En el mercado eclesiástico hay infinidad de palabras devaluadas, desprovistas de significado, vacías de contenido. "Cristiano" es una de éstas. Cualquiera puede llevar hoy este calificativo, obtenido a bajo precio. Es cristiano, se suele decir, el que está bautizado. Para bautizarse no se requiere nada, basta con que los padres de la criatura quieran, sean o no creyentes, vivan o no en cristiano.
Tan fáciles se han puesto las cosas en la Iglesia, que, de un puñado de discípulos que tuvo el Maestro nazareno, ya somos muchos millones los que pertenecemos, al menos oficialmente, a su grupo. Somos tantos los bautizados que incluso el bautismo se ha devaluado, reduciéndose, en un altísimo porcentaje de casos, a un rito casi puramente social, realizado por el sacerdote, en presencia de padres y familiares, a quienes el Evangelio y el estilo de vida de Jesús les suele traer sin cuidado, no entrando dentro de las coordenadas de sus vidas.
No fue así al principio. Jesús era más exigente que la organización eclesiástica actual y no admitía así porque sí a cualquiera para formar parte de su grupo. También es verdad que él ni siquiera se preocupó de bautizar a nadie, cosa que mandaría hacer más tarde a sus discípulos.
Dado que entre los primeros cristianos había también buenos y malos, el evangelista Mateo pone en boca de Jesús el criterio para distinguir a unos de otros: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16).
No bastaba, según Jesús, para ser su discípulo con estar bautizado o pertenecer a un determinado país o raza. Había que demostrarlo con un estilo de vida en consonancia con su Evangelio: "No basta decirme: Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios" (Mt 7,21). Había que hacer mucho más.
"Ve, vende lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás un tesoro en el cielo; y anda, vente conmigo" -dijo al joven rico (Le 18,22) Para ser cristiano Jesús exigía abandonar la riqueza y compartirla con quienes no tienen. "Amaos como Yo os he amado" (Jn 15,12), "amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 6,43): sólo quien ama así lleva con dignidad el nombre de cristiano. "El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28); "dejad que se acerquen los niños y no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino de Dios" (Lc 18,17). El cristiano tiene que servir a los demás, colocándose en la sociedad entre los que no cuentan, como los niños.
Estas y muchas más son las exigencias del maestro. Según el Evangelio, no basta para ser cristiano con estar bautizado o pertenecer a la Iglesia oficialmente. "Por sus frutos los conoceréis". Sólo es cristiano quien adopta el estilo de vida de Jesús y se une a él como el sarmiento a la vid. Sólo ese dará fruto abundante (Jn 15,1-8).
Quizás, con tanta organización y tanta estructura y tanta gente y tantas facilidades, hayamos olvidado lo más importante.
Tan fáciles se han puesto las cosas en la Iglesia, que, de un puñado de discípulos que tuvo el Maestro nazareno, ya somos muchos millones los que pertenecemos, al menos oficialmente, a su grupo. Somos tantos los bautizados que incluso el bautismo se ha devaluado, reduciéndose, en un altísimo porcentaje de casos, a un rito casi puramente social, realizado por el sacerdote, en presencia de padres y familiares, a quienes el Evangelio y el estilo de vida de Jesús les suele traer sin cuidado, no entrando dentro de las coordenadas de sus vidas.
No fue así al principio. Jesús era más exigente que la organización eclesiástica actual y no admitía así porque sí a cualquiera para formar parte de su grupo. También es verdad que él ni siquiera se preocupó de bautizar a nadie, cosa que mandaría hacer más tarde a sus discípulos.
Dado que entre los primeros cristianos había también buenos y malos, el evangelista Mateo pone en boca de Jesús el criterio para distinguir a unos de otros: "Por sus frutos los conoceréis" (Mt 7,16).
No bastaba, según Jesús, para ser su discípulo con estar bautizado o pertenecer a un determinado país o raza. Había que demostrarlo con un estilo de vida en consonancia con su Evangelio: "No basta decirme: Señor, Señor, para entrar en el Reino de Dios" (Mt 7,21). Había que hacer mucho más.
"Ve, vende lo que tienes y repártelo a los pobres, que tendrás un tesoro en el cielo; y anda, vente conmigo" -dijo al joven rico (Le 18,22) Para ser cristiano Jesús exigía abandonar la riqueza y compartirla con quienes no tienen. "Amaos como Yo os he amado" (Jn 15,12), "amad a vuestros enemigos y rezad por los que os persiguen" (Mt 6,43): sólo quien ama así lleva con dignidad el nombre de cristiano. "El hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir" (Mt 20,28); "dejad que se acerquen los niños y no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el Reino de Dios" (Lc 18,17). El cristiano tiene que servir a los demás, colocándose en la sociedad entre los que no cuentan, como los niños.
Estas y muchas más son las exigencias del maestro. Según el Evangelio, no basta para ser cristiano con estar bautizado o pertenecer a la Iglesia oficialmente. "Por sus frutos los conoceréis". Sólo es cristiano quien adopta el estilo de vida de Jesús y se une a él como el sarmiento a la vid. Sólo ese dará fruto abundante (Jn 15,1-8).
Quizás, con tanta organización y tanta estructura y tanta gente y tantas facilidades, hayamos olvidado lo más importante.
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