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sábado, 12 de mayo de 2012

Palabra de Misión: Que se amen / Sexto Domingo de Pascua – Ciclo B – Jn. 15, 9-17 / 13.05.12


Por Leonardo Biolatto

Las formas de amar

El tema preponderante de esta lectura es el amor, palabra que aparece como tal o como derivado (amó, amado, amén) en ocho oportunidades en esta cita. Pero no se trata del amor como lo entiende la sociedad consumista actual (hacer el amor sexual) ni como lo entendía el mundo helenista (meta de superación individual). Tampoco es amor en términos fariseos (obras legales que suplantan compran el amor divino) ni amor sectario (amar al compinche). El amor del que habla Jesús excede las concepciones culturales y humanas del amor, porque es el amor ágape. Pero veamos más en profundidad estos amores que enumeramos para reconocer que la propuesta de Jesús no sólo es superadora, sino plenificadora:

a) Sociedad actual: en cualquier círculo de personas reunidas en la vía pública, en una cena, en la salida de un centro comercial o dentro de un supermercado, decir amor resuena, inmediatamente, como hacer el amor, y esta última expresión se asocia inmediatamente a la manifestación sexual. Parece no haber otra acepción para el término, pues la sociedad está hiper-sexualizada. El amor como realidad trascendente, fuera de la cama, no existe, fue un mito de otras épocas más tradicionales, más románticas. Se considera lógico desplazar los sentimientos por la experiencia vivida en carne propia, quizás como herencia del pensamiento positivista. ¿Cómo puedo saber si alguien me ama? ¿Cuál es la medida del amor? El sexo fue la respuesta, como el experimento para la hipótesis. Por haber quitado al sexo su sello demoníaco, arrastrado durante siglos por una mala interpretación del cuerpo, la sociedad terminó volcándose en el endiosamiento del sexo. Fue un progreso al principio, un paso al frente, pero se convirtió en un abuso.

b) Mundo helenista: para la cultura griega el amor debe llevar a la plenitud, pero una plenitud entendida como realización individual, como superación de los demás, inclusive a costa de ellos. El hombre debe amar lo que lo haga mejor. Debe amar los puestos de honor y el respeto de los otros, porque así será encumbrado. Debe amar lo estético y rechazar lo feo. Debe amar la sabiduría de las ciencias, porque así será inteligente. Debe amarse a sí mismo, de lo contrario será débil. Debe amar la estructura jerárquica, porque así se organiza el mundo, y entonces el varón no podrá sentir amor por una mujer, ya que es menos que él; el varón ama a otro varón, y es un amor de admiración. Esta concepción individualista adquiría carácter comunitario únicamente en relación al patriotismo, a la defensa del modelo helénico. Por eso los dioses griegos difícilmente aman a sus criaturas, ya que sería un signo de debilidad. Los dioses nunca podrían amar/admirar a alguien inferior. Cuando lo hacen, las historias son trágicas. Y a la inversa, el amor del hombre se dirige a los dioses por la situación jerárquica, porque ellos son mejores naturalmente.

c) Amor fariseo: para el pensamiento farisaico, la forma del amor eran las obras de justicia: limosna, oración y ayuno. Ama aquel buen judío que cumple los preceptos con precisión, porque la medida del amor es ese compromiso legal. No se podría decir que tiene amor el que quebranta el sábado, el que no ayuna, el que nunca da limosna. Se entiende que para los fariseos, Jesús no amaba, pues rechazaba las prescripciones de la Ley. Era un judío sin amor por la letra. ¿De qué otra manera entender la relación con Dios? ¿No es lógico que, si se lo ama, se intente cumplir cada una de las normas religiosas? ¿No se las cumple por amor? El problema fariseo es que convierte la relación con Dios en un comercio, en compra-venta de amor. Antes de suponer que Dios ama a todos los hombres, el fariseo creía que Dios amaba a quien daba limosna, hacía oración y ayunaba. Antes de suponer que el amor es la única regla desde la que se derivan los mandamientos, el fariseo creía que los mandamientos eran el amor mismo.

d) Amor sectario: en los pequeños grupos de ayer y de hoy, dentro y fuera de la Iglesia, suele aparecer el amor sectario, el amor en círculo interno que no se desborda, que queda limitado a los conocidos. Es un amor sin perspectivas de crecimiento ni expansión, un amor encerrado y contento en la cerrazón. Un amor a lo conocido y seguro, un amor que se asegura correspondencia, no por la vía de la gratuidad, sino por un miedo a lo externo, un temor al rechazo del mundo. La secta crea un espacio confortable donde sobrevivir a los embates de la sociedad, pero es también un espacio irreal, porque el supuesto amor que se profesan los miembros no es amor asumido desde la libertad, sino desde la obligación: sólo puedo amar a éstos porque son los únicos con los que me relaciono. El amor sectario no se comparte más allá de precisos límites, y se ahoga en una retroalimentación negativa, estancada, adinámica. Es un amor carente de diálogo, un amor que no genera vida.



La forma del amor de Jesús

Para Jesús, el amor no es necesariamente hacer el amor sexual, no es sólo sexo. Para Jesús, el amor no es individualista, no se olvida de quienes están alrededor, no busca una superación que redunde en honores vanos. El amor tampoco es un comercio con Dios, ni mucho menos es la legislación. El amor, finalmente, no es en absoluto sectario, limitado.

El amor que plantea Jesús es verdadero porque se expresa en la carne, no desde la relación sexual, sino desde la entrega de la propia vida, hasta la muerte, ya que el ejemplo máximo del amor es dar la vida por los amigos. En este sentido, la relación sexual no es demoníaca de por sí, sino que puede ser una manifestación exquisita del amor, cuando los comprometidos están dispuestos a dar la vida por aquel con quien tienen la relación sexual, cuando no están concentrados en la satisfacción del momento físico, sino en la satisfacción de la intimidad con la persona que aman. El amor que plantea el Maestro es superación, pero no individual, poniendo a unos sobre otros, sino elevando a todos. Él no llama siervos a sus discípulos, sino amigos, haciéndolos mejores desde el amor desinteresado. Cuando el amor individual es egoísta, cuando tiene como meta una graduación jerárquica que deja atrás a otros, no es amor cristiano. El amor que da la vida por los demás, considera que la meta es plenificarse plenificando, amar amando, elevarse elevando a todos. El amor que plantea el Maestro establece la relación con Dios desde los mandamientos, pero desde la raíz de los mismos, que es amarse los unos a los otros como Él nos ha amado. Es un amor que invita a la permanencia, a estar con, a estar amando.

Cumplir los mandamientos es amar, porque el mandamiento es el amor. A diferencia del pensamiento fariseo, ayunar no es una imposición que, al realizarse, se convierte en amor; ayunar es un fruto del amor, y dar limosna también, y la oración también. Permanece en el amor quien ama. No hay demasiadas interpretaciones a ese apotegma. ¿Por qué permanece Jesús en el amor del Padre? Porque ama. ¿Cómo podemos permanecer nosotros en Jesús? Amando. Finalmente, el amor que plantea el Maestro es universal y expansivo, es incontenible, está por encima de cualquier grupo, cultura, nacionalidad, preferencia o religión. Es amor verdadero en cuanto es capaz de abrirse sin prejuicios, en cuanto ama a pesar de, en cuanto no se detiene ni selecciona. No puede ser nunca amor sectario, encerrado, circunscrito. No puede jamás aislarse en una irrealidad protectora. Es amor allí donde falta el amor.

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WebJCP | Abril 2007