fin uno se atrevió a decir: lo que nos has contado y por lo que nosotros recordamos, parece como si María fuera idéntica a la madre Eva, cuando salió nuevecita de las manos de Dios. Nunca se nos ocurrió pensarlo…
Lucas les dijo: tenéis razón: a vuestra conciudadana, la podéis llamar la nueva Eva, con la diferencia respecto a la esposa de Adán, que ni siquiera entró en la tentación de escoger lo prohibido.
--Y nosotros que no le dimos ninguna importancia… susurró uno de los asistentes.
--No os preocupéis, añadió Lucas. Por lo que la he conocido, estoy seguro de que ella a ninguno de vosotros os olvida, y por lo que estoy intuyendo en mis investigaciones, por lo que me cuentan los que han estado muy próximos a Ella, se le ha encomendado la labor de interceder ante su Hijo, no solo por vosotros, sino por todos los hombres.
Si hubieran sido tiempos actuales, de inmediato, el alcalde y su consistorio, hubieran tomado la decisión unánime de nombrarla hija predilecta. Pero no os lamentéis por ello. Lo que os toca, mis queridos jóvenes lectores, es nombrarla con sinceridad, madre predilecta vuestra y, en consecuencia, amarla mucho, mucho y confiar en su protección.
(Os podéis preguntar vosotros, mis queridos jóvenes lectores, ¿en qué lengua se expresó Gabriel, el arcángel embajador extraordinario? Nadie os podrá responder. Os confío alguna reflexión que me he hecho y aprendido. Si hubiera hablado fonéticamente, tal vez podía surgir la duda de que hubiera sido un sueño o una pesadilla febril. Si el método fue divino, algo semejante a una intuición genial, la duda no podía existir. Cuando se lo explicó a Lucas, diría en arameo que la saludó como era habitual entonces: shalon lak, Mirian. O sea: paz contigo, María. Lucas, al redactar en griego puso: Jaire, es decir, alégrate (lo que deseaban los helenos eran fiestas y olimpiadas). Cuando el texto se tradujo al latín, los romanos ya habían impuesto la paz, tenían suficientes diversiones en el circo y lo único que les podía hacer falta era la salud, de aquí que en se diga: salve. En francés acertadamente, han traducido: yo te saludo. Tal vez nosotros deberíamos decir: buenos días, María, o buenas noches. A nosotros lo que nos falta es tiempo, pero reconozco que sonaría mal. Os confieso que yo, en mi rezo diario individual, siempre digo: yo te saludo María, llena eres de Gracia…)
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