Unos le llamaban Hijo de David sin que nada en su exterior diera signos de realeza; los maestros de la época lo consideraban rabino como ellos; los más atrevidos le decían "Señor", y se postraban de rodillas dirigiéndole la súplica de turno. "Pasó la vida haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo" (Hch 10,38). No mandó aprender de memoria ni cánones, ni libros, ni discursos propagandísticos. No dejó escrito nada, ni siquiera sus memorias; de escribir se encargarían más tarde sus discípulos.
A pesar de ello, todos lo consideraron Maestro, con una autoridad e impronta personal que no tenían los doctores del tiempo.
El, sin embargo, prefería que lo reconocieran como "amigo" a secas. Como tal había pasado por la vida: con la mano tendida hacía todos, con el dedo denunciando la opresión del pobre; con la voz, la amenaza y el gesto adusto de quien lucha contra la hipocresía y anuncia una nueva sociedad: la sociedad del amor mutuo.
Como amigo no tuvo nunca secretos: todo lo que había dentro de si lo comunicó, lo compartió. Al final, en su última cena, lo dejó dicho claramente: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15).
Un amigo: esto fue Jesús. Amigo que ama hasta el colmo, dispuesto siempre a servir, sin secretos ni trastienda ni dobles intenciones; amigo que da y se da hasta perderse. Algo que, según el libro del Eclesiástico (6,14) "no tiene precio ni se puede pagar su valor: quien lo encuentra, encuentra un tesoro".
Daba su amistad a cuantos la aceptaban; la brindaba a todos. Sólo ponía una condición: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando"(Jn 15,14). Y lo que mandaba era algo realmente difícil de mandar y que, si no surge de dentro, por mucho que se mande no se realiza: "Que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 15,12). No hay amistad sin amor, ni amor sin comunicación, ni comunicación sin entrega total, ni entrega sin situarse al mismo nivel de la persona amada, dejando títulos, privilegios, derechos o superioridades.
Enseñó a sus discípulos todo lo que había oído de su padre-Dios; en resumidas cuentas: que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y ha nacido para ser libre y amar y que, al final, todo se reduce a esto; sin esto nada tiene sentido desde el principio.
Después de aquella cena -la última- sabemos lo que pasó: el odio del mundo lo quitó de en medio. Sus verdugos, sin saber lo que hacían, lo colocaron en lo alto de un monte para que todos, al mirarlo, aprendiéramos el camino de la amistad y del amor. Los demás caminos son callejones sin salida para el corazón humano.
A pesar de ello, todos lo consideraron Maestro, con una autoridad e impronta personal que no tenían los doctores del tiempo.
El, sin embargo, prefería que lo reconocieran como "amigo" a secas. Como tal había pasado por la vida: con la mano tendida hacía todos, con el dedo denunciando la opresión del pobre; con la voz, la amenaza y el gesto adusto de quien lucha contra la hipocresía y anuncia una nueva sociedad: la sociedad del amor mutuo.
Como amigo no tuvo nunca secretos: todo lo que había dentro de si lo comunicó, lo compartió. Al final, en su última cena, lo dejó dicho claramente: "Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer" (Jn 15,15).
Un amigo: esto fue Jesús. Amigo que ama hasta el colmo, dispuesto siempre a servir, sin secretos ni trastienda ni dobles intenciones; amigo que da y se da hasta perderse. Algo que, según el libro del Eclesiástico (6,14) "no tiene precio ni se puede pagar su valor: quien lo encuentra, encuentra un tesoro".
Daba su amistad a cuantos la aceptaban; la brindaba a todos. Sólo ponía una condición: "Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que os mando"(Jn 15,14). Y lo que mandaba era algo realmente difícil de mandar y que, si no surge de dentro, por mucho que se mande no se realiza: "Que os améis unos a otros como Yo os he amado" (Jn 15,12). No hay amistad sin amor, ni amor sin comunicación, ni comunicación sin entrega total, ni entrega sin situarse al mismo nivel de la persona amada, dejando títulos, privilegios, derechos o superioridades.
Enseñó a sus discípulos todo lo que había oído de su padre-Dios; en resumidas cuentas: que el hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios y ha nacido para ser libre y amar y que, al final, todo se reduce a esto; sin esto nada tiene sentido desde el principio.
Después de aquella cena -la última- sabemos lo que pasó: el odio del mundo lo quitó de en medio. Sus verdugos, sin saber lo que hacían, lo colocaron en lo alto de un monte para que todos, al mirarlo, aprendiéramos el camino de la amistad y del amor. Los demás caminos son callejones sin salida para el corazón humano.
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